Durante más de 10 años, el islamismo político y la ideología de la muerte inflamaron y desangraron Argelia. La sangre de los argelinos corrió en abundancia. Las mujeres han pagado un alto precio. Consideradas como botín de guerra, los terroristas islámicos las secuestraron, violaron y asesinaron, utilizando métodos inenarrables en términos de salvajismo. Las decapitaron, destriparon a las mujeres embarazadas y las quemaron vivas.
El caso de Amel es un ejemplo de ello. La asesinaron hace 25 años por oponerse al decreto de que las niñas debían ponerse el velo y dejar de trabajar y estudiar. Amel se opuso y pagó con su vida. Al igual que su propio nombre, también traía consigo la esperanza, y decidieron acabar con ella. Antes de Amel, Katia Bengana, estudiante de secundaria, fue asesinada por negarse a llevar el hiyab. Karima Belhadj fue asesinada con un disparo porque era secretaria de la Policía Nacional. Fue la primera mujer asesinada, cuando tenía 19 años. Aicha Djelid fue decapitada en presencia de sus tres hijas en condiciones atroces. Los asesinos ordenaron a las hijas que recogieran la cabeza de su madre…
Cuántas fueron, anónimas, secuestradas, violadas en grupo, decapitadas y tiradas a los pozos, entre otras cosas. El Islam político es enemigo de la vida. No lo olvidaremos, seguiremos hablando de ello mientras vivamos, para que no vuelva a ocurrir ni aquí ni en ningún otro sitio.
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Amel, asirem[1], esperanza… Mi hija, mi herida.
Mi hija, mi querida, mi pequeña, mi amor… eras mi luz, mi salud, mi felicidad, mi alegría de vivir, eras mi vida. Te voy a querer hasta el final de mis días, no puedo olvidar la fatídica noche en la que escuché la mala noticia que unos quince policías me trajeron, diciéndome que Amel había sido asesinada por unos terroristas… estos terroristas que yo personalmente califico de criminales cobardes, asesinos, monstruos…. Te quitaron la vida cuando ibas camino a la educación y el conocimiento.
Oh, Amel, incluso hoy, más de una década después, es difícil aceptar tu ausencia, tu asesinato. Te decapitaron con un cuchillo, a tu dulzura, a tu inocencia. Amabas la vida, nunca pensaste que morirías así, en tu país, con 22 años y algunos días.
Siempre me acuerdo de las frases tranquilizadoras que me decías sonriendo: «Te quiero mamá». En unos meses terminaré mis estudios, conseguiré un trabajo, me compraré un coche y te llevaré a donde quieras. Reflexionabas antes de volver a hablar: «Mamá, has sufrido mucho en la vida, pero voy a hacerte feliz…». Desgraciadamente, el destino decidió otra cosa. Moriste como una heroína, y los héroes nunca mueren.
Amel, mi querida, nunca perdoné ni olvidé. También fuiste tú quien me dijo: «Madre, los terroristas no me dan miedo. Prohíben a las niñas ir a la escuela, pero yo seguiré estudiando hasta el final». Me acuerdo de que cuando eras chiquita, te pegaba por cualquier tontería, pero nunca llorabas. Además, desde aquel día de invierno del horrible año 1997, dormías con tu padre Mokrane, que también te quería mucho. Sin duda, has heredado su valor. Has sido muy valiente.
No nos levantamos en armas para vengarte, pero nuestros testimonios, nuestras marchas, nuestra dignidad y, sobre todo, nuestros escritos, son más fuertes que tus torturadores que tiemblan y sufren. Nuestro dolor y nuestra causa no son más que la Verdad, y este régimen que nos impone la amnesia, y también sus lacayos, su pseudo-oposición y los terroristas islámicos, tienen miedo de la verdad. La verdad va a sobrevivir a ellos porque nos negamos a olvidar, nos negamos a perdonar, me niego a olvidar a mi hija Amel.
A ustedes que levantan la voz para pasar la página de la historia de Argelia ensangrentada por el terrorismo islámico, a ustedes que protegieron a sus hijos cuando los nuestros cayeron bajo los disparos de los asesinos, les digo: dejen de tender la mano a los asesinos de mi querida hija Amel, dejen de suplicar por los que me convirtieron en víctima del terrorismo y en una doliente crónica, dejen de mentir a las generaciones futuras, dejen de falsear la historia. Qué vergüenza es oír hablar de esta «reconciliación» decretada. No, me niego a poner a los terroristas, a sus padres y a sus hijos al mismo nivel que yo y mis hijos. Nunca aceptaré que el Estado justifique y declare inocentes a los asesinos, esos fundamentalistas islámicos que tienen las manos manchadas con la sangre de Amel y de 200.000 víctimas inocentes. Nunca van a poder imponerme la palabra «perdón», nunca voy a olvidar ni callar hasta que me entierren junto a mi hija Amel. Los terroristas nos enlutaron cuando queríamos vivir. No elegimos ser víctimas del terrorismo, sino que el terrorista eligió matar.
¿Qué reconciliación? Me niego a permitir que liberen a los asesinos islámicos sin que se apliquen las leyes. Qué difícil me resulta ver a los padres de los asesinos de mi hija Amel esperando que sus hijos «terroristas» regresen vivos, «victoriosos», con el indulto, la amnistía, el perdón y la absolución de sus crímenes individuales y colectivos. Esta carta es vergonzosa. Cómo mi herida sigue viva bajo la mirada de la gente que cree en esta «paz». ¿Qué paz? La paz de los cementerios.
Amel no murió en vano. Murió por un Estado de justicia y derecho que esperaba conocer algún día. Murió como los héroes de las causas justas, como los de la gran revolución, como Abane, Si El Houas, Amirouche, Ben Mhidi… por una Argelia democrática viva. Amel murió al igual que Katia Bengana y Nabila Jahnine, Matoub y Kamel Amzal, Yefsah, Tahar Djaout, Mekbel, Zinou y Saïd Tazrout… Que descansen en paz. Todos y todas ustedes pagaron el precio de la libertad y la democracia con sus vidas. Gracias a ustedes, siempre mantendremos la cabeza alta. Por ustedes, seguiremos luchando para que nadie olvide, para que nunca se olviden las víctimas del fundamentalismo islámico, para que triunfen la libertad y la democracia. Seguiremos diciendo no al olvido y a la amnistía, que son aflicciones que destruyen nuestras almas.
Me siento orgullosa de ti, Amel. Eres un mártir. Sabes, planté un árbol frutal y esperé a que floreciera y me diera sus frutos. El día que la fruta maduró, los asesinos vinieron y destruyeron todo; mi sueño, mis expectativas, mi futuro… Por su memoria, estoy librando una lucha diaria. Este Poder -al igual que los demás traidores- no puede mirarme a los ojos porque apretó las manos ensangrentadas de los monstruos que me dañaron cruelmente. Pero sigo aquí. Soy Houria; el houria, tilelli, «la libertad» que nunca conocimos.
Los años pasan rápido, tan rápido… Nawel, Anissa, Lamia y Amina siguen en duelo por ti, Amel. Moriste por una causa noble, la libertad, la democracia, la república, porque, queriendo instruirse, reivindicaste todos estos nobles ideales. Moriste, pero no fuiste la única. Hay miles de mártires en esta Argelia que sólo conoce la regresión, la negación, la arbitrariedad, las masacres y la ignorancia. Lamento que la fuerza sea más poderosa que la ley para permitir que los asesinos queden libres, que se les valore, que sean consultados por las altas autoridades y que sean cortejados por los pseudo-opositores. No importa. Llegará el día en que esta «respetabilidad» gracias al dinero empezará a apestar. Para ti, Amel, y para todos los que han pagado el alto precio que todos conocen, nunca habrá un Estado Islámico.
Amel ya lebniya, ya ayniya, ya el kabda taâi, mi vida se ha vuelto inhabitable. Ya no soy la misma madre de antes. Ya no hago las tareas domésticas. Ya no cocino los ricos platos que tanto te gustaban. No volveré a usar henna. Ya no comeré tbikha, el plato que querías probar una semana antes de ser asesinada. Ya no tengo ganas de vivir, pero no tengo otra opción. Resisto, a pesar de mi enfermedad, por ti, por tu memoria, para que tu muerte no sea en vano. Les di a ti y a tus hermanas una buena educación y eso es lo que me enorgullece.
Duerme en paz, querida Amel «esperanza». Nadie tiene derecho a perdonar en mi lugar. Exijo la verdad y que se haga justicia, que tus asesinos y los responsables del «crimen contra la humanidad» sean llevados a juicio y castigados.
Te quiero, Amel, y también quiero a tus hermanas, que están a mi lado. Me miman, pero mi corazón sigue sangrando, mi dolor está vivo y así permanecerá. Lloré por ti, lloro por ti y lloraré por ti toda mi vida.
Gloria a nuestros mártires, gloria a todas las víctimas del terrorismo.
Houria Zouani Zanoune
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La introducción de este artículo la escribió Aouicha Bekhti, militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Argelia. La carta de Houria Zouani Zanoune se encuentra en el libro Katia Bengana : la lycéenne qui a nargué l’islamisme [Katia Bengana: la estudiante que desafió el islamismo], escrito por Allas Di Tlelli y publicado en 2018.
[1] «Asirem» es la palabra bereber que significa esperanza. Hemos optado por mantener el término original como en la carta en francés.