¿Cuidados? Una palabra en disputa política

14/04/2022 |

Por Amaia Pérez Orozco

Amaia Pérez Orozco reflexiona sobre las trampas del capitalismo y la centralidad del trabajo de cuidados en la sostenibilidad de la vida

Colectiva XXK, 2020

Los cuidados han estado en el centro de las recientes huelgas feministas en diversos lugares del mundo. Hablamos de recuperar, defender y cuidar el territorio Cuerpo-Tierra y la Red de la Vida. También hubo una mesa sobre Sistema Nacional de Cuidados en el Expansión Women Economic Forum 2022, financiada por Coca Cola México entre otros. ¿Puede ser que estemos refiriéndonos a lo mismo?

Si hace dos décadas la palabra cuidados se usaba poco, hoy se ha vuelto terreno de profunda disputa política. Por eso, necesitamos preguntarnos de qué estamos hablando cada una cuando la usamos. Podríamos hacer una tesis doctoral (¡muy larga!) o tener unas jornadas autogestionadas (¡también muy largas!) para debatirlo. Lo que aquí recogemos es solo una parte chiquita de algo mucho más amplio. Y lo planteamos para que ayude a la lucha política.

Desde los feminismos antisistémicos (anticapitalistas, antirracistas, ecologistas…) entramos a los cuidados por dos vías complementarias. Por un lado, hablamos de (trabajo de) cuidados para referirnos a los trabajos invisibilizados, que se hacen gratis o de forma muy precaria; que históricamente han estado en manos de mujeres, repartidos de forma desigual entre nosotras; y que son esenciales para sostener la vida dentro de un sistema que ataca la vida. La idea de cuidados se vincula a las de trabajo doméstico y trabajo reproductivo.

 Los cuidados son la cara B del sistema socioeconómico capitalista. No son solo cocinar, lavar o atender a una bebé. Cuidar puede ser cultivar la chacra para dar de comer; ir a por agua o por leña; limpiar un río contaminado; o arreglar el techo de una casa para que no entre la lluvia. Los cuidados no se reducen a las tareas típicas de las amas de casa blancas, urbanas y de clase media. Son todo lo que necesitamos para que la vida funcione y no nos lo da el mercado ni el estado. Son los trabajos imprescindibles para la continuidad de la red de la vida que se hacen más acá del mercado, más cerca de la vida.

Desde esta manera de acercarnos a los cuidados, denunciamos que en el modelo de mal-desarrollo¹ hegemónico no son responsabilidad colectiva. ¿Por qué? Porque la prioridad en este modelo es el proceso de acumulación de capital, el que mercantiliza la vida, la utiliza y explota para su servicio. En esta Cosa Escandalosa (es decir, en el capitalismo heteropatriarcal neocolonialista y ecocida), los cuidados son invisibles porque, si los vemos, empezamos a hacernos preguntas que son muy incómodas: ¿por qué el cuidado de la vida en común no es prioridad?, ¿por qué tenemos una economía que, en lugar de sostener la vida, la ataca?

Los cuidados tienen que seguir siendo invisibles para que no denunciemos el conflicto capital-vida. El capitalismo es un sistema que permite acumular beneficio particular a costa de expoliar la vida colectiva y la vida del planeta. Pero, sin vida, tampoco hay capitalismo. El heteropatriarcado y el neocolonialismo aseguran la existencia de trabajos y esferas económicas ocultas que sacan adelante la vida atacada… sin protestar. Cuando las mujeres obedecemos el mandato heteropatriarcal del todo por amor, estamos ocultando el conflicto. Cuando los hombres siguen aprovechándose de su privilegio de no cuidar, están siendo cómplices con el capital. Cuando compramos barato el tiempo de vida de una mujer migrada o racializada para que haga lo que preferimos no hacer para vivir mejor, estamos dando al conflicto capital-vida una dimensión global.

Por el contrario, construir lucha política desde los cuidados es sacar a la luz la perversión profunda del sistema y luchar por una ruptura frontal.

En las experiencias cotidianas de las mujeres hay una fuerza política inmensa, porque juntas podemos entender de dónde vienen las enormes dificultades para sostener vidas que merezcan la pena y la alegría ser vividas en esta Cosa Escandalosa. Juntas, podemos rebelarnos.

Como dicen compañeras trabajadoras de hogar y cuidados: sin nosotras, no se mueve el mundo. Reivindicamos no seguir moviéndolo solas y no moverlo a costa de nuestras vidas. Pero, sobre todo, porque sabemos que somos la base, sabemos que podemos poner patas arriba el mundo.

La segunda forma de acercarnos a los cuidados ha sido señalar que todas las personas, todos los días de nuestras vidas, necesitamos cuidados. Desde los cuidados, nos leemos en clave de comunidad y de territorio cuerpo-tierra, rompiendo con la mirada blanca y masculina de la individualidad y la meritocracia. Cuidar es reconstruir el bienestar físico y emocional. Los mercados, las instituciones y la mirada masculina dan por hecho que la vida está ahí, esperando para hacer algo con ella: explotarla, ponerla a trabajar para el desarrollo, o sacrificarla por la revolución.

Pero, desde una mirada feminista, sabemos que la vida no surge de la nada, no está ahí por casualidad, ni mucho menos por intervención divina. Algunos lo han visto con el covid-19; nosotras lo sabíamos de mucho antes, de siempre: la vida es algo a tejer cada día. Y la única manera de lograrlo es junto al resto y en un planeta que nos acoge: somos parte de un tejido vivo. Somos interdependientes y ecodependientes. Esta conciencia profunda de la red de la vida nos permite denunciar que estos vínculos hoy están intoxicados. El cuidado que recibimos de la tierra lo devolvemos como expolio y destrucción. Y la red de interdependencia la retorcemos y convertimos en una red de desigualdad: quienes más cuidan, menos cuidados reciben y al revés.

Los cuidados funcionan en base a flujos asimétricos de mujeres a hombres, de clases populares a clases adineradas, del Sur global al Norte global, del campo a las ciudades, de población racializada a mestiza y blanca…

Desde ahí, decimos que los cuidados son horizonte: una apuesta por el buen convivir; por los entramados comunitarios que nos sostienen; por las economías-otras en las que todas las vidas en su diversidad importan. Son un compromiso cotidiano y constante que nos permite transformar el grito de patria libre o morir en un nuevo reclamo de revuelta para vivir. Son una posición ética y política desde la que, porque vivas nos queremos, vivas nos luchamos. Pero los cuidados también son podredumbre: esa maraña de relaciones de desigualdad que sostiene el mundo que queremos cambiar; el terreno pantanoso de relaciones de violencia en el que estigmatizamos comodependientes a personas mayores o con funcionalidad no normativa; el espacio tóxico en el que los hombres parecen libres de cuidados (ni se responsabilizan de cuidar ni reconocen los cuidados que reciben; como dice Antonella Picchio, el trabajo más cansado de las mujeres es sostener la debilidad de los hombres para que sigan creyéndose fuertes); el territorio de la ética de la servidumbre neocolonial y clasista.

Los cuidados son un espacio profundamente vinculado a las desigualdades de género. Pero no son solo un tema de mujeres. Reivindicamos que se reconozca la presencia histórica (y desigual) de las mujeres. Pero no para hacer una loa a la buena madre y la buena esposa, sino para rebelarnos contra esa feminidad inmolada. Y denunciamos la ausencia histórica de los hombres, las instituciones públicas y los mercados capitalistas. Exigimos su presencia… pero esa presencia obliga a una reconstrucción radical.

Exigir la presencia de los hombres no es aplaudir a las paternidades responsables, sino obligar a la revisión profunda de la masculinidad hegemónica ligada a la violencia, a la apropiación de los cuerpos y vidas de las mujeres y a la negación de los cuidados. Exigir a las empresas capitalistas es dejar claro que los cuidados no pueden ser nicho de negocio.

Peleamos por publificar los servicios de atención a la infancia y la vejez privatizados y por paralizar nuevos nichos de negocio (como el de las empresas mediadoras en el empleo de hogar remunerado, o las plataformas colaborativas). Y ligamos esta lucha a la lucha contra el (neo)extractivismo y la privatización de los bienes comunes. Responsabilizar a las empresas es hacer que paguen por la reproducción de la vida de la que se lucran (que paguen con impuestos, con derechos laborales, con medidas para favorecer la conciliación, con cotizaciones al seguro social). Exigir a los estados es usar los mecanismos del estado del bienestar para estallar el estado del bienestar. Los sistemas de cuidados de los que se habla cada vez más son un mecanismo de política pública que podemos usar (en cada territorio veremos si nos merece la pena), pero siempre para ir más allá de los estados liberales al servicio del poder corporativo; para democratizar y descentralizar las instituciones públicas (acercándolas hacia lo comunitario, los municipios y lo local y no hacia el poder centralizado y autoritario); para avanzar hacia derechos colectivos, saliendo de la lógica de los derechos individuales, donde no caben los cuidados, que son una trama de vida compartida.

Los cuidados la cara B de la Cosa escandalosa; son el pegamento que une nuestras vidas interdependientes y las ancla a una tierra viva; son núcleo duro para la crítica ecofeminista y antirracista a esta Cosa escandalosa. Son lo más cotidiano, lo más concreto. Aquello en lo que todas estamos y desde donde podemos revolucionar el sistema al reconstruir la vida cada día.


¹ Decimos mal desarrollo porque el modelo de desarrollo al que aspirar que nos impone el sistema creemos que es insostenible en términos ecológicos; inalcanzable porque nunca es suficiente; e injusto, porque se sostiene sobre una compleja red de desigualdades de clase, género, raza, globales, etc. Es especialmente visible la perversidad de este modelo cuando pensamos en el extractivismo. En contraste con ese modelo, desde los feminismos nuestra apuesta es el buen vivir.


Amaia Pérez Orozco es economista feminista e integra la Colectiva XXK – Feminismos, Pensamiento y Acción.

Edición por Tica Moreno

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