Eleanor Marx, “Tussy”, nació el 16 de enero de 1885. La hija menor de Karl y Jenny Marx tuvo sus 43 años de vida marcados por una activa participación en la organización de la clase obrera en Inglaterra. Entre sus escritos y discursos, traducciones literarias y actuación en el teatro, su legado nos brinda intensos debates y una incansable lucha por la igualdad. Publicó numerosos textos en medios de comunicación de la clase obrera, entre ellos relatos políticos y descripciones detalladas de delegados y delegadas en los congresos de la segunda internacional. En sus textos, podemos observar cómo plantea la necesidad de situar la opresión de las mujeres en el marco del movimiento socialista, en diálogo con líderes como Clara Zetkin.
Con el objetivo de dar a conocer mejor la historia del feminismo socialista, Capire celebra el natalicio de Eleanor Marx con la publicación de fragmentos de “La cuestión de la mujeres – desde un punto de vista socialista”. El artículo, publicado en 1886 y escrito por Eleanor Marx en colaboración con Edward Aveling, forma parte de un comentario sobre la obra “La mujer y el socialismo” (1879), de August Bebel. Encontramos en el artículo una reflexión teórica y política sobre las bases económicas de la opresión de las mujeres, y la necesaria desnaturalización de los comportamientos y prácticas sociales de hombres y mujeres en el capitalismo. Se abordan las diferencias entre la «cuestión de la mujer» –presente en las reivindicaciones por los “derechos de las mujeres” del naciente feminismo burgués –y las cuestiones de las mujeres obreras, que habría que plantearse como parte de las apuestas políticas revolucionarias del socialismo.
Raquel Homes, autora de una de las biografías de Eleanor, destaca las múltiples formas en que la familia, lo público y lo privado guardan relación en el pensamiento y las prácticas de esta precursora del feminismo socialista. Estos tres puntos se destacan en “La cuestión de la mujeres – desde un punto de vista socialista”, en el cual se ponen en tela de juicio los silencios y tabúes en torno al cuerpo y la sexualidad de las mujeres, las hipocresías y la doble moral como cuestiones que el socialismo debe superar. Al tiempo que expresan los términos heteronormativos de los debates de su época, el autor y la autora reflexionan sobre las posibilidades que puede y debe abrir el socialismo para distintas configuraciones de las relaciones sexuales y humanas sobre una base igualitaria. “¿Qué deseamos nosotros, los socialistas?” es una de las preguntas planteadas en el texto, que no reduce las respuestas a dogmatismos, sino que sitúa en el centro del debate político y de la imaginación revolucionaria temas que hasta entonces se consideraban privados. Por ello, invita a reflexionar sobre las transformaciones posibles y necesarias hacia un socialismo feminista.
La cuestión de la mujeres – desde un punto de vista socialista
Eleanor Marx y Edward Aveling, 1886
[…]
Desde el punto de vista de Bebel, y puede muy bien decirse en este caso desde el de los socialistas en general, la sociedad se encuentra en un estado de agitación y fermentación. Es la agitación de la descomposición y la fermentación de la putrefacción. El fin del modo de producción capitalista y, por ello mismo, de la sociedad de la que es la base, creemos que es más calculable en años que en siglos. Y este fin significa la refundición de la sociedad en formas más simples, incluso en elementos, cuya estructuración creará un nuevo y mejor orden de cosas. La sociedad está en quiebra moral y en las relaciones entre los hombres y las mujeres es donde esa quiebra se manifiesta con la más repugnante de las claridades. Son inútiles los esfuerzos para diferir ese hundimiento construyendo castillos en el aire. Hay que ver los hechos cara a cara.
Uno de estos hechos de la más fundamental importancia, ni es ni ha sido nunca justamente confrontado por el hombre o la mujer promedio al considerar estas relaciones. No ha sido comprendido ni siquiera por aquellos hombres y mujeres por encima de la media que han hecho de la lucha por la mayor libertad de las mujeres la tarea de sus vidas. Este hecho fundamental es que la cuestión es de incumbencia de las estructuras económicas. Como todo en nuestra compleja sociedad moderna, la situación de la mujer descansa sobre los datos económicos. Solo porque Bebel no deja de insistir en este punto, su libro ya es un libro de valor. La cuestión femenina participa de la organización de la sociedad en su conjunto. […] Quienes se enfrentan a la forma en que son tratadas actualmente las mujeres sin buscar las causas en la organización económica de nuestra sociedad contemporánea son como los médicos que tratan una afección localizada sin examinar el estado general del paciente.
Esta crítica se aplica no solo a la persona común que hace broma de cualquier discusión en la que se trate sobre la sexualidad. También se aplica a esos caracteres superiores, en muchos casos serios y reflexivos, que ven que las mujeres se encuentran en un estado lamentable y desean que se haga algo para mejorar su condición. Este es el caso de la masa de personas excelentes y trabajadoras que agitan por ese objetivo perfectamente justo, por el sufragio femenino; por la derogación de la Ley de Enfermedades Contagiosas1, una monstruosidad engendrada por la cobardía y la brutalidad masculinas; por la educación superior de las mujeres; por la apertura de las universidades, las profesiones liberales y todos los oficios, desde el de maestro hasta el de viajante de comercio. En toda esa agitación, completamente justa, sobresalen particularmente tres cosas.
Primero, los interesados en ella pertenecen, por regla general, a las clases acomodadas. Con la única y limitada excepción parcial de la agitación sobre las enfermedades contagiosas, casi ninguna de las mujeres que participan de forma prominente en estos diversos movimientos pertenece a la clase trabajadora. Esperamos el comentario de que se puede decir algo así, en lo que respecta a Inglaterra, del movimiento más amplio que reclama nuestros esfuerzos especiales. Ciertamente, el socialismo es actualmente en este país poco más que un movimiento literario. No engloba más que a una franja de obreros. Pero podemos responder a esta crítica con que en Alemania este no es el caso, y que, incluso aquí en Inglaterra, el socialismo está comenzando a extenderse entre los trabajadores.
El siguiente punto es que todas las ideas de esas mujeres de “vanguardia” se basan ya sea en la propiedad, ya sea en cuestiones sentimentales o profesionales. Ninguna de ellas va más allá de esas tres cuestiones para alcanzar los fundamentos, no solamente de cada una de esas cuestiones, sino de la misma sociedad: la determinación económica. Este hecho no tiene que sorprender a quienes conocen la ignorancia de las coordenadas económicas de quienes militan a favor de la emancipación de la mujer. Si juzgamos de acuerdo con sus escritos y discursos, la mayoría de los defensores de la mujer no ha prestado nunca ninguna atención al estudio de la evolución de la sociedad. No parece generalmente ni que dominen, incluso, la economía vulgar, economía que, según nosotros, es falaz en sus enunciados e inexacta en sus conclusiones.
El tercer punto se desprende del segundo. Aquellos a los que nos referimos no hacen ninguna propuesta que salga del marco de la sociedad de hoy en día. Por este hecho, su trabajo siempre es de poco valor según nosotros. Nosotros apoyaremos el derecho a voto para todas las mujeres (no solamente para aquellas que tengan bienes), la derogación de la Ley sobre Enfermedades Contagiosas y el acceso de los dos sexos a todas las profesiones. La verdadera situación de la mujer en relación con el hombre no se tocará en profundidad, (no nos ocupamos en estos momentos del desarrollo de la competencia y de la agravación de las condiciones de vida, pues nada de eso, aparte de forma indirecta la ley sobre las enfermedades contagiosas, transforma en la mujer las relaciones entre los sexos). Tampoco negaremos en absoluto que una vez se haya alcanzado cada uno de esos tres puntos, la vía se verá despejada para el cambio radical que debe llegar. Pero es fundamental recordar que el cambio último solamente se logrará una vez que se haya producido la transformación todavía más radical, de la que es el coralario. Sin esa transformación social, las mujeres jamás serán libres.
La verdad, no completamente reconocida incluso por quienes agitan positivamente a favor de la mujer, es que la mujer, como las clases trabajadoras, está en una condición oprimida; que su posición, como la de ellos, es de degradación despiadada.
Las mujeres están sometidas a una tiranía masculina igual que los obreros están sometidos a una tiranía organizada de los ociosos. Incluso habiendo entendido todo esto, nunca debemos cansarnos de insistir en la no comprensión de que, para las mujeres, como para las clases trabajadoras, bajo las actuales condiciones de la sociedad no es realmente posible ninguna solución de las dificultades y problemas que se presentan. Todo lo que se hace, sin importar el clamor de trompetas con el que se anuncie, es paliativo, no correctivo.
Las clases oprimidas, tanto las mujeres como los productores directos, deben comprender que su emancipación vendrá de ellos mismos, de su propia acción. Las mujeres encontrarán aliados en los hombres más conscientes, como los trabajadores están encontrando aliados entre los filósofos, artistas y poetas. Pero, unas no tienen nada que esperar de los hombres en su conjunto, y los otros no tiene nada que esperar del conjunto de las clases medias.
La verdad de esto se desprende del hecho de que, antes de pasar a la consideración de la condición de la mujer, tenemos que decir unas palabras de advertencia. Lo que tenemos que decir del ahora les parecerá exagerado a muchos; mucho de lo que tenemos que decir del futuro, visionario, y, quizás, todo lo que se diga, peligroso. Para la gente culta, la opinión pública sigue siendo sólo la del hombre, y la costumbre adquiere valor de moral. La mayoría todavía insiste en las debilidades ocasionales de la mujer como un obstáculo para su igualación con el hombre. Y se habla con entusiasmo sobre la vocación natural de la mujer. En cuanto a lo primero, la gente olvida que las debilidades femeninas, bajo determinadas circunstancias, se ven exageradas por las condiciones insalubres de nuestra vida moderna, si, de hecho, no se deben totalmente a ellas. Si esas condiciones se racionalizasen, aquellas debilidades desaparecerían en gran parte, si no completamente. También olvida la gente que todo esto de lo que se habla tan superficialmente cuando se discute sobre la libertad de la mujer es convenientemente ignorado cuando se trata de la esclavitud de la mujer. Olvidan que los empresarios capitalistas sólo tienen en cuenta esas debilidades de la mujer para reducir el nivel general de los salarios.
Una vez más, no existe vocación natural de la mujer igual que tampoco existe una ley natural de la producción capitalista o que tampoco está naturalmente limitada la suma producida por el obrero y que forma sus medios de subsistencia.
Que, en el primer caso, la vocación de la mujer se supone que es sólo el cuidado de los hijos, el mantenimiento de las condiciones del hogar y una obediencia general a su amo; que, en el segundo, la producción de plusvalía es un requisito necesario para la producción de capital; que en el tercero, la cantidad que el trabajador recibe para sus medios de subsistencia es tal que sólo le mantendrá justo por encima del punto de inanición: no se trata de leyes naturales en el mismo sentido que las leyes del movimiento. Sólo son ciertas convenciones temporales de la sociedad, como la convención de que el francés es el idioma de la diplomacia.
[…]
El hombre, por más gastado que pueda estar por su trabajo, tiene la noche para no hacer nada. La mujer está ocupada hasta la hora de acostarse. A menudo, con los hijos jóvenes, su trabajo continúa tarde durante la noche e incluso dura toda la noche.
Cuando tiene lugar el matrimonio todo favorece a uno y todo obliga al otro.
[…]
¿Qué deseamos nosotros, los socialistas? ¿Qué prevemos? ¿Sobre qué estamos tan seguros como de que el saldrá mañana? ¿Cuáles son los cambios en la sociedad que ya están al alcance de la mano? ¿Qué consecuencias damos por descontadas en cuanto a los cambios en la condición de la mujer? Rehusamos toda intención profética. No es un profeta quien, razonando sobre una serie de fenómenos observados, ve el acontecimiento ineluctable a que llevan esos fenómenos. Un hombre tiene tan poco derecho a profetizar como a apostar cuando se trata de una certeza. A nosotros nos parece claro que, como en Inglaterra, la sociedad germánica, cuya base era el poseedor de tierra libre, dio paso al sistema feudal, y éste al capitalista, así este último, no más eterno que sus predecesores, dará paso al sistema socialista; que así como de la esclavitud se pasó a la servidumbre, y de la servidumbre a la esclavitud asalariada de hoy, así también esta última pasará a la condición de que todos los medios de producción ya no pertenecerán ni al esclavista, ni al señor de siervos, ni al amo del esclavo asalariado, el capitalista, sino a la colectividad en su conjunto. A riesgo de levantar la habitual sonrisa y burla, confesamos que no estamos más dispuestos a entrar en los detalles de ese funcionamiento socialista de la sociedad de lo que estaban los primeros capitalistas a entrar en los detalles del sistema que fundaron. Nada es más común, nada es más inicuo, nada es más indicativo de una escasa comprensión, que el vulgar clamor por los detalles exactos de las cosas bajo la condición social hacia la que creemos que se mueve el mundo. Ningún exponente de una nueva gran verdad, ninguno de sus seguidores, puede esperar elaborarla hasta sus últimas ramificaciones. ¿Qué se pensaría de aquellos que rechazaron el descubrimiento de la gravitación de Newton porque, mediante la aplicación de la misma, no había descubierto Neptuno? ¿O de aquellos que rechazaron la teoría darwiniana de la selección natural porque el instinto presentaba ciertas dificultades? Sin embargo, esto es precisamente lo que hacen los opositores más comunes al socialismo; siempre con una pasmosa falta de reflexión, ignorando el hecho que, por cada dificultad o miseria que suponen que surgirá de la socialización de los medios de producción, existe en realidad una veintena peor en la sociedad putrefacta de hoy.
¿De qué estamos seguros que sucederá? Nos hemos alejado tanto de Bebel por nuestras propias líneas de pensamiento, hacia las que nos ha encaminado generalmente su sugestiva obra, que volvemos gustosa y agradecidamente a él a causa de la respuesta a esta pregunta: “Una sociedad en la que todos los medios de producción son propiedad de la colectividad, una sociedad que reconoce la plena igualdad de todos sin distinción de sexo, que prevé la aplicación de toda clase de mejoras o descubrimientos técnicos y científicos, que inscribe como trabajadores a todos aquellos que actualmente son improductivos, o cuya actividad asume una forma perjudicial, los holgazanes y los zánganos, y que, al tiempo que minimiza el período de trabajo necesario para su sostenimiento, eleva la condición mental y física de todos sus miembros al máximo nivel posible.”
No ocultamos, ni a nosotros ni a nuestros antagonistas, que el primer paso para ello es la expropiación de toda la propiedad privada de la tierra y de todos los demás medios de producción. Con esto se produciría la abolición del Estado tal y como es ahora. No hay confusión más común en cuanto a nuestros objetivos que la que lleva a la gente de pensamiento confuso a imaginar que los cambios que deseamos se pueden producir, y las condiciones posteriores a ellos pueden existir, dentro del marco de un Estado como el de hoy. El Estado es ahora una organización de fuerza para el mantenimiento de las actuales condiciones de propiedad y reglamentación social. Sus representantes son unos cuantos hombres de clase media y alta que se disputan los lugares que ofrecen salarios anormales. El Estado bajo el socialismo, si se mantiene una palabra de resonancias tan espantosas, será la capacidad organizada de una colectividad de trabajadores. Sus funcionarios no serán ni mejores ni peores que sus compañeros. Desaparecerá el divorcio entre el arte y el trabajo, el antagonismo entre el trabajo intelectual y el manual, que tanto aflige el alma de los artistas, sin que ellos mismos sepan en la mayoría de los casos la causa económica de sus penas.
Y ahora viene la cuestión de cómo la futura posición de la mujer, y por lo tanto de la raza, se verá afectada por todo esto. De una o dos cosas podemos estar muy seguros.
La evolución de la sociedad decidirá por sí sola de manera positiva sobre otras, aunque cada uno de nosotros pueda tener su propia idea sobre cada punto en particular. Claramente habrá igualdad para todos, sin distinción de sexo. Así, la mujer será independiente: gozará de su educación y de todas las demás oportunidades como lo haga el hombre. Como él, si está sana de mente y cuerpo (¡y cómo crecerá el número de mujeres así!) tendrá que entregar una, dos o tres horas de trabajo social, para suplir las necesidades de la colectividad, y por lo tanto de sí misma. A partir de esa prestación estará libre para el arte o la ciencia, o para enseñar o escribir, o para divertirse de cualquier forma. La prostitución habrá desaparecido con las condiciones económicas que la hicieron, y la convierten ahora, en una necesidad.
Si prevalecerá la monogamia o la poligamia en el estado socialista es un detalle del que sólo se puede hablar a título personal. La cuestión es de tal calado que no puede ser resuelta dentro de las nieblas y miasmas del sistema capitalista. […]
El texto original se publicó en Westminster Review, vol. 125, enero de 1886. La traducción al español se publicó en su versión íntegra en Marxists.org.
- Promulgada en Inglaterra en 1864 y derogada en 1886 (el año en que se publicó el texto de Eleanor y Aveling), esta ley se introdujo como un intento de reglamentar la prostitución y controlar el contagio de enfermedades de transmisión sexual. En la práctica, establecía que las mujeres presuntamente involucradas en la prostitución debían someterse a pruebas médicas invasivas bajo custodia policial y que si se negaban a someterse a ellas se las podía encarcelar durante un periodo de hasta tres meses. [↩]