Este 21 de febrero, editoriales independientes y organizaciones de izquierda que forman parte de la Asamblea Internacional de los Pueblos (AIP) articulan el Día delos Libros Rojos. La actividad internacional es una forma de celebrar la fecha en que se publicó El Manifiesto Comunista, de Karl Marx y Friedrich Engels, en 1848. En decenas de países, personas se reúnen para leer el Manifiesto en sus varias traducciones, además de realizar otras actividades de encuentro, debate y cultura. En las redes sociales, se invita a la gente a publicar fotos de sus lecturas rojas, con el hashtag #RedBooksDay2022.
Al celebrar la actualidad y la fuerza del Manifiesto, el Día de los Libros Rojos también plantea la reflexión sobre el rol transformador y colectivo de los libros. Un libro no se hace solo: además de tener siempre muchas manos involucradas en su proceso de producción, reúne los aportes y apuestas compartidas por una gran cantidad de personas.
Los libros pueden ser herramientas para la transformación. Pueden fortalecer nuestras inquietudes y deseos de ampliar horizontes, y también pueden solidificar y profundizar nuestra visión crítica, necesaria para mirar el mundo. Tenemos la idea de que el libro es un objeto para ser leído y entendido solo, en voz baja. Pero el proceso de lectura no necesita ser aislado. Cuando leemos colectivamente, cuando debatimos ideas y propuestas de un libro, también creamos nuevas formulaciones sobre el mundo en el que vivimos y cómo queremos vivir.
El Día de los Libros Rojos se llevó a cabo por primera vez en 2020, a pedido de militantes de India. El día también es un homenaje al escritor y militante indio GovindPansare, asesinado el 20 de febrero de 2015. Es un homenaje, entonces, a todas y todos los activistas que perdieron la vida por tomar una posición política. Para Celina della Croce, una de las organizadoras de la actividad, “quedarse en silencio no es una opción”. Un ataque contra compañeros en cualquier lugar es un ataque contra todos nosotros. El carácter internacionalista del Día de los Libros Rojos es una manera de decir que nuestros compañeros no están solos”.
Amelia Kraigher, de la Unión Internacional de Editoriales de Izquierda [International Union of Left Publishers], plantea que el evento surge de la necesidad de “unir nuestros esfuerzos y construir un mundo mejor: poder publicar, conectarse con editoriales que piensan igual… Así pudimos traducir libros hasta entonces desconocidos en algunas regiones”. Para ella, el Día de los Libros Rojos es una oportunidad “para compartir nuestros esfuerzos a escala mundial, ampliando nuestra visión de un mundo que puede ser mejor para todos y para muchos trabajadores precarizados”.
Libros rojos, libros violeta
Los libros rojos, producidos por la clase obrera para la clase obrera, son fundamentales para organizar la memoria y los deseos de quienes resisten en todo el mundo. También llamamos la atención sobre la importancia de los libros “violetas”, es decir, libros feministas, producidos por mujeres para criticar el patriarcado y sus relaciones de opresión, explotación y control.
Durante siglos, las mujeres han escrito textos rojos-violetas que cuestionan las jerarquías y la opresión de las mujeres. Este es un esfuerzo colectivo para integrar la emancipación de las mujeres en los objetivos de la lucha socialista de la clase obrera.
Por eso, en el marco del Día de los Libros Rojos, compartimos, a continuación, la traducción de un pasaje del libro Unión Obrera, de Flora Tristán. “Comprendí que, una vez publicado mi libro, tendría otra tarea que cumplir, ir yo misma, con mi proyecto de unión en la mano, de ciudad en ciudad, de un lado a otro de Francia, para hablar a los obreros que no saben leer y a los que no tienen tiempo para leer”, escribió Tristán.
Publicado cuatro años antes del Manifiesto Comunista, en 1843, Unión Obrera ya formulaba sobre la necesidad de una unión internacional entre las obreras y obreros para su autoemancipación, y también sobre el rol de las mujeres en la revuelta contra las jerarquías sociales. En la obra, Tristán denuncia que las mujeres son tratadas por la sociedad como parias, sufriendo discriminación y exclusión política.
Lee el pasaje, a continuación, un extracto del capítulo “Por qué menciono a las mujeres”:
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Hasta ahora, la mujer no ha contado para nada en las sociedades humanas. ¿Cuál ha sido el resultado de esto? Que el sacerdote, el legislador, el filósofo, la han tratado como verdadera paria. La mujer (la mitad de la humanidad) ha sido echada de la Iglesia, de la ley, de la sociedad. Para ellas no ha habido ninguna función en la Iglesia, ninguna representación frente a la ley, ninguna función en el Estado. (…)
He aquí cómo, desde los seis mil años que el mundo existe, los sabios entre los sabios han juzgado la raza mujer. Una condena tan terrible, y repetida durante seis mil años, podía impresionar al vulgo, puesto que la sanción del tiempo tiene mucha autoridad sobre él. Sin embargo, hay algo que debe hacernos concebir esperanzas de que se pueda recurrir ante este juicio, y es que, de la misma manera, durante seis mil años, los sabios entre los sabios han mantenido un juicio no menos terrible sobre otra raza de la humanidad: los PROLETARIOS. Antes del 89, ¿qué era el proletario en la sociedad francesa? Un villano, un patán, una bestia de carga, pechero y sujeto a prestación personal. Después llegó la revolución del 89, y, de golpe, hete aquí a los sabios entre los sabios que proclaman que la plebe se llama pueblo, que los villanos y los patanes se llaman ciudadanos. En fin, proclaman en plena asamblea nacional los derechos del hombre.
(…)
Reclamo derechos para la mujer porque estoy convencida de que todas las desgracias del mundo provienen de este olvido y desprecio que hasta hoy se ha. hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer. Reclamo derechos para la mujer porque es el único medio de que se preste atención a su educación, y porque de la educación de la mujer depende la del hombre en general, y, particularmente, la del hombre del pueblo. Reclamo derechos para la mujer porque es el único medio para obtener su rehabilitación frente a la Iglesia, frente a la ley y frente a la sociedad, y porque hace falta esta rehabilitación previa para que los mismos obreros sean rehabilitados. Todos los males de la clase obrera se resumen con dos palabras: miseria e ignorancia, ignorancia y miseria. Ahora bien, para salir de este dédalo no veo más que un medio: comenzar por instruir a las mujeres, porque las mujeres son las encargadas de educar a los niños varones y hembras.
(…)
Hemos echado una ojeada a lo que ocurre actualmente en los hogares obreros; veamos ahora lo que ocurriría en estos mismos hogares si la mujer fuera la igual del hombre.
El marido, al saber que su mujer tiene derechos iguales a los suyos, no la trataría ya con el desdén, el desprecio que se muestra con los inferiores; al contrario, la trataría con este respeto y deferencia que se concede a los iguales. Entonces ya no habría motivos de irritación para la mujer, y, una vez destruida la causa de la irritación, la mujer ya no se mostrará ni brutal, ni artera, ni desabrida, ni colérica, ni exasperada, ni malvada. Al no vérsela ya en la casa como la sirvienta del marido, sino más bien como la asociada, la amiga, la compañera del hombre, naturalmente se interesará por la asociación y hará todo lo que pueda para hacer fructificar el pequeño hogar. Teniendo conocimientos teóricos y prácticos, empleará toda su inteligencia en llevar su casa con orden, economía y juicio. Instruida y conocedora de la utilidad de la instrucción, pondrá toda su ambición en educar bien a sus hijos, los instruirá ella misma con amor, vigilará sus trabajos escolares, los colocará en aprendizaje en casa de buenos patronos; en fin, los guiará en todo con solicitud, ternura y discernimiento. ¡Cuánta será entonces la satisfacción del corazón, la seguridad del espíritu, la felicidad del alma del hombre, del marido, del obrero que tenga una mujer así! Encontrando en su mujer inteligencia, sensatez, elevadas miras, podrá charlar con ella sobre temas serios, comunicarle sus proyectos, y, de acuerdo con ella, trabajar para mejorar todavía más su posición. Halagada por su confianza, ella le ayudará en sus empresas y asuntos, con sus buenos consejos o con su actividad. El obrero, que estará él mismo instruido y bien educado, hallará un gran encanto en instruir y desarrollar a sus hijos pequeños (…).
En las condiciones que acabo de pintar, el hogar, en vez de ser causa de ruina para el obrero, sería, por el contrario, causa de bienestar. ¿Quién no sabe cuánto triplica, cuadruplica las fuerzas del hombre el amor y la satisfacción del corazón? Lo hemos podido ver en algunos raros ejemplos. Ha ocurrido que un obrero, que adoraba a su familia y se le había puesto en la cabeza dar una educación a sus hijos, hacía, para alcanzar este noble objetivo, el trabajo que tres hombre no casados no habrían podido hacer. Después venía el capítulo de las privaciones. Los solteros gastan con largueza; no se privan de nada. Qué nos importa, dicen, después de todo podemos beber y vivir alegremente, puesto que no tenemos que alimentan a nadie. Mientras que el hombre casado que ama a su familia encuentra satisfacción en privarse por ella y vive con una frugalidad ejemplar.
Obreros, esta pequeña descripción, apenas esbozada, de la posición que gozaría la clase proletaria si la mujer fuera reconocida la igual del hombre, debe haceros reflexionar sobre el mal que existe y sobre el bien que podría existir. Esto debe haceros tomar una importante determinación.
Obreros, no tenéis el poder de abrogar las antiguas leyes y hacer otras nuevas, no, sin duda; pero tenéis el poder de protestar contra la iniquidad y lo absurdo de las leyes que obstaculizan el progreso de lahumanidad y que os hacen sufrir, a vosotros, más especialmente. Por lo tanto, podéis, incluso esto es un deber sagrado, protestar enérgicamente de pensamiento, con palabras y con escritos, contra todas las leyes que os oprimen. Ahora bien, tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios.
Para educarle, instruirle y enseñarle la ciencia del mundo, el hijo del rico tiene ayas e institutrices sabias, hábiles rectoras, y en fin, hermosas marquesas, mujeres elegantes, espirituales, cuyas funciones, en la alta sociedad, consisten en encargarse de la educación de los hijos de familia que salen del colegio. (…) Por poca capacidad que tenga un joven, si tiene la suerte de estar bajo la protección de una de estas mujeres amables, ha hecho su fortuna. Puede estar seguro de ser embajador o ministro a los treinta y cinco años. Mientras que vosotros, pobres obreros, no tenéis más que a vuestra madre para educaros, para instruiros; para hacer de vosotros hombres que sepan vivir, no tenéis más que a las mujeres de vuestra clase, vuestras compañeras de ignorancia y de miseria.
No es en nombre de la superioridad de la mujer (como no faltará quien me acuse de ello) por lo que os hablo de reclamar los derechos para la mujer; realmente no. Primero, antes de discutir sobre su superioridad, es necesario que sea reconocida su propia persona social. Me apoyo sobre una base más sólida. En nombre de vuestro propio interés, hombres; en nombre de vuestra mejora, ¡la vuestra, hombres; en fin, en nombre del bienestar universal de todos y de todas os comprometo a reclamar los derechos para la mujer, y, entre tanto, que se les reconozcan al menos en principio.
(…)
Dad un gran ejemplo al mundo, ejemplo que demostrará a vuestros opresores que queréis triunfar por el derecho, y no por la fuerza bruta; ¡vosotros, a pesar de que sois 7, 10, 15 millones de proletarios, que podríais disponer de esta fuerza bruta!
Y mientras reclamáis la justicia para vosotros, demostrad que sois justos, equitativos; proclamad, vosotros, los hombres fuertes, los hombres de brazos desnudos, que reconocéis a la mujer como a vuestra igual, y que, a ese título, le reconocéis un derecho igual a los beneficios de la UNIÓN UNIVERSAL DE LOS OBREROS Y OBRERAS.