Nacida como Josephine Winifred Mpama el 21 de marzo de 1903, Josie, como la conocían su familia, amigos y camaradas, llegó a tener muchos nombres dependiendo de las maniobras que tuvo que realizar en diferentes contextos. Donde dominaba el inglés y se le permitía una mayor movilidad económica y social, su apellido se anglicisaba y pasaba a llamarse Josie Palmer. En otros momentos, cuando estaba con su compañero, Edwin, y entraba en juego la política de la respetabilidad, usaba el apellido de él y se convertía en la señora Mofutsanyana. Cuando hacía trabajo más encubierto, sus alias conocidos incluían Winifred Palmer, Beatriz Henderson y Red Scarf [Pañuelo Rojo].
Josie nació un año después del final de la Guerra de Sudáfrica (1899- 1902), durante la cual el Imperio Británico y los bóers (descendientes de los colonos holandeses) lucharon por el control de la región. Ella creció y se volvió políticamente activa durante uno de los períodos políticos más tumultuosos de la historia del país, cuando la minoría blanca intentaba consolidar su control sobre la tierra, el trabajo y el poder político. Al mismo tiempo, se producían profundos cambios y conflictos en el panorama político y económico internacional: antes de cumplir 40 años, Jossie viviría la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, la Gran Depresión, la formación de la Internacional Comunista (Comintern), el ascenso del fascismo europeo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
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Al servicio de la floreciente economía blanca
A principios del siglo XX, hombres africanos procedentes de las áreas rurales de Sudáfrica y de países vecinos fueron atraídos al emergente centro industrial de Johannesburgo como mano de obra para las agitadas minas de la ciudad. Solo a los hombres se les permitía este tipo de trabajo, quienes vivían en complejos de trabajadores semicarcelarios y su remuneración era tan baja que no podían mantener a sus familias en casa. La construcción de la Sudáfrica moderna estuvo basada en una organización del trabajo segregada y segmentada, apoyada no solo en la explotación despiadada de la mayoría de clase trabajadora racializada, sino que también se beneficiaba sustancialmente de la división sexual del trabajo dentro de esa mano de obra. Como escribió en 1978 la destacada periodista y comunista sudafricana Ruth First declaró en su discurso del día de la mujeres en Sudáfrica en 1978:
Era un sistema de mano de obra barata, de trabajo migrante, que primero extrae a los hombres de las reservas rurales para servir a la economía blanca, luego los expulsa de esa economía cuando están demasiado viejos y enfermos para trabajar; los saca del camino y los envía de vuelta a las reservas cuando están desempleados. De este modo, los gobernantes blancos se eximen simultáneamente de toda responsabilidad sobre las personas mayores, enfermas, desempleadas y sus familias, a la par que remueven la fuente de rebeldía de la revuelta de la clase trabajadora.
Son las mujeres las que llevan la carga más pesada de este sistema migratorio. Se quedan atrás con el peso de la familia; y se quedan atrás como productoras, para mantener la agricultura en marcha. Entonces, ellas son responsables tanto de la familia como de la producción.
Este trabajo consistía no solo en cuidar de los jóvenes, las personas mayores enfermas y las desempleadas, para garantizar la supervivencia de las familias y las comunidades en las “reservas” rurales africanas (un concepto tomado de las reservas de los nativos americanos en Estados Unidos), sino que, más tarde, también incluyó el trabajo doméstico y de reproducción social que era esencial para mantener a la clase dominante blanca.
Aunque las mujeres africanas fueron inicialmente excluidas de las florecientes industrias, las duras condiciones en las reservas rurales, junto con el hecho de que recibían entre poca y ninguna remesa de sus parientes varones establecidos en áreas urbanas, acabaron por empujarlas a buscar trabajo o medios de subsistencia en las ciudades. La mayoría trabajaba como empleadas domésticas, cerveceras, pequeñas comerciantes y lavanderas. La precariedad y los bajos salarios caracterizaban a este nuevo ejército de reserva de trabajo eventual, que fue empujado a las periferias de las ciudades y estaba fuertemente vigilado por la policía.
En su temprana adolescencia, Josie se unió a esta fuerza de trabajo informal, aceptando una variedad de trabajos domésticos precarios y de corto plazo, como lavar ropa, limpiar casas y cocinar, así como fue dos veces aprendiz de costurera. Ganaba salarios extremadamente bajos, en parte debido a su corta edad.
Después de la Guerra de Sudáfrica, los británicos y los bóers o afrikáners se aliaron para establecer la Unión Sudafricana en 1910 y poner en marcha un sistema de leyes opresivas y procesos discriminatorios para cimentar el dominio blanco. Las familias, la mano de obra y las tierras africanas fueron objeto de diversos ataques, sobre todo a través del sistema de la ley de pases, que imponía diversas restricciones a la mayoría africana y a su capacidad para vivir en las ciudades, moverse libremente y trabajar. El sistema incluía medidas que penalizaban las huelgas de los trabajadores de africanos, les prohibían ciertos tipos de empleo, y les daban menos indemnización por lesiones que a sus homólogos blancos. Estas políticas buscaban controlar y limitar su capacidad de trabajar en zonas urbanas que tenían el mayor potencial de ingresos, y limitar su existencia social y en último término, política. Igualmente, la ley de pases también se utilizó para garantizar un suministro barato de mano de obra en las ciudades, dedicadas casi exclusivamente a la floreciente industria blanca. En varios momentos, el sistema del apartheid se aplicó a través de controles policiales sistemáticos, así como a través del uso de libretas de pases, que los africanos debían portar en todo momento y que contenían información de identificación personal, incluidos detalles biométricos y laborales. Bajo este régimen, las personas africanas estaban sometidas constantemente a vigilancia, acoso y la amenaza de ser multadas o detenidas.
A comienzos de la década de 1910, surgió en todo el país una resistencia popular y organizada contra la ley de pases, siendo una de las primeras la histórica campaña liderada por mujeres en 1913 en Bloemfontein. Aunque estas luchas consiguieron concesiones en algunos casos, el sistema de ley de pases continuó expandiéndose. La Ley de Nativos (áreas urbanas), aprobada en 1923, abrió camino para endurecer el sistema de control de ingresos que se desarrollaría durante la era del apartheid, que restringió aún más los movimientos y conducta de las personas africanas en las áreas metropolitanas. Bajo la ley de 1923, se definía a las y los africanos como “residentes temporales” a quienes solo se permitía la entrada a las ciudades en la medida en que sirvieran “a las necesidades de la población blanca”, tal y como establece la ley. Aunque las leyes promulgadas en 1902 y 1913 ya habían establecido las bases para la segregación racial y el despojo de tierras (asignando menos del 10% de la tierra a los africanos), la Ley de Nativos de 1923 dio a las autoridades locales mayor poder para aplicar controles dentro de sus municipalidades. Fue en este contexto que Josie hizo su debut político.
Resistencia en Potchefstroom
Potchefstroom era uno de los bastiones políticos del proyecto de asentamiento afrikáner y después, del sistema del apartheid. A diferencia de Bloemfontein donde las luchas contra los pases se desarrollaron en un contexto de escasez de mano de obra, las luchas en Potchefstroom se desplegaron en un contexto de excedente de mano de obra. En un intento de controlar la creciente población africana en la zona, el gobierno colonial impuso una serie de restricciones, incluidos toques de queda y tarifas por servicios públicos (como la construcción de tuberías de agua), muchas de las cuales afectaron profundamente a las mujeres africanas.
Hartas de una avalancha de restricciones y del aumento del costo de vida, el 28 de septiembre de 1927, un grupo organizado de unas 200 mujeres africanas se manifestaron contra el cierre de los pozos de agua. Las mujeres, muchas de las cuales se ganaban la vida lavando ropa de familias blancas, marcharon hasta el magistrado local con una pancarta roja, blanca y azul, en la cual se leían las palabras “Por piedad” para mostrar su descontento.
El Estado promulgó tales medidas con el fin de extraer ingresos de los hogares africanos para cubrir déficits financieros públicos que, de otro modo, habrían tenido que pagar los hogares blancos. La oposición más intensa surgió en respuesta a la política de permisos de alojamiento, que obligaba a cualquier persona mayor de 18 años que viviera en un hogar de propiedad de otra persona, a registrarse y pagar a las autoridades municipales un permiso mensual. Esto significaba que las y los hijos y parientes tenían que pagar una tasa mensual para vivir en sus casas familiares. Quienes no pagaban enfrentaban enjuiciamiento, desalojo y expulsión, lo que socavaba aún más la cohesión social de la familia africana, ya desarticulada por el sistema de trabajo migrante.
Junto con otros líderes comunitarios y cuadros comunistas (entre ellos Edwin Thabo Mofutsanyana, que más tarde sería su esposo), Josie lideró importantes protestas contra la municipalidad local y los residentes blancos por los permisos de alojamiento, incluida una campaña de resistencia pasiva que pedía que se negaran a pagar la tasa de alojamiento. Las mujeres fueron particularmente creativas y resilientes durante este periodo, utilizando varias tácticas de resistencia colectiva, como devolver rápidamente a sus casas a los residentes desalojados y sus muebles. Aunque las protestas comenzaron espontáneamente, el CPSA proporcionó apoyo organizativo y jurídico, así como dirección política al movimiento. Para 1928, la creciente sección local del CPSA tenía alrededor de 1000 integrantes y Josie se encontraba entre las primeras personas reclutadas en esta oleada.
En los preparativos de una reunión masiva de más de 500 personas celebrada el 16 de diciembre de 1929, con el objetivo de agitar y reclutar personas para luchar contra el régimen racista, los volantes del CPSA declaraban:
La lucha en Potchefstroom tuvo su pico en enero de 1930, cuando una huelga general prácticamente paralizó la ciudad. Las mujeres africanas encabezaron la carga, organizando piquetes, bloqueando carreteras clave y evitando que otros africanos fueran a trabajar.
Aunque estas luchas crearon obstáculos para las autoridades locales, que finalmente capitularon y eliminaron las tasas de los permisos de alojamiento en mayo de 1931, para mayo de 1930 la resistencia activa se había extinguido, la organización del partido casi había dejado de existir, y Josie se vio obligada a abandonar la ciudad. Las autoridades blancas utilizaron la lucha en Potchefstroom como un experimento para mejorar mecanismos de control, que encontraría expresiones nuevas y más duras en los años siguientes.
Las luchas comunitarias que se desarrollaron en y alrededor de la resistencia a los permisos de alojamiento en Potchefstroom fueron experiencias formativas para Josie, tanto en términos de organizar a las mujeres como a su introducción en el comunismo. Cultivaron en ella un profundo sentido de que, para avanzar, la lucha política tenía que basarse en los asuntos cotidianos que más afectaban a la mayoría. Cuando miembros del PCSA o funcionarios del Comintern restaron importancia a estas luchas, Josie continuó insistiendo en que el partido debía apoyarlas para ser más relevante para las masas trabajadoras.
Para seguir leyendo la historia de Josie Mpama y su aporte a la organización de las mujeres en Sudáfrica, consulte la publicación original del Instituto Tricontinental de Investigación Social en portugués, inglés y español.
Este es un fragmento del texto «Josie Mpama», que forma parte de la serie «Mujeres de lucha, Mujeres en lucha» del Instituto Tricontinental de Investigación Social.