Somos todas y todos conscientes de que enfrentamos crisis sistémicas muy profundas, socio ecológicas y multidimensionales que están interrelacionadas y que amenazan la sustentabilidad de la vida, los medios de sustento de nuestros pueblos y también los derechos de nuestros pueblos. Claramente en el origen de esta crisis está la injusticia. Esa injusticia se reproduce y se exacerba con los impactos de la crisis.
Sabemos que no somos todas y todos igualmente responsables de la crisis climática, y que los impactos de esa crisis golpean con más fuerza a los pueblos que menos han hecho para generarla. Históricamente ha habido una apropiación injusta del espacio atmosférico, que continúa todavía hoy, y a ella se suma el acaparamiento de tierras, territorios, ríos, bosques, lo que también contribuye a la crisis climática y las otras crisis interrelacionadas. Es un proceso continuo, que no para y que está cargado de injusticias y negación de derechos.
Enfrentar las crisis y sus causas estructurales implica revertir los procesos de concentración de la riqueza, los procesos de privatización y mercantilización de la naturaleza y de las distintas esferas de la vida en sociedad, implica revertir las políticas neoliberales y no permitir que nuevas esferas de la vida y la naturaleza sean incorporadas en el circuito de acumulación de capital.
Lo que sucede hoy en día es que lamentablemente se imponen falsas soluciones y parches tecnológicos que no tienen como intención enfrentar las crisis sistémicas, sino que pretenden dar continuidad a ese proceso de acumulación y concentración de riqueza. La idea es mantener y fortalecer el sistema capitalista. Entonces se plantean conceptos como la compensación, o sea, de que si se genera daño en un lugar, se compensa con un proyecto en otro lugar. Así, se mantienen lógicas muy perversas de destrucción y de maquillaje verde de las empresas, en una lógica económica basada en la búsqueda de más ganancias a partir de la explotación y la apropiación de la naturaleza.
Nosotras y nosotros conocemos el camino a seguir. Tenemos planteado un proyecto político que han marcado nuestros pueblos. Tiene que ver con la necesidad y la importancia de tener control social del sistema alimentario, del sistema energético, de los territorios, así como garantizar el manejo colectivo de la biodiversidad y de los bosques. Ese control popular solo es posible en la medida que se fortalezcan los sujetos políticos populares, que han construido históricamente y acumulado políticamente en procesos de construcción como el de la soberanía alimentaria.
Ese es el marco que debe orientar cualquier proceso de desarrollo tecnológico. Pero, lamentablemente, en el proceso de imposición de tecnologías, se niegan las voces de los pueblos, sus cosmovisiones, sus formas de entender la realidad y sus derechos. No nos oponemos a las tecnologías. Las sociedades históricamente han desarrollado tecnologías, en un proceso de coevolución y diálogo con la naturaleza para resolver problemas que enfrentamos para la satisfacción de nuestras necesidades humanas. Hay un proceso de desarrollo tecnológico desde los pueblos, que tiene mucho que ver con la historia de la agricultura, por ejemplo.
Hoy, eso está siendo pisoteado, invisibilizado. Están tratando de borrar esos procesos de construcción de tecnología desde los pueblos. Por eso, es necesario reafirmar el derecho y la responsabilidad de nuestras sociedades de evaluar las tecnologías, desde una perspectiva emancipatoria, y teniendo en cuenta el principio precautorio.
En el proceso de construcción de la soberanía alimentaria y en todos los debates en torno a la transición justa, hemos visto que evaluar las tecnologías implica tener en cuenta múltiples dimensiones y plantear muchas interrogantes como sociedad. Voy a plantear algunas de las interrogantes que hemos ido incorporando en esos procesos de construcción colectiva.
La primera pregunta es: ¿las soluciones tecnológicas que se nos están proponiendo contribuyen realmente a enfrentar la crisis sistémica de forma integral y estructural? Para nuestros pueblos, está claro que no podemos enfrentar la crisis climática con medidas y tecnologías que exacerban la crisis de la biodiversidad, el hambre, la desigualdad y el despojo. Eso sucede, por ejemplo, cuando se imponen como solución las plantaciones como sumideros de carbono para las emisiones de gases de efecto invernadero; o cuando se impone la «intensificación sostenible» en la agricultura para fortalecer el agronegocio, lo cual lleva al acaparamiento de tierra, bosques, aguas, la destrucción de la biodiversidad y la contaminación de nuestras semillas criollas. Esta no es nuestra forma de solucionar la crisis.
¿Están esas tecnologías realmente diseñadas para alimentar nuestro pueblo con alimentos saludables y para garantizar la energía como derecho de nuestros pueblos? O, en realidad, ¿el objetivo es garantizar las tasas de ganancias de las empresas que controlan, por ejemplo, el mercado de cereales, de semillas comerciales, o el mercado de agrotóxicos -que está cada vez más concentrado, como nos ha mostrado el Grupo ETC? Son empresas que han tenido ganancias récord, como es el caso de Cargill, que en 2021 obtuvo 5,000 millones de dólares de ganancia.
El hambre continúa aumentando en nuestro mundo, y también en nuestro continente. Eso es terrible y nos interpela como sociedad. El relator especial por el derecho a la alimentación Michael Fakhri habla que hay entre 702 y 820 millones de personas hambrientas en el mundo, y 2.300 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria moderada o grave. En mi país, Uruguay, dónde hay muchísima tierra que se podría utilizar para producir alimentos, pero que se utiliza para producir commodities, uno en cada cinco hogares con niñas y niños menores de seis años sufre inseguridad alimentaria moderada o grave. O sea, no hay alimento suficiente para alimentar esos niños y niñas. Esa la realidad se nos ha impuesto la lógica del agronegocio.
¿Esas tecnologías contribuyen realmente al cuidado de la vida? O, en realidad, ¿van a enfermar a las poblaciones, como sucede con los paquetes tecnológicos de los agrotóxicos que se emplean en la producción de commodities? ¿Se fundan en relaciones sociales igualitarias y justas, o van a llegar a una mayor explotación de la clase trabajadora, del campesinado, de los pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes, tal como sucede con las plataforma digitales y las cadenas globales de valor de las empresas transnacionales, que además fortalecen a los sistemas de opresión patriarcal, racista, de clase, colonial?
¿Contribuyen esas propuestas a la autonomía de las mujeres, o a una mayor explotación del cuerpo y del trabajo de las mujeres? Sabemos que unas 1,600 millones de mujeres del mundo son agricultoras, y que el 43% de la mano de obra en agricultura es de mujeres. Asimismo, las mujeres solo tienen el 2% de la tierra, y siguen recibiendo menos salario que los hombres.
¿Contribuyen esas propuestas a relaciones armónicas y respetuosas con la naturaleza, y a romper la dicotomía entre sociedad y naturaleza? O, por el contrario, ¿van a intensificar aún más la explotación de la naturaleza, llevando a un mayor reduccionismo de la naturaleza, como si fuera un servicio que puede ser comprado y vendido en el mercado, y, por lo tanto, puede ser privatizado?
¿Reconocen el carácter multidimensional y la complejidad de riquezas de un territorio, como un espacio para la producción y reproducción de la vida, donde se desarrollan relaciones sociales, la cultura, la política? ¿O transforman los territorios en plataformas para la extracción de recursos en función de la acumulación de capital? ¿Cuál lógica se nos impone en términos de nuestra comprensión y nuestra vivencia en relación al territorio?
¿Esas propuestas tecnológicas han sido concebidas como herramientas bajo el control público y comunitario, o desde una lógica empresarial que nos lleva a un mayor control corporativo y privado? ¿Están concebidas desde una lógica de la socialización, del intercambio y del compartir, o desde la lógica de la apropiación privada y del mercado?
Sabemos, por ejemplo, que todo el saber asociado a la recuperación, multiplicación y producción de semillas criollas tiene mucho que ver con la práctica de compartir conocimientos, saberes y las propias semillas. Es un proceso colectivo que se enriquece en la medida que las semillas se van nutriendo también de ese intercambio entre campesinos y campesinas en territorios diversos, con prácticas, necesidades y usos diversos. Esa es la lógica que queremos cuando hablamos de la tecnología: fortalecer ese tejido social comunitario, ese proceso colectivo de construcción. Pero, por el contrario, lo que estamos viendo es que esas tecnologías desplazan esos procesos, destruyen el tejido social comunitario y avanzan con la intención de dejar los territorios sin gente. La intención es una agricultura sin campesinos y campesinas.
¿Las tecnologías son resultado de un proceso de innovación que se nutre del diálogo de saberes colectivos de los pueblos, o es un proceso de innovación empresarial que busca el lucro continuo bajo un paradigma absolutamente excluyente? Este paradigma no dialoga con nuestros saberes, no da lugar a los procesos colectivos de organización social de los pueblos.
Quise compartir con ustedes algunas de las interrogantes que hemos visto en este proceso conjunto, participando de la Red TECLA. Debemos siempre plantearnos esas cuestiones y proponer muchas otras más, que pueden servir como base para lo que nos viene por delante. Plantearnos todo eso hace parte del acumulado histórico y colectivo de la construcción de la soberanía alimentaria de nuestros pueblos
Karin Nansen forma parte de REDES – Amigos de la Tierra Uruguay. Este artículo es una edición de su ponencia en el Foro Latinoamericano de Evaluación de Nuevas Tecnologías, organizado por la Red de Evaluación Social de Tecnologías en Latinoamérica (Red TECLA) en 9 de noviembre de 2022, en Santiago, Chile.