El texto presentado a continuación es un fragmento de la publicación Juntas y revueltas: explorando territorios da economía feminista, producida colectivamente por la SOF, organización feminista que forma parte de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil, y la Colectiva XXK – Feminismos, pensamiento y acción, un proyecto con sede en Euskal Herria. Esas dos organizaciones comparten la visión de que la economía feminista es una propuesta política que articula contenidos (conceptos, análisis, agenda) y sujetos políticos.
En esta publicación se recupera el lenguaje común que orienta tal propuesta política, a partir de conceptos como sostenibilidad de la vida y conflicto capital-vida, y se propone entrelazar análisis y luchas en torno al cuerpo, el tiempo y los territorios. Investigando las continuidades y discontinuidades entre el sur y el norte, se examinan dos fenómenos fundamentales de la rearticulación del sistema a nivel mundial: la reconcentración de las relaciones socioeconómicas en los hogares y la digitalización.
Juntas y revueltas se publica en archivo digital y está disponible gratuitamente en español, portugués, inglés y alemán.
El fragmento presentado a continuación plantea la cuestión del conflicto capital-vida y nos invita a leer y participar en este esfuerzo colectivo por comprender el mundo y transformarlo desde la economía feminista.
Conflicto capital-vida
Mientras que el concepto de sostenibilidad de la vida es una lente y tiene una traducción directa en clave de apuesta política, la noción del conflicto capital-vida es más bien diagnóstica, nos sirve para denunciar el sistema que nos es impuesto y que, en distintos grados, también (re)construimos. Más allá de ser un concepto, es un marco que permite organizar las luchas y alianzas desde diferentes sujetos políticos en resistencia.
Entendemos que el conflicto capital-vida es el conflicto estructural e irresoluble que caracteriza el sistema de dominación múltiple (la “cosa escandalosa”) que habitamos. Intentamos desarrollar una visión compleja de este sistema biocida, entendiendo que se trata de un sistema socioeconómico que jerarquiza las vidas de manera interseccional. Frente una mirada plana y binaria que contrapone “capital” (¿que no se asienta en ningún cuerpo?) y “vida” (¿algo puro e inmaculado que flota en el vacío?) intentamos comprender la complejidad de las relaciones sociales de privilegio/opresión que se activan cuando combatimos el capitalismo racista y heteropatriarcal.
Queremos “poner rostro al capital”, desvelar cuáles son las pocas vidas que, para y en este sistema, “valen” mucho, y conocer sus condiciones materiales y subjetivas de existencia. Encontramos aquí al sujeto en quien convergen los ejes de desigualdad en su clave de privilegio, quien domina el proceso de acumulación de capital. Es el BBVAh que detenta el poder corporativo: el blanco, burgués, varón, asfaltado y heterosexual.
Los BBVAh son cada vez menos, en el marco de un disputado proceso de concentración de capitales. El conflicto capital-vida surge porque la forma de cubrir sus aspiraciones vitales es a través de la acumulación, despojando las vidas ajenas y la vida del planeta, convirtiendo los modos de reproducción de la vida colectiva en modos privados de “producción” de capital.
Frente a esas pocas vidas que “valen mucho”, se sitúa el grueso de las personas que, expropiadas de los medios de reproducción, son valiosas en la medida en que están al servicio de ese sujeto privilegiado, al que son útiles en diversas claves: como trabajadoras remuneradas o no remuneradas, como consumidoras, como cuerpos deseables… Sus condiciones de vida son muy desiguales y dependen de elementos como su poder adquisitivo o el valor mercantil de su trabajo y, en términos más amplios, de su posición en el sistema de dominación múltiple (el capitalismo racista y heteropatriarcal).
Dentro de este grueso de vidas se abre un margen para el ejercicio relativo del privilegio y para el establecimiento de relaciones de servidumbre entre sí. Cuanto mayor sea la proximidad a los circuitos de acumulación, menor responsabilidad tienen en la realización de los trabajos invisibilizados de sostenimiento de la vida y menor es su nivel de explotación. Pero el cerco se va estrechando.
Los ataques permanentes a las condiciones de vida han significado el fin del horizonte del trabajo con derechos y por eso miramos la situación de las mujeres negras como el referente que el capital quiere generalizar. Su situación de precariedad e informalidad en el trabajo hoy llega a ser la situación mayoritaria del mercado laboral en Brasil. La normalización de la informalidad aparece reforzada por el discurso del “emprendimiento” y esa transformación de cada persona en “capital humano”
.¿Cuáles son los hilos de (dis)continuidad con terri-torios del norte global como Euskal Herria y el Estado español? ¿Qué condiciones de vida y trabajo tienen las empleadas de hogar, un sector donde cada vez más mi-grantes internacionales se suman a las mujeres de las clases populares? ¿Cómo desaparece la población cam-pesina? ¿Qué impactos tiene la uberización del empleo?
En términos amplios, entendemos que la precariedad en la vida es el nuevo régimen de existencia para las mayorías sociales, aunque repartida de manera radical-mente desigual. Esta expansión e intensificación de la precariedad deriva en una percepción intensificada de pérdida de control sobre nuestras vidas, que coacciona las posibilidades de acción de los sujetos políticos. El miedo puede ser un poderoso factor de disciplinamiento.
En este proceso de jerarquización multidimensional y compleja, hay otra serie de vidas cuyo “valor” para el sistema es precisamente la muerte. La necropolítica se torna esencial para el sistema. Son vidas cuya desa-parición es “valiosa” tanto en clave instrumental (su desaparición es útil al proceso de acumulación, como pueden ser comunidades indígenas que se oponen al extractivismo) como en términos expresivos (como puede ser el caso de la violencia heteropatriarcal que permite expresar el mensaje de quien domina la vida, de quien posee las vidas ajenas). Finalmente, hay vidas que para el sistema son propiamente “desechos humanos”: quienes no tienen “valor” ni a través de la muerte. Podríamos entender en esta clave las muertes en las fronteras de Europa. No se trata tanto de que la muerte de personas migrantes y refugiadas sea provechosa. Es simplemente que sus vidas no “valen” nada para el sistema y no hay donde arrojarlas.
En una lectura del sistema desde esta óptica de desigualdad compleja y multidimensional, vemos que hay una injusticia en la distribución de recursos con los que sostener la vida, pero también existe la injusticia en el reconocimiento de cuáles son las vidas que merecen ser sostenidas. Podemos pensar que el capitalismo dota de materialidad a esta jerarquización de las vidas, mientras que hay otras relaciones sociales de privilegio/opresión (racistas y heteropatriarcales) que dotan de “valor” desigual a las vidas diversas. Volveríamos entonces al planteamiento de las marxistas feministas de hace décadas, según las cuales el capitalismo es un “sistema de puestos vacantes”: da materialidad a la desigualdad en el reparto de recursos, tiempos, trabajos, etc., pero no define quién ocupa los diversos puestos.
Nos interesa entender los mecanismos concretos que se usan para la jerarquización y el despojo. Entre ellos se encuentra el proceso de disciplinamiento del cuerpo para el trabajo, que vuelve a las personas, así como la naturaleza, en medios para la acumulación. Lo mismo ocurre con la propiedad privada, en general, y en dimensiones concretas como la propiedad de la tierra (disputada con violencia) y la propiedad intelectual (con todas sus implicaciones para la salud, el conocimiento, las patentes de procesos vitales, etc.). También nos interesa conocer los mecanismos para asignar valor (de cambio) y precio. Entenderlos es muy relevante, porque aparecerán de nuevo en nuestros intentos de puesta en marcha de circuitos alternativos de sostenimiento de la vida.
Bajo esta óptica, el conflicto capital-vida se convierte en el problema que es simultáneamente común y desigual. Es común, por un lado, porque implica la destrucción del planeta sin el cual nadie podría vivir. Y es común porque destruye la vida colectiva. Pero es desigual porque los ataques sobre las vidas concretas son radicalmente desiguales: desde la muerte por desecho y la muerte útil a los niveles radicalmente desiguales de precariedad.
Políticamente, la apuesta no pasa por quitarnos el velo de ceguera y por que todas las personas nos demos cuenta de que el capital nos explota. Podemos apelar a “la clase trabajadora”, “las mujeres”, “los pueblos del sur”, “el pueblo” o cualquier otro sujeto colectivo al que nos resulte más cercano invocar, pero sabiendo que tenemos que crear ese sujeto político y que, para hacerlo, hay que abordar ese conflicto en las situaciones donde se materializa la forma desigual en que nos afecta.
¿Cómo nos impacta desigualmente el acaparamiento global de tierras?, ¿y la especulación con la vivienda? ¿Qué proponemos hacer con el empleo de hogar, un tra-bajo donde se evidencian con fuerza las desigualdades entre las mujeres? Construimos fuerza política dando respuestas situadas a estas preguntas, entendiendo que la alimentación, la vivienda o los cuidados son territo-rios donde se expresa ese conflicto capital-vida que nos une y nos divide.
Un elemento fundamental que considerar son las formas políticas que toma el conflicto, especialmente en estos tiempos de proliferación de Gobiernos de extrema derecha. El autoritarismo (global) del mercado y del poder corporativo, en diversos territorios, como Brasil, se concreta en un rompimiento con las mínimas apariencias democráticas. Hay un consenso del mercado en ese proyecto hegemonizado por la extrema derecha: hacer avanzar las privatizaciones, ampliar el rol de las corporaciones bajo las modalidades de privatización de funciones del Estado y el solapamiento de su sentido público, y como referencias de promoción del bienestar con su hipocresía corporativa. ¿El hecho de que la ex-trema derecha no ocupe esos lugares de poder político tan explícitos supone algún tipo de salvaguarda frente al autoritarismo de mercado en un contexto global de cercamiento de las condiciones de vida?
La mirada del ambientalismo de mercado libre, que convierte la naturaleza en prestadora de servicios que se “conserva” con programas de financiarización y que entiende que los derechos de propiedad privada y la responsabilidad civil son las mejores herramientas para preservar la salud y la sostenibilidad del medio ambiente, demuestra la complejidad de la cuestión.