Louise Michel y las mujeres de la Comuna de París

29/05/2021 |

Por Capire

Este 29 de mayo celebramos el 191º cumpleaños de Louise Michel.

Louise Michel fue una mujer rebelde e internacionalista, feminista y anarquista, conocida por su participación en la Comuna de París. Nacida el 29 de mayo de 1830, dedicó su vida a la revolución: fue profesora, escritora, poeta y, sobre todo, una militante libertaria.  

“Sí, bárbara como fui, amaba el cañon, el olor de la pólvora y la metralla en el aire, pero por encima de todo, estaba enamorada de la revolución”, escribió en sus Memorias [Mémoires], publicadas en 1886.

Entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871, la Comuna de París demostró las posibilidades revolucionarias de la clase obrera. En ese corto periodo de tiempo, más que tomar el poder y gestionar un Estado establecido, los decretos de la Comuna de París transformaron el aparato estatal. Por ejemplo, separaron el Estado y la Iglesia y, en un proceso de afirmación de la orientación socialista de la Comuna, decretaron la posibilidad de formar cooperativas para autoorganizar el trabajo y la producción en fábricas abandonadas.

Durante la Comuna, Louise Michel contribuyó para la organización de la educación infantil, movilización y organización de las mujeres y la incorporación de las mujeres en situación de prostitución como trabajadoras en hospitales de campaña. Las mujeres, organizadas en asociaciones locales, crearon cooperativas de trabajo y actuaron en todos los frentes de la Comuna. Louise Michel formó parte de los Comités de Vigilancia de la Comuna y debatió lado a lado con los hombres las estrategias y el rumbo de la Comuna.

Louise Michel fue detenida muchas veces. En cada una de esas ocasiones, asumió la responsabilidad y autonomía de sus actos y desafió a los hombres que la acusaron. Después de la Comuna de París, fue deportada a Nueva Caledonia, territorio colonizado por Francia, y allí se unió a la resistencia de los Kanakas contra la expropiación de sus tierras por la colonia.  «Los Kanakas buscan la misma libertad por la que nosotros luchábamos en la Comuna». Fue durante ese periodo que conoció y se unió a la lucha anticolonial del pueblo argelino. De regreso a Francia y hasta el final de su vida (1905), fue militante en la construcción internacionalista de la revolución.  «Una se sentía vivir más plenamente, con la sensación de estar en su propio elemento, en medio de la intensa lucha por la libertad».

Al conocer la historia de la Comuna de París a través de las acciones y escritos de Louise Michel podemos reconocer la participación activa de miles de mujeres organizadas que   «barraron a los cañones con sus cuerpos”. Con ese sentido político, a continuación compartimos algunos fragmentos de su libro «La Comuna» [La Commune], publicado por primera vez en 1898 en francés.

Las mujeres del 1870¹

Entre los más implacables luchadores que combatieron la invasión y defendieron la República como a la aurora de la libertad las mujeres eran numerosas.

Se ha querido hacer de las mujeres una casta, y bajo la fuerza que las oprime a través de los acontecimientos, la selección está hecha; no se nos ha consultado para ello, y no tenemos que consultar a nadie. El nuevo mundo nos reunirá con la humanidad libre en la que cada ser tendrá su sitio.

[…]

Todas las sociedades de mujeres, pensando solo en la terrible hora en la que vivíamos, se incorporaron a la sociedad de socorro a las víctimas de la guerra, donde las burguesas, las esposas de aquellos miembros de la Defensa Nacional que defendían tan poco, fueron heroicas.

Lo digo sin espíritu sectario, ya que estaba más a menudo en la Patria en peligro y en el comité de vigilancia que en el comité de socorro a las víctimas de la guerra; el espíritu fue generoso y amplio, y se socorrió, incluso de manera pormenorizada, con el fin de aliviar un poco todos los sufrimientos, y con ello alentar, ahora y siempre, el compromiso de no rendirse.

Si alguien hubiera hablado de rendición delante del comité de socorro a las víctimas de la guerra, se le hubiera echado tan enérgicamente como en los clubes de Belleville o de Montmartre. Éramos las mujeres de París lo mismo que en los suburbios. Recuerdo que en la Sociedad para la Instrucción Elemental[2] donde, a la derecha del despacho, en el pequeño gabinete, tenía yo mi sitio en la caja del esqueleto, en la sociedad de socorro, era sobre un taburete, a los pies de la señora Goodchaux quien, pareciendo con su pelo blanco a una marquesa de otros tiempos, volcaba a veces, sonriendo, una gotita de agua fría sobre mis sueños.

¿Por qué era yo allí una privilegiada? No lo sabía; bien es verdad que a las mujeres les gustan las revueltas. No valemos más que los hombres, pero el poder no nos ha corrompido aún.

El hecho es que me querían y yo las quería. Cuando después del 31 de octubre fui apresada por el señor Cresson, no por haber tomado parte en una manifestación, sino por haber dicho: «¡Yo no estaba allí más que para compartir los peligros de las mujeres, ya que no reconozco al gobierno!», la señora Meurice, em nombre de la sociedad para las víctimas de la guerra, acudió a reclamarme en el mismo momento, en el que en nombre de los clubes, acudían igualmente Ferré, Avronsart y Christ.

¡Cuántas cosas intentaron las mujeres el 1871[3]! Todas, e por toda parte! ¡Todas, y por todas partes! Al principio, habíamos establecido hospitales de campaña en los fuertes, y como contra la costumbre, encontramos a la Defensa Nacional propicia a acogernos, comenzábamos ya a creer que los gobernantes estaban bien dispuesto para el combate, cuando también enviaron a los fuertes a una multitud de jóvenes totalmente inútiles, ignorantes y mentes pequeñas, que gritaban sus temores, unas y otras nos apresuramos a dimitir, buscando la manera de emplearnos más útilmente. El año pasado encontré a una de aquellas valientes enfermeras, la señora Gaspard.

Los hospitales de campaña, los comités de vigilancia o los talleres de las alcaldías donde, sobre todo en Montmartre, las señoras Poirier, Escoffon, Blin, Jarry encontraban la manera de que todas tuvieran un mismo salario.

La marmita revolucionaria donde, durante todo el asedio, la señora Lemel, de la cámara sindical de encuadernadores, impidió no sé cómo, que mucha gente muriese de hambre; lo que fue un verdadero alarde de abnegación y de inteligencia.

Las mujeres no se preguntaban si una cosa era posible, sino si era útil, y entonces lograban llevarla a cabo.

Un día, se decidió que Montmartre no tenía suficientes hospitales de campaña. Entonces, con una amiga de la sociedad de instrucción elemental, muy joven en aquella época, resolvimos fundarlo. Era Jeanne A., después la señora B. No había un céntimo, pero teníamos una idea para conseguir fondos.

Llevamos con nosotras a un Guardia Nacional, muy alto y con la fisonomía de un grabado del 93, andando delante, con la bayoneta calada. Nosotras, con unas anchas fajas rojas, llevando en la mano unas bolsas hechas para la ocasión, nos encaminamos, malencaradas, a las casas de los ricos. Comenzamos por las iglesias, el Guardia Nacional caminaba golpeando con el fusil las baldosas del pasillo central, nosotras, cada una por un lado de la nave, empezamos nuestra colecta por los sacerdotes que estaban en el altar.

A su vez las devotas, pálidas de espanto, echaban temblando sus monedas en nuestras bolsas, algunas de bastante buena gana, al ver que todos los curas daban. Luego, les tocó el tumo a algunos financieros judíos o cristianos, y por último a gente de bien: un farmacéutico de la Butte ofreció el material. El hospital estaba fundado. Una vez en la alcaldía de Montmartre nos reímos mucho con esta expedición que nadie hubiese alentado de haber hablado de ella antes de su realización.

El día en que las señoras Poirier, Blin y Excoffons vinieron a buscarme a mi clase para iniciar el comité de vigilancia de las mujeres, ha estado siempre presente en mi memoria. Era de noche, después de clase, estaban sentadas contra la pared, Excoffons con sus cabellos rubios despeinados, la madre Blin, ya anciana, con una capelina de punto, y la señora Poirier con un capuchón de indiana roja. Sin cumplidos, sin titubeos, me dijeron simplemente: “Es preciso que venga con nosotras”, y yo les contesté: —“Voy”.

[…] Se ha hablado con frecuencia de envidias entre maestras. Yo no las he experimentado. Antes de la guerra, intercambiaba clases con mi vecina más cercana, la señorita Potin, ella daba dibujo en mi casa, y yo música en la suya, llevando, unas veces la una y otras la otra, a nuestras alumnas mayores a los cursos de la calle Hautefeuille. Durante el asedio, impartió mi clase, cuando yo estaba en la prisión.

El Ejército de la Comuna — Las mujeres del 1871

[…]

Como en sueños, así pasaban los batallones de la Comuna, orgullosos, con un aire de libre rebeldía, los vengadores de Flourens; los zuavos de la Comuna, los batidores federados semejantes a los guerrilleros españoles, listos siempre a audaces empresas. Los niños perdidos, que con tanto arrojo saltaban a la vanguardia de sus compañeros de trinchera en trinchera. Y los turcos de la Comuna, los lascares de Montmartre con Gensoule, y tantos otros.

Todos estos valientes de corazón tierno, a los que Versalles llamaba bandidos, cuyas cenizas fueron aventadas y los huesos roídos por la cal viva, todos son la Comuna. ¡Son el espectro de mayo!

Los ejércitos de la Comuna también tuvieron mujeres: cantineras, camilleras, soldaderas, ahora están con los otros. Solo algunas fueron conocidas: Lachaise, la cantinera del 66, Victorine Rouchy, de los turcos de la Comuna, la cantinera de los niños perdidos, las camilleras de la Comuna: Mariani, Danguet, Fernandez, Malvina Poulain, Cartier. Las mujeres de los comités de vigilancia: Poirier, Excoffons, Blin.

Las de la Corderie y de las escuelas: Lemel, Dimitrieff, Leloup. Las que organizaban la enseñanza a la espera de la lucha em París, donde se portaron como héroes: las señoras André Leo, Jaclar, Périer, Reclus, Sapia. Todas se pueden contar entre el ejército de la Comuna, y también son legión.


[1] En el original, «Les femmes de 70». En esta edición hemos optado por fechar también el siglo, no sólo la década, para facilitar la comprensión de las lectoras en el siglo XXI.

[2] La más grande y antigua asociación laica para la enseñanza primaria, creada el 17 de junio de 1815, es decir, en vísperas de la batalla de Waterloo.

[3]  Año como se indica en el original, aunque se encuentre en el pasaje del libro sobre el año 1870, anterior a la Comuna de París.

Traducido del portugués por Luiza Mançano
Fragmentos del libro La Comuna de París, de Louise Michel, traducido y publicado por LaMalatesta editorial (2013).

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