En octubre rememoramos la revolución rusa de 1917. Durante la década que precedió a la revolución y en los años que la consolidaron, la organización y la movilización de las mujeres rusas fueron intensas y hasta hoy son fuente de inspiración para el feminismo socialista. Las mujeres revolucionarias inauguraron posibilidades de emancipación, enfrentando cuestiones como la maternidad, el trabajo doméstico, la prostitución y la igualdad como parte de las transformaciones ineludibles de una revolución de la clase trabajadora.
Nadezhda Krúpskaya (1869-1939) fue una revolucionaria dedicada a muchos frentes de actuación. Participó en la organización de trabajadoras y trabajadores de una fábrica de construcción; escribió textos feministas denunciando la opresión de las mujeres trabajadoras y contribuyó a su movilización -por ejemplo, en 1910, en el Día Internacional de la Lucha de las Mujeres-; se dedicó durante años a la alfabetización de las personas obreras y contribuyó a la formulación de una pedagogía socialista y emancipadora. Krúpskaya integró el Comité Central del Partido Comunista y asumió diferentes tareas a lo largo de su carrera. Ante los reveses impuestos a las mujeres en la década de 1930, como la disolución de la sección femenina del Partido y la restricción del aborto, la revolucionaria expresó una crítica contundente, siempre comprometida con una sociedad basada en la igualdad real.
Para recordar la revolución de octubre, Capire publica el texto «La religión y la mujer», escrito en 1927. En él, encontramos la atención que Krúpskaya dedicó a los retos de organización y concienciación de la clase trabajadora, a la necesidad de escuchar y dialogar sobre los anhelos y necesidades del pueblo, a la dimensión subjetiva extremadamente conectada a las condiciones materiales de la vida de las mujeres, y al papel del arte en la transformación social. Más que una crítica a la religión, el texto de Krúpskaya se centra en las estrategias y prácticas revolucionarias para la construcción permanente de una nueva sociedad.
La religión y la mujer (1927)
No se puede cerrar los ojos ante el hecho de que el sentimiento religioso sigue siendo fuerte y el movimiento de las sectas está creciendo. Lamentablemente, no siempre prestamos la debida atención a este fenómeno. Los popes (sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa Rusa) han aprendido a actuar con más sutileza. No dicen ni una palabra contra el poder soviético, siguen su planteamiento con cautela.
Dicen que en el distrito de Velikolutsky, en la provincia de Pskov, las monjas han creado un círculo agrícola, y no les falta trabajo: han obtenido el primer puesto en la exposición rural. Abrieron un espacio en rojo y allí realizan el trabajo. Todo con oraciones. Los polacos (que viven en regiones fronterizas) fueron sorprendidos por el sacerdote: él organizó un círculo agronómico con cuarenta campesinos liderados por un pequeño agricultor. En el distrito de Sergatchski, en la provincia de Nizhni Nóvgorod, donde hay muchos tártaros, el mulá anunció: «Estamos a favor del poder soviético. Este ha proclamado la igualdad entre hombres y mujeres, debemos hacer una corrección del Corán y abrir las puertas de las mezquitas no solo para los musulmanes, sino también para las mujeres musulmanas». Así se hizo, las mujeres tártaras llenaron las mezquitas. Nuestro clero, desacostumbrado a los métodos sutiles para influir en su rebaño, está consiguiendo adaptarse a algo tan sencillo. En el pueblo de Bogorodsk, en la región de Pávlovski de la provincia de Nizhni Nóvgorod, donde viven los pieleros amantes de los cantos religiosos, los clérigos se han devanado los sesos: «¿Qué hacer? Los ciudadanos no son asiduos a la iglesia». Finalmente, tuvieron una idea: invitaron a un cantante de ópera de Moscú a actuar en la iglesia y atrajeron a casi toda la población local.
Antaño, el bosque de Kirkenes, que hoy forma parte de la provincia de Nizhni Nóvgorod, servía de refugio a los viejos creyentes, y sus celdas eran ricas (los comerciantes del Volga les donaban no pocas cantidades de dinero). La clase en la que se apoyaban los antiguos creyentes se ha desintegrado, está muerta, y han desaparecido, pero sus restos todavía están diseminados en Níjni Nóvgorod.
En el pueblo Chernukha, en la región de Arzamas de la misma provincia, además del pope, hay siete sectas. En el décimo año de la revolución, ¡duermen en ataúdes! También en otras regiones hay un resurgimiento de las sectas: evangélicos, bautistas. Pero no hay que buscar mucho para encontrar ejemplos: en Moscú los tejedores de la «Rosa Roja»1 asisten a sectas evangélicas. Es necesario que estudiemos seriamente todas las formas de sectarismo contemporáneo. La época en la que una simple prohibición surtía efecto, expulsando a las congregaciones sectarias, ha quedado atrás. Ahora todo el mundo es consciente de que es necesario seguir un camino que puede ser más difícil pero que es mucho más eficaz.
En primer lugar, es necesario estudiar detenidamente la necesidad que da lugar al sentimiento religioso, para evaluar las raíces de la religiosidad contemporánea.
Especialmente aguda para muchas personas es la necesidad de comprender la vida que les rodea, de interconectar los diferentes fenómenos, de elaborar para sí mismos alguna visión integral del mundo que les sirva de guía para la acción.
Vladímir Ilich escribió sobre la importancia de educar constantemente a las masas sobre la visión del mundo revolucionaria y, así, prepararlas para la acción revolucionaria. Una cosa está indisolublemente ligada a la otra, una alimenta a la otra. Y el momento que vivimos es precisamente el más significativo desde el punto de vista de la propaganda de la visión del mundo revolucionaria. De hecho, solo el comunismo puede dar una respuesta más completa y científica a los anhelos que ahora surgen en muchísimas personas.
El terreno para la propaganda es rico. Pero a menudo ocurre que los propagandistas inexpertos reducen la difusión del comunismo a la agitación, a la enumeración de eventos, a determinaciones; intentan no dejar que nada les escape y olvidan lo más importante: revelar la conexión entre los fenómenos, mostrar, como se dice, «qué es qué». La propaganda no es suficiente -hace indiferente lo que se difunde. Es necesario que los propagandistas escuchen con extrema atención las demandas de la población y realicen la propaganda marxista de la visión del mundo revolucionaria de la forma más plena y concreta posible.
Con relación a las mujeres trabajadoras y campesinas, la cuestión es aún más punzante. Es necesario presentarles la visión del mundo marxista de la forma más sencilla y comprensible.
Aquí el arte juega un papel especial. De esto, vuelvo a señalar, la Iglesia católica, por ejemplo, sabe perfectamente: bellos cantos, estatuas, flores, escenificación, todo ello encanta a los católicos y, en particular, a las mujeres católicas. Cuando se trata de influir en las masas con la ayuda del arte, los sacerdotes son grandes maestros. El arte religioso es un arte de masas, muchas veces el único al que tiene acceso el pueblo. No hay necesidad de pagar para entrar a la Iglesia Católica. Nuestra iglesia ha copiado mucho del catolicismo. Las iglesias están decoradas con iconos, las canciones son especialmente atractivas.
La campesina, que de la mañana a la noche tiene sus pensamientos encadenados a la vida doméstica, a las interminables tareas de la casa, se alegra de poder, al menos el domingo, tener la oportunidad de oír un canto, de ver imágenes adornadas. La iglesia le ofrece algo que, después de los aburridos días de trabajo, la atrae fuertemente. Ahora sabemos bien lo que trae el arte a la iglesia.
Cierta vez, en el distrito de Velikolutsky, en la provincia de Pskov, en el Sábado de Aleluya trajeron un cine ambulante al pueblo. La gente fue en masa a ver la película, la iglesia estaba desierta. Una vez terminada la proyección, la misma multitud, en su composición completa, se dirigió a la iglesia para seguir la bendición de la tarta de Pascua. ¿Qué les hizo ir a la iglesia? ¿El sentimiento religioso? No, la necesidad de espectáculo.
Nuestro arte aún no se ha popularizado, no se ha hecho accesible a las masas, como el arte religioso. Y el Komsomol [abreviatura de «kommnistítcheski soiuz molodiôji», que designa a la Unión de la Juventud Comunista] tiene razón cuando presta especial atención a este asunto. Tiene toda la razón cuando organiza concursos de acordeonistas en, cuando consigue que toquen con el acordeón -un instrumento cercano al campo- bellas canciones, canciones de la revolución.
Las masas necesitan música, necesitan arte. Nuestro arte aún no ha llegado aquí abajo, aún vuela por los cielos. Y sólo esto puede suplir al arte religioso.
Pero todavía hay que prestar atención a un aspecto. El arte encanta sobre todo cuando la persona es algo más que un simple espectador u oyente, es decir, cuando ella misma participa en la acción de masas.
En la Iglesia católica, los fieles cantan a coro; en la nuestra, se persignan, veneran, se arrodillan, se arrastran bajo los iconos, participan en las procesiones; en una palabra, se unen a la acción de masas. En esencia, el ímpetu para la actividad masiva es saludable. Y hay que ir a su encuentro. Hay que organizar coros, hacer que todo el campo cante canciones hermosas y excelentes. Hay que promover las marchas, hacer que no sean solo recorrido, sino acciones de masas.
Los carnavales, los paseos de maslenitsa [celebración que anuncia el fin del invierno y el comienzo de la primavera] no serían otra cosa sino acciones de masas.
Y justo ahora, cuando crece el ímpetu hacia el contacto, hacia el colectivismo, es especialmente importante dar a las masas la posibilidad de satisfacer este impulso de forma racional.
Ante todo, hay que aprender a asociar con inteligencia el trabajo práctico y la propaganda de las propias ideas.
Al organizar los círculos agrícolas, las monjas y los bispos asociaron el trabajo con la propaganda religiosa y la agitación. Es necesario que asociemos también nuestro trabajo práctico (círculos agrícolas, cooperativas, círculos técnicos, etc.) con nuestra visión del mundo, que impregnemos todo el trabajo de espíritu comunista. ¿Sabemos cómo hacerlo? Muy mal. Tenemos que estudiar este asunto con ahínco.
Sin embargo, hemos aprendido algo. Escribí sobre un círculo agronómico liderado por un pequeño agricultor, que fue organizado por un sacerdote. Los educadores políticos de ese pueblo lograron que el pequeño agricultor fuera elegido en el consejo local y, después, que las sesiones del consejo fueran programadas para los domingos a la hora de la misa. Una vez que el grupo decidía cuestiones como el impuesto agrícola del pueblo, que interesaban al pequeño agricultor, él asistió a la reunión con regularidad y dejó de ir a la iglesia. El sacerdote lo excluyó del círculo, y con él se fueron otros seis pequeños productores que organizaron su propia iniciativa en el liceo-isbá2 . Ellos consiguieron que un agrónomo dirigiera el grupo. El círculo del liceo-isbá comenzó a crecer, mientras que el del sacerdote se desintegraba y desaparecía gradualmente.
La lucha por la influencia sobre la juventud y sobre las mujeres ha comenzado a adquirir nuevas formas. Tenemos que organizarnos para este embate, armarnos con nuestra visión del mundo revolucionaria y marxista-leninista.
¡Y así se hará!
Texto publicado em “A revolução das mulheres: emancipação feminina na Rússia soviética” [La revolución de las mujeres: la emancipación femenina en la Rusia soviética], recopilación organizada por Graziela Schneider (Boitempo, 2017). Fuente: Религия и женщина [La religión y la mujer], en Antireliguióznik/Антирелигиозник [Antirreligioso], Moscú, n. 2, 1927.