La discriminación basada en la sexualidad, el color de la piel, la etnia, las creencias y el entorno social es un obstáculo importante tanto para el conocimiento como para la producción de conocimiento, así como para las perspectivas científicas y de género y para las normas de pensamiento crítico. Los yazidíes, pueblo nativo de las regiones del norte del territorio kurdo[1], han enfrentado todos los días al firman – nombre que le han dado a los violentos ataques y persecuciones sufridos en su comunidad. El feminicidio de mujeres yazidíes se basa en un código de discriminación que atraviesa las estructuras coloniales y poscoloniales que aún existen, lo que deja en claro lo importante que es analizar el tema de manera crítica.
¿Qué es el feminicidio?
El término “feminicidio” fue utilizado por primera vez en Gran Bretaña en 1801, con el significado de matar a una mujer. A finales del siglo 20, el feminicidio se redefinió como “asesinatos misóginos de mujeres cometidos por hombres”. Luego, el término fue adoptado por movimientos feministas y organizaciones oficiales, volviéndose popular en los Estados Unidos y en muchas partes del mundo. El feminicidio es el asesinato de mujeres basado en la discriminación de género y ocurre todos los días en todas partes del mundo. Siempre ha existido, pero ha ido aumentando en intensidad y visibilidad a medida que se afianza la lucha de las mujeres por la igualdad. Los feminicidios en general se originan en las normas no escritas y en las costumbres de la sociedad. Por lo tanto, estas normas que se basan en costumbres y generalmente son determinadas por legisladores hombres, siempre han sido, a todos los efectos, leyes o firmans que condenan a las mujeres a muerte. El patriarcado, que excluye a las mujeres de todos los ámbitos de la vida social, y las tradiciones y costumbres que lo nutren, fortalecen y refuerzan, son el punto de partida del feminicidio.
La mujer fue puesta en el papel predeterminado de esclava obediente, responsable de las tareas domésticas y sin calificaciones. Si bien conservó el papel de transmitir conocimientos culturales, ella se vio privada de todos sus privilegios sociales. Es precisamente esta noción de privación la causa y el resultado del feminicidio, que continúa sucediendo de diversas maneras. Esta práctica periódicamente ha tomado la forma de caza de brujas, de violación de mujeres durante la guerra de Bosnia, del secuestro y venta de mujeres yazidíes en mercados de esclavos, de privación de su identidad o de rapto de mujeres kurdas a países árabes como botines de guerra después de la Operación Anfal en Irak.
Las mujeres sabias de la Edad Media fueron víctimas de todas esas prácticas, pero esto sigue sucediendo en nuestra región según las normas de la época moderna. En un principio, las mujeres fueron quemadas vivas, llevadas a la guillotina y sometidas a todo tipo de torturas, abusos sexuales y violaciones en los tribunales de la Inquisición. Ahora están tratando de obligar a las mujeres a someterse, están tratando de dominar sus mentes y silenciarlas. Están tratando de crear mujeres sin alma, esclavas y obedientes, sin identidad propia, para que no haya mujeres resistentes, sabias y fuertes.
Mecanismos del patriarcado actual para debilitarnos
Al identificar a las mujeres como personas indefensas, se les determinó una identidad que siempre debe definirse con referencia a un tercero. De esta manera, la mujer es la esposa, la hermana o la madre de alguien. La privación del sentido de pertenencia de una mujer, la política devastadora que descompone la totalidad del espíritu y el cuerpo de la mujer, incluso poniendo en riesgo su propia existencia, se han practicado constantemente hasta el día de hoy. La discriminación de género y la creciente normalización del abuso sexual y el asesinato de mujeres es una evidencia significativa de que el feminicidio se está convirtiendo en algo corriente.
Las actuales constituciones de los Estados, así como su “falta de principios” sobre igualdad y libertad normalizan el feminicidio. Innumerables casos individuales y colectivos que muestran que las mujeres son las primeras en ser atacadas durante los conflictos o guerras demuestran que las mujeres son consideradas propiedad de los hombres. Las mujeres son atacadas como si no fueran más que las posesiones del mundo masculino y se mantienen cautivas como botines de guerra.
Los tiempos de conflicto tienden a exacerbar las tensiones sociales existentes, abrir heridas y agravar las injusticias. Así, gran parte del arduo trabajo, desde curar heridas hasta mantener a la familia, recae sobre los hombros de las mujeres. Para comprender, englobar y desarrollar propuestas que resuelvan estos problemas, es necesario abordar el privilegio del poder, de la fuerza y de la administración en términos tanto de cultura global como local, ya que es imposible acabar con el desencadenamiento de hechos que fortalecen el patriarcado sin descifrar los códigos sobre los que se establecen las normas sociales.
La imposición de ciertos elementos culturales a las mujeres como resultado de costumbres y tradiciones obsoletos las somete a una posición similar a la de la esclavitud poscolonial, imposiciones a menudo reforzadas por referencias a mandamientos morales y religiosos. Que estas presiones se incrementen especialmente en momentos en que las mujeres demandan cada vez más libertad, igualdad y autonomía no es casualidad. Parece poco probable que la masacre en curso pueda detenerse sin una comprensión y una oposición clara a estas formas de opresión social que conducen al feminicidio.
Las víctimas más afectadas de la guerra en Bosnia y Herzegovina (1992-1995) fueron, sin duda, los niños indefensos y las mujeres. Esta guerra ha pasado a la historia como una guerra en la que aproximadamente 310.000 civiles murieron, millones de personas se convirtieron en refugiados, decenas de miles de mujeres fueron violadas, civiles murieron de hambre en campos de concentración o fueron asesinados en masa. Muchas mujeres fueron abusadas sexualmente y violadas durante la guerra y no pudieron contarle a nadie por lo que pasaron por temor a ser estigmatizadas en la sociedad.
Algo común a todos estos casos, ya sean mujeres kurdas secuestradas durante la masacre de Anfal de 1988, víctimas de la guerra de Bosnia o el trato inhumano de mujeres y niños yazidíes secuestrados por la mafia salafista – cuyos miembros se llaman a sí mismos soldados de Dios – es que son resultado de proyectos globales implementados localmente.
Las mujeres yazidíes luchan por una vida libre de violencia
En el primer cuarto del siglo 21, se produjo un genocidio masivo en nuestra región. Debemos dejar claro que algunos pueblos de esta región también participaron en este genocidio. No podemos entender cómo pudo suceder un evento tan espantoso y terrible, pero no queremos darle la espalda. Aunque la masacre llevada a cabo por ISIS en agosto de 2014 estuvo principalmente dirigida a la comunidad yazidí, el feminicidio fue claramente parte de su objetivo. El destino de muchas mujeres secuestradas, encarceladas, abusadas, violadas y vendidas en los mercados de esclavos ante los ojos del mundo, sigue desconocido.
Los hechos de Shingal/Sinjar nos mostraron una vez más que las estructuras patriarcales tienen como punto de partida eliminar las comunidades igualitarias y libertarias. Si bien clasificamos el feminicidio de mujeres yazidíes como genocidio, es parte del feminicidio que ha tenido lugar a lo largo de la historia. Pero también podemos decir que el feminicidio de mujeres yazidíes, en su forma más severa dentro del genocidio del pueblo yazidí, también allanó el terreno para la autorreflexión y la organización de las mujeres. Cada masacre es también una extensión de la discriminación de género y del arte de matar del mundo patriarcal.
Es necesario entender que tanto los movimientos mundiales como los movimientos regionales de mujeres solo comprenderán y podrán evaluar el problema cuando esta verdad salga a la luz. Es necesario comprender la analogía de esta masacre que allí tuvo lugar y que continúa hoy en día para reconocer la lucha de las mujeres por justicia y democracia y para tomar una posición activa en ella. A medida que la lucha de las mujeres por la igualdad crece día a día, se arraiga y se fortalece, algunos círculos que se sienten incómodos con ella comienzan a hacer más ruido.
Las políticas contra el feminicidio en el mundo, especialmente en Irán, Turquía y el mundo árabe, deben haber molestado mucho a los círculos conservadores de derecha y fanáticos que miran con nostalgia el período salafista, dado el rápido surgimiento y crecimiento del movimiento extremista y sectario de ISIS. La Conferencia Internacional de Mujeres Yazidíes, realizada en Alemania en marzo de 2017, destacó la necesidad de llevar a cabo luchas internacionales efectivas para liberar a las mujeres yazidíes encarceladas por ISIS y decidió definir el 3 de agosto como el Día Internacional de Acción contra el Femicidio y el Genocidio. Aunque el Parlamento Europeo ha reconocido el genocidio y las instituciones internacionales han elaborado informes que sitúan la masacre en el contexto de “crímenes de lesa humanidad”, el gobierno turco ni siquiera ha reconocido el genocidio, y mucho menos ha condenado la masacre de Shingal hasta el momento.
Hoy, en Turquía, un círculo de fanáticos religiosos, partidarios del gobierno patriarcal y del fanatismo de derecha y religioso, está produciendo nuevas justificaciones para el feminicidio basadas en referencias religiosas conforme el feminicidio y las reacciones al mismo aumentan. Se necesita más que nunca un paradigma de conciencia social y resistencia basada en principios contra estos peligros y otros similares. Como mujeres, una vez más les recordamos a todos la necesidad de declarar el 3 de agosto como nuestro día internacional de luchas. La resistencia de las mujeres en Shingal ha inspirado a mujeres de todo el mundo. En el idioma Şingal, las mujeres son jin, que significa vida. Nadie puede jamás matar la vida.
La solidaridad y la organización de las mujeres deben aumentar, deben establecerse iniciativas y desarrollarse métodos de lucha contra la dominación patriarcal. Necesitamos pensar globalmente y tomar acciones concretas a nivel local. Las situaciones que se desarrollan en otros países deben ser monitoreadas con atención. La solidaridad y las luchas en común deben universalizarse, porque el feminicidio ocurre como consecuencia del sistema global de opresión, a escala universal.
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Hacer Özdemir es una militante feminista de la Marcha Mundial de las Mujeres en Kurdistán.
[1] Kurdistán es una región histórico-cultural en el Medio Oriente que comprende partes de Turquía, Irán, Siria e Irak. La mayor parte de la población yazidí vive hoy en territorios en disputa en el norte de Irak.