Alexandra Kollontai: Los años de la revolución

31/03/2021 |

Por Alexandra Kollontai

Este 31 de marzo de 2021 celebramos el 149º aniversario del nacimiento de Alexandra Kollontai.

Alexandra Kollontai fue un revolucionaria rusa que enfrentó con valentía la brutalidad del zarismo, la persecución política y la realidad de la hambruna y la guerra que arrasaron con la vida en la Rusia presoviética. Durante la revolución desempeñó un importante papel en la movilización de las mujeres y de la clase obrera en general. Organizó contribuciones radicales sobre la emancipación de la mujer y sobre el papel de la familia y la moral sexual en el mantenimiento del capitalismo. A principios del régimen soviético, dirigió las políticas socialistas de liberación de las mujeres.

El texto que sigue, en primera persona, relata este periodo. Hemos seleccionado pasajes de la sección «Los años de la Revolución», de su libro «Autobiografía de una mujer comunista sexualmente emancipada», escrito en 1926.

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¿Tan grande fue la abundancia de sucesivos acontecimientos para no saber hoy qué debo describir y qué debo subrayar, qué he deseado y qué he logrado? Pero, ¿bastaba entonces con la existencia de una voluntad puramente individual? ¿No era sólo la omnipotente tormenta de la Revolución, el deseo de la masa activa y ahora despierta, lo que justificaba nuestro anhelo y nuestra acción? ¿Existía un solo hombre que no se sintiera inclinado al deseo de lo universal? Sólo existían masas humanas, unidas por una voluntad dividida, que tomaba partido en pro o en contra de la revolución, de la guerra o del poder de los Soviets. Mirando atrás, sólo se recuerda un trabajo de masas, luchas y acción. A decir verdad no había ningún auténtico héroe o dirigente. Era el pueblo trabajador el que, con uniforme de soldado o de civil, dominaba la situación y el que grabó profundamente su voluntad en la historia del país y de la humanidad. ¡Un verano sofocante, un verano decisivo para el movimiento revolucionario fue el del año 1917! 

[…] Una de las cuestiones más palpitantes era la carestía y la falta, cada vez mayor, de los productos de primera necesidad, Este estado de cosas se hacía insoportable para las mujeres de las clases pobres. No obstante, esa situación creaba en el Partido las condiciones favorables para el «trabajo con las mujeres», de forma que pronto estuvimos en condiciones de realizar una labor provechosa. En mayo de 1917, apareció un semanario llamado «Las trabajadoras». Yo redacté para las mujeres una proclama en contra de la carestía y de la guerra. La primera concentración popular, de las muchas que se celebraron, tuvo lugar en Rusia bajo el gobierno provisional y fue organizada por nosotros, los bolcheviques.

Pasé a ser miembro del ejecutivo del Soviet, que era, de hecho, el órgano político dirigente en ese momento y al que, desde el principio y durante mucho tiempo, pertenecería como única mujer. En mayo de 1917 tomé parte activa en la huelga de trabajadoras de las lavanderías, que exigían la «colectivización» de todas las lavanderías. La lucha duró seis semanas. Sin embargo, la principal exigencia de las trabajadoras no fue atendida por el gobierno de Kerenski.

A finales de junio el Partido me delegó para asistir en Estocolmo a un consejo internacional, que se interrumpió al llegarnos las noticias del levantamiento en Petrogrado contra el gobierno provisional y de la represión que este estaba llevando a cabo contra los bolcheviques. Muchos de nuestros camaradas dirigentes ya estaban arrestados, otros, entre ellos Lenin, habían logrado escapar y esconderse. […] En la frontera de Tornó fui detenida por orden del gobierno de Kerenski y, acusada de espía, fui tratada brutalmente […].

Sin embargo, mientras el gobierno actuaba contra los bolcheviques de la manera más inaudita, más crecía la influencia de estos. El avance del general blanco, Kornilov, contra Petrogrado radicalizó a los elementos de la Revolución. El pueblo exigía la libertad de los bolcheviques. Kerenski no quería mi libertad y no fue sino por orden del Soviet que salí de la cárcel mediante el pago de una fianza. Sin embargo, ya al día siguiente, una orden de Kerenski me condenaba al arresto domiciliario. Obtuve mi completa libertad de movimiento un mes antes de la batalla decisiva, de la Revolución de Octubre de 1917. Otra vez el trabajo era inmenso. Ahora debían establecerse las bases para un movimiento planificado de las trabajadoras. La primera conferencia de trabajadoras debía ser convocada. Ésta se celebró y coincidió con la caída del Gobierno Provisorio y establecimiento de la República Soviética.

Entonces yo era miembro del más alto órgano del Partido, del Comité Central, y voté a favor de la política del levantamiento armado. […] Luego vinieron los días importantes de la Revolución de Octubre. El histórico Smolny. Las noches sin dormir y las continuas reuniones. Y finalmente la conmovedora proclama: «Los Soviets toman el poder.» «Los Soviets dirigen un llamamiento a los pueblos del mundo para poner fin a la guerra.» «El campo queda socializado y bajo el poder de los campesinos.»

El Gobierno de los Soviets fue constituido. Yo fui nombrada Comisaria del Pueblo de Previsión Social. Era la única mujer en el gabinete y la primera en la historia que había llegado a ser aceptada como miembro de un gobierno. Cuando se recuerdan los primeros meses del Gobierno de los Trabajadores, meses que fueron tan ricos en hermosas ilusiones, en proyectos, en tan importantes iniciativas para mejorar la vida, para organizar de nuevo el mundo, entonces una preferiría escribir sobre todas las otras cosas y no sólo sobre sí misma. […] 

Uno se puede imaginar fácilmente los enormes esfuerzos que estas tareas exigían de nuestro pequeño grupo, novato, además, en las funciones administrativas del Estado. Sabiendo perfectamente las dificultades que tal situación comportaba, formé rápidamente una comisión de ayuda, en la que, junto a los trabajadores y modestos funcionarios del Ministerio, estaban representados médicos, juristas y pedagogos. ¡Con qué abnegación y energía soportaban los modestos empleados el peso de esta difícil tarea, que no sólo consistía en llevar adelante el trabajo del Ministerio, sino también en hacer mejoras y reformas! Otros elementos, con renovadas fuerzas, reemplazaron a los funcionarios saboteadores del antiguo régimen. En las salas del que antes fuera un Ministerio muy conservador, soplaban vientos llenos de vida. ¡Días de trabajo! Por las noches, aquellas reuniones del Consejo de los Comisarios del Pueblo bajo la presidencia de Lenin. O la habitación pequeña y modesta y sólo un secretario que anotaba las resoluciones que cambiaron tan profundamente la vida de Rusia.

[…] Mis esfuerzos para socializar la protección de la maternidad y los recién nacidos fueron motivo de nuevos y disparatados ataques contra mi. Se contaron toda clase de mentiras sobre la «nacionalización de las mujeres», sobre mis proyectos de ley que prescribían a las niñas de 12 años convertirse en madres, etc. Las sectas del antiguo régimen se encolerizaron, sobre todo, cuando yo, por iniciativa propia (el gabinete me censuró después a causa de esto) converti el conocido claustro de Alexander Nevski en una residencia para inválidos de guerra. Los monjes opusieron resistencia de forma que se llegó a una pelea con armas en mano. Otra vez la prensa armó un gran alboroto contra mi. La iglesia organizó manifestaciones contra mi acción y me acusó de «hereje»…

[…] 

En el Partido existían diferencias de opinión. A causa de una diferencia de principio con la política que se estaba llevando a cabo” renuncié a mi cargo de Comisaria del Pueblo. Poco a poco, fui relevada también de los otros cargos. De nuevo me dediqué a dar conferencias y a luchar por mis ideas sobre «la nueva mujer» y «la moral nueva». La Revolución estaba en plena actividad. La lucha se tornó cada vez más irreconciliable y sangrienta, y mucho de lo que sucedía no estaba de acuerdo con mis principios.” Pero todavía quedaba un trabajo por hacer, lograr la emancipación de la mujer. Las mujeres habían conseguido legalmente todos los derechos, pero, en la realidad, seguían estando oprimidas: tratadas con desigualdad de derechos en la vida familiar, esclavizadas por las innumerables menudencias del hogar, soportando toda la carga, incluso las preocupaciones materiales de la maternidad, porque a causa de la guerra y otras circunstancias muchas mujeres estaban solas en la vida.

Cuando, en el otoño de 1918, consagré todas mis energías a la tarea de establecer líneas sistemáticas de orientación para conseguir la emancipación de las mujeres trabajadoras en todos los sectores, encontré un valiosísimo apoyo en el ya fallecido Sverdlov, que fue el primer presidente del Soviet. Así, en noviembre de 1918, pudo ser convocado el primer Congreso de Trabajadoras y Campesinas de Rusia, al que asistieron 1147 delegadas.

Con esto quedaron sentadas las bases para un trabajo planificado en todo el país en pro de la emancipación de las mujeres de la clase trabajadora y campesina. De nuevo, me esperaba una montaña de trabajo. Había que atraer a las mujeres hacia los comedores populares, educarlas para que pudieran emplear sus energías en el cuidado de las residencias para niños y recién nacidos, para la enseñanza, para la reforma del sistema de vida en el hogar y otras cosas. El principal objetivo de todo este trabajo era conseguir realmente la igualdad de derechos de la mujer como elemento productivo en la economía nacional y como ciudadana en el sector político, naturalmente, a condición de que la maternidad fuera considerada como función social y, por tanto, protegida y sustentada por el Estado.

[…] Una grave enfermedad me apartó por algunos meses del intenso trabajo que me ocupaba. En cuanto pude volver a trabajar —entonces estaba en Moscú— me hice cargo de la dirección de la Central de Mujeres y de nuevo comenzó un período de intenso trabajo. Se creó un periódico comunista para mujeres y se convocaron congresos y conferencias de trabajadoras. Se establecieron las bases para el trabajo con las mujeres del Este (mahometanas). Dos conferencias mundiales de mujeres comunistas tuvieron lugar en Moscú. Fue dictada la ley que eximía de castigo al aborto y fueron introducidas y legalizadas otras muchas disposiciones en favor de las mujeres por nuestra Central. Entonces tuve que escribir muchísimo, aún tuve que hablar mucho más… Nuestro trabajo encontró todo el apoyo de Lenin. Y Trotski, aunque abrumado por el trabajo que le exigían importantes asuntos militares, asistía con gusto a nuestras conferencias. Mujeres con energía y talento, dos de las cuales ya no viven actualmente sacrificaban a la central toda su fuerza de trabajo.

En el octavo Congreso de los Soviets presenté, como miembro del Comité Ejecutivo (en este momento ya había más mujeres en él) una moción que pedía que los Soviets contribuyeran en todos los sectores a considerar la igualdad de derechos de la mujer y, por consiguiente, a ocuparlas en trabajos del Estado y de la comunidad. No sin oposición logré presentar esta moción que después fue aceptada. Esto significó una grande y permanente victoria.

La publicación de mi tesis sobre la Moral Nueva originó una encendida discusión, pues nuestra ley soviética sobre el matrimonio, que también estaba separada de la legislación eclesiástica, no es más progresista que las leyes existentes, al respecto, en otros países democráticos y progresistas. Aunque el hijo natural fuera considerado legalmente igual a un niño legítimo, el matrimonio civil aún estaba basado en una gran cuota de hipocresía e injusticia en este campo. […] En torno a esta cuestión formé el ala radical del Partido. Mis tesis, mis conceptos sobre la sexualidad y la moral fueron combatidos duramente por muchos camaradas, hombres y mujeres. A esto también se unieron (además de preocupaciones personales y familiares) otras diferencias de opinión en el seno del Partido en relación a las líneas políticas. […]

Traducción del alemán por Elena Herrero y Juan del Solar, en edición de la editorial Fontamara, 1978. 

Revisión y edición para Capire por Helena Zelic.

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