Para hablar de la relación entre cuerpo y territorio, empezamos por ver cómo se nos impone este orden capitalista, colonialista, racista, patriarcal. Pensando en ello, recuperamos una idea que Angela Davis formuló, desde los Estados Unidos, sobre cómo la plantation, una modalidad de monocultivo, estructura y organiza la economía. Grada Kilomba utiliza esta misma idea para reflexionar sobre cómo se estructuró nuestra subjetividad. Aquí en Brasil, podemos utilizar esta misma referencia para hablar de la estructura y la forma en que se organizan la economía y el trabajo.
Nos referimos al proceso de cercamiento de tierras, de genocidio de la población indígena, de la apropiación de sus tierras y la instalación de un modo de producción con un grado de explotación de la fuerza de trabajo tan violento que se basó en el secuestro de personas.
En las últimas generaciones, es común escuchar de muchas personas que a sus abuelas las agarraron con una soga, las agarraron con un diente de perro. El cuerpo de las mujeres instauró esta biopolítica del capital, una agresividad extrema. Esta biopolítica sitúa a nuestro país en una división internacional, sexual y racial del trabajo que se extiende hasta nuestros días.
Enfrentando el capitalismo y la naturalización de la explotación
Nuestro primer reto es desnaturalizar esta forma de capitalismo colonialista. Es necesario demostrar que este orden no tiene nada de natural. Son decisiones políticas tomadas por grupos de personas. Junto a esto, queremos dar un nuevo significado de lo qué es la naturaleza, aprendiendo de los saberes de las comunidades tradicionales que experimentan la idea de que somos naturaleza.
Si, por un lado, tenemos la tarea de la “desnaturalización”, por otro queremos reconocer visiones de la naturaleza y de la relación con los territorios y con los cuerpos que sostienen la resistencia. Aprendiendo de ellas, podemos reconectar cuerpo y territorio, sosteniendo también nuestra resistencia.
La noción de territorio en las comunidades quilombolas, indígenas y afrodescendientes rurales extrapola e implosiona la noción de propiedad privada. Las comunidades conciben los territorios como organizaciones que no se pueden cercarse. Desde este punto de vista, los territorios son caminos. Las comunidades están siempre en movimiento, recorriendo territorios. Las semillas y plantas deambulan por los territorios y, por tanto, tienen vida. De este modo, la idea de los cercamientos, ya sean genéticos con transgénicos o con bancos y casas de semillas, nunca dan cuenta de esta potencialidad del movimiento de la vida.
En los diálogos con estas comunidades, hablar de territorio imponiendo la lógica de los cercamientos trae conflictos. Comunidades indígenas y quilombolas comparten caminos. Cuando es necesario delimitar qué es un territorio indígena y qué es un territorio quilombola, es frecuente que las áreas comunes no sean comprendidas por la visión jurídica que sustenta la propiedad privada.
Las mujeres quilombolas perciben el territorio no solo como los caminos que recorren, sino también como los caminos que recorre el agua. El camino del agua organiza el territorio y la visión que las mujeres tienen de él. Por eso, para ellas es chocante cuando el Estado hace un corte recto y dice que el límite del territorio es donde ponen la demarcación. En el mismo sentido, la distribución del trabajo se organiza entre un arroyo y otro. Por lo tanto, para ellas, la percepción de que el agua se está secando no solo trae la idea de quedarse sin recursos hídricos, sino que también es la percepción de que su territorio está perdiendo la vida.
Otro fuerte ejemplo aquí en Brasil es el de las mujeres quebradoras del coco-babasú. Son mujeres que viven del extractivismo. El extractivismo, en este sentido, tiene que ver con una extracción que no es la del extractivismo capitalista que considera a la naturaleza como un recurso escaso. Por el contrario, esta actividad económica de las mujeres quebradoras del coco-babasú se basa en la convivencia con la naturaleza y cuestiona la idea de escasez. También enfrenta la idea de que vivir de la naturaleza es vivir con escasez, y que la escasez a menudo viene impuesta por el capitalismo. También combate el discurso de que las personas tendrán que trabajar muchas horas y hacer una agricultura con muchos insumos para tener bienestar.
Estas mujeres, como tantas que viven de la cosecha, ya sea coco-babasú, mangaba u otras muchas frutas, reclaman el libre acceso a las palmeras babasú, cuestionando la legislación basada en las ideas de cercas y propiedad privada.
Territorio y pertenencia
Una lección fundamental de las comunidades tradicionales para pensar el territorio es el sentido de pertenencia y arraigo. Aquí en Brasil, las comunidades afrodescendientes tienen la costumbre de enterrar el ombligo en la tierra donde nacieron y se criaron. Enterrar el ombligo tiene un gran significado: esa tierra está dentro de la persona, aunque ella ya no viva allí. Una vez, una compañera contó cómo ella y su familia se trasladaron de una pequeña ciudad del norte del estado de Minas Gerais a la ciudad de São Paulo, una megalópolis. Se fueron a vivir a las afueras de la ciudad, en una época en que la periferia todavía era prácticamente rural. Allí vio cómo se urbanizaba esta periferia y se dio cuenta de las injusticias de este proceso. El proceso de urbanización fue una artificialización y degradación de las condiciones de vida. En las vacaciones, ella siempre regresaba al norte de Minas y su tía la bendecía, le enseñaba dónde estaba su ombligo enterrado y le decía que nunca perdiera esa percepción de la naturaleza. Con esta conciencia ella luchó contra este proceso de desestructuración de la vida en la ciudad. En el mismo taller, había una compañera mucho más joven, quien manifestó que, para ella, el racismo era vivir en un lugar donde no había árboles, donde no había verde y donde todo era cemento.
La escritora Conceição Evaristo también nos cuenta hermosas historias sobre el ombligo. En sus novelas, relata cómo fue su experiencia en una favela: las condiciones de vida eran bastante precarias, pero había una comunidad y una relación de cuidado entre vecinas y vecinos. Esta favela fue destruida durante la dictadura militar, supuestamente en un proceso de urbanización. En el terreno que quedó vacío se construyó un gran hipermercado. Cuando regresa a ese hipermercado, dice que su ombligo está enterrado allí. Al hablar de ello, combate la anulación de la memoria de las personas, que está arraigada en los territorios.
Las comunidades indígenas han vivido procesos de recuperación de territorios y también de resurgimiento de pueblos, como los Guaraní Kaiowá y los Tupinambás. Comunidades que estaban desarticuladas como pueblo, que tenían identidad más como agricultores familiares que como pueblos indígenas, en este proceso político de encuentro, están resignificando sus relaciones de parentesco, recuperando y reconociendo formas de hacer agricultura, formas de vivir la vida y vivir su temporalidad. Esta pertenencia resiste a la anulación de la memoria.
Una vez, en una actividad organizada por la Marcha Mundial de las Mujeres en Estados Unidos, hubo un ritual en defensa de un campo sagrado indígena que fue convertido en estacionamiento. Estábamos en el estacionamiento de un centro comercial, pero cuando llegó ese pueblo indígena, ellas transformaron ese espacio en el espacio sagrado donde habían existido –donde probablemente, si fuera en Brasil, estarían enterrados sus ombligos. Por ello, este proceso de reconocimiento y reconexión también forma parte del proceso político, organizativo, de formación y de construcción de conocimiento.
Caminos para la reflexión sobre sentir, pensar y resistir
A menudo organizamos talleres para reconectar lo que es nuestro cuerpo y lo que es nuestro territorio. Empezamos con una reflexión, a través de una meditación guiada, proponiendo pensar en el grado de degradación ambiental y de agresiones a los territorios que estaban viviendo las mujeres, y cómo lo sentimos en el cuerpo. La garganta se seca, el corazón se aprieta y sentimos náuseas en el estómago. ¿Cómo nos sentimos?
Actualmente, en nombre de la preservación de la naturaleza “sin gente”, en el trazado de la economía verde, es recurrente que las comunidades tradicionales no sean reconocidas como garantes de la existencia de la naturaleza y la biodiversidad. El sentido de esta política es proteger algunas áreas como unidades de conservación bajo la responsabilidad del Estado, junto con un proceso de privatización. Dentro de esa formalidad, pusieron la idea de participación de la población a través de un consejo de gestión. Esto sucede en el Valle de Ribeira, por ejemplo. Al escuchar a las mujeres, era evidente que esa participación era muy difícil, porque tenía que darse en los tiempos y plazos impuestos por el Estado: en el lenguaje, formato y documentos de muchas páginas. Es una lógica completamente diferente a la de la comunidad. Aun así, las mujeres reaccionaron, hablaron y contestaron. Nos preguntábamos si habían entendido de qué hablaban estos documentos. Y su respuesta era que no entendían, pero la primera sensación que tuvieron fue que se les revolvió el estómago. Es decir, la primera percepción que tuvieron de que estaba muy mal fue una sensación corporal. Reconectarnos con ese primer sentimiento que experimentamos en nuestro cuerpo fue la forma de iniciar procesos de resistencia, lidiando con la apropiación y cooptación de nuestros términos, y con la presión sobre los líderes.
En 2022 fueron asesinados Bruno Pereira, indigenista, servidor público de la fundación que trabajaba con los indígenas y que estaba de permiso, y Dom Phillips, periodista. Fueron asesinados el 5 de junio, celebrado como el Día del Medio Ambiente. Sus cuerpos fueron encontrados el 23 de junio y vivemos un momento de gran conmoción y el recuerdo de muchas personas que han sido asesinadas continuamente en la Amazonía por los conflictos agrarios y ambientales. Algunas personas han denominado a este proceso como una guerra que se desarrolla de manera permanente en estos enclaves de la naturaleza, que son refugios para mantener el equilibrio climático, para reconocer la biodiversidad y muchas cosas más.
Así, uno de nuestros compromisos es estar junto a esas personas, reconociendo sus contribuciones y conociendo todo lo que nos aportan, pero también trabajando para desartificializar todos los territorios. Luchar por ampliar el soporte vital en todos los espacios, para que dejen de ser enclaves o simplemente refugios. Para que los refugios se expandan.
Nuestro debate sobre el territorio y el cuerpo, que tanto aprende de visiones tradicionales que han resistido durante milenios, debe ejercerse en los territorios donde estamos. En los territorios artificializados de la ciudad y también en los procesos de alianza.
Luchamos por liberarnos minuto a minuto, metro cuadrado a metro cuadrado, de las imposiciones colonialistas, patriarcales y capitalistas sobre nuestras vidas.
Texto editado a partir de la contribución de Miriam Nobre a la Escuela de Formación Feminista de la Marcha Mundial de las Mujeres – Américas.