En una foto tomada en 1979 en el Desfile por la Libertad Gay de San Francisco (EE.UU.), dos mujeres sostienen una pancarta en la que se lee «un día sin lesbianas es como un día sin sol». La frase nos hace sonreír por la alegría de su radicalidad. Esas mujeres parecen decir algo como: cuando las mujeres consiguen ejercer su sexualidad libremente, el mundo se ilumina. O incluso: aunque intenten ocultar las sexualidades disidentes de las mujeres, siempre estarán ahí, como la luz del sol.
En Brasil, más al sur del mundo, durante las Caminata de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de São Paulo, y en otras movilizaciones diversas, las feministas de la Marcha Mundial de las Mujeres entonan una consigna en dos versiones: “¡Soy feminista, no renuncio a la libertad de mi deseo!” y “¡Soy feminista, no renuncio al socialismo y la revolución!” Así planteábamos cómo la liberación de las mujeres, la sexualidad y la reorganización de la sociedad y la economía no son luchas que caminan por separado, sino por el contrario: avanzan mejor cuando van juntas.
Recuperar esos dos momentos de la movilización de mujeres lesbianas y bisexuales, con todas sus diferencias en el tiempo y espacio, también nos permite afirmar la necesidad de mantener viva y en movimiento la memoria sobre las luchas que a lo largo de la historia fueron suprimidas de diversas formas.
Hasta que todas seamos libres
Las luchas de las mujeres lesbianas y bisexuales se encuentran y se entremezclan con las luchas del movimiento feminista: cuando las mujeres lesbianas y bisexuales cuestionan el androcentrismo (la centralidad de los hombres) en sus vidas, todas las mujeres se fortalecen en lo que respecta a su autonomía y libertad; cuando el movimiento feminista afirma que «seguiremos en marcha hasta que todas seamos libres», eso incluye liberarse del armario, de la violencia y precariedad de la vida que imponen la discriminación y la norma heteropatriarcal.
Las mujeres lesbianas, bisexuales y transexuales (LBT) actúan en defensa de la vida de diversas formas: a través de redes de protección y cuidado, justicia para las mujeres que sufren violencia policial, denuncia de la invisibilidad que es la brecha para la explotación y la precariedad laboral. El mundo que queremos será libre de racismo, de violencia, de la obligación de ser madre (y también, por otro lado, de la discriminación de las que desean serlo), de la explotación y del control sobre las mujeres y sus cuerpos, territorios y sexualidades. La autoorganización, el enfrentamiento a la violencia machista y estatal, el conservadurismo y el autoritarismo… son algunos de los puntos de encuentro de la lucha popular feminista y las sexualidades disidentes.
Además, las mujeres LBT son sujetos políticos fundamentales para profundizar, dentro del feminismo, el rechazo a la heterosexualidad obligatoria en sus diversas expresiones. Es el rechazo a los estándares heteronormativos de belleza y comportamiento, a la formación patriarcal de las familias que inferioriza a las mujeres, el rechazo a la violencia. Es también el rechazo a todos los tabúes que el tema de la sexualidad implica, que se convierten en silencio, soledad, cosificación. Todos esos elementos, aunque a primera vista no lo parezcan, tienen una relación directa con la heteronormatividad, es decir, con la imposición de la heterosexualidad como norma. La norma heterosexual forma parte de la construcción histórica de la familia nuclear, que es uno de los pilares del capitalismo patriarcal y racista. Combatirla significa, por tanto, abrir las puertas al ejercicio de una sexualidad libre para todas las mujeres, para todas las personas.
Cuando se impone una norma como forma de control, las posibilidades se reducen en nuestro interior. Nuestros deseos, intereses, las aspiraciones y preferencias son una mezcla de nuestras subjetividades y de lo que se nos fue presentado. Pero qué restringidas son las cosas que se nos fueran presentadas… Precisamente por eso, ¿cuántas de nosotras hoy no sabemos muy bien lo que nos gusta y lo que no? ¿Qué podría gustarnos o disgustarnos si nuestra libertad no estuviera restringida y las normas no estuvieran incorporadas desde que tenemos uso de razón?
Por un mundo organizado para la vida y la libertad
«Sí, soy homófobo, y con mucho orgullo», dijo el actual presidente de Brasil Jair Bolsonaro en 2013. Ese mismo año, Vladimir Putin, presidente de Rusia, sancionó una ley que penaliza la distribución de información y propaganda sobre las relaciones sexuales «no tradicionales». En 2019, el presidente filipino Rodrigo Duterte afirmó que pasó por la «cura gay» y que cuando conoció a su primera esposa «volvió a ser un hombre» También ese año, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo en un comunicado oficial de la Casa Blanca que un proyecto de ley de protección de la diversidad «socavaría la conciencia y los derechos parentales.» A mediados de 2020, durante la pandemia, Trump eliminó la protección de las personas LGBTI en la atención médica. Y este año, en un vídeo dirigido a las juventudes de su partido, el presidente turco Recep Erdogan dijo que «no son como los jóvenes LGBT, no son los jóvenes que cometen actos de vandalismo».
En octubre de 2020, Bolsonaro dijo que «Brasil debe dejar de ser un país de maricones». ¡Ojalá fuera! El proyecto político de esos líderes conservadores ha transformado sus países en territorios de hambre, violencia, con UCI saturadas, precariedad y odio. Debemos enfrentar este proyecto de muerte que amenaza nuestras vidas y profundiza la LGBTfobia.
Gran parte de las personas LGBTI tiene trabajos especialmente precarios. Los jóvenes, cuando son abandonados por sus familias, tienen que empezar a trabajar pronto para mantenerse. Muchas mujeres lesbianas y bisexuales que no se encajan en los estándares de belleza de la feminidad sufren la dificultad de conseguir un trabajo, en un mundo en que las mujeres son controladas y valoradas por su apariencia. Se estima que el 90% de las mujeres trans y travestis brasileñas se encuentran en situación de vulnerabilidad y prostitución, sin horizontes alternativos, sufriendo diversas y cotidianas violencias.
En 2014, en Uganda, el presidente Yoweri Museveni (reelecto en 2021 con el apoyo de los Estados Unidos y bajo acusaciones de fraude e irregularidades) firmó una ley que prohíbe y criminaliza las relaciones homosexuales. Las prácticas homosexuales están prohibidas y penalizadas en diversos países de África, Asia y Oceanía, incluso muchos de ellos son aliados estratégicos de Estados Unidos en la continuidad de las guerras, el imperialismo y la explotación de los recursos naturales, ya sea bajo gobiernos republicanos o demócratas.
El modelo de explotación y precarización del trabajo es el mismo que fomenta la violencia de Estado, la violencia en el hogar, la violencia militar y racista en nuestras ciudades y en el campo. No será un Doritos con bolsa de arcoíris, ni Uber con su aplicación colorida, quien estará de nuestro lado. Según la agencia de investigación Popular Information, 25 grandes corporaciones que hacen publicidad rosa en el mes de junio apoyaron a congresistas estadounidenses contrarios a la agenda LGBTI con más de 10 millones de dólares en 2019. Walmart es una de esas corporaciones y también una de las empresas transnacionales que se beneficiaron del trabajo forzoso en la industria textil en el edificio Rana Plaza, en Bangladesh, que se desplomó en 2013 dejando más de 1.000 personas muertas, en su mayoría mujeres.
La Marcha LGBTI de São Paulo, que recibe cada año a millones de personas desde todo Brasil, es un espacio compartido por organizaciones de la sociedad civil y carros alegóricos de esas y otras empresas. Es un momento de visibilidad seguido, en los días posteriores, por casos de violencia contra personas LGBTI, con una frecuencia más intensa cada año. Tal evento político se convirtió en un momento intenso de turismo y circulación de dinero.
El hecho de que el Estado de Israel también participe en la Marcha, con su propio carro alegórico, debería generar un escándalo, considerando que es culpable de los desplazamientos forzados, la separación de familias, las muertes y la destrucción de espacios destinados a la vivienda, fe, cultura e historia que afectan a todo el pueblo palestino. ¿Acaso el Estado de Israel es «LGBTI friendly» con las palestinas lesbianas y bisexuales que luchan por la autodeterminación de sus cuerpos y territorios? No hay maquillaje posible para un Estado genocida. Esta es una prueba más de que nuestra lucha por una sexualidad libre no puede separarse del enfrentamiento al capitalismo.
Los sectores del capitalismo así también se fortalecen: usurpando nuestros símbolos, banalizando nuestras luchas. El capitalismo juega un juego dudoso: a veces abraza el conservadurismo, a veces una imagen superficial de la diversidad en la que no cabemos las trabajadoras LGBTI, explotadas precisamente por esas mismas empresas, sufriendo violaciones de derechos por parte de esos mismos gobiernos. Mientras la publicidad rosa de las empresas produce ganancias, la vida de las personas trabajadoras LGBTI sigue estando en riesgo, sigue siendo atacada, precarizada, atrapada en el miedo que sólo será deshecho cuando todas seamos libres.
Por eso, hoy la salida es popular, con una agenda antineoliberal –por la libertad de las personas, y no la del mercado que se impone. La lucha de los movimientos, integrados y en cada comunidad, es importante para abrir los horizontes de qué mundo queremos, para hacer de la solidaridad una práctica cotidiana, para articular a la gente que suele encontrar puertas cerradas y odio a su alrededor. Como dice la poeta lesbiana afroamericana Audre Lorde en su poema Una canción para muchos movimientos: «y nuestro trabajo / es ahora más importante/ que nuestro silencio».
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Helena Zelic es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil, integrante de la SOF Siempreviva Organización Feminista y poeta. Este texto es una adaptación de un artículo publicado en Brasil de Fato.