Argelia Laya: una comunista negra a contracorriente

30/07/2021 |

Por Alejandra Laprea

Lee la historia de vida y lucha de la maestra y militante venezolana Argelia Laya, con citas de entrevistas y de su libro autobiografico.

Yo no conocí a Argelia Laya, pero he conocido a un montón de mujeres en Venezuela que, cuando se les pregunta como llegaron al feminismo, comienzan diciendo:  “yo conocí a Argelia Laya”, “ yo estuve con Argelia Laya en…”.   Es así que encontramos a Argelia Laya en la genealogía del movimiento feminista venezolano del siglo XX y en la de varias generaciones de feministas venezolanas.

“Nunca me he dejado humillar, ni por mujer, ni por negra, ni por pobre”

Argelia Laya fue una maestra, guerrillera, militante feminista, madre sola, afrodescendiente, diputada ante el congreso, joven que sufrió violación, concejala municipal, barloventeña cimarrona[1], fundadora de un partido político, articuladora de los movimientos feministas y de mujeres.

Durante el siglo XX, no hay una sola lucha por los derechos de las mujeres y de las clases oprimidas en Venezuela donde Argelia no haya participado. Lo hizo desde la vivencia profunda de ser una mujer negra pobre. Eso que hoy, desde las academias, llaman la interseccionalidad, Argelia y otras como Eumelia Hernández y Nora Castañeda lo hicieron palabra viva en las calles. Esa es la chispa que da vida al afrofeminismo y al feminismo popular venezolano.

Argelia nace el 10 de julio de 1926. Es la penúltima hija de Rosario López, militante de la Agrupación Cultural Femenina, y de Pedro María Laya, coronel de las montoneras, milicias populares que lucharon en el país entre finales del siglo XIX y principios del XX. Argelia nace y vive su primera infancia en tierras arrendadas en una hacienda cacaotera ubicada en Barlovento. A los 5 años, su vida da un gran giro con el hostigamiento político y encarcelamiento de su padre. La familia emigra a Caracas y se establece precariamente en Catia. Desprovista del conuco[2] y de sus tierras, la familia empieza a padecer la pobreza.

Estudiante, Argelia se incorpora a la Unión de Muchachas (organización legal del Partido Comunista), al Centro de Estudiantes de la Escuela Normal de Caracas y al periódico estudiantil, además de ser vocera en la junta de vecinos de su comunidad. Se gradúa maestra a los 19 años y, recién graduada, es violada, se queda embarazada, se niega a casarse con su violador, asume la crianza sola y se rebela contra el posible despido de su cargo de maestra por “inmoralidad”. Argelia dirige una carta al entonces ministro de Educación Luis Beltrán Prieto Figueroa, exponiendo la injusticia de su despido y amparándose en el artículo de la constitución que protege la maternidad. Recibe como respuesta su traslado a una pequeña escuela en La Guaira para encargarse de la campaña de alfabetización de adultos y adultas.

Recordando esa época en una entrevista cedida a Mujeres en Lucha en 1984, Argelia nos cuenta que «las maestras no podían ser madres solteras; algunas se suicidaban, otras abortaban.” Ella fue una incansable luchadora por los derechos de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos:

toda esa mitología y toda esa ridiculez que hay en relación con la despenalización del aborto algún día se va a acabar, y se va a acabar en la medida en que las mujeres de hoy peleen más por tener ese derecho a decidir cuándo quieren ser madres y cuántos hijos quieren tener y cómo los quieren concebir y en qué momento.

Muchas y muchos recuerdan a Argelia con su pelo afro canoso, adornado con flores recogidas por allí y vestida con batolas amplias. También recuerdan su voz profunda, su risa a carcajadas y su gusto por  animar las fiestas con viejas canciones populares aprendidas de su madre. Así leemos en su libro Nuestra causa: “amo la vida entrañablemente, al ser humano, a la naturaleza (…). Me hubiera gustado ser poeta, sicóloga, filósofa, exploradora de la tierra y del cielo, actriz, cantante, marinera, titiritera… Y sobre todo poder dedicarle más tiempo a la educación” (p. 19).[3]

Argelia fue militante comunista. Se inició en el partido Acción Democrática (AD), pero luego pasó a formar parte del Partido Comunista de Venezuela (PCV). En sus primeros años de militancia, fue muy activa en la resistencia al dictador Marcos Pérez Jiménez. Organizó la Junta Patriótica Femenina, que jugó un papel protagónico en la huelga general del 1958 y el derrocamiento de Pérez Jiménez. Algunos recuerdan a Argelia en esos días sumada a la fábrica clandestina de bombas del PCV o montada en una moto visitando sindicatos, fábricas de textiles o lanzando volantes a favor de la Huelga General.

En 1958, se conmemoró el primer 8 de marzo en Venezuela, en un acto masivo en la Plaza de Toros del Nuevo Circo. Quienes vivieron ese día recuerdan como las mujeres llegaban abanderadas. Este día, también se celebró el primer acto de masas libre de dictaduras.

En 1960, el PCV asume la lucha armada como vía para la liberación del pueblo. Ahí se abren dos frentes de batallas para las mujeres comunistas: el externo, contra el ejército; y el interno, en el partido, contra prácticas sexistas y por el derecho a participar en igualdad de condiciones. La comandanta Jacinta, como se le conoció en la guerrilla, fue feroz en su lucha por los derechos de las mujeres a tomar un fusil y a ser tratadas como iguales en la guerrilla y en el partido.

Para mí, en lo personal y en lo político, fue una experiencia que me permitió aprender (…) la forma cómo vivían y viven los campesinos pobres de este país. De las cosas más terribles que vi fue el dolor tan grande que sentían los guerrilleros cuando participaban en una operación donde había soldados muertos. Ellos sentían que era una guerra entre hermanos y entre la gente de la misma clase. Eran los pobres de un lado, buscando un camino y una transformación por una vía que no nos condujo al triunfo, sino a una derrota; y los pobres del otro lado, defendiendo los intereses de los poderosos. Eso nos permitió iniciar una reflexión más profunda sobre lo que era la política, sobre lo que nosotros queríamos y la justicia que buscábamos

(Revista Historia de la educación latinoamericana, v. 18, n. 27, pp. 13-34, 2016, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia)

“Una sociedad socialista es inconcebible sin la total participación de la mujer en igualdad con el hombre”

La joven Argelia  luchó por el derecho al voto de las mujeres, conquistado parcialmente en 1945 y totalmente en 1947. Como militante política, toda su vida abogó por los derechos políticos de las mujeres, por la paridad con alternancia en las elecciones, por la formación política de las mujeres como proceso indispensable para la liberación de los pueblos.

El machismo reduce a la mujer a una condición inferior, es hijo legítimo de la explotación del hombre por el hombre, el mejor aliado del capitalismo. El hombre y la mujer de las clases explotadas, los militantes revolucionarios defensores del machismo y practicantes con sus familias y en las relaciones con la sociedad, sirven de instrumento a sus opresores porque marginan a la mujer de la lucha de clases de forma consciente o inconscientemente

(Nuestra causa, p. 45)

 Argelia participó en la primera organización de mujeres afrodescendientes del país, la Unión de Mujeres Negras, así como impulsó múltiples espacios de encuentro y articulación feminista, tanto nacionales como internacionales. Tuvo como unos de sus ejes de acción la superación de la exclusión económica de las mujeres y señaló cómo ésta impacta de forma diferenciada a mujeres afrodescendientes o indígenas.

Cuando se nace y se crece mujer en un hogar pobre ya se está condenada a ser la más oprimida y explotada, porque entre los de abajo, las mujeres del pueblo son las que soportan el peso más brutal. Por la división del trabajo, (…) a la mujer le tocan los trabajos peor pagados y es la única que realiza los oficios domésticos, los llamados oficios de mujer

(Nuestra causa, p. 40)

Argelia nos invita a “seguir construyendo sociedades basadas en la felicidad total de las personas aquí en nuestra propia tierra”. Más de 30 años tiene esta frase y sigue siendo una invitación vigente, sobre todo para el pueblo afrodescendiente. En su último artículo, publicado en 1997, Argelia escribe que, “como luchadora social por la democracia verdadera, por la justicia, la paz, la causa de las mujeres y de todos los derechos humanos, nadando siempre a contra corriente, he podido avanzar al lado de las mujeres y los hombres con quienes he compartido suerte y trabajos. El trabajo contra el racismo y el patriarcado siempre es a contracorriente pues está instalado en lo más profundo de nuestras subjetividades, de lo que la cultura dice es el ‘sentido común’”.

Se hace imposible sintetizar el legado de Argelia Laya en estas líneas. Quedan las huellas de sus luchas en la realidad venezolana, como la aprobación del voto femenino, la reforma del Código Civil, la reforma de la Ley del Sufragio. También debemos a ella y tantas otras mujeres luchadoras que las jóvenes embarazadas no fueran excluidas del sistema regular de la educación o que la educación sexual haya sido incluida en los programas de educación secundaria. La maestra, compañera y comandanta muere el 27 de noviembre de 1997 en Río Chico, el mismo lugar donde su madre enterró su ombligo al nacer, costumbre popular que simboliza el arraigo y la pertenencia a un territorio.

En estos tiempos, hay que sermos radicales, ir a las raíces e inspirarse en Argelia, quien nos recomienda “consenso, convivencia, pero no coexistencia con todo aquello que hay que erradicar”. Construyamos consensos para nuevas formas de convivencia, pero no aceptemos coexistir con el machismo, con el colonialismo ni el racismo. Seamos intransigentes con el capitalismo y todos sus aliados, como siempre fue Argelia Laya.


[1] Cimarrón es la denominación que reciben en algunos países de Hispanoamérica los descendientes de africanos y africanas que resistieron al dominio colonial español y a la esclavitud construyendo asentamientos y comunidades independientes en regiones distantes de los lugares donde fueron esclavizados. Hoy en día, la palabra sigue siendo empleada por activistas negras y megros que reivindican esta historia de resistencia.

[2] Conuco es una forma agrícola tradicional comunitaria o familiar de origen indígena basada en el policultivo cuya producción está destinada sobre todo al auto consumo o al intercambio comunitario, aunque sus excedentes también pueden estar destinados a los mercados populares. El conuco ha significado la conservación de técnicas ancestrales, alimentos autóctonos y, en Venezuela, es resistencia activa contra el bloqueo económico.

[3] La paginación de todas las citas son referentes a la edición de 2014 del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela. La primera edición del libro es de 1979.


Alejandra Laprea es cineasta y militante feminista del colectivo Las Yerbateras, de la red de colectivos La Araña Feminista, que organiza la Marcha Mundial de las Mujeres en Venezuela.

Edición por Helena Zelic
Américas, Experiencia, Movimiento

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