Adriana Vieira es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Rio Grande do Norte, Brasil. Empezó su militancia en la comunidad rural donde vivía, en la ciudad de Baraúna, participando en actividades del consejo comunitario: “Empecé a participar en un grupo de jóvenes que organizaba la biblioteca de la escuela, y luego en el sindicato rural. Desde el sindicato, empezamos a participar en el comité de mujeres. Fue en la época de la movilización para la primera Acción Internacional de la Marcha, en el año 2000”. Adriana ha participado en todas las acciones de la MMM desde entonces: “mi historia de lucha está muy vinculada a la de la Marcha Mundial de las Mujeres”.
Durante la entrevista, Adriana habla de la explotación capitalista de la naturaleza, de los impactos de esta explotación en la vida de las mujeres y de las muchas estrategias que las mujeres llevan a cabo para defender sus territorios y la biodiversidad. Se puede escuchar la entrevista completa en portugués en este enlace:
¿Cómo ves la actual crisis climática en Brasil, teniendo en cuenta los retrocesos de los últimos seis años de gobiernos golpistas y de extrema derecha? ¿Qué se necesita para cambiar larelaciónpredatoriaconlanaturaleza?
En realidad, lo que vemos son denominaciones —»crisis climática», «crisis ambiental», «emergencia climática» — para algo a lo que deberíamos poner otros nombres: la explotación del capitalismo, la explotación de la naturaleza y la explotación de la vida y de los bienes comunes. Si lo planteamos así, es mucho más fácil entender qué significa esta crisis climática. Tiene que ver con una crisis del capitalismo, que tiene que seguir lucrando, por lo que necesita crear otros nombres e incluso crear sus propias crisis.
En Brasil, en los últimos seis años, se han entregado gran parte de los recursos de la naturaleza, con la privatización de los bienes comunes, ya sean los bosques, el agua, incluida el agua subterránea, o los servicios de agua y energía. Se anuncia que la energía solar y eólica son limpias, renovables y ecológicas, pero si se mira desde el punto de vista de las personas que viven en los territorios donde se instalan, no sucede así realmente. Algunas instalaciones suponen la muerte de la biodiversidad local. También se destruye la cultura y los conocimientos tras la expulsión de los habitantes de esos lugares, con una fuerte militarización. A la gente se le prohíbe circular libremente, criar gallinas u ovejas. Hay una gran destrucción del entorno, sobre todo alrededor de los sitios donde se instalan esas energías maquilladas de verde.
Otros temas relacionados con el clima son la creación de parques de conservación, que suelen alterar también la vida local. Las poblaciones tradicionales, indígenas, quilombolas, ribereñas y agricultoras y agricultores familiares llevan mucho tiempo cuidando la naturaleza. A pesar de la destrucción impulsada por el capitalismo, la naturaleza solo sigue existiendo gracias al cuidado de esos pueblos. Cuidan el suelo, cuando van a recolectar las semillas, asegurándose de no llevarse todas, sino de dejar un poco de semilla porque el bosque necesita renovarse, necesita renacer. Cuando van a recolectar la miel de las abejas, las mujeres no se la llevan toda, porque saben que las abejas necesitan alimentarse y que eso es importante para mantener la biodiversidad local — incluso, en algunos lugares, con la siembra de plantas que la energía eólica ha destruido. En algunas plantaciones de la caatinga, las mujeres están volviendo a sembrar para que las abejas puedan hacer la polinización y aumentar la producción de miel. No tiene que ver con producir miel solo para su propio consumo, sino de mantener vivas a las abejas.
¿Qué nos enseñan las mujeres de los movimientos populares y de los territorios sobre la convivencia con la naturaleza y la necesidad de una transición justa?
Hace poco fuimos a realizar una actividad con un grupo de mujeres apicultoras de Baraúna, mi ciudad, y empezamos a hablar de la historia de las mujeres y los grupos, y también de la historia de las abejas. Nos dimos cuenta de que hay una gran analogía entre la lucha y la vida de las mujeres y la vida de las abejas. Una de las compañeras dijo que somos como las abejas: ‘si te metes con una, te metes con todas’. En esa analogía está también un antagonismo que es complementario, porque a las abejas no les gusta el ruido, porque el ruido les desorganiza el trabajo ya que tienen su propio lenguaje. Así que las abejas necesitan silencio para trabajar y mantener la biodiversidad. Las mujeres, en cambio, necesitamos hacer ruido y alboroto para mantener la vida en movimiento, para mantenernos vivas. Las mujeres necesitamos estar siempre alerta, hacer ruido, alzar nuestra voz.
La naturaleza tiene la capacidad de enseñarnos, ya sean las abejas, alguna planta, el cambio del tiempo o que amanezca más temprano. También está la capacidad que construimos las mujeres observando la naturaleza y aprendiendo de ella. Ese conocimiento construye poco a poco la posibilidad de cuidar de la naturaleza, porque la naturaleza y la biodiversidad nos cuidan a nosotras.
Hay varias iniciativas institucionales internacionales que promueven falsas soluciones climáticas y aseguran el protagonismo de las grandes empresas. ¿Cómo podemos hacer frente a esta situación? Si no es este el camino, ¿entonces cuál camino?
En los movimientos no vamos a caer en esa falacia de creer que las soluciones están en las grandes empresas. Tenemos la tarea de hacer que la sociedad comprenda que la solución a esta crisis climática no está en las grandes empresas, ni en el agronegocio, ni en el capitalismo. Hemos visto grandes desastres relacionados con la presencia de esas empresas en varios sitios: están en Brumadinho, en Alagoas, en el nordeste con la energía eólica. Las grandes empresas acaban por destruir todo porque no viven en esos lugares, por lo que no les preocupa que no se pueda respirar bien, si el ruido de la torre eólicca perturba el sueño o que la luz no permita concentrarse.
De hecho, las soluciones están en los territorios, ya sea con las mujeres que producen miel en Baraúna, en Mossoró, o las que organizan las cocinas comunitarias —lo que implica toda la cuestión de los huertos comunitarios, de la agricultura familiar para la subsistencia, al mismo tiempo que se socializa el trabajo de cuidados. Para nosotras, desde la Marcha Mundial de las Mujeres, la solución está en centrarse en los territorios.
¿Con qué agendas y estrategias feministas debemos iniciar el próximo año? ¿Cómo podemos fortalecer el feminismo popular, la justicia ambiental y la soberanía alimentaria en nuestra región y en todo el mundo?
Tenemos que fijarnos en lo que hemos construido en la Marcha de las Margaritas en los dos últimos años. Hemos construido un gran proceso desde los territorios. Las mujeres, al observar sus territorios, se han dado cuenta del significado de una vida sin violencia, del significado de la soberanía alimentaria —que no es solo la seguridad alimentaria, no solo el derecho a comer, sino también el derecho a elegir qué comer y el derecho a elegir una alimentación sin veneno. Si nos fijamos en la agenda de la Marcha de las Margaridas, tenemos un buen panorama no solo para 2024, sino a largo plazo. Hablamos de soberanía alimentaria, defensa de los territorios frente a las energías renovables, la minería, la imposición de los proyectos de créditos de carbono que acaban instalando parques de conservación que son museos de árboles para la apropiación del carbono. Las mujeres tienen las respuestas que ellas mismas construyeron, al reunirse y debatirlas en los 27 estados de Brasil.
Esta agenda también apunta a una posible difusión de esas ideas e inspiraciones a nivel mundial. Tenemos, por ejemplo, una producción más próxima a los hogares, no porque las mujeres tengan que ocuparse de las tareas domésticas y de la producción al mismo tiempo, sino porque muchas no tienen tierra para plantar más allá de los alrededores de sus casas. Esta política de patios productivos que hay aquí en Brasil es una buena política para implementar en otros lugares donde no hay mucha tierra. También está el programa de semillas criollas, que cuidamos para que se adapten al suelo y se mantengan vivas a lo largo de las cosechas.
Desde el punto de vista económico, hay iniciativas de compras públicas locales que promueven la agroecología y la agricultura familiar y que pueden ser una buena inspiración para proyectos en otras partes del mundo. Conectar esa demanda gubernamental con lo que se produce en los territorios es una buena agenda, que construye la posibilidad del buen vivir, la sostenibilidad de la vida basada en la alimentación y la agroecología, y que también va unida al debate sobre la protección de las mujeres frente a la violencia del capital y el patriarcado.