Este año ha estado marcado, además de por la guerra, por un 8 de marzo en el que hemos vuelto a las calles. En mi ciudad, Madrid, decenas de miles de mujeres hemos salido bajo el eslogan “derechos para todas, todos los días”. Y ese “todas” y ese “todos los días” nos hablan de que, para analizar esta coyuntura de tintes geopolíticos muy peligrosos, no partimos de la nada, no estamos en el vacío. Porque el feminismo trabaja desde la vida cotidiana de todas las que conformamos nuestras comunidades.
Es un honor poder hablar con mujeres tan potentes, mujeres del sur global que tanto saben y tienen que decir sobre las guerras. Mujeres que están en la batalla de las ideas, que en esta situación deja al desnudo las debilidades de una izquierda que tiene que repensarse y desarrollar un nuevo marco de disputa. Esta disputa es contra quienes, en nombre de la paz y la democracia, instauran el orden de los mercados, de la subordinación y de la explotación de las personas y los recursos.
El feminismo es un grito global que nos ofrece un mapa en el que “nosotras” significa todas, y el “todas” ofrece respuestas. Ante el “nosotros primero” de quienes defienden la alianza criminal del capitalismo, el patriarcado y el imperialismo, nosotras decimos “nosotras juntas”. Por eso, las mujeres de todas partes del mundo hemos salido a las calles a visibilizar ese horizonte violeta, en el que luchamos por la paz en Ucrania, que a su vez significa desmantelar la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En ese “todas”, no nos olvidamos de nadie. También luchamos con las mujeres saharauis contra el régimen asesino de Mohamed VI en Marruecos en alianza con Europa. Luchamos con las mujeres palestinas contra el apartheid de Israel subvencionado desde Washington para controlar una región del mundo a la que se le ha cercenado decidir su destino. Por Yemen, el Sahel y por todos los lugares del mundo, las mujeres sabemos que ahora, precisamente ahora, cuando todo está siendo fragmentado, dividido, polarizado, simplificado y olvidado, debemos pararnos, reflexionar y dar una respuesta colectiva: una agenda feminista por la paz. Porque nosotras sí hemos sabido ganar hegemonía, sí hemos construido un nuevo marco ante el neoliberalismo.
Debemos posicionar nuestra mirada al mundo, que es una que amplía análisis, teje alianzas y genera procesos de cooperación, solidaridad y apoyo mutuo siempre mirando a quienes sufren, a quienes son explotadas, oprimidas, invisibilizadas. Por eso también, mientras ellos organizan la cumbre de la guerra en mi ciudad, Madrid, nosotras convocamos la Cumbre por la Paz “No a la OTAN”.
Debemos explicar los elementos importantes que están en disputa desde nuestro propio mapa –no perdernos, no crear un “nosotras” y un “otras”, no mirar con lupa lo que nos diferencia, sino organizarnos en lo que podemos decir juntas. Debemos decirlo precisamente con nuestro mapa, que visibiliza un mundo en el que el foco debe moverse del dinero a la vida de las personas y el planeta, en el que la violencia se entiende de forma estructural.
Lo que queremos es romper las bases que generan ese sistema violento. Tenemos por tanto la responsabilidad y el altavoz para decir que la guerra no es la paz, que la militarización no previene las guerras, que esta supuesta solidaridad militarizada con Ucrania es una contradicción en sí misma. Por supuesto, debemos decir que la guerra y la destrucción no son inevitables. La guerra es una herramienta para mantener la dominación, la explotación y el miedo, y nuestra responsabilidad como feministas está siempre con las oprimidas.
Las feministas, como decimos en España, “tenemos un plan”: vamos a cambiar el sistema. Porque es esta base del iceberg la que produce la violencia. El capitalismo y el patriarcado utilizan la guerra contra nosotras. El sistema produce destrucción y guerras que no sabe resolver, y a nosotras nos toca recoger los pedazos siendo el chaleco salvavidas de la vida cotidiana. Sobre nuestras espaldas está la reproducción social. Esto, en contextos de guerra, hambre y pobreza, se multiplica. Las feministas tenemos que llenar de sentido, estrategia y articulación política una paz activa, que defienda los intereses de los «daños colaterales» o «pérdidas aceptables», que es como nos llaman. En particular, la economía feminista aporta muchas claves sobre cómo avanzar hacia un sistema de paz y justicia social.
Una reivindicación feminista histórica en las movilizaciones españolas es «ni guerra que nos destruya, ni paz que nos oprima». Eso porque entendemos que la paz no es sólo un alto el fuego. Es hablar de una paz duradera, que no entra en el capitalismo. Hablar de paz y feminismo por tanto, no es sólo hablar de comunicados, es construir una paz militante, una paz activa, una lucha organizada por mover estos marcos de pensamiento y este poder que construye el consenso de que hay vidas que importan y vidas que no importan.
Como decía al principio, ante este contexto no estamos en el vacío. Durante los últimos años, hemos trabajado juntas para construir un grito global, pero además debemos tener memoria. Así que nosotras debemos volver a leer a nuestras mujeres-camino. No las podemos olvidar. As invito a reflexionar de la mano de Clara Zetkin y Rosa Luxemburg, y leer los debates feministas ante la Primera Guerra Mundial. Rescato aquí esta cita de Clara en la 3a Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, que ocurrió el marzo de 1915:
Hay muchos ingredientes que se repiten respecto a los intereses económicos. Ahora nuestros gobiernos en Europa sancionan a Rusia, compran gas estadounidense y el pueblo no puede pagarlo, gana de nuevo la industria armamentística, se crean nuevos refugiados y nuevas vidas de hambre y miseria, surgen los odios, surge la “rusofobia”, se censura el lago de los cisnes de Tchaikovsky, se cierran los ojos ante el fascismo. Ya hemos estado aquí.
Debemos recordar que fue precisamente el 8 de marzo cuando las obreras de Petrogrado salieron a la calle para gritar por el pan y la paz. Fue en 1917. Lo que se desencadenó después marcó la historia del mundo. En 1915, más de mil feministas se reunieron en La Haya para detener la Primera Guerra Mundial. También denunciaron las consecuencias del Tratado de Versalles. Millones de mujeres han marchado en el siglo XX: en Vietnam, Argelia, Afganistán, Irak, Palestina, Sudáfrica… Y, no hace muchos años, las madres se han paseado por la Plaza de Mayo [Buenos Aires] para que nadie olvide a sus hijos asesinados.
Toda esta historia de lucha feminista por una paz duradera nos ha enseñado que la paz está llena de coraje y de lucha. Adelante hermanas, luchemos por una paz que no sea sólo un alto el fuego, sino una transformación de este mundo violento en solidaridad, respeto mutuo, igualdad, derechos, cooperación y sostenibilidad del planeta. Las armas no nos salvarán. Nosotras lo haremos. Nos vemos en Madrid, en la Cumbre por la Paz.
Nora García es licenciada en Bellas Artes y vive en Madrid, donde desarrolla su activismo feminista. Forma parte del secretariado europeo de la Asamblea Internacional de los Pueblos (AIP) y de la coordinación internacional de la plataforma No Cold War [No a la Guerra Fría]. Es responsable para África en el Área Internacional del Partido Comunista de España y del Área de la Mujer de Izquierda Unida en Madrid. Este artículo es una versión editada de su intervención en el diálogo «Mujeres contra las guerras» celebrado por Capire el 28 de marzo de 2022.