En Capire creemos que la comunicación feminista y popular corresponde a un proceso necesariamente colectivo, con una estrategia de convergencia que se ubica en la disputa de sentidos y hegemonía. Las opciones y apuestas políticas que hacemos en comunicación forman parte de nuestra visión como movimiento popular, de nuestras críticas antisistémicas y propuestas de alternativas estratégicas. Por eso la comunicación feminista y popular se basa en conocimientos situados, en la diversidad y en la irreverencia feminista. Y se conjuga en el plural, reconociendo los sujetos colectivos, sus tiempos y complejidades.
Consideramos que la comunicación no es un instrumento externo a nuestros movimientos, sino forma parte de nuestra política, se basa en ella y la construye. En la Marcha Mundial de las Mujeres, la comunicación feminista y popular se guía por –al mismo tiempo que construye– una visión crítica feminista, antirracista y anticolonialista imbricada a la lucha anticapitalista. La elección de palabras, plataformas, imágenes y ángulos, construye y expresa sujetos políticos situados. Por eso, en nuestros movimientos, la comunicación no es sólo tarea de especialistas, que realiza una lista de tareas, sino que debe ser orgánica a nuestra construcción colectiva, desde abajo. Una comunicación feminista y popular no puede limitarse a la Internet y a las lógicas de las redes sociales. Este es un punto que hay que recordar permanentemente en estos tiempos de capitalismo digital.
La comunicación en el capitalismo digital
La comunicación implica los procesos de producción, distribución y acceso a la información. Y esto en nuestras sociedades sucede hegemónicamente en una estructura de concentración de la propiedad de las infraestructuras de comunicación, medios y plataformas; desinformación y fake news, que aunque parezca un fenómeno nuevo es parte de la historia de la lucha contra la izquierda en todo el mundo; extracción y procesamiento de datos en el proceso de acumulación de datos como capital.
Los datos son registros digitales de todo lo que hacemos cuando estamos conectadas, o mismo cuando nos movemos en ciudades cada vez más vigiladas y con servicios –de transporte o salud– digitalizados. Estos registros son valorizados en la medida en que se procesan (son clasificados, categorizados, correlacionados…).
Dataficación es el nombre que recibe el proceso de acumulación de datos como capital. Se trata de un impulso para registrar, almacenar y procesar datos sobre toda la vida en el planeta, guiado por una lógica extractivista y de control, y posible gracias a las condiciones estructurales, técnicas y políticas configuradas en el neoliberalismo financiarizado. Una convergencia tecnológica centrada en los datos y la capacidad de transformar cada vez más lo vivo en digital (nuestros datos personales, genéticos, de biodiversidad, etc.), capaz de manipular la vida a escalas extremas. Este proceso, por tanto, no se limita a las empresas de Internet: cada vez hay más los datos se vuelven factor de producción en los más diversos sectores, como los sectores de la salud, el comercio, la agroindustria, el transporte y los seguros.
Hay que desnaturalizar los datos. Los datos no están ahí en el ambiente, disponibles para ser recogidos. Son producidos por nuestra vida cotidiana, nuestras relaciones, interacciones, viajes, compras, encuestas, etc. La dataficación consiste en extraer datos de una gran variedad de fuentes y, para que sea masivo, las empresas impulsan un proceso activo de generación de nuevos datos. Entre las fuentes utilizadas para la extracción de datos se encuentran los registros de todas las transacciones financieras (pagos, aplicaciones) y los datos producidos por sensores dispersos en los más diversos lugares y dispositivos – que llevan el adjetivo “inteligente” en su nombre.
En primer lugar, lo que se denomina digital tiene una base material que se compone de territorios, cuerpos y trabajos. Los datos no existen en el vacío: son generados por nuestra vida en relación y extraídos.
El mantenimiento de las estructuras de almacenamiento y procesamiento de datos depende en gran medida del consumo de energía, y todas las baterías y dispositivos por los que pasa el digital dependen del extractivismo minero. La llamada “nube” es en realidad una red de estructuras físicas conectadas por cables, como se muestra en la siguiente ilustración.
Toda esta estructura está controlada por grandes empresas transnacionales. La acumulación de datos como capital forma parte del engranaje del poder corporativo. Esta estructura también está al servicio del autoritarismo, la vigilancia y los bloqueos. Esta dinámica también se denomina colonialismo de datos.
En segundo lugar, no hace falta subrayar que el acceso a Internet no es un derecho efectivamente garantizado. Las personas no tienen el mismo acceso a Internet en todo el mundo, y esa es una cuestión fundamental para reflexionar sobre las estrategias de comunicación popular.
Entre países y dentro de un mismo país hay grandes desigualdades en el acceso a Internet. El informe elaborado por Datareportal muestra, por ejemplo, que mientras el uso de Internet alcanza al 97% de la población en el norte de Europa, el número es de 42,2% en el sur de Asia y el 40,9% en el oeste de África. Y dentro de los países, las desigualdades de acceso también son grandes si consideramos principalmente la renta, raza y de acuerdo a ubicación rural o urbana.
Pero el indicador del acceso a Internet, aislado, también puede ser engañoso, ya que existen grandes desigualdades relacionadas con la calidad de la conexión y con lo que es posible acceder. Por ejemplo, en Brasil, los paquetes de internet más baratos de algunas operadoras sólo permiten acceder a Whatsapp y Facebook. O el paquete de datos no es suficiente para ver vídeos y/o participar en reuniones en línea; el teléfono no tiene espacio para las aplicaciones, o, aún, el país está sometido a un bloqueo, como es el caso de Cuba, en donde las compañeras no pueden participar directamente en una actividad en Zoom.
Por lo tanto, no podemos considerar que todo el mundo tenga las mismas condiciones de acceso y posibilidades de utilizar, crear y acceder a lo que está disponible en internet. Estas desigualdades determinan nuestras decisiones en materia de comunicación y repercuten en nuestra dinámica como movimiento, en cada país y a escala internacional.
Un tercer aspecto es que el funcionamiento de las plataformas y redes sociales está definido por algoritmos. Gracias al tratamiento intensivo de nuestros datos, empresas como Facebook segmentan y orientan los contenidos. Son capaces de ofrecer contenidos cada vez más “personalizados” y una parte importante de las ganacias de la plataforma procede de esto. Los anuncios pueden dirigirse a mujeres, de un determinado grupo de edad, que vivan en un determinado lugar, con unos determinados ingresos, que les guste y sigan un determinado tema (etc etc etc).
Cuando hacemos comunicación en los movimientos sociales, es necesario entender que la visibilidad en las redes sociales está relacionada con esta dinámica de monetización y segmentación. Así que a menudo sucede que una de nosotras siga la página de nuestro movimiento en una red social, pero el contenido del movimiento nunca aparece en nuestro feed.
La creación de “burbujas” relacionadas con las perspectivas políticas tiene que ver con este funcionamiento algorítmico corporativo de los medios sociales. El funcionamiento algorítmico de las empresas restringe nuestra visión del mundo y nuestra diversidad. Y nos mantiene en la “burbuja”. Es necesario enfrentarse a la naturalización de esta dominación y del control corporativo sobre nuestras vidas, nuestras opciones, nuestra información, hasta nuestros deseos. En Capire tenemos la definición política de no pagar anuncios, y esta definición nos exige más creatividad y organización para que el contenido llegue a nuestras compañeras y circule más allá.
¿Cómo la comunicación feminista y popular se ubica en esta disputa?
Consideramos que la comunicación feminista y popular es un proceso de aprendizaje colectivo y constante. Siempre nos guían unas preguntas cuyas respuestas no siempre serán las mismas.
¿Cómo construir lo que se va a comunicar? El proceso de “hacer comunicación” es tan importante como el “producto” de la comunicación. ¿Dónde nos comunicaremos y con qué formato? Para esta definición es fundamental conocer las formas y los medios por los que las personas con las que queremos comunicarnos acceden a la información. ¿Utiliza la gente Internet? ¿Saben leer? ¿Escuchan la radio? Es muy importante conocer las diferentes estrategias y medios que ya utilizan los movimientos sociales en cada lugar.
¿Cómo expresar en toda nuestra comunicación nuestra visión política y quiénes somos? El reto de esta expresión política está en el lenguaje, las fotos, los acentos. Y, especialmente en estos tiempos en los que prevalece el culto al individualismo, nuestra opción es siempre referirnos a lo colectivo, al sujeto colectivo que las personas construyen y representan.
Uno de los retos de la comunicación feminista y popular para la construcción de movimientos es que nuestra diversidad no sólo se expresa en el producto final de la comunicación (por ejemplo, en un vídeo), sino en el proceso de hacer comunicación. Decimos que “Todas somos comunicadoras”, que la comunicación no es sólo cosa de especialistas y que es fundamental superar jerarquías y la división sexual del trabajo comunicativo. Lo importante no es sólo el número de visitas o “me gusta” a una publicación, sino los efectos y desarrollos que este contenido puede tener en la construcción del feminismo popular internacional.
En 2021 tuvimos un ejemplo muy bonito en Capire. En el lanzamiento del sitio web, publicamos un texto de Elpidia Moreno, integrante de la Marcha de Cuba. Meses después, hicimos un llamamiento a mujeres de todo el mundo para que produjeran y enviaran carteles feministas antiimperialistas. Una joven militante brasileña bordó un cartel inspirado en aquel texto:
Después de leer el texto de Elpidia Moreno en Capire, no podía olvidar el siguiente pasaje: ‘Ustedes, amigos y amigas del mundo, pueden contar con las mujeres cubanas. Siempre estaremos dispuestas a ofrecer nuestros esfuerzos, nuestro apoyo incondicional a las causas justas de los pueblos’. Imaginé que las manos se tocaban y se convertían en una red internacional conectada por la necesidad de vivir sin explotación ni violencia, con libertad y voluntad de compartir la sabiduría sin las injerencias imperialistas. Los círculos violetas representan la militancia feminista que inaugura las posibilidades de construir una otra realidad.
Renata Reis, Marcha Mundial de las Mujeres, Brasil
Por último, la comunicación feminista y popular que se enfrenta al capitalismo digital tiene el reto de construir alianzas con nuevos sujetos políticos que contribuyan a la estrategia de la soberanía tecnológica. El feminismo popular y los colectivos de software libre pueden avanzar juntos en la lucha para que todos –nuestros cuerpos, territorios y tecnologías– seamos libres.
Tica Moreno es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres y forma parte del equipo de Capire. Este texto es una edición de la versión publicada en la revista Brennpunkt.