Entre el 27 y el 30 de abril, Capire asistió a la III Asamblea Continental del ALBA Movimientos, un espacio de organización y actualización de las síntesis y propuestas políticas de esta articulación regional que incluye movimientos populares de 25 países de las Américas. ALBA Movimientos surgió de intensas luchas contra el Área de Libre Comercio de las Américas, tratado de libre comercio que Estados Unidos intentó imponer al continente desde 1994 hasta 2005, cuando fue derrotado por la lucha popular.
Este proceso de resistencia fue clave para profundizar los vínculos entre los movimientos populares y la formulación de una visión común sobre el imperialismo, los ataques del capital a la vida y a los territorios. Por otro lado, en alianza también las organizaciones se fortalecen para proponer una agenda común a nivel regional, basada en la integración y en la solidaridad. ALBA movimientos se construyó teniendo como horizonte compartido el proyecto de integración de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), pero desde la visión y acción propia de los movimientos populares.
Muchos pueblos, un mismo continente
Cuando hablamos de América Latina y el Caribe, hablamos de pueblos con historias fuertemente conectadas, hablamos de países que sufren los mismos males, aunque a veces sus idiosincrasias sean distintas. Hablamos de una región amenazada por el imperialismo estadounidense, ya sea a través de bloqueos económicos, por intervenciones militares o intervenciones multimillonarias en procesos electorales, ya sea con tratados de libre comercio o con la llegada silenciosa, pero violenta, de empresas transnacionales a los territorios del sur.
Por todo ello, la integración regional es una estrategia política necesaria: porque construirla significa fortalecer pueblos que se defienden a sí mismos y a sus pueblos hermanos. Significa cambiar el eje de la economía, conduciéndola hacia el sur y hacia la sustentabilidad de la vida, liberándola del endeudamiento y del extractivismo. Significa, entonces, dar el impulso necesario a la soberanía popular, la soberanía alimentaria, el derecho a la tierra, a la autodeterminación y a una vida libre de violencia. Y ese impulso solo lo pueden dar los movimientos populares, como dice Llanisca Lugo, del Centro Martin Luther King de Cuba, que forma parte de la coordinación de ALBA Movimientos:
La integración regional es un pilar de la lucha contra el imperialismo. Para Llanisca, «sin articulación regional ningún país pudiera vencer un proceso nacional. Cuando tenemos un imperialismo que sanciona, que bloquea, que es capaz de eliminar medicamentos, que no permite que lleguen alimentos, ahí vemos que sin integración regional, sin articulación entre pueblos, no se puede construir un proyecto de soberanía. Soberanía no es autonomía, es la capacidad de conducir, con autoridad de los pueblos, el camino que quieren seguir».
La integración también significa llegar a metodologías y estrategias de organización comunes entre los pueblos, uniendo elementos de cada pueblo, de cada cultura, de cada historia, creando puentes y aprendizajes. Un ejemplo es lo que ha planteado la colombiana Laura Capote, de la Secretaría Operativa del ALBA Movimientos, durante la Asamblea. Para ella, “la formación en América Latina al tener el proyecto de ALBA como espalda habla un lenguaje común. Así, somos un continente con más de veinte países que, cuando hablamos de formación política, hablamos de lo mismo. Eso ha sido fruto de este proceso de construcción. Pensamos la potencia de la formación para la organización, la organicidad».
La mitad insoslayable
El feminismo siempre ha estado presente en este proceso, proponiendo la economía feminista como horizonte y herramienta de lucha por la integración de los pueblos. Si, por un lado, las grandes corporaciones y estados del norte global usurpan territorios y bienes comunes, explotan el trabajo y la vida de los pueblos, el feminismo pone en el centro la sostenibilidad de la vida y visibiliza la participación política de las mujeres en movimientos y en las comunidades.
En los tiempos actuales, el feminismo es aún más fuerte, lo que se ve tanto en su presencia transversal en los ejes de acción de las articulaciones continentales, como en la mayor presencia de mujeres activistas populares, incluso en espacios de liderazgo y representación política en los movimientos sociales. «Por muchos años, las élites, formadas por varones, nos han tornado la mitad invisible de la historia. Y hoy, en esos tiempos que vivimos, por más difíciles que sean, tenemos que reconocer que ya no somos eso. Somos la mitad insoslayable, justamente», defendió Nalu Faria, de la Marcha Mundial de las Mujeres de Brasil durante el panel de apertura de la Asamblea, que tuvo como enfoque la coyuntura regional.
«No nos olvidemos nunca de aquello que nos une, ni que la lucha es por derrumbar ese sistema. En él, está imbricada la división sexual, racial e internacional del trabajo», explicó, oponiéndose a la idea de que el feminismo sería disruptivo, separaría las luchas. «Nuestra lucha, es decir, la de las mujeres, del pueblo negro, indígena y de las LGTBIA+ no es una lucha cultural. Entender eso viene junto con un cuestionamiento sobre la división entre producción y reproducción».
Esta perspectiva se concreta en la idea de unidad en la diversidad. «Ese cuerpo común, ese actor colectivo tiene que ser reconocido en su carácter de pluralidad, de diversidad de identidades, lenguas, historias, causas, luchas, caminos, sentidos», dice Llanisca, y continúa: «nuestra pluralidad, nuestra riqueza fundamental, es la amenaza principal al imperialismo, quien necesita que seamos todas y todos iguales, adoctrinados, disciplinados».