En un 11 de septiembre como hoy, hace 50 años, tropas militares lideradas por el general Augusto Pinochet asaltaron el Palacio de La Moneda, sede de la presidencia de la República de Chile, derrocaron el gobierno y llevaron a la muerte a Salvador Allende, de la Unidad Popular, electo en 1970. La dictadura militar que siguió, de 1973 a 1990, fue devastadora: asesinó, hizo desaparecer, persiguió, encarceló y torturó a decenas de miles de personas; prohibió y restringió los espacios públicos y comunitarios por medio de la violencia militar; censuró el arte y la cultura; expulsó de sus tierras a los pueblos indígenas y a los campesinos; en el campo y en la ciudad, la vida de las personas se volvió más precaria, con peores condiciones de trabajo, vivienda y salud.
La dictadura militar en Chile formó parte de la ola de autoritarismo, intervención militar e imperialismo estadounidense en la región latinoamericana a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Sus huellas siguen presentes en todos esos territorios, tanto en la ausencia de políticas por la memoria, verdad y justicia de los crímenes cometidos durante la dictadura, como en la continuidad de un modelo económico basado en el lucro, la desigualdad, la subordinación al capital transnacional, el militarismo, la ausencia de derechos y la precarización de la vida.
Y es por eso que los pueblos de Chile y de muchas otras partes de las Américas hoy dicen «¡nunca más!» y luchan para cambiar esas marcas del pasado en el presente y construir una democracia radical y popular. Luchas que emergen en el presente, como el estallido social de 2019, que reclamó la destitución del entonces presidente Sebastián Piñera, el fin de las políticas neoliberales, derechos para los pueblos indígenas y las mujeres y una nueva Constitución, diametralmente opuesta a la actual, que fue redactada por el régimen militar. También son luchas que se construyen continuamente desde la resistencia en los territorios, con la organización comunitaria y las propuestas de alternativas para reorganizar la vida y la sociedad.
Este 11 de septiembre, publicamos en Capire siete poemas escritos durante la dictadura por tres escritoras chilenas: Elvira Hernández, Teresa Calderón y Eugenia Brito, autoras, respectivamente, de La Bandera de Chile (1991), Causas perdidas (1984) y Vía pública (1984). Son libros que exponen la presencia de la muerte, la desaparición, la censura y el desgarramiento forzado del tejido social en la vida cotidiana chilena. También ensayan nuevas formas de decir, no decir y articular palabras e imágenes en tiempos de fragmentación. Con un arte no siempre lineal, abierto a lo desconocido y a la incomodidad del lenguaje, estas artistas hacen frente al silenciamiento y expresan su rebeldía y una voluntad colectiva de transformación y libertad.
La Bandera de Chile es extranjera en su propio pais
no tiene carta ciudadana
no es mayoría
ya no se la reconoce
los ayunos prolongados le ponen el pulgar de la muerte
las iglesias le ponen la extremaunción
las Legaciones serpentina y sonido de trompetas
La Bandera de Chile fuerza ser más que una bandera
///
La Bandera de Chile es usada de mordaza
y por eso seguramente por eso
nadie dice nada
///
La Bandera de Chile declara dos puntos
su silencio
Elvira Hernández (La Bandera de Chile, 1991)
Hazañas de la memoria
Hay una casa,
una casa
que cerró
sus puertas.
Se fue
muriendo
en el nombre
y gracia
de la mismísima
vida.
Esta casa
abandonó
el salón
solemnemente,
sin dejar
fotografías,
ni fantasmas
dormitando
por ahí
en las escaleras;
ni siquiera
un resplandor
de voces
gestándose
en las habitaciones
de servicio,
ofendidas de sombra
llorando
su direcho
a la memoria.
Esta casa
donde no hay
antepasados
trepando
el tempo,
enredando
parientes
tierra
adentro
donde se van
s u m a n d o.
Tardanza
Fueron juntando
intencionadas palabras
una
a
una
iban entrando
por la ranura de la puerta
donde aparecem cartas
algunas veces
cuando la casa
está
deshabitada.
Teresa Calderón (Causas perdidas, 1984)
Exilio
I.
Ayer te llamé
y mi propia sombra
respondié en el teléfono.
II.
Adiós te dije dulcemente
Y la calle creció creció
como la noche
III.
T u cuerpo lucha en la pared.
Mi cuarto
no puede dejarte ir
sin herirme.
IV.
Fantasma trasnochado del amanecer
Cantando tu propio tango
De pie llorando
Ante el balcón de una mujer
También fantasma.
Guión de los desaparecidos
Reconstruir la luz para los que nunca más la verán
la luz que nace de ellos
asilada luz permaneciente en el
desvan de la mirada
desaparecida
tachada
es el guión reconstituido de esa muerte
no del todo vivida
porque vuelve inconclusa a aparecer
a vigilar la vida desde lejos.
Guión del pensamiento invertido en esa faceta subliminar
al borde de cualquier quimera subvertida
Guión de ese desvan y de su persistencia
oscura
cuando la ciudad dada vuelta en su propio ofertorio
se convierte en santuario
Donde emergen los muertos resplandecientes
Por el brillo amenazante de los cactus
sus ojos miran a los vivos lascivamente.
Pero hay más: ellos colocan grandes planchas de vidrio
opacas
para resistir el cruce de los edificios
sin defensa.
Desafiando el color del sol
con su penetrante verde subterráneo
inundan la ciudad.
Crece entonces su antigua primavera
en la que se sumergen los vivos como en un sueño
implacable.
Eugenia Brito (Vía pública, 1984)