Vida y lucha de las víctimas supervivientes de la prostitución en Filipinas

26/02/2021 |

Por Capire

Capire habló con Myles Sánchez y Jean Enríquez, de la CATW-AP, sobre la violencia sexual, la guerra contra las drogas y otras luchas a las que se enfrentan las mujeres filipinas.

Women of the WMW during protests on March 8th, 2020 in the Philippines / Mulheres da MMM durante os protestos do 8 de Março de 2020 nas Filipinas / Mujeres de la MMM durante las protestas del 8 de marzo de 2020 en Filipinas / Femmes de la MMM lors des manifestations du 8 mars 2020 aux Philippines

En Bulacan, provincia de la región filipina de Luzón Central, Myles Sánchez y otras supervivientes crearon un programa comunitario con la ayuda de la Coalición contra la Trata de Mujeres (Coalition Against Trafficking in Women — CATW). En este espacio, las mujeres que sobrevivieron a la prostitución han fundado un santuario alejado de la violencia que atormenta sus vidas y donde sus hijos pueden estudiar, aprender un oficio y tener el apoyo que necesitan para construir su propia autonomía, no sólo económica sino también política. Las supervivientes utilizan lo que han aprendido en su propio proceso para ayudar y organizarse con otras mujeres. Ayudan a las que consideran hermanas en casos de violencia y ofrecen apoyo legal para sacar a las mujeres de la cárcel cuando sea necesario.

La CATW-AP (la división Asia-Pacífico de la coalición) es una red internacional de organizaciones y grupos feministas que luchan contra la violencia sexual y doméstica, especialmente la prostitución, que sufren las mujeres de de todo el planeta. En Filipinas, la coalición forma parte de la Coordinación Nacional de la Marcha Mundial de las Mujeres. Lanzada en 1988 en Nueva York, Estados Unidos, durante la Primera Conferencia Mundial contra la Trata de Mujeres, la red tiene por objetivo llamar la atención sobre el tema y atender a las mujeres y niñas víctimas de la trata de personas, la prostitución, la pornografía, el turismo sexual y la venta de mujeres para el matrimonio a través de campañas e incidencia política. Supervivientes y víctimas-supervivientes son las denominaciones, respectivamente, de las mujeres y niñas que han logrado escapar de esta realidad y de las que aún dependen de la prostitución. Reciben la ayuda de la CATW y participan en programas de formación, capacitación y desarrollo organizativo, fortalecimiento, incidencia política, investigación y documentación.

Para elaborar este artículo, Capire habló con Myles Sánchez, superviviente de la prostitución en Filipinas, y con Jean Enríquez, directora ejecutiva de la CATW-AP. «Nuestras campañas no sólo abordan la violencia sexual de todo tipo, sino también la economía, la globalización, la militarización y otras políticas. Vinculamos inequívocamente la idea de la mercantilización de la vida y la mercantilización del cuerpo de las mujeres», dice Jean sobre el trabajo de la CATW-AP.

«Cuando me curo, puedo ayudar a otros supervivientes. Nos capacitamos para convertirnos en líderes. Para nosotras, ser una referente no significa ser una persona de la política institucional. Para nosotras, significa actuar como un ejemplo para animar a las demás. Somos líderes que orientan y somos modelos para mostrar que es posible tener cambios positivos en nuestras vidas», explica Myles. Dice que una de las cosas más importantes en su trabajo con las víctimas supervivientes es escucharlas, oír sus historias. Escuchando a estas mujeres y comprendiendo sus realidades, las referentes pueden discutir cómo lograr la autonomía y superar la prostitución y otros tipos de violencia a las que están sometidas estas mujeres.

La metodología de trabajo con las víctimas-supervivientes es también lo que impulsa la acción en torno a las demandas políticas. Desde estas historias y relatos de experiencias se puede acumular y construir conocimiento y perspectivas sobre las trampas que llevan a las mujeres a la prostitución. En el punto de vista de Myles, que resuena en las historias de muchas otras víctimas-supervivientes de todo el mundo, el hecho de haber sufrido abusos sexuales por parte de su propio padre en su infancia, haber visto a su madre casarse a la fuerza después de haber sido violada por él y muchas otras situaciones llevaron su vida a este camino.

Myles explica que «nunca quiso dedicarse a la prostitución». «Ninguna de nosotras quiere ser utilizada por tantos hombres que no conocemos. Un soldado me llevó a la casa de prostitución cuando cuidaba de mis hermanos. Mis hermanas de mi organización también sufrieron abusos por parte de sus empleadores cuando eran trabajadoras domésticas. Ninguna soñaba con entrar en la prostitución, pero nos pasaron muchas cosas hasta llegar a ese lugar». Desde su perspectiva, la prostitución no es sólo una cosa a la que enfrentarse, sino una de las violaciones contra las mujeres que fundamentan sus luchas.

Escuchar a las víctimas-supervivientes también supone construir la agenda política de la organización. En cuanto a los términos utilizados para denominar la prostitución en la actualidad, la organización es categórica: no existe el «trabajo sexual» ni las «trabajadoras del sexo». Estos nombres se están convirtiendo en hegemónicos en algunos lugares, pero no se originaron ni en sus experiencias o vocabularios, explica Jean sobre la experiencia en Filipinas. «En general, escuchamos estos términos entre las financiadoras y académicas. Históricamente, los movimientos feministas hablan de la violencia contra las mujeres como una forma de violación de sus derechos, pero es importante entender que en el caso de la violencia contra las mujeres, están los que cometen la violencia y están las víctimas. Por eso el término «víctima» es muy válido».

El término «superviviente» se incluyó porque estas mujeres no siguen siendo víctimas. Cuando luchan o utilizan estrategias para sobrevivir, se convierten en supervivientes. Es entonces cuando empiezan a recuperar cierta autonomía sobre sus propias vidas. «Nos ocupamos del proceso de fortalecimiento, de sanación y recuperación. Recuperación de la vida, recuperación de los sueños y anhelos. La mayoría consigue acceder a la educación formal, algunas se vuelven maestras, otras quieren ser trabajadoras sociales. Pero casi todas se convierten en activistas, que ahora forman parte de algo que no sólo ha transformado sus propias vidas, sino que también está transformando la sociedad», dice Jean.

Las supervivientes que trabajan en el programa comunitario y con la CATW-AP están totalmente en contra de la legalización de la prostitución. Myles afirma que «para nosotras, los grupos que defienden la legalización quieren que las mujeres sean molestadas y violadas. Muchas de las personas que defienden la legalización proceden del mundo académico, con ideas postmodernas y postestructuralistas, y hablan de la prostitución como si fuera una cuestión de identidad sexual». Jean explica que esta narrativa «suele derivar de una idea muy patriarcal». «Del mismo modo, somos muy críticas con los hombres que trivializan la experiencia de la violencia sexual de las mujeres. Intentan definir la prostitución para las mujeres que viven esa realidad». Esta perspectiva se ve reforzada por la glamurización de la prostitución impulsada por el neoliberalismo.

Además de las y los académicos, las financiadoras extranjeras también determinan el discurso y muchas organizaciones no gubernamentales (ONG) sólo sobreviven con la financiación de organismos cuya visión proviene del ideario liberal. Se trata de un proceso marcado por las desigualdades entre el Norte y el Sur y por el colonialismo que promueve la ideología de que las mujeres son libres para elegir la prostitución, sin reconocer que la vida de las mujeres no puede ser más difícil, al tener que estar con los hombres cuando no quieren y sin tener los medios para cuidar de sus familias.

Comprender las vidas, las historias, las experiencias y las necesidades de estas mujeres es una forma de articular un camino para salir de la prostitución. Es importante abordar el problema, desde sus raíces, de todas las formas de violencia a las que se enfrentan las mujeres y que son patriarcales y también, en el caso de la prostitución, capitalistas, en el sentido de la concepción y la práctica neoliberales de que todas las cosas pueden convertirse en mercancías, incluidos los seres humanos. Las mujeres quieren empleos de verdad, no prostitución, y el movimiento obrero de Filipinas lo ha entendido.

«Estamos felices con la forma en que ganamos nuestro dinero hoy, con nuestro programa de sustento ecológico y feminista de comercio justo. Nosotras, que ya fuimos juzgadas. Antes, cuando veíamos a los abogados y a los policías, sentíamos vergüenza. Ahora, hablamos ante ellos. Hablamos de nuestros derechos. A nosotras deberían preguntarnos sobre la verdadera situación de la prostitución. Salgo en la televisión y afirmo que nunca soñé con caer en la prostitución, soñaba con tener una buena vida», nos cuenta Myles. En la lucha por la autonomía, las víctimas-supervivientes están de acuerdo en que la prostitución no es un trabajo de verdad, y se organizan para que se apruebe una ley contra la prostitución que no las considere como delincuentes, como ocurre hoy en día, sino como víctimas-supervivientes para las que deben formularse programas de apoyo. Los verdaderos delincuentes son los proxenetas y los clientes. «Queremos tener comunidades libres, como la que organizamos con la ayuda de CATW-AP».

El movimiento exige una ley contra la prostitución que endurezca las penas contra los que pagan por sexo. Como dice Jean, «nuestro análisis es que los principales agentes de la violencia contra las mujeres son los que utilizan sus cuerpos. En la actualidad, la ley del país castiga a los traficantes y proxenetas, pero no responsabiliza a los que pagan, una perspectiva que ignora el problema del patriarcado, según Jean. El capitalismo está relacionado con el beneficio en el sistema de prostitución. Pero la idea de que el consentimiento de la mujer se puede comprar y que el hombre tiene derecho a comprar el cuerpo de la mujer es una relación patriarcal. Por ello, las supervivientes en Filipinas quieren que se apruebe una ley contra la prostitución que precise esta lucha como política pública.

Otro problema importante al que se enfrentan las víctimas supervivientes es el consumo de drogas. «Me vi obligada a consumir drogas porque las drogas te anestesian. Te anestesia para lo que el cliente te va a hacer», dice Myles. Las mujeres son empujadas al consumo de drogas por los traficantes, que las mantienen constantemente endeudadas con ellos y lo proxenetas y las convierten en más víctimas del sistema que se beneficia de sus vidas.

El consumo de drogas ilícitas en Filipinas está por debajo de la media mundial. Sin embargo, Rodrigo Duterte, el presidente populista, conservador y derechista que asumió el máximo cargo del país en 2016, está llevando a cabo una guerra contra las drogas con la ayuda de la Policía Nacional que ya ha provocado la muerte de entre cinco y veinte mil filipinos, en su mayoría pobres de centros urbanos (las cifras difieren entre la información del gobierno y los grupos de la sociedad civil). Estas muertes aumentaron en más de un 50% en los primeros meses de la pandemia.

Cada vez más, las mujeres que ejercen la prostitución son utilizadas por la policía para llevar la droga a los clientes. Se les obliga a consumir y muchas acaban en la cárcel. Algunas son acusadas no sólo de consumir, sino también de vender estupefacientes. Además, Myles contó a Capire que desde que Duterte llegó al poder, muchas de las víctimas supervivientes han sido violadas por la policía a cambio de la vida y la libertad de sus parejas, que son acusadas, incluso sin pruebas, en esta guerra contra las drogas. «Las mujeres que ejercen la prostitución son un blanco particular. Bulacan, donde vive actualmente Myles, es en realidad una región a la que acuden las mujeres pobres de los centros urbanos. Desde 2016, la región ha registrado una de las tasas de homicidio más altas del país. Al menos 210 mujeres miembros de la CATW-AP han tenido familiares asesinados por la policía», explica Jean.

Sobre las mujeres y Duterte, Myles nos dijo que «algunas de nuestras compañeras apoyaron a Duterte, pero después de que se convirtió en presidente, sus familiares fueron asesinados y se dieron cuenta de lo malo que es. Ataca a quienes le critican, trivializa la violación. Para nosotras, supervivientes de violaciones, nos duele mucho escuchar cada discurso de Duterte normalizando la violación, exhibiendo el abuso sexual contra su empleada doméstica, todos los comentarios sexuales contra las mujeres.» Para ella y todas las mujeres organizadas en CATW-AP, si no fuera por los grupos feministas, no saben cómo estarían. «Estamos muy agradecidas. Gracias a estas mujeres y sus experiencias sabemos cómo resistir y luchar».

Traducido del portugués por Luiza Mançano.

Texto original en inglés.

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