La Vía Campesina propuso en 1996 el principio de soberanía alimentaria como el derecho de los pueblos a organizar el acceso a una alimentación sana y de calidad, que respete su cultura alimentaria. Así se propuso ir más allá de la idea de seguridad alimentaria que, cuando se utiliza como justificación para importar o recibir donaciones internacionales de alimentos y semillas, desmantela la producción campesina local y sus circuitos de distribución. El principio de soberanía alimentaria se desarrolló y se fortaleció en la lucha contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), creada en 1995. Otras acciones de La Vía Campesina, como la campaña Semillas: patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad, con un fuerte protagonismo de las mujeres, también han contribuido a la construcción de este principio.
El I Encuentro Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres (MMM) tuvo lugar en 1998 y definió una plataforma de reivindicaciones contra las causas de la pobreza y la violencia, que se trabajó posteriormente en su Acción Internacional en 2000. La primera reivindicación fue la eliminación de la pobreza mediante la aplicación de leyes y estrategias nacionales que garantizasen que las mujeres no fueran discriminadas en «sus derechos de acceso a recursos básicos como el agua potable, la producción y distribución de alimentos, para garantizar la seguridad alimentaria de la población».
La 2ª Acción Internacional de la MMM, en 2005, organizó las reivindicaciones y la visión del mundo del movimiento en la Carta de las Mujeres para la Humanidad y afirmó la garantía de la soberanía alimentaria. La construcción de la Carta fue un proceso muy participativo que permitió ampliar la agenda de nuestro movimiento a través de la contribución de las mujeres rurales.
La 3ª Acción, en 2010, organizó las reivindicaciones trabajadas por las Coordinaciones Nacionales en nuestros campos de acción, entre ellos, la defensa de los bienes comunes, donde situamos el principio de soberanía alimentaria y la lucha por alcanzarla. Nos comprometimos, como movimiento, a crear y fortalecer los vínculos entre las mujeres rurales y urbanas en los circuitos de distribución de alimentos.
La 4ª Acción, en 2015, situó esos debates en los territorios con movilización, intercambio y formación en zonas de producción agroecológica y zonas afectadas por las corporaciones transnacionales. En 2020, la 5ª Acción se centró en la ofensiva de las corporaciones (con estrategias para controlar las semillas e imponer el consumo de alimentos ultraprocesados) y la resistencia feminista ante ella.
En cada uno de esos momentos, se hizo más evidente que romper la alienación sobre lo que se come implica pensar en cómo se organiza el trabajo doméstico y de cuidados. Nos hemos comprometido a: “crear y fortalecer vínculos entre mujeres urbanas y rurales con experiencias en compra directa, mercados y preparación y distribución colectiva de alimentos. Intercambiar conocimientos y garantizar que el punto de vista urbano no prime en los análisis y en la práctica. Luchar por un cambio en los hábitos alimentarios, pasar de comestibles importados de baja calidad a comestibles saludables producidos localmente. Denunciar la hegemonía del agronegocio y de las grandes cadenas de supermercados en la distribución de los alimentos”.
Reducir la sobrecarga de trabajo de las mujeres mediante el consumo de productos ultraprocesados o la transferencia del trabajo de cuidados a otras mujeres migrantes, negras y pobres no está en nuestro horizonte. Para las mujeres pobres, el derecho a la alimentación es una lucha permanente, que se desarrolla en la lucha colectiva contra la carestía.
Según las historiadoras Tilly y Scott[1], ya en 1911 las amas de casa del norte de Francia se negaron a pagar precios elevados, pararon los trenes y confiscaron alimentos. Más de un siglo después, seguimos planteando nuestras luchas para cambiar las formas de organizar la reproducción de la vida. Esto se concreta en experimentos colectivos que forman parte de la historia del feminismo.
Nyèleni: diversos sujetos fortalecen el principio y la lucha
A lo largo de este camino, la alianza con La Vía Campesina es una brújula para nosotras. Juntas, hemos integrado amplias articulaciones en las que participan movimientos ecologistas como Amigos de la Tierra Internacional, movimientos pesqueros, pueblos indígenas, trabajadores del sector alimentario. El Foro de Nyèleni para la Soberanía Alimentaria fue un hito para nuestra articulación. Se celebró en 2007 en Selingué (Malí) y recibió el nombre de Nyèleni, una mítica campesina que domesticó el fonio, un cereal importante en la dieta de la región.
Allí nos reunimos entre diversos movimientos sociales para fortalecer el principio de soberanía alimentaria desde el aporte de distintos sectores. Debatimos sobre la contribución de las mujeres en la producción y preparación de alimentos, incluida la producción para el autoconsumo, generalmente invisibilizada, y también sobre sus conocimientos y experimentos que garantizan la diversidad de especies y prácticas. Debatimos las condiciones en las que se prepara la comida: un trabajo doméstico realizado principalmente por las mujeres, cuya dimensión económica se ignora, como si fuera una extensión natural de los deberes que la sociedad patriarcal asigna a las madres y esposas.
Afirmar la soberanía alimentaria implica desprivatizar y desfeminizar la preparación de la comida. Al mismo tiempo, significa reconocer los saberes ancestrales de las mujeres en este ámbito y cómo los articulan para cultivar y seleccionar variedades en función del sabor o facilidad de procesamiento.
En una declaración, las mujeres presentes en Nyèleni rechazaron “las instituciones capitalistas y patriarcales que conciben los alimentos, el agua, la tierra, el saber de los pueblos y el cuerpo de las mujeres como simples mercancías”. La lucha por la soberanía alimentaria incluye liberar los territorios de la contaminación de la agricultura industrial y de violencias, incluida la violencia contra las mujeres.
Experimentar otras formas de organizar la alimentación y los cuidados
En nuestro movimiento participan grupos de mujeres que cocinan juntas en ollas populares, con formas creativas de organizar su trabajo y distribuir los resultados. Proponen, por ejemplo, el reparto de tareas entre las personas que cocinan, la garantía de comidas gratuitas para los miembros enfermos, la presión para obtener subvenciones directas del Estado.
En Perú, las mujeres de los comités Vaso de Leche intentaron comprar la leche directamente al productor. Al mismo tiempo, se opusieron firmemente a los tratados de libre comercio que facilitaban la importación de leche en polvo. En las acciones de protesta realizaron ocupaciones y cortes de carretera, y la cocina cobró un sentido estratégico: personas en situación de extrema vulnerabilidad, que al principio sólo buscaban un plato de comida, se acercaron a los movimientos. En un contexto de crisis permanente del capital, agravada por las emergencias socioclimáticas y la pandemia del covid-19, la solidaridad garantiza el acceso a los alimentos y se expresa en las acciones de nuestros movimientos.
En los conucos[2] en Venezuela, en los mercaditosque organizan las mujeres en México, entre otras experiencias, las mujeres cultivan la vida en movimiento, transforman la economía y la política y fortalecen los vínculos feministas. Nos hemos encontrado innumerables veces con una galinhada en Brasil, un sancocho en Colombia o un pap and chakalaka en Sudáfrica. No por casualidad, durante la Acción Internacional de 2010 en Brasil, la cocina colectiva que se instaló recibió a las marchantes con el lema «la cocina es el corazón, sin comida no hay revolución».
Contra las nuevas ofensivas del capital, seguimos en resistencia
Desde el comienzo de la Marcha Mundial de las Mujeres, nos sumamos a la lucha contra los transgénicos no sólo por sus riesgos para la salud, evidentes en el uso creciente de agrotóxicos, sino también porque nos oponemos al control de las empresas transnacionales y a la expansión de las relaciones de mercado a todos los ámbitos de la vida.
Las mismas corporaciones – una asociación entre agroquímicas y farmacéuticas – venden transgénicos y pesticidas que dañan la salud reproductiva y luego venden la reproducción asistida. Las tecnologías pasaron de la transgenia a la edición genómica sin ninguna regulación ni control social. La medicalización del cuerpo de las mujeres siguió con la incorporación de hormonas y antidepresivos para aplacar la tristeza de vivir sin una perspectiva de futuro.
Ya sabemos cuáles son las corporaciones tradicionales que promueven la «revolución verde» con su maquinaria, agrotóxicos, semillas, fertilizantes químicos y la banca. Ahora también estamos atentas ante las empresas tecnológicas que acumulan y procesan la información para controlar una agricultura 4.0. La arquitectura jurídica de sus intervenciones se construye en espacios como la reciente Cumbre de Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas, celebrada por encargo del Foro de Davos según el modelo de «múltiples partes interesadas», en el que una corporación o una fundación mantenida con fondos de las corporaciones tiene el mismo peso que un Estado.
Enmarcando el género como «la fuerza impulsora para el cambio», en esos espacios se presentan propuestas (bajo una audiencia supuestamente democrática) como el acceso de las mujeres a la tierra y la reducción de la carga del trabajo de cuidados. Sin embargo, desde ahí no se habla de productos ultraprocesados, que reducen el trabajo de preparación a corto plazo, pero aumentan el trabajo de atención a una población enferma por el consumo excesivo de azúcares, grasas y sal. Tampoco se cuestiona el acaparamiento de tierras destinadas a la agricultura industrial, en particular para la producción de agrocombustibles. Cuando la relación entre los alimentos y las cuestiones medioambientales se orienta hacia la mercantilización y la financiarización, la captura de carbono parece una alternativa sostenible, aunque sea una forma de instrumentalizar el suelo con alto potencial de lucro para las corporaciones como el Grupo Danone y Bayer.
A su vez, en todo el mundo las mujeres agricultoras garantizan la vida y la fertilidad de los suelos y asumen la responsabilidad social de la lucha contra el hambre. En las zonas de reforma agraria, recuperan los suelos empobrecidos por el uso intensivo, la contaminación, la compactación por la maquinaria y el pisoteo animal en la agricultura extensiva. En las zonas de agricultura urbana, reconstruyen el suelo en la parte superior de los terraplenes. En la diversidad de sus cultivos se aprovechan los espacios, la luminosidad y la sinergia entre las especies.
Su colaboración con los grupos de compra colectiva, directa y responsable, las donaciones o el intercambio de alimentos y las ollas permiten acercar el campo a la ciudad y concreta la consigna de que «comer es un acto político». La agricultura que llevan a cabo está marcada por los tiempos de las relaciones entre las personas y entre estas y la naturaleza. Como nos dijo una agricultora: «Yo cuido las plantas, ellas me cuidan a mí».
En esos 25 años de construcción de la soberanía alimentaria, caminando codo a codo con La Vía Campesina y las mujeres campesinas organizadas en todo el mundo, venimos practicando un feminismo que alimenta el principio de soberanía alimentaria. Desde el feminismo, sabemos que la soberanía alimentaria exige una reorganización de la reproducción social que redistribuya la tierra, el poder y el ocio. Que se elabore mediante un intercambio de saberes, en el que la creatividad y los conocimientos de las mujeres organicen esta agenda.
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[1] Tilly e Scott son autoras de Women, work and family, publicado por Routledge, Londres, en 1989.
[2] El conuco es una práctica agrícola tradicional comunitaria o familiar de origen indígena, basada en el policultivo destinado principalmente al autoconsumo o al intercambio comunitario, aunque los excedentes de producción también pueden destinarse a los mercados populares. El conuco representa la preservación de técnicas ancestrales, alimentos originarios y, en el caso de Venezuela, la resistencia activa contra el bloqueo económico.
Miriam Nobre es agrónoma, militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil e integrante de SOF Sempreviva Organização Feminista.