Digitalización y agronegocio: los gigantes tecnológicos y la exploración de la naturaleza

24/01/2022 |

Por Capire

Lee un fragmento del dossier sobre las transnacionales tecnológicas publicado por el Instituto Tricontinental

Tricontinental, 2021

Cada día que pasa vemos cómo las tecnologías digitales se hacen más presentes en nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo y en nuestra relación con el espacio y las demás personas en nuestro entorno. Estas tecnologías son productos de grandes empresas transnacionales que obtienen sus ganancias precisamente a partir de la alteración de nuestras rutinas, con la precariedad y el control del trabajo y con la explotación de la naturaleza como materia prima y fuente de datos.

Comprender cómo operan estas empresas en los distintos sectores económicos es una tarea de los movimientos sociales que se organizan para cambiar la lógica de producción, reproducción y consumo en las sociedades. «El reto para quienes se atreven a transformar el mundo es construir un análisis colectivo y objetivo sobre el rol de los datos digitales y de las empresas de tecnología en el capitalismo contemporáneo», afirma el Instituto Tricontinental de Investigación Social en el dossier Los gigantes tecnológicos y los retos actuales para la lucha de clases.

Desmantelar el poder de las empresas transnacionales. Plantar cara al libre mercado y a sus falsas soluciones. Denunciar la lógica de acumulación y explotación que orienta la digitalización capitalista, patriarcal y racista. Defender la soberanía tecnológica y la soberanía alimentaria. Estas son algunas de las estrategias en la lucha por una sociedad que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro.

Durante la pandemia de COVID-19, notamos con más fuerza la problemática de la digitalización en nuestra vida cotidiana y en las grandes cadenas de producción. Lo hemos visto en la necesidad de dispositivos digitales para estudiar y trabajar; en el crecimiento del trabajo precarizado en las plataformas digitales; en los crecientes conflictos y en la vigilancia de la tierra por medio de las tecnologías digitales impulsadas por el agronegocio. Por eso desde Tricontinental se habla de Coronashock, un término que pone de relieve “la incapacidad del Estado burgués de evitar una catástrofe sanitaria y social, en contraste con las experiencias de inspiración socialista que demostraron ser mucho más resilientes”.

Para impulsar la continuidad del debate sobre los datos y las tecnologías en la agenda de las organizaciones populares y feministas, compartimos a continuación el fragmento «Los gigantes tecnológicos contra la naturaleza«, que integra el 46º dossier del Instituto Tricontinental. Se puede leer el dossier completo en inglés, español, portugués y griego, y se propone aportar al “análisis del funcionamiento de estas tecnologías como parte de la dinámica de acumulación del capital”. Lee a continuación:

*

Los gigantes tecnológicos contra la naturaleza

Si el coronashock, por un lado, limitó la circulación de  personas y mercancías y produjo alteraciones en las cadenas globales de  valor, debido a problemas en la importación y exportación de mercancías  refrigeradas, por ejemplo, por otro, este escenario aceleró la demanda  de digitalización y provocó una profundización de la aplicación de  tecnología en la base industrial y en el modo de producción y  distribución, tanto en las industrias urbanas como en las industrias de commodities minerales y agrícolas. Además, ha profundizado el proceso de  imbricación del tiempo de trabajo y no trabajo, del trabajo productivo y  reproductivo, de los espacios de trabajo y descanso.

En el agronegocio es posible percibir un crecimiento de las fusiones,  adquisiciones y acuerdos entre las grandes empresas de agricultura, de  tecnología y las fintechs. Esta nueva infraestructura conduce a  una reorganización de los actores que tiende a los oligopolios. Esta  reorganización aumenta la necesidad de captura de datos masivos  prácticamente en todas las etapas de la cadena del agronegocio. Además,  profundiza la precarización de los servicios públicos, con cada vez  menos disponibilidad de información pública y un aumento de la oferta de  plataformas privadas e infraestructura privada de los gigantes  tecnológicos para este servicio. Esto interfiere claramente en el  proceso de toma de decisiones por parte de los gobiernos de los países.

En el ramo de los tractores y la maquinaria, tenemos la hegemonía de  las empresas John Deere y Bosch. En la logística y comercialización,  tenemos a Cargill, Archer Daniels, Louis Dreyfus y Bunge. Están también  las grandes minoristas: Walmart, Alibaba, Amazon, entre otras. En este  contexto, se verifica una tendencia de los gigantes tecnológicos a  migrar hacia el sector agrícola, en una perspectiva de fusiones  verticales, que no se producen entre empresas del mismo sector, sino a  lo largo de la cadena de valor. Esto demuestra la capacidad de estas  empresas de absorber y reorganizar la cadena verticalmente, desde el  campo hasta el consumidor.

Tricontinental, 2021

Hay tendencias de digitalización tanto de la tierra, en términos de  paisaje y recursos naturales, como de la secuenciación genética. Por  ejemplo, Microsoft está asociada con centros de germoplasma de todo el  mundo para proporcionar la infraestructura digital que permita la digitalización de estos bancos de genes. En 2018, en el encuentro del  Foro Económico Mundial de Davos, fue lanzado el proyecto Banco de  Códigos de la Amazonía, que pretende catalogar y patentar la información  de secuenciación genética de semillas, plántulas, animales y una  diversidad de organismos unicelulares de la Tierra. Se trata apenas de la primera etapa del programa Banco de Códigos de la Tierra.

Asistimos a la tendencia de creación de un mercado oligopólico con  características coloniales: las empresas transnacionales, domiciliadas  principalmente en el Norte Global, siempre han garantizado para sí  mismas las patentes y los derechos de propiedad intelectual, siempre  invirtieron en ciencia y tecnología a costa de la extracción de materias  primas de bajo valor agregado en los países del Sur Global. Además de  eso, este salto tecnológico también acarrea una mayor demanda por otras  materias primas minerales y energéticas (litio, hierro, cobre y metales  de tierras raras, por ejemplo), que conducen a una organización más  agresiva de la división internacional del trabajo para garantizar el  abastecimiento de esos bienes naturales. El golpe de 2019 en Bolivia está directamente relacionado con la nacionalización de sus reservas de litio, una de las mayores del mundo.

El sector también está reorganizando su infraestructura sobre el  terreno. En los últimos cinco años, empresas como Syngenta, Bayer y Basf  han desarrollado software agrícola y plataformas digitales que  se instalan en los celulares para ayudar a lxs productorxs con  recomendaciones agrícolas. Hoy tenemos tractores equipados con sensores e  inteligencia artificial (IA), que recogen datos sobre la humedad del  suelo, su composición, el mejor lugar para sembrar, la mejor época del  año, etc. Lxs agricultorxs, a partir de los celulares, también ingresan  su información. La recogida de estos datos en sí misma no es el  problema, ya que en otro sistema social estos datos podrían utilizarse  para ayudar a lxs agricultorxs en su trabajo, pero en un sistema  capitalista los datos son controlados por corporaciones en beneficio de  sus propias ganancias. Estas empresas son propietarias del software, pero no del hardware.  Este, a su vez, pertenece a otras gigantes, como John Deere y Bosch,  que desarrollaron IA y robotización. El resultado se puede observar en  tractores robotizados, sensores, drones, etc.

Estas patentes y la información producida por las empresas gigantes  del agronegocio requieren ser almacenadas en la infraestructura digital  de los gigantes tecnológicos. Microsoft tiene su nube, Azure. Apple  desarrolló Apple Watch para la agricultura de precisión, además de haber  creado la aplicación Resolution, destinada a agricultorxs. Amazon tiene  una herramienta de almacenamiento dirigida específicamente para las  zonas rurales en Amazon Web Services.  Facebook está creando una  aplicación para dar consultoría digital a agricultorxs. Google tiene un  servicio institucional de Google Earth con la Organización de las  Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y así  sucesivamente.

En este escenario, los principales consumidores de ese tipo de  servicio son los grandes agricultores del mercado de exportación de commodities agrícolas. Con todo, los 500 millones de familias campesinas no tienen  condiciones para acceder a este nuevo paquete tecnológico. Lo que sí  tienen son sus celulares, que pueden recibir, vía SMS o WhatsApp,  recetas agronómicas basadas en la información que lxs agricultorxs  proporcionan gratuitamente. Gran parte de estas aplicaciones se ofrecen  “gratuitamente” a lxs pequeñxs agricultorxs a cambio de un proceso de  captura masiva de datos.

Aquí es donde se plantea la cuestión de la integración entre las fintechs,  los gigantes tecnológicos y las grandes empresas de agricultura. En  Kenia, la empresa Arifu, propiedad de Vodafone —la gigante europea de la  telefonía— ofrece consultoría agrícola vía SMS y WhatsApp.  Arifu se ha  asociado a Syngenta y DigFarm. De esta forma, por medio de los  servicios de Arifu, Syngenta populariza sus semillas, mientras que  Digfarm ofrece microcrédito para lxs agricultorxs kenianxs. Es esta  estructura de plataformas digitales la que hace posible esta  integración. Cobran pequeñas tasas, venden insumos y pueden utilizar monedas digitales.

Pero ¿cómo van a  leer la inteligencia artificial y los algoritmos  las zonas de pequeñxs agricultorxs con diversidad de semillas nativas,  por ejemplo, para ofrecerles un recetario libre de las corporaciones?  Este tipo de tecnología aún está orientada a las grandes extensiones de  tierra y los monocultivos. En este sentido, la captación de pequeñxs  agricultorxs se dará no por la compra del paquete tecnológico, sino por  el microcrédito y las monedas digitales que han acompañado esas  plataformas, ofrecidas por las fintechs.

Evidentemente, para ello es necesario reducir la regulación estatal  de la economía y la agricultura. Entre enero y febrero de 2021, un  millón de agricultorxs acamparon en Nueva Delhi, India, exigiendo la  derogación de tres leyes que acabarían con el mercado de productos  agrícolas regulado por el Estado. Con estas leyes, en vez de que el  Estado pague precios justos por la producción campesina, el mercado  sería abierto y desregulado, permitiendo que las grandes corporaciones  minoristas y de tecnología sustituyan y eliminen al pequeño comercio. En  la práctica, serían estas grandes corporaciones las que organizarían la  producción y el consumo.

Redacción de la introducción por Helena Zelic
Traducción de la introducción por Luíza Mançano

Artículos relacionados