La contribución del feminismo a las luchas en defensa de los bosques y sus comunidades es poner en el centro el papel de la mujer en la sostenibilidad de la vida humana y no humana. Contra la colonización capitalista, la división sexual y racial del trabajo occidental y los modos de producción destructivos y usurpadores, el feminismo elabora una crítica antisistémica y se alía con las comunidades atacadas en todo el mundo. Es parte de una visión feminista, anticapitalista y antirracista denunciar la desestructuración de las comunidades que se desvían de los estándares hegemónicos, y fortalecer sus conocimientos, resistencias y formas de vida. Cuando las empresas transnacionales ocupan territorios, refuerzan el patriarcado, remodelan las relaciones sociales y transforman comunidades de diferentes partes del mundo en víctimas de esa explotación.
El capitalismo depende del control de la naturaleza, del trabajo y de los cuerpos de las mujeres. Y, a medida que las grandes empresas ingresan a las comunidades, estableciendo sus megaproyectos y modelos de operación, también avanza el control y la explotación capitalista. Con el fin de reflexionar sobre los diferentes y similares desafíos que enfrentan las mujeres y comunidades enteras alrededor del mundo cuando sus territorios son ocupados por estas empresas, integrantes del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales y la Marcha Mundial de las Mujeres realizaron un intercambio de conocimientos y experiencias entre los días 14 y 17 de mayo, en Parelheiros, São Paulo, Brasil.
Intercambio, una metodología de movimientos
Intercambios son formas de propiciar el intercambio de saberes entre militantes de diferentes territorios. “Es una herramienta política y pedagógica, porque al visitar nuevos territorios de lucha, al poner un pie en él, somos más capaces de reconocer las diferentes voces de la resistencia que están ahí: personas mayores, mujeres, jóvenes, que son sujetos políticos que, en los grandes eventos muchas veces no logran hablar tanto. En los territorios vemos mejor cómo se puede organizar la vida”, explica Natália Lobo, de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil. En los territorios en conflicto, los intercambios son también momentos de demostración de apoyo y solidaridad, que fortalecen la resistencia local y permiten ver la proximidad sistémica entre conflictos aparentemente locales.
A este encuentro realizado en mayo asistieron personas de movimientos populares de África, Asia y América Latina que luchan por la justicia ambiental, la agroecología y la soberanía alimentaria. Militantes de los movimientos campesinos y ambientales, estas personas actúan en la lucha por el territorio y en contra de la economía verde.
El intercambio fue una oportunidad para debatir y compartir desafíos, como el avance de la frontera agrícola y de la economía verde, con sus megaproyectos mineros, el aumento de los monocultivos, como el eucalipto y la palma aceitera, el acaparamiento de tierras y las políticas de financiarización de la naturaleza. También fue una oportunidad para vivir e intercambiar experiencias, ideas y saberes que unen a las comunidades y sus luchas. Para Claudia Guillén, de Chiapas, México»la vida de los territorios es también alegría, y no solo el avance de los megaproyectos. Según ella, la experiencia de intercambio es también una demostración de resiliencia y una fortaleza, en donde las mujeres hemos puesto la cara”
Para Aminata Finda Massaquoi, una militante de Sierra Leona, la experiencia de trabajar con mujeres de otra región del mundo fue un momento de comprensión de cómo las mujeres de su país y las mujeres de Brasil tienen desafíos en común. Ella comparte que “en esta región del mundo, otras mujeres están enfrentando estos desafíos, pero ellas siguen esforzándose a pesar de todo. Es una lucha y una batalla continua. Es bueno saber que no estamos solas porque, por lo general, no podemos soportarlo más, pero encontramos las mismas luchas en todas partes”.
Aminata también destacó los aspectos comunitarios del trabajo agroecológico de las mujeres en Vale do Ribeira, una región del estado de São Paulo que visitó el grupo. El grupo pudo escuchar, directamente de estas mujeres, cómo realizan su trabajo colectivamente y cuáles son los impactos positivos para la comunidad. “Recuperar este conocimiento es también recuperar las historias de mis ancestros”, concluyó Aminata.
Feminismo y juventud en defensa de los bosques
La reflexión sobre el papel del feminismo en la lucha fue el eje de muchos debates, incluido el papel de la juventud en las comunidades. La joven indonesia Wiwiniarmy Andilolo compartió que, en su país, es común que los pueblos originarios y del campo sean estigmatizados por la juventud influenciada por el discurso urbano hegemónico. “La juventud prefiere vivir una vida más “cómoda” en la gran ciudad, ya que no tienen ese sentimiento de pertenencia. Las generaciones más jóvenes tienden a sentir que son diferentes y están separadas de la comunidad”, dice Wiwiniarmy.
Ante esta trampa desintegradora, articulada por el avance del capitalismo, las comunidades tradicionales se esfuerzan por mantener vivos sus saberes desde la conexión con el territorio y la naturaleza, y con modos de vida más compartidos, creando puentes entre lo urbano y lo rural, lo moderno y lo ancestro. “Regresaré a mi ciudad después de terminar mis estudios en la ciudad, y haré algo similar a lo que ha hecho la comunidad aquí. No tienes que estar en la frontera de tu propia comunidad para ser transformada por nuevas perspectivas, y eso es exactamente lo que estamos haciendo ahora”, informa Winwin.
La participación política de las mujeres impacta directamente en la vida comunitaria. Cuando las mujeres se organizan, sus comunidades tienden a ser más conscientes de los riesgos que las grandes empresas pueden traer al territorio. Como responsables de tareas fundamentales para el sostenimiento de la vida y la cohesión de las comunidades, las mujeres aportan diferentes perspectivas sobre el avance del capitalismo y el mercado, teniendo un mayor compromiso con la protección de sus territorios. Un ejemplo es el que trae Natália Lobo sobre la experiencia en el Nordeste brasileño, donde las mujeres son activas en la lucha contra las empresas de energía eólica. “En estas comunidades, las militantes de MMM están organizadas en asociaciones, en espacios mixtos, y dijeron que fueron las primeras en las asociaciones y en los espacios de organización en decir ‘no’ a la energía eólica”, explica.
En Chiapas, México, así como en varias regiones africanas, las mujeres están en primera línea en la lucha contra los monocultivos de palma aceitera. Las empresas involucradas en la producción de aceite de palma en los países del sur global combinan la fuerza militar, la explotación laboral y el acaparamiento de tierras para obtener más ganancias en la extracción de la materia prima. Los impactos en la vida comunitaria son muchos, incluido el aumento de la violencia contra mujeres y chicas y el trabajo precario sin derechos. Conscientes de los riesgos que el avance de estas empresas representa para la reproducción de la vida, las mujeres organizan y fortalecen los vínculos entre las agendas del feminismo y la justicia ambiental.
Para Claudia, la lucha de las compañeras de Chiapas contra el monocultivo de palma aceitera es similar a la lucha de las mujeres brasileñas por la soberanía energética porque son resistencias difíciles, pero se organizan con irreverencia: “Al igual que las compañeras de Chiapas, las compañeras de acá enfrentan procesos que también son muy duros y violentos, y que sin duda podrían secarnos el corazón. Pero la dulzura, la ternura con la que nos recibieron, el abrazo, la comida y la alegría con la que nos compartieron sus territorios es hermoso y realmente alienta”.
Durante el intercambio, Natália recordó una canción del movimiento agroecológico brasileño que dice que, “sin mujer, la lucha está a medias”. Y en todo el mundo, donde avanza el capitalismo, también hay resistencia de las mujeres que denuncian la destrucción de las empresas transnacionales, que son un enemigo común en muchos territorios.