Es necesario reconocer que la lógica voluntarista del desarrollo en los diferentes países árabes, que ya existe hace décadas, aunque a diferentes niveles, ha permitido mejorar la situación de las mujeres de forma tangible. El acceso de las mujeres a la escolarización y al empleo, aunado a la urbanización y la mejoría del nivel de vida, especialmente en las zonas urbanas, contribuyó para su promoción, pero también, de modo más general, para transformaciones sociales, como el aumento de la edad para contraer matrimonio, la reducción de la tasa de natalidad, la nuclearización de las familias etc. Las mujeres emergieron como actrices-clave del desarrollo y como un factor de transformación social, aunque esas dinámicas continúen siendo contrariadas por reglas y normas sociales conservadoras.
Una de las fuerzas motrices por detrás de las recientes revueltas en el norte de África y en Medio Oriente ha sido y sigue siendo el deseo de acceder a una ciudadanía plena. Esa búsqueda por la ciudadanía engloba una serie de exigencias que son indisociables de las experiencias de opresión de las poblaciones involucradas. Esas revueltas populares estuvieron marcadas por una presencia masiva de mujeres que no son necesariamente todas feministas, ¡ni mucho menos! A ejemplo del “¡dégage!” tunecino o egipcio, o del Movimiento 20 de febrero en Marruecos[1], las movilizaciones en cuestión se explican, en primer lugar, por la precariedad de las condiciones socioeconómicas (principalmente la pobreza y el desempleo) y políticas (ausencia de libertades públicas), dos dimensiones fundamentales de la ciudadanía.
Otra explicación es que el elemento determinante de esas fuerzas movilizadoras es, antes de todo, su transformación en una lucha por la dignidad. En esa perspectiva, cuanto más se exacerba ese objetivo de fuerte carga emocional, más amplia promete ser la movilización, ya que ofrece a todos la posibilidad de encontrarse en las reivindicaciones. Como la dignidad va de la mano con los ideales democráticos de libertad y de igualdad de derechos, no es sorprendente que las militantes feministas y las mujeres “comunes” hayan aprovechado la oportunidad para denunciar las discriminaciones contra ellas, ilustrando la opresión social y la falta de igualdad que sufren por medio de la energía con que se lanzan a la batalla política.
A pesar de algunos avances obtenidos en ciertos Estados (como la igualdad consagrada en la nueva Constitución de Túnez y de Marruecos), las llamadas “revueltas árabes” no cumplieron sus promesas, sobre todo las de reequilibrio de las relaciones de poder entre hombres y mujeres. De hecho, incluso en el auge de las protestas, esas revueltas permanecieron en su mayoría ciegas a la desigualdad de género y a la violencia contra las mujeres. Más grave aún: varias de ellas se volvieron escenario para la violencia sexual. Sin embargo, antes de eso, nos pareció importante focalizar el fenómeno de la instrumentalización de las mujeres trabajadoras, tanto en círculos seculares como religiosos, mientras la distancia entre el derecho a la igualdad y su aplicación en la vida real no paró de crecer.
Además, las reformas en curso están enfrentando situaciones paradójicas: la dualidad de las normas jurídicas – en parte de inspiración religiosa – y de los modernos códigos de familia, que una vez más representan la distancia entre los sistemas legales y la realidad social, lo que conduce a un dualismo en el estado jurídico de las mujeres, dependiendo de si ellas están inscritas en la vida pública o privada.
La presencia de partidos con referentes religiosos en el poder en un gran número de países pone en cuestionamiento la relación entre la democracia y las mujeres. Además, en el contexto actual de la globalización, los regímenes políticos en esa parte del mundo buscan ofrecer “promesas” de buena voluntad a los donantes de fondos internacionales y a la opinión internacional, cambiando ciertas políticas públicas relacionadas con temas de gran visibilidad en nivel internacional. Así, asumir el problema de la condición femenina permite a los Estados posicionarse en relación a la implantación internacional de los derechos humanos para que ellos se presenten como regímenes “modernistas”. Ese mismo argumento hace de la igualdad de géneros en una condición indispensable para el desarrollo y el buen funcionamiento de los sistemas políticos y económicos, una condición que se reafirma constantemente en varias publicaciones de instituciones internacionales (como el Informe del Banco Mundial).
Diez años después, el resultado dista mucho de lo satisfactorio. Las desigualdades persisten de manera llamativa en la representación política, en el acceso a los recursos y en el trabajo digno, y la pobreza afecta particularmente a las mujeres provenientes de las clases trabajadoras (urbanas, semiurbanas o rurales). Las mujeres, estamos convencidas de que las decisiones se toman sin nuestra presencia o excluyéndonos. Seguimos organizándonos y resistiendo, e iniciando cambios a favor de las mujeres y de los movimientos sociales.
Si la “primavera” no fue especialmente feminista, con una participación masiva, las mujeres la obligamos a plantear la cuestión de la ciudadanía para que los hombres no sean los únicos a beneficiarse de los posibles avanzos. Diariamente, nosotras reinterpretamos las tradiciones para crear nuevos márgenes y espacios de libertad, de influencia y de poder, afirmando todos los días nuestro lugar en espacios públicos donde siempre estuvimos presentes, a pesar de las restricciones. Ese lugar es construido por “pequeñas transgresiones” que nos permiten conquistar espacios de libertad. Nosotras nos movemos por la ciudad, producimos, negociamos, resistimos, nos empoderamos y frustramos las relaciones de dominación. No estamos dispuestas a rendirnos. Rechazamos la violencia que nos cuesta la vida, destacamos nuestra resistencia y movilizamos la opinión pública nacional e internacional. Nuestra conciencia de las desigualdades se forja a través la participación masiva en talleres interactivos y por el trabajo con las familias para cambiar el orden establecido y nos convertimos en ciudadanas plenas.
Los regímenes, por lo general, manipulan “el tema de las mujeres” para servir a múltiples intereses que, al final, poco tienen que ver con las mujeres mismas. Por otro lado, las mujeres de la región MENA (Medio Oriente y Norte de África) nos estamos movilizando para hacer valer nuestros derechos a una ciudadanía plena e inclusiva. Sin embargo, si las experiencias de emancipación en relación a las varias formas de tutela patriarcal o estatal varían según las relaciones sociales de género, clase y religión en particular, todas nosotras exigimos justicia de género para acceder a espacios urbanos y para luchar contra la violencia, o aún para obtener nuestra justa parcela de recursos en términos de herencia, propiedad, cuidado de niños y también en el control sobre nuestros propios cuerpos.
Más allá del cuestionamiento general de la estructura patriarcal que sustenta la violencia contra las mujeres, ¿podemos considerar que esas violencias son límites esenciales para la participación de ellas en la política? Este es el caso de Libia, donde hay una brecha importante entre la voluntad de intervenir en la violencia doméstica y la realidad vivida. Allí, las violencias institucional y pública, en general, son fuente importante de inseguridad y una barrera al acceso de las mujeres a los asuntos públicos. La participación de mujeres militantes de base es una demostración del gran aporte de las feministas en las luchas por la ciudadanía de las mujeres en la sociedad. Si bien se destacan solamente en momentos de furor de los movimientos sociales, esas son también luchas cotidianas en sociedades donde los logros de las mujeres continúan siendo cuestionados, tanto en los textos jurídicos como en prácticas sociales.
Esos factores nacionales, como el acceso de las mujeres a la educación, a la formación, al trabajo y a la planificación familiar, así como la relativa libertad de expresión, se combinan con factores internacionales, como los programas resultantes de las conferencias mundiales sobre las mujeres. Todo eso resulta en el surgimiento, en los países árabes, de una importante red asociativa femenina que está rompiendo con las organizaciones oficiales y reavivando las demandas por emancipación e igualdad de derechos. Esas asociaciones provienen de las mujeres de vanguardia de la izquierda, principalmente de las que han pasado por la experiencia de la cárcel desde la época del presidente tunecino Habib Bourguiba y de las generaciones siguientes, por veces ya involucradas en partidos o sindicatos.
Derechos jurídicos: un nudo gordiano[2]
Los derechos legales de las mujeres en el mundo árabe y musulmán son por excelencia la cristalización de las luchas contra el conservadurismo. A pesar de las peculiaridades de la historia política, económica y social de cada país del Magreb, las tendencias en cuanto al trabajo femenino son semejantes. La transición demográfica, el acceso a la educación y a la formación (la presencia de mujeres jóvenes en los niveles secundario y superior es ahora mayor del que la de los niños) y a la evolución de las representaciones sociales en relación a las mujeres trabajadoras hicieron evolucionar ciertamente su presencia en el mundo del trabajo. Sin embargo, esa dinámica todavía se ve frustrada por las tendencias de la baja del trabajo remunerado y estable, por el desarrollo del trabajo precario e informal y por el aumento del desempleo y de la pobreza. Aunque la lucha por el fin de la discriminación basada en el género raramente sea considerada una prioridad, en Palestina, por ejemplo, la lucha de las mujeres está entrelazada a la lucha por la independencia, y eso es un beneficio político para todas nosotras.
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Souad Mahmoud es integrante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Túnez, de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas (Association Tunisienne des Femmes Démocrates – ATFD) y del Sindicato General de Trabajadores de Túnez (Union Générale du Travail Tunisien – UGTT).
[1] El lema “¡dégage!” (¡afuera!), iniciado en Túnez, se ha convertido en un símbolo común en los carteles, manifestaciones y demandas de la llamada “Primavera Árabe” en diferentes países, incluso en Egipto, el país de habla inglesa. El “dégage” se relacionó, en cada lugar, con demandas específicas. En Marruecos, por ejemplo, en 2011, el Movimiento 20 de Febrero, formado en el contexto de estas movilizaciones, reclamó “Artículo 19, ¡dégage!”, exigiendo una reforma constitucional que suprimiera ese artículo de la constitución, que ponía todos los poderes en manos del rey.
[2] Leyenda que involucra al rey de Frigia, Asia Menor y Alejandro Magno. A menudo se utiliza como metáfora de un problema irresoluble que resuelve astutamente alguien que puede pensar con originalidad.