La economía feminista como herramienta política de la Marcha Mundial de las Mujeres

06/10/2023 |

Capire

La trayectoria de la MMM de la lucha contra la pobreza y la violencia al reto de afrontar el conflicto entre el capital y la vida

Al unir teoría, práctica y movimiento, la economía feminista en la Marcha Mundial de las Mujeres es mucho más que un conjunto de conceptos que se aplican para explicar la economía: se trata de una estrategia para hacer frente al capitalismo racista y patriarcal y construir sociedades basadas en la sostenibilidad de la vida.

La economía feminista nos ayuda a comprender la realidad desde los sitios donde viven las mujeres: donde se organizan y se enfrentan a los ritmos y a la violencia del capital contra la vida, donde disputan cada centímetro de territorio con las transnacionales del agronegocio y de la minería y donde construyen comunidades basadas en relaciones de cuidado hacia las personas y la naturaleza, en la producción agroecológica y en la economía solidaria. Así, la economía feminista no es una teoría estanca, sino que está en movimiento –y se produce en el movimiento. “Necesitamos pasar de la práctica a la teoría”, expresaron las militantes de la MMM en el Encuentro Internacional de Filipinas en 2011, reivindicando el feminismo popular como productor de conocimiento.

En estos 25 años de historia del movimiento, esta construcción teórica y política se ha llevado a cabo a través de procesos de organización, formación y lucha. En este texto, recuperamos algunos de los hitos del proceso de construcción de esta visión política y señalamos algunos de los retos que el contexto actual plantea.

Un poco de historia: hitos de la Marcha Mundial de las Mujeres en torno a la economía feminista

Hacer frente a las causas de la pobreza y la violencia fue el eje en torno al cual se constituyó la MMM como movimiento anticapitalista y antipatriarcal. Desde el principio, las militantes del movimiento constataron la necesidad de profundizar en una visión feminista común sobre la economía. Se trataba de un periodo de profundización de la globalización neoliberal. En 2001, las delegadas del Encuentro Internacional del MMM señalaron que no bastaba con incluir a las mujeres en las políticas del liberalismo económico. Era necesario cuestionar y transformar la lógica de acumulación de capital que regía las políticas comerciales. Esa perspectiva ponía en tela de juicio las lógicas institucionalizadas por entonces hegemónicas en el feminismo internacional, que se articulaban en torno a las Naciones Unidas.

Las compañeras de los países africanos articularon la discusión sobre el modelo económico con la crítica a la política de guerra. Según el informe de ese encuentro, había que ir más allá de la denuncia del impacto de la globalización en la vida de las mujeres y articular “alternativas teniendo siempre en cuenta las preocupaciones específicas de las grandes regiones del mundo con demasiada frecuencia olvidadas, reiterando la necesidad de construir un nuevo modelo de sociedad que tuviera como premisa la de acabar con las guerras del mundo”.

Las mujeres del Sur global experimentaban la reorganización de sus vidas por el mercado, y las militantes se encontraron en las luchas populares contra los acuerdos de libre comercio, especialmente contra el ALCA en las Américas y contra la deuda externa en África. La construcción del feminismo popular, arraigado en el territorio, evidenciaba que no bastaba con incluir a las mujeres en un modelo económico basado en las desigualdades y las divisiones internacional, sexual y racial del trabajo.

Cuando las compañeras se enteraban de los posibles impactos de los acuerdos de libre comercio en sus vidas, se ponían a reflexionar sobre cómo eso ya formaba parte de su realidad. Y entonces pasaron a denunciar que esos acuerdosse trataban de verdaderos instrumentos para impedir la soberanía de los países del Sur global, manteniéndolos en una relación de subordinación a las potencias del Norte. La privatización de los servicios públicos –en las zonas del mundo en las que existían–, y la falta de ellos, evidenciaban la sobrecarga a la que se veían sometidas las mujeres por la falta de apoyo a la reproducción social –para recolectar agua, preparar alimentos, cuidar y educar a los niños, cuidar a las personas enfermas.

Al leer los documentos y Encuentros Internacionales del MMM celebrados anteriormente, se destacan dos aspectos de esta construcción. Por un lado, se insiste en la necesidad de proponer alternativas y promover prácticas feministas de transformación, en una línea de acción en la que la economía feminista ha cobrado relevancia. Por otro, la construcción de alianzas estratégicas en las que, al mismo tiempo que se construye unidad y fuerza en la acción común, los acumulados de cada organización se van incorporando a las demás, en un proceso de “polinización” entre luchas.

Esto nos permitió avanzar en síntesis programáticas. Algunos ejemplos: en 2003, en el Encuentro Internacional de Ruanda, se presentó una propuesta de grupo de trabajo sobre Alternativas Económicas, que involucraba a varias coordinaciones nacionales en un proceso de elaboración común. Desde ese espacio también se fortalecieron las alianzas. Las asambleas de movimientos sociales en el Foro Social Mundial fueron un importante marco para la articulación, así como las luchas contra la Organización Mundial del Comercio, procesos en los que se construyó una estrecha alianza con la Red de Mujeres Transformando la Economía (Remte) y las mujeres de La Vía Campesina. Esas dos organizaciones aportaron mucho a los planteamientos de la MMM sobre la economía feminista y la soberanía alimentaria.

En 2006, la declaración final del Encuentro Internacional realizado en Perú señalaba tres aspectos fundamentales de los planteamientos políticos de la MMM: la necesidad de romper la separación capitalista y patriarcal entre producción y reproducción –que subvalora y subordina la reproducción social–, la crítica a los efectos devastadores del neoliberalismo y la militarización en el planeta y la denuncia de que el imperialismo despoja a los pueblos de su soberanía sobre sus territorios, naciones y políticas. Son aspectos que siguen presentes en los desafíos a los que nos enfrentamos hoy.

En la misma línea, cuando la Marcha Mundial de las Mujeres definió sus cuatro campos de acción en el marco de su III Acción Internacional, realizada en 2010, la economía feminista se presentó explícitamente como un principio a desarrollarse en el campo de acción sobre el trabajo y la autonomía económica de las mujeres. Este campo de acción definió la visión del movimiento en torno a la defensa de la igualdad, de los derechos y de la seguridad social para todas las trabajadoras, especialmente las migrantes y las trabajadoras domésticas, y puso en el centro de la denuncia el papel de las empresas transnacionales en la explotación del trabajo de las mujeres. 

S dice en el documento: “Nos valemos de la economía feminista para hacer más visible la contribución de las mujeres para la economía y sus experiencias y para mostrar como la producción mercantil se articula con la reproducción social, o sea la producción de las personas y de la vida. Esto incluye desde el embarazo y el parto, al cuidado de las niñas y niños, personas enfermas y ancianas y mismo hombres adultos para que estén disponibles y sanos para trabajar en el mercado. Cuidado implica no solo la alimentación, limpiar la casa, lavar y planchar, pero también el afecto, la seguridad emocional y la sustentación de la red social que mantiene juntos a las familias, vecinos y comunidades”.

La sostenibilidad de la vida en el centro

En la última década, la Marcha Mundial de las Mujeres ha avanzado mucho en su formulación sobre la economía feminista en el interior de. La participación en las movilizaciones internacionales contra las falsas soluciones a la crisis climática reforzó la afirmación de la economía feminista como una salida popular a las causas de la crisis multidimensional a la que nos enfrentamos. La economía feminista, la soberanía alimentaria y la justicia ambiental se nutren mutuamente y, desde territorios concretos y alianzas estratégicas, afirmamos la interdependencia y la ecodependencia como base de las relaciones entre las personas y entre las personas y el planeta.

La economía feminista se ha consolidado como una estrategia de la MMM y nos guía ante los desafíos de la coyuntura. Así sucedió durante la pandemia de covid-19, cuando nos movilizamos en todos las localidades en las que estábamos organizadas para cuidar la vida a través de la solidaridad popular y para reivindicar la reorganización social de los cuidados en las políticas de recuperación económica. Asimismo, durante ese periodo, la economía feminista constituyó uno de los ejes de nuestro proceso de formación feminista en la Escuela Internacional de Organización Feminista Berta Cáceres (IFOS por sus siglas en inglés). En la escuela se evidenció la fuerza de la economía feminista como propuesta y estrategia, y también se reconoció la diversidad de experiencias, luchas y prácticas feministas de transformación de la economía que las mujeres están construyendo en el mundo. En ese camino se avanzó en la síntesis programática que plantea la economía feminista como una estrategia basada en la sostenibilidad de la vida y la soberanía alimentaria.

Incorporamos la perspectiva de que el conflicto entre el capital y la vida se está profundizando en el período actual. Esta visión no es fragmentaria, sino que da cuenta de cómo la lógica de acumulación del capital ataca cotidianamente los procesos que sostienen la vida. La sostenibilidad de la vida es incompatible con el capitalismo. No hay capitalismo humano, tampoco se lo puede maquillar de verde o lila, como vienen presentándose las transnacionales en todo el mundo. Para hacer frente al capitalismo racista y patriarcal no bastan los discursos. Necesitamos construir fuerza popular y luchas concretas. En la MMM, identificar luchas comunes es un método de construcción que nos conecta desde lo local a lo internacional en un movimiento circular: cambiar el mundo para cambiar la vida de las mujeres, cambiar la vida de las mujeres para cambiar el mundo.

No se puede separar la economía de la política. También por esta razón, la economía feminista es una herramienta para hacer frente a la complicada situación política actual, tanto en nuestras localidades como a escala internacional. Esto significa actualizar nuestra comprensión del conflicto capital-vida en el actual contexto de proliferación de los autoritarismos de extrema derecha, fuertemente imbricados con el autoritarismo del mercado, operado por el poder corporativo de las empresas transnacionales. Se agudiza el conservadurismo heteropatriarcal y racista, con todas sus formas de violencia para intentar disciplinar los cuerpos y las sexualidades disidentes. El imperialismo estadounidense, junto con sus aliados, hace uso de todos sus instrumentos –sanciones, bloqueos, golpes de Estado, criminalización, guerras híbridas y totales–, con el objetivo de socavar todas las formas de contrahegemonía y soberanía de los pueblos.

Nuestros acumulados desde la economía feminista nos posicionan frente a las tensiones y los cambios en el orden mundial. Al poner en el centro la sostenibilidad de la vida y la soberanía alimentaria, planteamos nuevas preguntas y encontramos respuestas colectivas: ¿Cómo ampliar y fortalecer el feminismo popular ante la aceleración de los tiempos que rige el capital, ahora digitalizado?

¿Cómo la desdolarización puede combinarse con la integración de los pueblos con vistas a procesos económicos que promuevan la sostenibilidad de la vida, reconociendo y respetando la diversidad de formas de producir la vida? ¿Qué estrategias debemos tener para poner fin a las guerras actuales y evitar que estallen otras nuevas, garantizando que la riqueza producida por los pueblos se invierta en el buen vivir?

Para ayudarnos a plantear nuevas preguntas y encontrar respuestas colectivas, recuperamos las reflexiones de la Marcha Mundial de las Mujeres de las Américas en su V Acción Internacional, celebrada en 2020. Buscando responder a lo que significa poner la vida en el centro, las militantes afirman que forman parte de la sostenibilidad de la vida: “la libre autodeterminación de los cuerpos y territorios; volver la mirada a nuestra historia, memoria, conocimientos y prácticas ancestrales de los pueblos originarios y afrodescendiente y las mujeres; cambiar la manera de consumir, producir, reproducir la vida y el intercambio para su sostenimiento; visibilizar, reconocer y, sobre todo, reorganizar el trabajo doméstico y de cuidados, con corresponsabilidad entre varones, comunidades, Estado y mujeres; concebir sistemas de justicia que no refuercen la opresión y reconozcan la ciudadanía de migrantes y de la diversidad de identidades sexuales; pueblos soberanos y democracias que se basen en el poder popular; servicios públicos que garanticen la reproducción social y Estados que construyan desde lo común el reconocimiento de valores comunitarios como la autogestión; desmercantilización de la vida y el fin del poder de las transnacionales; enfrentar la financiarización de la vida y el endeudamiento, fortalecer la economía real, la economía al servicio de la humanidad, em armonía con el planeta y el resto de sus habitantes”.

Redacción por Tica Moreno
Edición de Helena Zelic
Traducido del portugués por Luiza Mançano

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