La Marcha Mundial de las Mujeres mantiene una tradición internacionalista. También es el resultado de la lucha de toda la vida de nuestra compañera Nalu Faria. Seguimos las tareas que nos dejó Nalu, que son muchas, para cada una de nosotras/os, luchadores y luchadoras de todo el mundo que la conocimos, nos cruzamos con su dedicación, su entrega y sus acumulados.
Comienzo, entonces, comartiendo dos reflexiones que Nalu siempre nos trajo. La primera es la importancia de construir el internacionalismo, entendiendo que las luchas socialistas y feministas son antisistémicas y necesitan ser internacionales, entre compañeras y compañeros de todo el mundo. La segunda reflexión es sobre la importancia del proceso; no sólo la importancia de este espacio que hemos construido hoy, sino el proceso que nos trajo aquí y también lo que desencadena este espacio.
La organización contra la globalización
¿En qué condición nos encontramos hoy los trabajadores y trabajadoras? Nuestra organización es una respuesta y una construcción de una alternativa para transformar las condiciones en las que vivimos. ¿Bajo qué escenarios surgen los movimientos sociales? ¿Cómo se organiza la lucha? En Brasil, por ejemplo, entre 1964 y 1985 vivimos bajo una dictadura militar, en un proceso que, paradójicamente, provocó el surgimiento de varios movimientos sociales actuales, como el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), la Central Única de los Trabajadores (CUT), la Asociación Nacional de Estudiantes de Postgrado (ANPG), entre varios otros.
Luego, en la década de 1990, vivimos un momento en el que el imperialismo nos impuso un proyecto de globalización, internacionalizando aún más la economía neoliberal de precariedad en nuestras vidas. En América Latina, en particular, intentaron imponernos el ALCA, un acuerdo de libre comercio. En ese momento, a finales de los años 1990 y principios de los años 2000, la organización de los movimientos generó dos caminos: algunos pensaron que disputar esa agenda de institucionalidad podría traer oportunidades; nosotras, en cambio, no lo creíamos. Entendimos que esto era muy similar a las condiciones en las que ya vivíamos, y que ese proyecto intentaba profundizarnos y atraparnos en una condición de subordinación.
Las Naciones Unidas (ONU) no nos representaban y entendimos que la lucha y las respuestas necesarias sólo podían venir de los trabajadores. En este contexto de neoliberalización, surgieron la Marcha Mundial de las Mujeres, la Vía Campesina y otros movimientos, con el entendimiento de que, si la opresión es internacional, nuestra respuesta –nuestro socialismo, nuestro feminismo– también debe ser internacional.
La clase trabajadora y sus dilemas actuales
Hoy estamos experimentando una nueva inflexión del sistema capitalista. Vemos que el sistema capitalista no sólo ataca el trabajo, sino también nuestras vidas. El capitalismo es incompatible con la vida. Esto lo vemos hoy en el enfrentamiento de nuestras compañeras y compañeros en Palestina. También vimos, en los últimos años, durante el período de la pandemia, que mientras la gente moría en los países del Sur global, ya había una vacuna lista y inaccesible. En ese momento, muchos de nosotros entendimos cómo las luchas por romper patentes y contra las empresas farmacéuticas transnacionales eran parte de una lucha de solidaridad internacional de la clase trabajadora.
El período de la pandemia trajo una remodelación del trabajo, que fue aún más dura para las mujeres. Por un lado, vimos una profundización de la uberización, no sólo en el trabajo estrictamente de plataformas, sino en la flexibilización de cualquier derecho. Por otro lado, incluso en estas condiciones precarias, las mujeres fueron expulsadas de este mercado laboral. En Brasil, en 2020, el 96% de las personas que perdieron su empleo formal fueron mujeres, según una encuesta delInforme Anual de Informaciones Sociales (Rais, sigla en portugués). Esta tendencia se dio no sólo en Brasil, sino en todo el mundo. Hoy en día, tenemos muchos más hombres que mujeres en la fuerza laboral económicamente activa.
Las crisis del capital son necesarias para restablecer las ganancias, pero también para restablecer sus cadenas de explotación, de las que forma parte la división sexual del trabajo. Las crisis van de la mano de las políticas de austeridad, de la reducción del Estado y de sus sistemas de salud, educación pública y cuidados. Cuando el mercado nos expulsa del mercado laboral y el Estado se retira de estas tareas, el mensaje que nos dan es que esa responsabilidad es de las mujeres. Que quieren devolvernos a casa para realizar la labor de cuidar a los enfermos, a los niños, a los ancianos y también a los hombres, que se encuentran en este mercado laboral económicamente activo cada vez más enfermante.
Para el sistema capitalista, todo este trabajo de cuidados pertenece a las mujeres.
Ana Priscila Alves
Esta condición saca a la luz dos elementos: el primero es el trabajo asalariado, que no es una regla ni para el Sur global ni para las mujeres. Hay una serie de trabajos no formales y no remunerados. El segundo es la construcción capitalista de falsas dicotomías, como producción y reproducción, público y privado, razón y emoción. Todas ellas están diseñadas para invisibilizar el trabajo gratuito que realizan las mujeres. El trabajo de reproducir la vida sostiene la economía. Asumir que las mujeres serán responsables del cuidado impone una precariedad estructural, marcada por el sistema capitalista, patriarcal y racista y la división internacional del trabajo.
Alternativas feministas para cambiar el mundo
No nos sirve un feminismo que, en realidad, es un capitalismo pintado de lila. El feminismo necesita ser popular, desmantelar los cimientos de este sistema capitalista que nos oprime en todo el mundo. Traemos como alternativa una economía feminista, capaz de poner la vida en el centro. La economía es el conjunto de tareas que garantizan la vida y mantienen en funcionamiento la sociedad.
Entendiendo que el conflicto entre capital y vida estructura nuestra sociedad, construimos estas alternativas en nuestros territorios. En la pandemia entendemos la necesidad de poner nombre a quienes nos oprimen y enfrentar la ofensiva de las empresas transnacionales – las farmacéuticas, la minería, la privatización del agua, entre otras. Las mujeres dan respuestas porque están en la primera línea de esta resistencia en sus territorios, con la memoria, la mística, la agricultura familiar y la economía solidaria.
Cuando miramos las alternativas propuestas en nuestros países y territorios, nos damos cuenta de que este es el desafío de nuestro tiempo histórico. En la década de 1980, lograron surgir una serie de movimientos sociales para luchar por la democracia. En la década de 1990 luchamos contra la globalización capitalista. Ahora es el momento de entender la reorganización del capital y luchar por construir el socialismo hoy, en nuestro tiempo histórico.
Este sistema que nos mata no puede continuar.
Ana Priscila Alves
Nalu Faria dijo repetidamente que la respuesta a los problemas y dilemas de la humanidad está en la propia clase trabajadora, en la vida cotidiana, en los movimientos, en las alternativas que ya construimos todos los días, en nuestros lugares de trabajo y de vida. La respuesta para desmantelar las bases materiales del capitalismo reside en los movimientos de resistencia que realizamos en todo el mundo. Ésta es nuestra tarea: cambiar el mundo para cambiar las vidas de las mujeres y cambiar las vidas de las mujeres para cambiar el mundo. Y por eso seguiremos marchando hasta que seamos todas libres.
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Por Ana Priscila Alves
Ana Priscila Alves integra la Marcha Mundial de las Mujeres en Río de Janeiro, Brasil. Este texto es una edición de su discurso en el panel “Organización de la clase trabajadora”, realizado el 15 de octubre, durante la III Conferencia Internacional Dilemas de la Humanidad, en Johannesburgo, Sudáfrica.