En Pakistán, la cultura y la vida cotidiana están dominadas por la religión. Desde 1977 se produjo la islamización que condujo a la formación de la República Islámica de Pakistán. La Constitución y las leyes fueron ajustadas al Corán y a la sharia[1]. De este modo, la religión va mucho más allá de una cuestión personal o política: es la ideología del Estado y sus instituciones, son leyes que imponen una serie de barreras a la vida y autonomía de las mujeres y minorías religiosas. La criminalización y penalización institucionalizada por cargos de «blasfemia»[2] forma parte del control del Estado sobre la vida de las mujeres y representa un reto a la organización feminista y popular.
Para comprender mejor el impacto del fundamentalismo religioso en la vida de las mujeres de Pakistán, Capire entrevistó a Bushra Khaliq, directora ejecutiva de Mujeres en Lucha por el Empoderamiento (Women in Struggle for Empowerment – WISE) y representante de Asia en el Comité Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres. Lee la entrevista a continuación:
Son muchos los retos a los que se enfrentan las mujeres pakistaníes. La violencia tiene profundas raíces en la sociedad, y los movimientos feministas aún tienen un largo camino por delante. En los últimos años, los movimientos religiosos fundamentalistas están ganando terreno. ¿Podrías contextualizar la situación política y religiosa en Pakistán y cómo la llamada tercera ola de fundamentalismo religioso ha afectado a la vida de las mujeres?
La religión se ha vuelto más influyente en nuestra vida cotidiana. Es un tema cotidiano. Los derechos de las mujeres, incluyendo la movilidad, la decisión sobre el matrimonio, su propia apariencia, la sexualidad, están todos controlados por el sistema patriarcal, articulado con la religiosidad. En Pakistán, la edad mínima para casarse es de 16 años para las chicas y 18 para los chicos. No podemos reclamar nuestros documentos nacionales de identidad ni firmar contratos hasta los 18 años, pero podemos casarnos a los 16. Esa noción proviene, en gran medida, de la religión, que dice que una vez que una niña llega a la pubertad, está apta para casarse, lo que da lugar a muchos matrimonios forzados.
En todo Pakistán, las mujeres exigen que se eleve la edad mínima para el matrimonio de las niñas a los 18 años, pero la ley es muy estricta y ha sido redactada según la sharia y esa mentalidad religiosa. Los parlamentarios y otros intelectuales religiosos siempre se unen para oponerse a esa demanda. Muchas niñas se ven obligadas a casarse a los 16 años y enfrentan las consecuencias de esa unión y la violencia. En segundo lugar, hay una institución llamada Consejo de Ideología Islámica, una estructura y un comité dirigidos principalmente por hombres. Deciden las leyes, y cada vez que presentamos quejas sobre lo que sufren las mujeres y las niñas, el consejo se muestra muy resistente y rechaza nuestras demandas. Dicen que nuestras demandas son «no islámicas» y que estamos influenciadas por las agendas occidentales.
Cerca del 3% de la población de Pakistán pertenece a minorías religiosas (el 97% de la población es musulmana). La Constitución establece que todas las personas son iguales y tienen garantizados los mismos derechos, pero la práctica, en cambio, va en sentido contrario. Presenciamos incidentes de mujeres de esas minorías, entre ellas cristianas e hindúes, que a menudo son obligadas a convertirse al Islam. Las personas de esas minorías están desamparadas, porque si buscan ayuda en la policía, no se les hará justicia.
En realidad, en Pakistán, cualquier pensamiento o discusión progresista sobre la emancipación de la mujer puede convertirse en una amenaza contra la seguridad de aquellos que plantean el tema.
¿Cómo se relaciona esta situación política y religiosa con las políticas económicas?
En cuanto a la relación de esta mentalidad con la construcción de la autonomía económica de las mujeres en nuestro país, vemos que estamos en la posición más baja. Nuestra participación en la población activa sólo alcanza el 23%. Esto se debe a que el concepto que asumen los hombres es lo siguiente: que la mujer debe ocuparse de la casa y de los hijos. No se considera que salir sea bueno para ellas. El cuerpo, las elecciones, el concepto de desarrollo de las mujeres está dirigido y controlado por los hombres de la familia. El patriarcado regula nuestras vidas. Nuestro movimiento y movilidad están restringidos y la mayoría de las veces no estamos seguras cuando salimos de casa. Cuando una mujer sale, puede ser acosada, humillada, violada, irrespetada.
Además, la situación económica y social de las mujeres se ve afectada por esa mentalidad. Aquí tenemos las leyes de la herencia. Entre hermanos, el hijo recibirá una herencia dos veces mayor que las hijas. La parcela que recibimos de los ahorros de nuestros padres se reparte en base a la discriminación. Este tipo de recurso podría ayudar a las mujeres a mejorar su condición económica. Pero acá la mayoría de los hermanos y padres establece formas de privar a sus hijas de la herencia.
Vemos que solo un pequeño número de mujeres trabaja y participa en la vida pública. Hay buenos ejemplos de más mujeres que se convierten en empresarias, que buscan nuevas profesiones, pero todavía vemos que la mayoría se ve obligada a quedarse en casa haciendo trabajos de cuidados no remunerados. Este es el ciclo de comprensión y prácticas que nos hace más vulnerables y menos activas económicamente.
¿Cómo es la situación en otros países de Asia del Sur? ¿Esos son elementos comunes?
India, Pakistán, Bangladesh y Afganistán están en Asia del Sur. La mayoría de los problemas son comunes a todos los países de la región. En la India hay raíces patriarcales que afectan la vida cotidiana de las mujeres, sin embargo, por otro lado, se separan el Estado y la religión. Vemos que hay una intensa movilización social. Las mujeres salen a las calles en estas estupendas movilizaciones sociales, rompiendo barreras y el silencio. Las mujeres y los hombres agricultores enfrentan las leyes favorables al agronegocio. Al principio, millones de agricultores salieron a las calles para protestar, pero más tarde miles y miles de agricultoras también salieron a las calles, protestando y creando una nueva historia de resistencia. Pese a todas las dificultades, hay mujeres estupendas y valientes que también luchan contra la mentalidad religiosa y patriarcal.
En Afganistán, las mujeres llevan 40 años sufriendo la injerencia hegemónica de Estados Unidos en nombre del desarrollo, la yihad[3] y la guerra contra el terrorismo. Los derechos de las mujeres no son una prioridad. Se cometen muchos delitos y actos de violencia contra las mujeres afganas, no sólo en el hogar, sino en el parlamento, en la calle. El terrorismo y el extremismo son uno de los problemas, pero el modo como se destruye la vida de las mujeres es también un gran problema y un desafío.
Del mismo modo, en Bangladesh, la religión tiene un gran impacto en la vida de las personas. En la última década, vemos un avance en el país. Proponen leyes progresistas y se integran a las mujeres en las actividades económicas. Muchas mujeres comienzan hoy a participar en la vida pública, aunque sean oprimidas en la vida privada. Sin embargo, la pobreza y otros problemas sociales siguen existiendo.
Si tienes una opinión divergente sobre esos temas, eres más vulnerable en esos sitios. Por supuesto, acá enfrentamos una multiplicidad de estratos de la agenda patriarcal, religiosa y capitalista, pero junto a eso vemos que los movimientos feministas y populares son liderados de una forma magnífica en todos esos países. Nos da fuerza y esperanza de una vida digna, derechos básicos, poder de decisión sobre nuestra propia sexualidad, nuestros cuerpos y nuestras elecciones.
¿Cuáles son las estrategias de las mujeres para defenderse de este fundamentalismo religioso?
Tengo que hablarles de la reciente ola feminista en Pakistán, que es más inclusiva en lo que se refiere a las propias mujeres. Los temas que destacamos nunca han sido debatidos en la esfera pública. La primera ola de feminismo surgió hace unos 60 o 70 años, cuando las mujeres empezaron a luchar por la participación en la vida pública y comenzaron a implicarse en labores filantrópicas. Comenzó con mujeres de grandes familias adineradas que venían de un entorno político.
Desde la islamización [que comenzó bajo el régimen militar entre 1977 y 1986], las mujeres de Pakistán impusieron una enorme resistencia. Las personas progresistas manifestaron su resistencia y podemos decir que esa fue la segunda ola del feminismo acá. Desafiaron las leyes islámicas, que tenían un sesgo negativo contra los derechos de las mujeres y afectaban su vida económica, política y social. Por un lado, nos enfrentábamos a la dictadura militar y, por otro, a la mentalidad religiosa de los partidos políticos. El gran movimiento de resistencia liderado por las mujeres desafió las leyes, prácticas y conceptos negativos e institucionalizados.
La tercera ola consiste en una protesta contra la opresión social, la violación, el patriarcado, el capitalismo y la violencia contra las mujeres. Estudiantes, profesionales, personas trans y gente que trabaja en organizaciones no gubernamentales se unieron al movimiento y plantearon sus propios temas relacionados con las privaciones económicas a las que se enfrentaban. Se cuestionaba el sistema capitalista y los debates sobre la igualdad cobraban cada vez más fuerza. Fue en esa época que empezaron a surgir organizaciones sociales y las ONG, por lo que surgieron muchas voces procedentes de distintos rincones.
Hoy, desde hace cuatro o cinco años, las personas trans y no binarias, las mujeres con discapacidad, las mujeres con baja formación, trabajadoras rurales, obreras, mujeres comunes, intelectuales, están todas juntas en el liderazgo bajo la consigna “Aurat march”, una expresión urdu que significa «las mujeres marchan». Las mujeres protestan y denuncian la cultura de la violación, la dominación masculina en los hogares, en las calles, en el trabajo. Denunciamos el acoso sexual y exigimos respeto y dignidad para todas las personas.
No podemos decir esas palabras en público, pero en la colectividad, las mujeres están juntas. Esta unidad es la mejor estrategia para denunciar esta violencia y combatir esas fuerzas.
Hemos avanzado a pesar de que todos los años, en el Día Internacional de Lucha de las Mujeres, los fanáticos religiosos y los extremistas arman un gran alboroto y atacan a las mujeres y las niñas. Este año, la ley contra la blasfemia estaba en votación y eso dio un propósito a las mujeres del país. Están en las calles, planteando temas difíciles que nunca antes habían sido discutidos en la esfera pública, como la violación, la violencia sexual, las cuestiones reproductivas y la religión forzada, y se les acusa en base a las leyes contra la blasfemia. Así es posible ver cómo se puede emplear el mal uso de la religión para silenciar las voces de las mujeres.
[1] La sharia es la ley islámica, basada en el Corán y los hadices, textos complementarios de esa fe. Se adopta en varios países de mayoría musulmana.
[2] Heredadas de los británicos e implantadas en la década de 1980, las leyes contra la blasfemia en Pakistán castigan a quienes insultan al Islam. Se sabe que hay abusos de esta legislación para castigar a quienes luchan por sus derechos y por la libertad de expresión, incluidos hombres, mujeres, escritores y escritoras, periodistas y minorías religiosas.
[3] Yihad es un término árabe que significa compromiso, lucha, esfuerzo. También es uno de los conceptos del Islam, que incluye los deberes religiosos para el mantenimiento y la difusión de la fe. El término suele ser utilizado por grupos extremistas para referirse a la defensa armada y al combate religioso contra los «infieles» o no musulmanes.