Argentina: mujeres en movimiento sostienen la vida en el campo y la ciudad

18/05/2022 |

Por Capire

Conoce algunas experiencias de mujeres que organizan los cuidados y la solidaridad en sus territorios

Durante a III Asamblea Continental de ALBA Movimientos, Capire recogió relatos de experiencias de diversas mujeres que trabajan diariamente para sostener la vida en sus comunidades. Son mujeres organizadas que están en espacios y comunitarios y en los movimientos populares, y también mujeres que actualmente participan en espacios institucionales, tanto en el poder legislativo como en el ejecutivo.

Ante la crisis económica heredada del gobierno neoliberal del expresidente Mauricio Macri (2015-2019) y las dificultades que impuso la pandemia de COVID-19, los movimientos populares y feministas organizan resistencias y alternativas. Las mujeres están al frente de este proceso, garantizando los cuidados, la salud, la educación básica, la alimentación y la agricultura familiar. Son las mujeres quienes sostienen la economía, es decir, quienes garantizan la existencia y el desarrollo de las vidas humanas y no humanas.

Solidaridad, salud y educación

Sol de la Torre, concejala en Mar del Plata y militante del Frente Patria Grande y el colectivo feminista Mala Junta, cuenta que, durante la pandemia, la imposibilidad de ir a la escuela creó dificultades de aprendizaje para muchas niñas y niños. Por ello, una acción organizada colectivamente fue «una convocatoria abierta, donde muchísimas compañeras se sumaron, y lo que hacemos es, con adultos, alfabetización, y con niños, niñas y adolescentes, apoyo escolar, para recuperar la dinámica escolar y evitar la deserción». También se conformó una brigada de salud, que interviene en las provincias y territorios donde no llega el Estado, con la participación de personas que son enfermeras, psicólogas y médicas.

La formación es uno de los pilares de las acciones que realiza el colectivo Mala Junta. «En nuestra Escuela de Formación Feminista Berta Cáceres, nos juntamos a las compañeras que trabajan en los territorios, y que muchas veces acceden a un salario social complementario, para que tengan su trabajo reconocido en el enfrentamiento a la violencia. También trabajamos en el reconocimiento de las tareas de cuidados, por eso nos vinculamos a referentas de los espacios socio comunitarios y de cuidados, comedores[1], espacios para las infancias, brigadas educativas y de salud: para fortalecer ese feminismo popular que se construye desde la solidaridad en los barrios».

María Rosa Domes participa en el movimiento Evita en Ezeiza, en el conurbano bonaerense. Ella forma parte de la organización de un comedor popular en el que ofrece apoyo escolar. «Hay chicos que tienen diez años y no saben leer. Hay chicos que no saben escribir. Eso me angustia mucho». «Yo hago actividades didácticas, pero las implemento desde el aprendizaje, es decir, no les hago un juego de dados para que se entretengan, pero para que aprendan las letras, los números, las figuras. Parece nada, pero para nosotras y para el barrio es muy importante».

También afirma que la construcción de la solidaridad es algo permanente, cotidiano, es una tarea del pueblo: «Nosotros trabajamos mucho con ser solidarios. Nos pasa algo a un compañero, a una vecina, nosotros estamos. Vemos las necesidades básicas de todos. El capitalista no es solidario. La gente que menos tiene, esas son las personas que son solidarias».

«Los momentos donde nos encontramos son fundamentales, y que las compañeras jóvenes acompañen eses procesos, porque nos apoyan a estar convencidos de que podemos seguir en el territorio, sin abandonar el campo, y seguir produciendo. Y, a su vez, podemos articular con compañeras de otras organizaciones sociales», también dijo Cecilia Rodríguez durante el panel sobre las luchas de los jóvenes durante la Asamblea. Cecilia forma parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena y de la juventud de La Vía Campesina, que viene discutiendo la soberanía alimentaria, la agroecología, la reforma agraria integral, el feminismo campesino y popular.

Cultivar diversidad

«Particularmente en la pandemia, fueron las mujeres quienes se organizaron para hacer comida y distribuir. Compañeras que dicen ‘vamos a donar nuestra comida, la vendemos por cinco pesos’, lo que acá no es nada», cuenta Elsa Yanaje, agricultora y referenta de la rama rural del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE Rural). Elsa vive en la llamada área del «cinturón verde», en La Plata, así nombrada por tener una fuerte producción frutihortícola durante todo el año.

Cerca de cinco mil familias integran esa organización, que ha vivido una expansión territorial y provincial durante sus siete años de existencia porque reúne «un montón de compañeras y compañeros que sufren esta exclusión de no pertenecer ante el Estado como productor, como trabajador». Organizarse en los movimientos populares es la única manera de hacerse oír, de proponer una sociedad libre de exclusiones. Elsa cuenta que «somos excluidos de las políticas públicas. Y en Argentina, siempre que hay una catástrofe climática que atenta contra la producción, son los terratenientes los que primero solicitan ayuda y se les da. Sin embargo, los que son pequeños son excluidos».

«Hay que garantizar que las familias puedan producir dignamente, y por eso pasa la producción agroecológica», dice Elsa. Por ello, el movimiento ha trabajado para organizar sus propios bancos de semillas, impulsar los experimentos de biotecnología sostenible y crear espacios de formación. «Las cuestiones del campo no son solamente de quienes viven en el campo, sino que también involucra a aquellos que nos compran eso, y tienen que saber de dónde viene, cómo lo producimos».

Como bien expuso Cecilia, «la agroecología no es una moda, es un modo de vida, es algo que nos atraviesa a quienes decidimos seguir produciendo en el territorio. Son saberes que se comparten y se pueden articular. La agroecología es una elección que hacemos y que mantiene la salud de nuestras compañeras y compañeros en los territorios».

La producción agroecológica pasa por el derecho a la tierra. Como sucede con frecuencia en La Plata, las agricultoras y los agricultores producen en tierras alquiladas, bajo contratos que no les dan derecho a producir completamente de forma agroecológica, sino atendiendo a la demanda del mercado, que es acelerada y requiere el uso de pesticidas. Por ello, afirma que «una de nuestras luchas particulares es por el derecho a la tierra, ante el avance del agronegocio y de las cuestiones comerciales que nos van despojando. Se urbanizan lugares productivos, no se respetan nuestras producciones, y nos hace que muchos desaparezcamos».

Protagonismo de las mujeres en la lucha y el laburo

Ofelia Fernandez, la más joven legisladora de Buenos Aires, puso sobre la mesa la importancia del feminismo durante el panel sobre juventudes de la Asamblea: «creo que los parámetros de la realidad, después de lo que nos pasó en el mundo, ya no son los mismos; nosotros no somos los mismos. Hay que pensar en donde tenemos la posibilidad de reinventar o relanzar nuestras agendas. Uno de los movimientos que sí han tenido mucha potencia es el movimiento feminista. Hay muchas conclusiones que ha tenido el movimiento feminista después de la pandemia, por ejemplo la de garantizar y reconocer a los cuidados». Ofelia postula la importancia de mirar hacia los cuidados de forma amplia, en el conjunto de la sociedad, para entonces poder valorarlo y cambiarlo: «no es solo el cuidado de ‘eso que llaman amor es trabajo no pago’, sino los cuidados comunitarios, en las ollas, las merenderas. En la crisis sanitaria, vimos que el trabajo en salud más precarizado es el sector de la enfermería, que no casualmente es el más feminizado».

Fortalecer el feminismo significa impulsar la autoorganización de las mujeres, pero también su protagonismo en las luchas y en los movimientos populares mixtos. «Para nosotras es un orgullo contar con compañeras referentas, voceras, dirigentas que están a lo largo y ancho del país, sosteniendo cada unidad productiva particular», señaló Elsa, que cree que en los últimos años la dirección de su organización se ha abierto más a las mujeres, con la organización de asambleas y otros espacios de participación. Para ella, «las mujeres son vida en ese sentido, cuando ponen fuerza en todo lo que hacen: en resistir, persistir, en tener la valentía de poder decirlo a grandes voces. Ya no nos callamos más, y eso es un gran orgullo para nosotras».

En los comedores y brigadas, como cuenta María Rosa Domes, el trabajo es realizado conjuntamente por hombres y mujeres, sin discriminación. «El neoliberalismo y la diferencia son muy fuertes en Argentina. A nosotros eso nos molesta mucho, y por eso tratamos de integrar a todos. Se dan charlas de formación política, que están muy abiertas al barrio y a la sociedad. Nuestro rol es concientizar que todos somos uno».

Segundo Sol de la Torre, En la Argentina hay una sistematización consistente sobre el trabajo. «Hay una división sexual, racial y de clase, que hace con que los trabajos más importantes, que sostienen la vida, sean los menos reconocidos y menos pagos. Todas las tareas de la educación y de la salud son realizadas por las mujeres», dice, y añade: «al mismo tiempo, con un movimiento feminista tan fuerte, hemos conseguido muchas victorias en Argentina, como el reconocimiento de las trabajadoras de casas particulares, que camina junto a un programa que fortalece la registración de esas mujeres».

El feminismo está presente en todos estos espacios de resistencia, y con su irreverencia y visión crítica las mujeres integran las luchas por reorganizar el trabajo y poner la vida en el centro. Para Ofelia Fernández, «necesitamos creatividad y autoestima para confiar que existe un proceso alternativo de país, de continente, de mundo, para confiar que podemos ser la generación que construirá un nuevo ciclo, un nuevo tiempo. Estamos en esa búsqueda: encontrarnos, compartir recorridos y horizontes. Es un aporte necesario, es un primer paso, pero tenemos que seguir adelante para poder pronto afirmar que la política no contiene o produce miseria, sino que produce felicidad».


[1] Los comedores populares o comunitarios, también conocidos como ollas populares en algunos países de América Latina, son experiencias de restaurantes populares creados por organizaciones sociales y comunitarias, especialmente en los barrios más pobres y en la periferia de las ciudades, como forma de garantizar la alimentación básica de sus habitantes.

Redacción de Helena Zelic
Edición de Tica Moreno
Traducción de los fragmentos en portugués por Luiza Mançano

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