Cuando hablamos de los gobiernos autoritarios, nos reflejamos en lo que pasa en otros países porque vemos que el autoritarismo es un modelo que avanza y se profundiza con el neoliberalismo. En esta pandemia, se visibiliza con mayor fuerza lo que significa el modelo y, además, la real necesidad de transformar y construir algo diferente.
En América Latina, podemos decir que Guatemala, Brasil, Panamá, Paraguay, Colombia y otros países más se parecen mucho en el esquema de los gobiernos autoritarios. Quieren acumular más capital a través del poder militar, del acaparamiento de los recursos naturales y, sobre todo, de la profundización de la violencia política, económica, cultural y social. En la mayoría de esos países no hay soberanía, y hace mucho rato que el modelo neoliberal nos obliga a situaciones de dependencia al imperialismo.
El contexto de los conflictos en Colombia
Me voy a centrar en hablar sobre lo que está pasando en Colombia, pero, como he planteado, hay mucha semejanza con otros países. A pesar de que ya hace cinco años que se firmó un acuerdo de paz con la guerrilla más grande y antigua de América Latina, desafortunadamente seguimos viviendo un conflicto armado.
La defensa de la tierra, el territorio y la paz es una labor de alto riesgo. Desde la firma del acuerdo hasta el 14 de agosto de 2021, tenemos más de 1.224 personas asesinadas, cuya mayoría es de población rural, tanto campesinxs como de los pueblos indígenas y comunidades negras. Se evidencia un grave incremento de masacres y desplazamientos masivos en el país: el 53,8% más en relación al primer semestre del 2020. Este año, tenemos más de 378 muertos por masacres. Las personas están siendo asesinadas por haber participado en el paro nacional, que ha enmarcado un estallido social de rebeldía. Fueron asesinados un joven líder de esa movilización y dos mujeres el día 23 de agosto.
A pesar de que se dice que la mayoría de las muertes en guerra son de hombres, sin embargo las tasas de feminicidio en Colombia son muy altas, sobre todo teniendo en cuenta que las mujeres somos un botín de guerra, somos objeto de violación. Desde muy pequeñas, las niñas son objeto de violación sexual, y muchas de las que van a las movilizaciones y son llevadas por la policia son violadas en los espacios de carcel.
Parte de lo que significa la guerra en Colombia es el hecho de que aquí se crean «falsos positivos.» Significa que el ejército colombiano, por orden del presidente y de los generales, recluta jóvenes pobres de manera engañosa, ofreciéndoles trabajo, y luego los asesina, se les coloca un uniforme, dicen que son guerrilleros y que murieron en combate. Fue gracias a la organización de las mujeres por justicia que se demostró esa situación y que, hoy en día, hay generales condenados por esos «falsos positivos.» En Colombia, la única forma de sobrevivir en medio de la guerra es la organización, con sus diferentes formas, y el empoderamiento de las mujeres.
En las veredas más lejanas, en la parte rural, las mujeres jugamos un papel muy importante en la organicidad de la comunidad en su conjunto. A pesar de eso, hay que decir que nuestras veredas están militarizadas. Muchos asesinatos no están visibles y a las personas les da miedo denunciar. En la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (Fensuagro), tenemos noticia de una cantidad muy grande de asesinatos y desaparecidos, pero no denunciamos porque sus familias dicen que, si se denuncia, pueden ser lxs siguientes asesinadxs.
Tenemos una Colombia completamente militarizada. El poder militar en el conjunto de América Latina tiene un rol fuerte, pero Colombia juega un papel especialmente estratégico con los Estados Unidos para poder intervenir en Venezuela y otros países.
Mujeres campesinas en lucha por reconocimiento
El reconocimiento institucional de la Declaración de los Derechos de los Campesinos y las Campesinas es muy importante para nosotras. La tabla abajo nos ayuda a plantear la importancia de la lucha que hay en Colombia, en América Latina y en el mundo por el reconocimiento del campesinado como sujeto de derechos.
Cuando el cuadro dice «ningún grupo étnico», se refiere a lxs campesinxs. Somos el 73,8% de la población rural del país. Sin embargo, no nos reconocen como campesinxs.
Según la Encuesta de Cultura Política (ECP), el 83,6% de las mujeres encuestadas en los poblados o centros rurales dispersos se reconocen subjetivamente como campesinas. Sin embargo, Colombia no reconoció nuestra Declaración. Ya se plantean las actividades de la población rural, pero sin distinciones, porque no somos reconocidos como sujetos de derecho.
En Colombia, las mujeres viven en la pobreza, sobre todo las campesinas, las de los pueblos indígenas y comunidades negras. No importa sus edades: pueden ser muy mayores y tienen que seguir haciendo un trabajo fuerte, en condiciones sanitarias bastante complejas, ahora incrementadas por la pandemia.
El mismo sistema ha obligado a las mujeres a que sean responsables de los hogares mientras trabajan afuera. La encuesta muestra que no hay oportunidades de estudiar. La posibilidad de pasar a la escuela superior es mínima. La mayoría de la población está ubicada para hacer la primaria, qué es lo básico: aprender a leer y escribir. Pero el trabajo, por su vez, es bastante fuerte, porque el agronegocio ha colocado grandes plantaciones de monocultivos (como el banano y la caña), en las cuales las mujeres hacen el mismo trabajo que los hombres por menos salario y menos condiciones.
A pesar de todo eso, seguimos trabajando y organizando resistencia para seguir construyendo soberanía alimentaria. Hay más de 15 millones de toneladas de alimentos importados anualmente. De nuestra parte, a pesar de la violencia, de las ofensivas neoliberales y de las leyes opresivas hechas por el Congreso, seguimos organizadas, produciendo con la responsabilidad social que le corresponde al campesinado y a las mujeres.
La importancia de organizarnos
Ante ese panorama negativo, fuerte y duro, hemos planteado que la organización tiene que ser la base fundamental para que podamos salir de la crisis y construir un país diferente. La única manera de conocer lo que está pasando y entender lo que significa ese modelo económico que quiere acabar con la naturaleza y con la humanidad es a través de la formación. Pero no la de la escuela tradicional, sino la formación popular, desde la organización.
Cuando hablamos de organización, no estamos hablando solamente de la parte pequeñita de la vereda, del departamento o del país, sino que de una articulación internacional, que permita unidad y una visión de modelo. Cuando hablamos que somos campesinas, hablamos de que la lucha debe involucrar al campo y a la ciudad. No puede ser solamente un sector social a resolver todo lo que pasa. Tiene que ser la unidad del pueblo del mundo en su conjunto.
El feminismo campesino y popular
El feminismo campesino y popular es parte de la construcción histórica de lo que vivimos las mujeres, y está en nuestras prácticas y cotidianidad. La Marcha Mundial de las Mujeres nos ayudó y ayuda a construir lo que significa este feminismo: tiene que ser en lo colectivo, con organicidad y una identidad propia y común que reconozca nuestro trabajo.
Este mundo global quiere acabar con el campesinado en el mundo. Pero tenemos un deber social con la soberanía alimentaria y la producción de alimentos. Nuestra lucha por la tierra es parte del feminismo. Es nuestra forma de ser, vivir y producir en el campo. Hemos planteado politizar la soberanía alimentaria, politizar nuestras propias prácticas y, sobre todo, poner en debate la cotidianidad y las relaciones sociales. Si no lo hacemos, nos separamos de nuestros compañeros.
Nuestra campaña contra la violencia hacia las mujeres corresponde también a los hombres de nuestras organizaciones. No es a través de un decreto que se transforma. Podemos hacer un inventario de leyes, y en tantos países hay muchas leyes que dicen sobre la violencia contra las mujeres, pero los feminicidios siguen. Tenemos que cambiar la conciencia debatiendo en la cotidianidad con nuestrxs compañerxs, con la sociedad y con otras organizaciones. Tenemos que comenzar ya. No podemos esperar que cambiemos de gobierno o que hagamos la revolución para que haya hombres y mujeres nuevos.
____
Nury Martínez forma parte de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-Vía Campesina) y de la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (Fensuagro) en Colombia. Este texto es una edición de su intervención en el webinario «Luchas feministas para derrotar el autoritarismo», organizado por Capire y la Marcha Mundial de las Mujeres el 24 de agosto de 2021.