La traducción puede ser tanto una herramienta de opresión como de resistencia. El colonialismo siempre explotó a los sujetos marginalizados como traductores e intérpretes para sus propios fines. En el territorio que pasaría a ser Brasil, a partir del siglo XVI, los europeos enviaban a los degredados (condenados por crímenes) portugueses a las comunidades indígenas para que aprendieran sus lenguas y luego actuaran como intérpretes y mediadores al servicio de los intereses de las autoridades invasoras. También secuestraban a personas indígenas –muchas de ellas mujeres– y las llevaban a países europeos para que aprendieran las lenguas y costumbres de los invasores y les ayudaran en sus ofensivas colonizadoras. En otra forma de dominación política, los jesuitas portugueses aprendieron la lengua tupí para traducir textos religiosos y catequizar a los no cristianos. Estas estrategias se utilizaron no sólo en ese país, sino en muchos otros territorios colonizados.
El movimiento de traducir mayoritariamente desde las lenguas del colonizador a las lenguas de las poblaciones violentadas y despojadas tiene el efecto de reforzar la jerarquía entre lo que vale la pena conocer y lo que hay que olvidar, entre las cosmovisiones que hay que difundir y las que hay que ignorar –y, consecuentemente, entre qué cuerpos y personas están legitimados y cuáles pueden ser subyugados. Hasta hoy esa dinámica atraviesa las producciones culturales e ideológicas, retroalimentando los cánones conformados, en su abrumadora mayoría, por hombres blancos de las élites intelectuales y económicas del Norte global. Históricamente y hasta la actualidad, lo que vale la pena leer, releer, traducir y sedimentarse como canon se limita a lo que los dueños del poder y los propietarios de los medios de producción cultural (editoriales, productoras y distribuidoras) determinan que es importante.
Por otro lado, la traducción también es una herramienta que atraviesa inevitablemente la articulación de sujetos políticos entre diferentes territorios lingüísticos en procesos de resistencia. Ya sea en los encuentros internacionales, en los medios de comunicación contrahegemónicos, en la difusión de textos y materiales políticos o en las movilizaciones, con el apoyo de la traducción (y de la interpretación –es decir, de la “traducción oral”) los actores organizados en torno a agendas comunes pueden dar visibilidad internacional a sus luchas, tener un diálogo y formular una gramática política común, promover los esfuerzos de solidaridad, compartir información, planteamientos y experiencias de lucha, confrontar la narrativa hegemónica, denunciar y fortalecer la incidencia política a nivel internacional.
En el siglo XX, la traducción de textos extranjeros brindó aportes al nacionalismo militante de los movimientos anticoloniales: entre 1955 y 1980, el autor más traducido en el mundo fue Lenin.[1] En las últimas décadas, movimientos como la Marcha Mundial de las Mujeres y La Vía Campesina son ejemplos de organizaciones que se fortalecen entre muchas voces e idiomas, construyendo estrategias políticas entre los pueblos y movimientos de todo el mundo para emprender luchas comunes contra el capitalismo, el patriarcado y el racismo en sus diferentes expresiones.
Para que cumpla ese papel, no se puede entender la traducción simplemente como la transposición de un discurso de una lengua a otra, ignorando las complejas relaciones que se establecen no solo entre los idiomas, sino también dentro de un mismo sistema político-lingüístico-cultural. Toda producción de discurso está marcada por una carga ideológica. Relaciones de poder, asimetrías, repertorios culturales y saberes acumulados atraviesan el lenguaje incluso entre personas que hablan el mismo idioma.[2] Esta tensión asume otras dimensiones complejas cuando la interacción se produce entre lenguas, y más aún entre lenguas hegemónicas y no hegemónicas, sujetos en posición de poder y sujetos marginalizados. De ahí la importancia de tomar conciencia del proceso de traducción, desde la elección de los textos a traducir, desde dónde y con qué fines, hasta los efectos de las distintas decisiones discursivas. Hay que entender la traducción como una práctica –ética y política– que recontextualiza el discurso, consciente de las tensiones existentes, pero también de sus potencialidades.
Traducción indirecta
Hay un aspecto que hace aún más delicado el reto de la traducción: cuando no se puede acceder al texto o discurso en la lengua en la que fue escrito o pronunciado, sino únicamente a través de un material ya traducido –por ejemplo, un texto traducido del árabe al portugués a partir de su versión en inglés. Eso es lo que llamamos traducción indirecta.
Al permitir el intercambio entre pueblos y culturas a nivel Sur-Sur global, por ejemplo, la traducción indirecta puede contribuir a cambiar la lógica unidireccional de la traducción colonialista, interesada en trasladar las cosmovisiones de una cultura hegemónica a una cultura subalternizada. Con el apoyo de la traducción, muchas veces indirecta, se puede acceder y construir otros diálogos dentro y fuera de las rutas de la esclavitud y el colonialismo a lo largo de la historia.
Capire
Como traductora del portal Capire, reflexionaré brevemente sobre esa experiencia de feminismo internacionalista desde la perspectiva de la práctica traductora. El proyecto nació con una necesidad intrínseca de traducción indirecta, ya que el idioma base de comunicación y trabajo del equipo actual es el portugués brasileño. Los contenidos, que vienen de mujeres que viven y actúan políticamente en todas partes del mundo, se publican simultáneamente en al menos cuatro idiomas.
Con recursos y tiempo limitados, no sería posible disponer de un equipo que abarcara todas las direcciones y pares de idiomas entre los que se habla en los territorios con los que Capire dialoga. Por ejemplo, en una entrevista realizada en inglés, serían necesarias al menos tres traductoras para traducir del inglés al español, francés y portugués. Para un contenido en turco, otras cuatro. Para los contenidos en coreano o árabe, cuatro traductoras más para cada idioma. En los proyectos que cariñosamente llamamos “la Torre de Babel”, en los que los materiales suelen tener fragmentos originales en los cuatro idiomas de trabajo de Capire (o más), ¿cuántas traductoras feministas serían necesarias para hacer viable la publicación sin recurrir a la traducción indirecta?
Solo con el apoyo de la traducción indirecta, por ejemplo, tuvimos la oportunidad de conocer la labor de las mujeres campesinas en Corea del Sur. La entrevista, realizada por el equipo brasileño, contó con la interpretación entre el coreano y el español por parte de una militante de La Vía Campesina. Sin el recurso de la traducción indirecta, no podríamos acceder a la producción poética de Al Khadra, que creó, oralmente y en lengua hasaní, poemas en defensa de la autodeterminación del pueblo saharaui. Una parte de su producción se transcribió al árabe y llegó a las lenguas occidentales a través de la traducción al inglés, idioma que sirvió de base para nuestras traducciones en Capire. ¿Cuántas personas estarían calificadas para traducir directamente del hasaní al portugués, por ejemplo?
También es a través de la triangulación entre lenguas que se fortalece el intercambio de experiencias de lucha con las mujeres árabes. La publicación de textos originalmente producidos en árabe o traducidos al árabe solo es posible gracias a la relación entre autoras, traductoras y editoras, guiada por la preocupación por la lengua misma, pero también por el vocabulario político feminista.
Entender esta práctica colectivamente nos ayuda a afrontar los desafíos de la traducción indirecta, con la atención puesta en comprender el contexto del texto “original” aunque no sea nuestra lengua de trabajo y, a la vez, reflexionar sobre las implicaciones de recontextualizarlo en otra lengua.
La traducción indirecta puede y debe ser ética, responsable, cuidadosa y consciente de las consecuencias que puede producir, pero nunca debe convertirse en un impedimento para la producción de nuevas formas de compartir saberes, cosmovisiones, experiencias, voces, proyectos y estrategias políticas, vínculos afectivos e imaginarios.
También se puede reflexionar sobre qué es el original y qué es el derivado. Los estudios feministas sobre la traducción cuestionan desde hace décadas la dicotomía de la autoría del original, entendida como masculina, activa, positiva, pura y fiel, frente a la traducción, tratada como femenina, pasiva, negativa, impura e infiel. Hay metáforas heteropatriarcales que producen y reproducen ese imaginario en expresiones como “bellas infieles” y “traducción, traición”, una retórica que sexualiza y feminiza la traducción, en una oposición que se hace eco de la existente entre el trabajo productivo (el texto original) y el reproductivo (el texto traducido).[3]
Otras metáforas comprenden la traducción como la construcción de puentes, el lugar entre culturas, la mediación, la herramienta posible para la comunicación interlingüística e intercultural. Pero también es posible situar a la traductora en un sistema más amplio que abarque las dos (o más) lenguas y culturas, antes que en un lugar “entre ellas”.[4] La traductora no es un agente externo, ajena, solo al servicio de la fidelidad o la intermediación. Tampoco es un receptáculo de la transposición de discursos. En el acto de traducir, se convierte a la vez en lectora del original, productora de la traducción y articuladora del proceso por el cual la hace posible.
La traducción indirecta posibilita la continuación de ese tortuoso camino cuando las vías directas se ven obstaculizadas por la marginación lingüística. Cuando se produce de forma colectiva, amplía ese sistema, triangula entre lenguas, salta barreras y abre caminos. Aunque en el proceso se lastime un pie, sigue viva y produce un nuevo tiempo en un espacio antes inhabitado.
Los idiomas de origen europeo, al ser resignificados por sus hablantes en los territorios colonizados a lo largo de los siglos, dejan de ser exclusivos del colonizador, son reapropiados y transformados desde diferentes formas, ritmos, tradiciones y referencias.[5] El español que hablan las mujeres de Cuba, el portugués de Mozambique y el francés de Costa de Marfil no son los mismos que se hablan en los países que colonizaron esos territorios. Aun así, hay tensiones en esas relaciones lingüísticas: la activista feminista mozambiqueña Nzira Deus, por ejemplo, señala en este artículo el problema de que se utilice sólo el portugués en los espacios públicos de toma de decisiones en algunas comunidades de Mozambique donde muchas mujeres no hablan la lengua del colonizador. Ello nos lleva a reflexionar sobre cómo esos espacios oficiales son excluyentes porque no ofrecen las herramientas necesarias para traducir, interpretar y dialogar con la gente que está en los territorios. También revela la importancia de contar con personas clave en los territorios, con militantes populares, para no dejar a nadie atrás y apoyar en el entendimiento incluso cuando no se habla la lengua oficial del país.
Un proyecto de traducción que forma parte de un proyecto político feminista anticapitalista y antirracista no puede estar limitado por visiones colonizadas sobre lo que constituye idealmente un texto o una lengua. Tampoco debe basarse en una jerarquía monolítica sobre la calidad del texto en la que la primera redacción es el “original puro”, la traducción a una segunda lengua es “infiel” y las traducciones indirectas son subproductos aún más precarios. Decidir qué y a quién traducir, a qué idiomas, con qué opciones discursivas, en qué condiciones, con qué propósitos y desde qué principios –todo ello forma parte de una política traductora que pueden ser una herramienta para hacer frente al capitalismo neoliberal global, al imperialismo y al heteropatriarcado racista y clasista. Desde esa perspectiva desarrollamos la práctica traductora en Capire.
[1] Datos de la Unesco, como señala el teórico de la traducción Lawrence Venuti en Los escándalos de la traducción.
[2] Lawrence Venuti aborda esta cuestión en La invisibilidad del traductor.
[3] La investigadora Lori Chamberlain analiza el tema en el artículo Género y la metáfora de la traducción.
[4] Planteamiento defendido por la investigadora Maria Tymoczko en La ideología y la posición del traductor: ¿en qué sentido se sitúa el traductor en el “entre” (lugar)? [Ideology and the Position of the Translator: In what Sense is a Translator “In Between”?].
[5] La traductora y teórica Denise Carrascosa elabora esta reflexión en Traducir en el Atlántico Negro – hacia una praxis teórico-política de la traducción entre literaturas afrodiaspóricas [Traduzindo no Atlântico Negro – por uma práxis teórico-política de tradução entre literaturas afrodiaspóricas].
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Aline Scátola tiene formación en periodismo y letras y es traductora desde hace más de diez años en Brasil. En los últimos años, ha colaborado como traductora junto a organizaciones y movimientos populares y colabora en Capire desde la creación del portal en 2021.