Hoy más que nunca, es evidente el origen y las raíces de las profundas crisis sistémicas que enfrentamos, así como la necesidad de dar respuesta sistémica a ellas desde nuestros pueblos. Vivimos una crisis estructural que compromete seriamente los sistemas ecológicos que hacen posible la vida. Eso significa una grave amenaza contra los medios de sustento y los derechos de los pueblos. Sabemos que, cuando los sistemas hídricos están amenazados, el derecho fundamental al agua está también amenazado. Cuando se pierde biodiversidad o cuando se exacerba el cambio climático, está amenazada la producción de alimentos. Esos sistemas ecológicos son parte de nuestra vida. Somos naturaleza y necesitamos enfrentar esta profunda crisis que tiene su origen en un sistema diseñado en función de la acumulación de capital. Por eso, la crisis y el crecimiento continuo de la desigualdad son producto de la concentración de riqueza y recursos que sufrimos hoy.
Los pilares de este sistema son la explotación y opresión que se reproducen, se exacerban y se fortalecen continuamente. Es un sistema de opresión, como ha denunciado el movimiento feminista, en que el patriarcado es un pilar fundamental que pasa por la explotación de los cuerpos y del trabajo de las mujeres, por la negación de las mujeres como sujetos políticos, y también se refuerza con la explotación de clases y con el racismo. Estos sistemas de opresión han garantizado históricamente el funcionamiento del capitalismo, la extracción constante de recursos de nuestros pueblos y territorios, la explotación del trabajo y de los cuerpos de las mujeres y, sobre todo, de las personas cuyos cuerpos cargan las opresiones sistémicas.
Un desafío que tenemos por delante es: ¿cómo hacemos para desmantelar el sistema de opresión y explotación que también se reproduce en relación a la naturaleza? Cuando se habla de las actividades extractivas, por ejemplo, cuestionamos la explotación constante de la naturaleza para sacar recursos y garantizar este proceso de acumulación de capital.
Construir poder popular
Esto nos exige en nuestros movimientos el fortalecimiento de sujetos políticos colectivos, como decían Yolanda y Sophie, en los cuales las mujeres juegan y han jugado históricamente un papel fundamental como protagonistas, liderando procesos de lucha. Hoy, las mujeres lo siguen haciendo en todo el mundo, liderando el proceso de lucha en defensa de los territorios, contra la mercantilización de la naturaleza etc.
Estos sistemas de opresión se han fortalecido con el avance de la derecha, del fascismo, del neoliberalismo. Ellos niegan nuestra capacidad y tratan de impedir nuestro desarrollo como sujetas políticas. Por eso es tan importante combatirlos: porque no hay posibilidad de expresarnos y fortalecernos como sujetos políticos colectivos si no desmantelamos estos sistemas de opresión. Esa lucha que se da constantemente desde nuestros movimientos. El movimiento feminista popular ha jugado un papel fundamental, cuestionando la reorganización de nuestras sociedades en función del mercado, del capital, de los intereses de las grandes trasnacionales.
Las sociedades y los territorios son reorganizados para servir a los intereses del gran capital en detrimento de lo público y de nuestros derechos colectivos. Derechos colectivos que son resultado de un acumulado histórico de los pueblos y movimientos – que se pone en cuestión cuando se desarrollan crisis como esta crisis de la pandemia.
Es necesario avanzar crecientemente en la construcción del poder popular desde una perspectiva feminista, de clase y antirracista que nos permita organizarnos y organizar nuestras sociedades en función de la sustentabilidad de la vida. Romper esta dicotomía entre trabajo productivo y reproductivo y reorganizar nuestras sociedades en función de la sustentabilidad la vida, poniendo énfasis en la importancia del trabajo de los cuidados y su economía, y por lo tanto revirtiendo la división sexual del trabajo y avanzando en el reconocimiento y la realización de la autonomía de las mujeres.
Esto implica una disputa de imaginarios que nos exige cuestionar y desmantelar los discursos de odio, el racismo, la xenofobia, la misoginia. Nos exige impedir que se siga reproduciendo la violencia sistémica en nuestras sociedades que, como consecuencia del patriarcado, es más brutal contra las mujeres. Vemos día a día cómo quienes defienden los comunes, los territorios y los medios de sustento son perseguidas/os, criminalizadas/os incluso asesinadas/os. Son mujeres las que están en el frente de esas luchas.
Todo eso nos interpela fuertemente y nos exige avanzar en términos de organización para impedir que la reproducción constante de la violencia siga teniendo lugar en nuestras sociedades y territorios. Asistimos a una militarización constante de nuestros territorios, asistimos a procesos de bloqueo como el que viven las compañeras cubanas… Toda esa agresión contra pueblos significa el fortalecimiento de la opresión y la profundización de la crisis.
La disputa de imaginarios también pasa por cómo logramos recuperar el sentido de lo público. Estamos en un momento en que se cuestiona el rol del Estado en función del bien público y, así se fortalece el rol represivo del Estado. Eso pasa en muchos países del mundo donde se ha debilitado el papel del Estado de garantizar los servicios públicos, especialmente los que son fundamentales para la vida y los derechos de las mujeres.
Fortalecer las disputas de los pueblos
Hay una disputa de la arena política a la que no podemos renunciar. Debemos reivindicar la arena política como un espacio en el que debemos jugar con mucha fuerza desde la organización popular, con perspectiva feminista, antirracista, de clase. Es una disputa para garantizar que nuestros pueblos puedan ser quienes definan el rumbo y sentido de la organización de nuestras sociedades, y para que sea posible revertir estos procesos de neocolonialismo, opresión e imperialismo. La disputa de la arena política significa avanzar en la construcción del poder popular. Y significa desmantelar necesariamente el poder de las grandes empresas transnacionales, que se expresa de muchísimas maneras.
Hoy vemos cómo la democracia está comprometida por el poder creciente de estas grandes empresas que controlan desde las elecciones hasta los grandes medios de comunicación, que son capaces de participar y orquestar golpes de Estado. Ellas avanzan en la captura de la política y tienen cada vez mayor impunidad, violando los derechos de los pueblos sin rendir cuentas ni enfrentar la justicia. La disputa de la arena política significa lograr romper con esta captura empresarial de los Estados.
También significa desmercantilizar nuestras sociedades y la naturaleza, que es lo opuesto a lo que está sucediendo hoy en día. Las empresas ganan mayor control e incluso se plantean como quienes tienen la solución para la crisis sistémicas que enfrentamos. Para la crisis ecológica, por ejemplo, las grandes empresas se presentan con su economía de mercado, que viene con un «tinte verde». Si avanza la economía verde, avanza la mercantilización de nuestros territorios y nuestra sociedad.
Por eso, también es necesaria la disputa del territorio, puesto su importancia para nuestros pueblos. Desde las organizaciones de los pueblos, vemos los territorios como espacios para la producción y reproducción de la vida, como espacios de lucha en dónde podemos disputar la política, como espacios de cultura y relaciones sociales. A pesar de eso, hoy los territorios se están reconfigurando en función del proceso de acumulación de capital. Significa que ellos son plataformas para las acciones y procesos destructivos impuestos por las grandes empresas transnacionales y los grandes grupos económicos nacionales (las oligarquías, las clases dominantes). La disputa no pasa solamente por una disputa local. La tenemos que ver desde una perspectiva internacionalista, desde un proyecto político popular feminista, antirracista, de la clase trabajadora.
Hay que decir que, en esta batalla de ideas, es fundamental cuestionar cómo se está reproduciendo esa idea de familia ejemplar, cómo se fortalece la idea de que las mujeres deben ser las buenas madres, que cuiden de sus hogares y se hagan cargo del cuidado de su familia, y cómo se va retirando el Estado y lo público para avanzar la lógica de que todo se puede resolver a nivel de la familia. Esto significa, una vez más, poner a las mujeres como sostén de las familias, en lugar de permitir el desarrollo de ellas como sujeto político. Entonces también es parte de nuestra disputa.
Sabemos que en los territorios también se reproducen formas de opresión, relaciones que no queremos, y es necesario hacer los cuestionamientos necesarios desde estos proyectos políticos que son comunes a nuestros movimientos – por ejemplo, desde el proyecto político de la soberanía alimentaria o el de la economía feminista. La relación con la economía es fundamental. No podemos renunciar a la importancia de la esfera económica y por eso apuntamos a la justicia económica y hemos aprendido tanto con la economía feminista, que consideramos fundamental como articuladora de nuestro proyecto politico común.
Hace parte de nuestra lucha la defensa de los servicios públicos, del cooperativismo, de nuevas relaciones sociales para la producción y reproducción de la vida, la recuperación del derecho sobre los bienes de la naturaleza, pero también sobre otros medios de producción necesarios para la producción y reproducción de la vida. ¿Cómo reorganizar los sistemas económicos en función de las necesidades de nuestros pueblos y especialmente de las mujeres, los pueblos indígenas, campesinos, la clase trabajadora?
Las herramientas comunes para enfrentar las crisis
Es importante, de aquí al futuro, la disputa del desarrollo tecnológico, porque sabemos que hoy en día las tecnologías son una expresión de las relaciones de poder en nuestra sociedad. Cada vez más, el desarrollo tecnológico está marcado por los intereses de las grandes empresas que detentan el poder sobre las tecnologías. Incluso el desarrollo de los conocimientos científicos está muy sesgado por el poder del gran capital sobre las tecnologías y el conocimiento. Como respuesta, hay que recuperar los conocimientos de nuestros pueblos y su poder de desarrollar tecnologías emancipadoras, y subrayar el papel de las mujeres en el desarrollo tecnológico. Eso tiene que ser una base fundamental de la democracia.
En el marco de la pandemia, vemos cómo todo el debate y el control sobre las vacunas incrementa el poder empresarial de las grandes trasnacionales, bien como su capacidad de lucro y de control sobre nuestras vidas. Todo el desarrollo de plataformas significa, hoy, el desmantelamiento de derechos conquistados mediante la lucha y la mayor explotación del cuerpo y del trabajo de las mujeres. La manera como damos la disputa en el área de la tecnología gana aún más importancia, dado el proceso de creciente digitalización de las economías – lo que, en este marco social y político, significa mayor explotación de la clase trabajadora.
Para cerrar, la apuesta nuestra como movimientos tiene que construir un proyecto político popular común. Es la convergencia de nuestras agendas políticas desde una perspectiva internacionalista, integrando y desarrollando la solidaridad internacionalista que nos permita este proyecto político emancipatorio. Esa solidaridad internacionalista pasa por defendernos y apoyarnos mutuamente, pero sobre todo por fortalecernos como sujetos políticos en nuestra lucha contra los sistemas de opresión. Si hay algo que nos ha enseñado el internacionalismo, es la importancia de luchar contra la opresión y la explotación en todas partes del planeta, y que la lucha de cada pueblo en cualquier parte del mundo es nuestra propia lucha. Ahí tenemos mucho para aprender de la historia de los países, como Cuba, y de la historia de nuestros propios movimientos.
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Karin Nansen es presidenta de Amigos de la Tierra Internacional e integrante fundadora de REDES – Amigos de la Tierra Uruguay.
Este texto es una edición de los aportes de Karin en el webinario de la Marcha Mundial de las Mujeres “Desafíos del feminismo popular”, ocurrido el 23 de febrero del 2021.