¿Alguna vez has estado en casa eligiendo qué hacer para cenar? Tus decisiones se basan en lo que tienes y quieres, y lo que más te apetece comer, ¿verdad? En las regiones conocidas como “graneros” en Kenia, Nigeria, Camerún, Uganda y muchos otros países africanos, la cosecha es abundante y la población puede elegir sus alimentos preferidos para producir y comer según su cultura, naturaleza y organización.
Matoke (plátano verde) en Uganda, fufú (mofongo de malanga en Nigeria), ugali (gachas de harina de maíz en Kenia), hay muchos alimentos en la base alimenticia en diferentes partes de África. La capacidad de elegir qué cultivar y producir teniendo en cuenta su cultura y paladar es soberanía alimentaria. Hay una enorme diferencia — aunque con relación directa — con la seguridad alimentaria, que básicamente significa tener comida para huir de la hambruna, aunque no se pueda elegir, como pasa con los donativos en áreas susceptibles a la sequía. La población afectada en esos casos no puede elegir su comida, aunque cuente con provisiones para seguir viviendo. Un estado que garantiza la capacidad de alimentarse aunque el alimento no sea elegido ni esté vinculado a su cultura, solo por la necesidad básica de sobrevivir.
En el contexto africano, cuando se habla de alimentación y nutrición, entran en escena las mujeres.
En los últimos años, algunos de estos aspectos han cambiado con el aumento de la concienciación, urbanización, niveles de educación e incluso los intereses comerciales, es decir, del surgimiento de la producción de alimentos como un negocio. Esto ha significado la participación de todo tipo y el uso de maquinaria y productos químicos en la producción de alimentos, lo que dio lugar a una reducción del trabajo humano y a un escaso o nulo empoderamiento económico para la mayoría de las familias. Pero en las regiones rurales de África la mayor parte del trabajo sigue siendo una responsabilidad de las mujeres.
En medio del crecimiento de las ciudades y la urbanización en África, las zonas rurales son responsables por producir los alimentos consumidos en las zonas urbanas, ya que disponen de grandes extensiones de tierra, en contraste con las ciudades abarrotadas de edificios y casas. El suelo en el campo es fértil y generoso, a diferencia de las ciudades, donde la contaminación y la basura lo degradan.
Pero un problema importante en las zonas rurales es la «fuga de cerebros», la migración de una gran parte de la población — principalmente jóvenes, la mayor fuerza de trabajo — a las ciudades en busca de «trabajos de cuello blanco». En este proceso, sólo las personas ancianas y más debilitadas o con discapacidades permanecen en las zonas rurales, sin que puedan trabajar en la producción de alimentos. Por esta razón, muchos países africanos han decidido importar alimentos de otros países.
La convergencia entre la crisis climática y el aumento de las importaciones de alimentos en África crea la receta para el desastre. A menos que se adopten medidas para crear sistemas alimentarios locales y revertir la creciente dependencia de las importaciones de cereales y otros productos básicos, las crisis alimentarias como la de 2007-2008, que dio lugar a importantes protestas en todo el continente, se repetirán y serán aún más graves.
Con el aumento de la hambruna en la mayor parte de África, es importante que la población local pueda controlar la producción de alimentos para asegurar su autosuficiencia. Con el acceso a la tierra, el agua, semillas y medios de producción, así como con un control justo de los mercados locales e internacionales, que producen beneficios económicos. Los israelíes, árabes y la mayoría de la población de los países del Oriente Medio viven en un desierto, pero han logrado mejorar su autosuficiencia y la producción de alimentos para atender a sus propias necesidades. En la región norte de Kenia y en el Gran Valle del Rift, por ejemplo, la gente se muere de hambre todos los años, mientras que en Líbano, al igual que otros países de Oriente Medio, se importa tierra de las mismas zonas de Kenia afectadas por la sequía para desarrollar las actividades agrícolas.
El suministro de alimentos previsto para los próximos decenios en África es preocupante. El continente necesitará aumentar su suministro de alimentos para mantenerse al ritmo del crecimiento demográfico y se espera que los proyectos de las Naciones Unidas aumenten de 1.200 millones de dólares a 1.700 millones de dólares en los próximos diez años. Pero a medida que la demanda aumenta, los crecientes efectos del cambio climático dificultarán aún más la producción en el continente. Se estima que el calentamiento global podría reducir la producción total de alimentos de África entre un 10 y 20 por ciento.
En todos estos aspectos, observamos que la excesiva dependencia de la ciudad en relación al campo para la producción de alimentos, la migración de la mayor parte de la mano de obra a las zonas urbanas en busca de trabajos de cuello blanco, y la idea de que la agricultura es una actividad «atrasada», «indigna» o «retrógrada», el cambio climático y el desconocimiento de los métodos agrícolas modernos conducen a una inmensa desigualdad en las zonas graneras de muchos países africanos y a la incapacidad de lograr la soberanía alimentaria en muchas regiones del continente.
Dicho esto, cabe señalar que a pesar de todos estos obstáculos y dificultades algunas regiones de África están más cerca de alcanzar la soberanía alimentaria y, por consiguiente, casi como un efecto dominó, también la seguridad alimentaria. Lamentablemente, no son la mayoría. Cada año, el continente gana 3.200 millones de dólares en café y cacao. Cada año, sólo Alemania gana 4.000 millones de dólares gracias a la reexportación de productos de café y cacao importados de África. África necesita líderes que no se limiten a vender la producción de sus países, sino que piensen en una economía para la vida de las personas.
En cualquier caso, África tiene un gran potencial para alcanzar la soberanía alimentaria en todas sus regiones y, al mismo tiempo, construir la organización feminista y el poder popular. Esto, por supuesto, sólo será posible cuando se tomen algunas medidas. Entre ellas, figuran las reformas agroecológicas de los sistemas alimentarios para garantizar una mejor relación entre el trabajo y la naturaleza y mejorías en la nutrición y salud de las comunidades, especialmente las más pobres. También ayudaría a prevenir y combatir enfermedades como la covid-19 y el cáncer, entre otras. La soberanía alimentaria garantiza la diversificación de los medios de vida y la defensa de la dignidad y el trabajo de las mujeres del campo, que son las principales responsables de este sector en África. La soberanía alimentaria forma parte de un proceso radical de promoción y empoderamiento de la población para revivir el suelo y la tierra, cultivar plantaciones fuertes y diversas y construir ecosistemas y comunidades resistentes, sin explotación. Para ello, nos basamos en sistemas de producción innovadores basados en conocimientos ancestrales y que satisfacen las necesidades nutricionales, culturales y espirituales del pueblo africano.
Así, África encontraría un buen camino hacia la soberanía alimentaria, que aún no ha sido alcanzada en la mayoría de los continentes del mundo.
Sefu Sanni es militante de la Marcha Mundial de Mujeres en Kenia. También es responsable por los proyectos especiales y corresponsalía de Nairobi Young Feminists (Jóvenes Feministas de Nairobi).