Amenazas, violaciones y ejecuciones: la vida de las mujeres en la comunicación

26/05/2022 |

Por Martha Raquel Rodrigues

Las denuncias de violencia contra las mujeres periodistas en el ejercicio de su profesión y los casos recientes de persecución política

No se puede hablar de periodismo, misoginia y violencia sin mencionar el reciente caso de la periodista palestina Shireen Abu Akleh, asesinada por el ejército israelí mientras cubría una acción armada en un campo de refugiadas y refugiados palestinos en Cisjordania. La corresponsal de Al Jazeera llevaba un chaleco y un casco de identificación cuando recibió un disparo en la cara durante la cobertura del ataque al campo de Jenin.

Para Juliana Medeiros, periodista que trabajó como corresponsal durante los conflictos de la llamada “Primavera Árabe”, no hay coincidencia ni ironía en que Shireen haya sido blanco del francotirador. “Mataron a Shireen porque era una voz, una mujer palestina que cubría las atrocidades que Israel comete en la región. Le dispararon para silenciar su voz. Podrían haber disparado a cualquiera de los periodistas allí presentes. Ninguno habría enviado un mensaje tan preciso a los periodistas, especialmente a las mujeres palestinas, que son muy valientes y hacen periodismo de guerrilla como muy pocas en el mundo”, explica.

Otro caso que ilustra la peligrosa situación que viven las comunicadoras es el de Daphne Caruana Galizia, reportera que lideró la investigación de Panamá Papers sobre la corrupción en Malta, país de la Unión Europea. Daphne, que llegó a ser conocida como “la mujer Wikileaks”, murió en 2017 tras una bomba haber explotado su coche. La periodista, asesinada a los 53 años, se dedicaba al periodismo de investigación en su país. Una de sus últimas reportajes reveló los vínculos entre el primer ministro maltés, Joseph Muscat y dos de sus asesores con empresas offshore y la venta de pasaportes. La periodista había sido amenazada de muerte para que modificara sus reportajes o dejara de cubrir ciertos temas. 

El caso de Serena Shim también es significativo. La periodista estadounidense, que trabajaba para la cadena iraní Press TV, realizaba su trabajo en la frontera turco-siria. Serena fue amenazada por el servicio de inteligencia turco, siguió informando y pagó el precio por su integridad inquebrantable en el periodismo. Murió repentinamente en un oscuro accidente de automóvil en octubre de 2014, en circunstancias que no se han aclarado hasta hoy. Dos días antes del «accidente», Serena había comunicado a sus jefes que había sido amenazada y acusada de espionaje. La periodista estaba escribiendo sobre los terroristas del ISIS/DAESH que cruzaban desde Turquía a Siria, disfrazados en camiones identificados con los símbolos de ONG y del Programa Mundial de Alimentos.

Según un informe de Reporteros sin Fronteras (RSF), entre 2021 y 2022, 124 mujeres periodistas en el mundo fueron asesinadas, encarceladas, tomadas como rehenes o desaparecidas. La lista recoge sólo los casos ocurridos como consecuencia de su actividad periodística. No incluye a las personas asesinadas o encarceladas por motivos no relacionados con su profesión o cuya relación todavía no fue confirmada.

El submundo de Internet bajo la garantía del anonimato

Más allá de las amenazas y represalias que se producen de forma presencial o en el lugar de trabajo, Internet se ha convertido en un lugar inhóspito y en un campo de agresiones contra periodistas y comunicadoras. Las redes sociales han facilitado un contacto directo y a veces anónimo que ha hecho comunes las amenazas de muerte y la difusión de fotos familiares y datos personales de las profesionales. El informe «Ataques contra el periodismo», elaborado en 2021 por Reporteros sin Fronteras (RSF) y el Instituto de Tecnología y Sociedad de Rio (ITS Rio), registró medio millón de tuits con hashtags ofensivos dirigidos a periodistas y comunicadores en Brasil.

Al analizar en detalle este material, se observa que el número de mensajes que mencionan y ofenden a las mujeres profesionales es 13 veces mayor que los mensajes que ofenden a los hombres. Los mensajes se dirigen no sólo a la producción periodística de las comunicadoras, sino a su vida personal.

Misoginia y asesinato de reputación permanentes

La misoginia  estructura estas relaciones. Las mujeres que se dedican a hacer periodismo crítico y no se someten a las imposiciones de quienes tienen el control -en su mayoría hombres- sufren las consecuencias del machismo y tienen su reputación destruida como profesionales y en su vida personal, con el objetivo de que se alejen de este campo de acción. Para Juliana Medeiros, las narrativas de guerra son siempre las hegemónicas y si uno se sitúa en una posición contraria, se convierte inmediatamente en un blanco. Y si eres mujer, te conviertes en un blanco dos veces más.

Ella recuerda el caso de Lizzie Phelan, una periodista británica que cubrió la situación en Libia durante meses antes del bombardeo de la OTAN. Lizzie fue abandonada en el hotel que albergaba a los corresponsales internacionales durante la incursión de los terroristas. Era la única mujer periodista y la dejaron atrás sus compañeros profesionales (corresponsales de otras agencias) cuando se organizó un rescate humanitario para la retirada de las comunicadoras y los comunicadores en Trípoli, la capital del país. La periodista sólo fue rescatada tras refugiarse en el subsuelo del hotel y publicar en sus redes sociales videos en los que reportaba disparos y bombas en los alrededores.

Después de ese episodio, Lizzie siguió siendo objeto de ataques, esta vez contra su reputación. Los memes que descalifican personalmente a la periodista en los foros de periodistas y las acusaciones de implicación con grandes personajes a cambio de favores se convirtieron en algo recurrente. Esos hechos afectaron a su vida personal y profesional. La periodista, que cada día trabajaba por una contranarrativa de los hechos en los territorios en conflicto, pasó meses recluida tras los ataques, que llegaban desde su propio terreno, es decir, por parte de sus compañeros de profesión.

Posteriormente, volvió a trabajar en zonas de conflicto, convirtiéndose en la primera periodista occidental en adentrarse en el frente del conflicto armado en Siria, cuando los terroristas del DAESH invadieron y destruyeron las milenarias ruinas de Palmira. Lizzie también estuvo presente durante los bombardeos en Gaza, Palestina, demostrando que las mujeres periodistas -que reciben la misma clase de cobertura y protección que los hombres- pueden actuar con la misma eficacia y competencia. Los casos de machismo como el de Lizzie no son infrecuentes. «Se trata a las mujeres como locas, como si estuvieran dementes, que no saben lo que dicen. O crean historias de que se han acostado con uno u otro. Este tipo de cosas nunca suceden con los hombres y sabemos por qué», señala Juliana Medeiros.

La violación como arma de guerra

Cuando surgen conflictos entre grupos o países, se considera que el cuerpo de la mujer es un territorio a ser ocupado, un objeto de conquista.

La violencia física contra las mujeres es un arma que se presenta a través de la humillación y la demostración de fuerza masculina y machista.

«El peligro sería el mismo para todos en una cobertura de un país en situación de conflicto, pero en definitiva las mujeres siempre están más expuestas. Sobre todo en las guerras, porque desgraciadamente la violación es un arma de guerra desde tiempos inmemoriales», explica Juliana.

Lara Logan, periodista estadounidense y corresponsal del programa 60 Minutes de la cadena CBS, fue violada en El Cairo tras la caída del régimen del expresidente egipcio Hosni Mubarak. «En medio de una multitud, se apartó de su equipo. La rodearon y sufrió una brutal agresión sexual y una paliza antes de ser rescatada por un grupo de mujeres y unos 20 soldados egipcios», señala un comunicado de la emisora.

Invisibilidad y falta de dignidad

«También hay una invisibilidad para las mujeres en el post mortem. Los grandes periodistas  laureados y recordados como referentes son siempre hombres», señala Juliana.

El reciente caso de Shireen tampoco fue diferente. A la periodista asesinada ni siquiera le garantizaron una celebración digna tras su muerte. Su funeral fue asaltado por la policía israelí y su ataúd llegó a caer al suelo. Lo mismo ocurrió en el caso de Serena Shim, ya mencionada anteriormente. Sus reportajes fueron eliminados de YouTube tras su muerte y es muy difícil encontrar detalles sobre el accidente que la mató. 

Contra el intento de borrar su existencia, un grupo de familiares, colegas y amigos creó un premio internacional en honor a Serena, que ya ha galardonado a figuras como Julian Assange. «Es importante que el mundo sepa que una mujer fue tan valiente, que se posicionó en contra de la narrativa hegemónica y demostró -pese a los evidentes riesgos para su integridad- que había otras cuestiones sucediendo en esa zona de conflicto y que siempre están los intereses de las potencias (y sus medios) para que no se conozcan estas historias», dice Juliana.

La realidade brasileña

En Brasil pasa lo mismo. Desde la asunción de Jair Bolsonaro en 2018, los medios de comunicación son objeto de ataques y descrédito por parte del presidente. Sólo en 2020, Bolsonaro fue el autor del 40,89% de las agresiones registradas por la Federación Nacional de Periodistas (Fenaj). La Fenaj identificó agresiones verbales, amenazas directas a periodistas, ataques a la propia Federación y más de 150 acciones de descrédito a la prensa.

Según el informe «El impacto de la desinformación y la violencia política en Internet contra las mujeres periodistas y comunicadoras» realizado por la organización Género y Número, una de las violaciones más frecuentes son los ataques misóginos o de connotación sexual (19,4%), en los que la agresión está dirigida directamente a la periodista, con el objetivo de intimidar, descalificar y dañar su reputación. Las amenazas a la reputación profesional y personal y a la integridad física o el uso indebido de imágenes o fotos también se presentan como delitos recurrentes contra las periodistas, pero en menor número. 

El rol de la comunicación en los regímenes autoritarios

Hay dos mecanismos que se utilizan para restringir la comunicación en los regímenes autoritarios. La primera, la censura, se refiere a las órdenes explícitas que determinan lo que puede o no puede emitirse. La segunda, la autocensura, se origina por el contexto de persecución impuesto. Para Laura Capriglione, reportera de la red Jornalistas Livres, la comunicación es algo fundamental para los regímenes autoritarios es algo fundamental. «No es una comunicación dialógica, no es una comunicación que dialoga con los males, los padecimientos, dolores y esperanzas del pueblo. Se trata de una comunicación impositiva, autoritaria y unilateral».

La periodista señala el intento de tergiversar la responsabilidad en el reciente asesinato de Shireen. «Esto es lo que vemos en varios conflictos en los que intervienen fuerzas descomunales contra pueblos vulnerables. Por ejemplo, el reciente asesinato de la periodista palestina a manos de soldados israelíes. El gobierno israelí trató de atribuir la responsabilidad de este absurdo crimen a los palestinos que simplemente intentaban salvar a la periodista. Es decir, hay una completa alteración de responsabilidades y de los propios hechos en el sentido de hacer que la palabra y la historia sean contadas por los opresores».

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Martha Raquel Rodrigues vive en Brasil, es periodista y estudiante de maestría en el Programa de Integración Latinoamericana de la Universidad de São Paulo (USP). Forma parte de la red Jornalistas Livres y trabaja en la comunicación del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST).

Traducido del portugués por Luiza Mançano

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