El marco de mi intervención se sitúa en un enfoque de descolonización y deconstrucción patriarcal. Oceanía es una de las regiones más grandes del mundo. Es un continente discreto, pero con una gran riqueza de culturas, tradiciones y, por supuesto, de biodiversidad. En la actualidad, está conformado por 25 países divididos en varias regiones. De ellos, 14 países son independientes, mientras que tres países francófonos están bajo tutela francesa: la Polinesia Francesa (Tahití), Wallis y Futuna y Nueva Caledonia.
El desencadenamiento de sucesivas crisis
Una crisis lleva a otra crisis. Hoy en día se habla de una “permacrisis”. Después de dos años de pandemia, se produce la invasión rusa en Ucrania. Más cerca de acá, están las tensiones entre Estados Unidos y China por Taiwán, de nuevo con el telón de fondo de los impactos del cambio climático.
En un mundo que genera tanta ansiedad, a los oceánicos les resulta cada vez más difícil encontrar un sentido ante un cúmulo de crisis. Intentan sobrevivir lo mejor que pueden.
Oceanía siempre se ha enfrentado a múltiples crisis, la mayoría de ellas de origen externo. Son de carácter sanitario –el sarampión y la covid–, social –el colonialismo, el racismo, la exclusión y las desigualdades–, de identidad –la miseria cultural por falta de referencias para los jóvenes–, política –el colonialismo, y luego el neocolonialismo y hoy el imperialismo en un contexto de amenaza de conflicto armado–, económica –la dependencia alimentaria– y, finalmente, climática –la inseguridad física humana.
Por lo tanto, nuestro enfoque feminista de la crisis climática no puede desvincularse de las demás crisis, también llamadas crisis “de importación”, que sufren las poblaciones oceánicas.
Los oceánicos se volvieron “consumidores” no sólo de productos manufacturados y de energía, generando emisiones de CO2, sino también consumidores de medios para defender su territorio amenazado por el terrorismo, según los que quieren protegernos. Esta política de asistencia generosamente asesorada desarrolla una dependencia muy fuerte del apoyo exterior.
Por ejemplo, el mes pasado, los Estados Unidos aportaron a los oceánicos 99.000 millones de dólares a través del Foro de las Islas del Pacífico. Los 16 líderes de los países de Oceanía se reunieron en Washington para “debatir cuestiones de desarrollo, relaciones económicas y relativas al cambio climático, y hablar de relaciones estratégicas”.
Según un comunicado de la presidencia de la Polinesia, “los Estados Unidos reafirmaron al máximo nivel su firme compromiso de apoyar el desarrollo de los miembros insulares del Foro de las Islas del Pacífico. Presentaron muchas de las iniciativas existentes y los mecanismos económicos y financieros a su disposición”. Los debates sobre el cambio climático, a su vez, son el resultado de “un llamamiento a una alianza fuerte y renovada con los países del Pacífico para hacer avanzar la implementación del acuerdo climático de París en la COP27, poniendo de relieve el peso moral de los países de Oceanía en este tema”, dice el comunicado.
La estrategia paternalista hacia los pueblos oceánicos se hace patente, con el objetivo de “protegerlos” tanto en la lucha contra el calentamiento global como en el desarrollo económico.
La seguridad se ha convertido en el leitmotiv [tema principal] del incremento de la presencia militar en nuestra región, supuestamente para proteger las zonas marítimas exclusivas, pero en realidad se trata de contrarrestar la creciente influencia de China.
Podemos ver que en la gestión de estas dos crisis, la del clima y la de la seguridad, los países del Pacífico dependen cada vez más de los grandes Estados que los cercan y colonizan. Los países oceánicos se ven reducidos a tener un “peso moral” en la COP27, tal y como afirmó John Kerry, enviado especial del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, para el clima.
Por ello, el enfoque feminista de la crisis climática enmarcarse dentro de un enfoque holístico que tenga en cuenta todas las crisis que sacuden a la sociedad oceánica actualmente.
¿Cómo pueden las mujeres de Oceanía contribuir a la conservación de su entorno natural y cultural y a la defensa y el mantenimiento de la paz en nuestra región geográfica?
Sabemos que las mujeres en el mundo entero son el grupo social más afectado por la violencia causada por el calentamiento global y los conflictos armados, principalmente por su género. Lo mismo ocurre en Oceanía. Son los hombres los que están “en el puesto de mando” de las empresas, mientras que las mujeres suelen verse marginalizadas.
Como parte de la ciudadanía oceánica, nosotras no queremos ser actores pasivos sin resistencia.
Parece que instrumentos internacionales como la Declaración de Pekín, la recomendación del artículo 30 del CEDAW (Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer), la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad, el Acuerdo de París sobre el Clima y el Plan de Acción del Pacífico podrían ser oportunidades, en cierta medida, para introducir la paridad y el enfoque de género en los debates y las decisiones relacionadas con las crisis en nuestra región.
Las crisis refuerzan las relaciones de jerarquía y opresión. Es nuestro deber crear alternativas ciudadanas y feministas para que el Océano Azul siga llenándonos de sus maravillas y pueda ser un legado intacto para las generaciones futuras que vivirán en una región sin conflictos ni guerras.
Discurso en el seminario “La crisis climática y las intervenciones feministas”, celebrado por la Marcha Mundial de las Mujeres – región asiática – el 14 de octubre de 2022.
Françoise Caillard es integrante del Comité Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres para la región de Asia-Oceanía.