Capire habló con la investigadora feminista Patricia McFadden sobre el nacionalismo de género y el poder del feminismo para la liberación de las mujeres en África. La entrevista está disponible en texto y, a continuación, en audio (solo en inglés).
Tras décadas de experiencia como investigadora y activista feminista, pasando por la extradición en países donde vivió y trabajó, como Zimbabue y Sudáfrica, hoy Patricia vive y trabaja en Esuatíni, antes Suazilandia. Essuatini, que hoy es una monarquía autoritaria, fue una colonia británica hasta 1968. Vegana y ecofeminista radical, cultiva los alimentos que consume y, a partir de esta realidad, ha construido prácticas solidarias y propuestas de análisis feminista, como la noción de contemporaridad (contemporarity). Esta trayectoria muestra cómo sus análisis mezclan lo personal y lo político en la crítica al nacionalismo de género y en sus propuestas para construir y comprender el feminismo radical en África.
En primer lugar, ¿podrías contarnos sobre tu trayectoria feminista? ¿Cómo comenzó?
Yo solía ir con mi padre de la montaña a una gran ciudad llamada Manzini. Allí mi padre compraba provisiones y yo compré libros de segunda mano de una colonialista británica que vendía para recaudar fondos para la caridad. El humanitarismo está incrustado en el proyecto colonial: se llevaron todos nuestros recursos y luego recaudaron fondos para salvarnos a través de la filantropía. Compré El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, y una obra sobre existencialismo de Jean-Paul Sartre. No entendí nada de lo que decía Sartre, pero sé que Simone tuvo un impacto en mi conciencia.
Mi madre me obligó a casarme porque quedé embarazada. Me divorcié después de tres meses y prometí a mí misma que nunca volvería a casarme, y cumplí mi promesa. El catolicismo es muy fuerte aquí. Antes de ingresar a la universidad, asistí a un programa de un año en los Estados Unidos y conocí a Angela Davis a través de sus libros. También conocí el trabajo de Frantz Fanon, particularmente Piel negra, máscaras blancas y por supuesto Los condenados de la tierra, que revolucionó totalmente mi experiencia con el pensamiento radical negro y anticolonial. Hasta el día de hoy, me apoyo en las obras de Fanon, Cabral, Sankara y muchos intelectuales radicales negros cuyas críticas al colonialismo y al capitalismo formaron las bases esenciales de mi pensamiento, principalmente sobre el neocolonialismo y la persistencia del neoimperialismo (la llamada globalización).
Entonces, cuando tenía poco más de veinte años, me uní a la lucha por la liberación y abracé el nacionalismo como una ideología colectiva. Durante mucho tiempo fui una feminista nacionalista, una nacionalista que pensaba en cuestiones de género. Me refiero al nacionalismo como una resistencia anticolonial, no a la expresión europea del nacionalismo que dio origen al fascismo. Pero todas las formas de nacionalismo son expresiones de una ideología que une a un gran número de personas contra los sistemas opresivos, dominantes e invasores. Hice parte de ese movimiento durante mucho tiempo, pero no me sentía cómoda. Estaba tratando de encontrar una manera de hacer un trabajo crítico y solía permanecer al margen de la comunidad de nacionalistas.
¿Cuáles son los orígenes del nacionalismo de género y cuáles son sus expresiones hoy?
En el Congreso Nacional Africano [African National Congress – ANC], principal movimiento de liberación sudafricano, estaba la izquierda radical vinculada al Partido Comunista y a los sindicatos. Yo estuve en el movimiento sindical, que es aliado del Congreso Nacional Africano. El ANC abarcaba sindicatos, movimientos juveniles, grupos de mujeres y los comunistas.
A mediados de la década de 1970, hice mi maestría en Tanzania, en la Universidad de Dar es Salaam, y allí tenían todos los libros publicados por Progress Publishers. Yo apenas dormía, pasaba el tiempo devorando esos libros. Todavía no había leído El Capital de Marx porque la obra estaba prohibida en Suazilandia. Fue solo mucho tiempo después que comencé a leer obras de mujeres negras como bell hooks, y gracias a estas autoras mi feminismo traspasó las fronteras de las conceptualizaciones feministas europeas. Todavía adopto todas las formas radicales de feminismo, en parte porque comencé a sentirme incómoda con la restricción que imponía el nacionalismo, limitándome a las luchas del hombre negro por la libertad y contra el colonialismo.
En este continente, la persistencia del feudalismo es devastadora para las mujeres negras. Como no estaba casada, no necesitaba negociar con la heteronormatividad en la esfera íntima y el feudalismo como institución dentro de la cual se ubica la mayoría de las mujeres africanas. Como me mantengo fuera de esta lógica, a menudo me tratan como una aberración. Pero cuando miraba a mi alrededor, podía ver que todas las mujeres que yo conocía estaban profundamente infelices y aterrorizadas, mientras todos decían que el matrimonio era así, que aquello era amor.
Cuanto más activamente me involucraba en el movimiento de mujeres, más se expandía mi conciencia. También fui fuertemente influenciada por Audre Lorde y el feminismo lésbico negro. Yo insistía, dentro del movimiento de mujeres, en que teníamos que aprender de las mujeres lesbianas y particularmente de las feministas lesbianas negras. La homofobia está en todas partes del mundo y enfrentar este desafío se ha vuelto insostenible en el movimiento de mujeres. Yo también cuestionaba el papel de la ONU [Organización de las Naciones Unidas] y cómo el nacionalismo estaba moldeando y definiendo al feminismo. Ya no digo que soy una feminista africana. Digo que soy una ecofeminista negra que vive en África. No quiero asociar mi feminismo con el nacionalismo.
Cuando usted habla sobre el Estado, la ONU y el movimiento de mujeres, podría estar relacionado con el escenario actual donde Naciones Unidas, junto a las empresas transnacionales, están impulsando la máquina de explotación con un discurso de empoderamiento femenino, ¿es cierto?
Yo formaba parte del grupo de mujeres africanas que, en los años 80 y 90, fueron seleccionadas para promover el diálogo sobre «mujeres y desarrollo». Esta estrategia en particular fue impulsada por los países escandinavos, y es interesante que la mayoría de nosotras no nos dimos cuenta. Los escandinavos operan de manera muy discreta en el mundo del capitalismo corporativo. Tienen una cara sonriente y sonríen incluso cuando hablan del capitalismo.
Los escandinavos se quedaron detrás del telón de la industria esclavista durante 200 o 300 años, ya que construían los barcos que llevaban los africanos al llamado “Nuevo Mundo”. Ellos invirtieron y crearon silenciosamente empresas que saquearon África, practicando sutilmente la colonialidad, bajo el radar. Fueron ellos quienes lideraron ese proyecto de apropiación de género y de dilución del significado inicial de género, sustrayendo todo el contenido político y la intensidad del tema.
Las feministas siempre crean nuevos lenguajes. El lenguaje normativo no es adecuado para expresar lo que queremos expresar y hacer lo que queremos hacer. Si vas a los orígenes de la noción de género, verás que proviene de las luchas de las mujeres europeas en busca de palabras que correspondieran a nuestra experiencia de jerarquización, explotación y subordinación. Virginia Woolf aborda esta necesidad de un léxico feminista en Una habitación propia. El desafío era crear una herramienta que nos permitiera analizar la realidad del patriarcado y explicar las relaciones de poder de nuevas formas que el lenguaje normativo masculino no nos permitía. Hablábamos de sexo, pero no teníamos un término que articulara las relaciones de poder basadas en género.
Pronto la noción de género fue apropiada y se eliminó sistemáticamente la pasión, la energía y la ideología feminista. Se convirtió en parte del vocabulario de las Naciones Unidas y del Estado. En África, la transversalización de género se ha institucionalizado en proyectos como Mujeres en Desarrollo [Women in Development], Mujeres y Género [Women and Gender] y Género y Desarrollo [Gender and Development].
Ello desligó de la epistemología feminista el género como herramienta heurística de pensamiento y lo incorporó a paradigmas liberales y neoliberales, haciéndolo tecnocrático e inofensivo, sin ningún impacto real en la vida de las mujeres. Esta liberalización del género también ha tenido lugar en la academia, donde se encuentran “estudios sobre mujeres y género” y no “estudios sobre mujeres y feminismo”. Personalmente, ya ni siquiera hablo más de género. Cuando hablo sobre género, lo digo como una herramienta de pensamiento, tal como lo articularon inicialmente las feministas. Lo coloco dentro de la epistemología feminista y luego se convierte en una herramienta de pensamiento radical.
Eso también se hizo con el concepto de clase. Si usted considera la historia de las clases como un concepto proveniente de la epistemología de Marx, europeos y estadounidenses han eliminado el concepto de clase del marxismo y de los discursos de izquierda y lo han redefinido como una noción estructuralista. C. Wright Mills, un sociólogo estadounidense muy famoso, construyó toda su carrera saboteando el significado del término “clase”, americanizándolo y despolitizándolo. Eso es lo que hace la derecha. Ahora incluso están apropiándose del término “ecología”, hablando de ecosistemas corporativos, ecología empresarial y describiendo el emprendedurismo como un ecosistema.
¿Usted ve también este movimiento de despolitización de conceptos con respecto a raza?
Sí. Tenemos un ejemplo perfecto de esto en Sudáfrica. Sabemos que, durante 400 años, la raza fue utilizada deliberadamente como mecanismo de violencia y exclusión. En 1994, los nacionalistas negociaron un acuerdo con los racistas y, de repente, la raza pierde las características históricas de ser utilizada como medio para excluir, vilipendiar, demonizar, esclavizar y aterrorizar a los negros. De repente, si usted dice que un espacio es negro y se destina solo para negros, dicen que usted es racista. Ellos deconstruyeron la noción y la historia del racismo. En Sudáfrica, la historia de la explotación ha sido completamente desplazada y la Historia ya no es una asignatura obligatoria en las escuelas. Es aterrador.
Los blancos que continúan beneficiándose del racismo como un privilegio institucionalizado no se refieren a sí mismos como africanos blancos, sino que nos llaman africanos negros. Las formas en que el neoliberalismo despolitiza y borra nuestras historias de resistencia son aterradoras. Nos disocia de los legados que deberíamos proteger y movilizar para dar seguimiento a la lucha.
Para terminar, nos gustaría saber más sobre la participación de las mujeres en las luchas anticoloniales y preguntar si hablar de estas luchas es recuperar el pasado feminista de las mujeres africanas.
La contemporaridad [contemporarity] también incluye la recuperación de los recorridos que hemos realizado como mujeres africanas sin importar dónde estemos. Esta conversación ha surgido aquí y allá en esta región. Participé en un diálogo con un grupo de mujeres de la Universidad Nelson Mandela en que conversamos sobre la recuperación de la memoria de las luchas de resistencia y el restablecimiento de la imaginación y el coraje de las mujeres que resistieron. En una reciente videoconferencia en la Universidad Estatal de Pensilvania, hablamos sobre lo que hoy llamamos feminismo y cómo es una expresión de todas las luchas en las que se han involucrado mujeres por todo el mundo.
Somos nosotras las que impulsamos la energía de la resistencia y la lucha por la libertad y la justicia, porque somos las primeras esclavizadas en la unidad familiar heteronormativa y porque luchamos contra el patriarcado desde el principio. Cuando nos encontramos con el colonialismo, conocíamos al monstruo porque lo habíamos estado combatiendo durante mucho tiempo.
Por eso el feminismo es tan poderoso: porque no es un evento que recién surge. El feminismo está incrustado en los primeros recuerdos de la conciencia humana sobre la libertad. El instinto de libertad nace con nosotras, y es este instinto el que alimenta la lucha de resistencia contra los intentos de apropiación de nuestra libertad, que experimentamos en las marcas y comercialización de nuestros cuerpos. El feminismo debe fundamentarse en el entendimiento de que nosotras, las mujeres africanas hemos luchado por nuestra libertad durante los últimos 500 años de racismo y colonialismo.
Nosotras podemos generar vida, podemos trabajar, somos creativas, somos las primeras matemáticas, las primeras científicas, las primeras agricultoras, somos un verdadero tesoro. Tan pronto los hombres se dieron cuenta de lo increíbles que somos las mujeres y lo crucial que es generar excedentes y recrear la productividad humana, surgió la noción de poder, ejercido a través del dominio de los cuerpos de las mujeres.
La unidad familiar heterosexual es el espacio de posesión, vigilancia, disciplina y encarcelamiento de las mujeres, a la vez que se apropia y recicla nuestras ideas, utilizándolas para mantenernos excluidas del camino principal de la trayectoria humana. La resistencia contra el patriarcado es la piedra angular del feminismo, y recuperar estas narrativas es crucial para sostener el feminismo como un mantra político y personal y una realidad vivida.
El movimiento de liberación fue, para nosotras, una oportunidad de romper una larga historia de luchas que trabábamos solas porque no podíamos acceder a los espacios públicos dominados por hombres. Y así, finalmente, pudimos llevar nuestros legados de resistencia a la lucha pública anticolonial. Ahora necesitamos consolidar nuestro feminismo como la punta de lanza de las luchas para reconquistar nuestra libertad como seres humanos completos y autónomos.