Cada día que pasa vemos cómo las tecnologías digitales se hacen más presentes en nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo y en nuestra relación con el espacio y las demás personas en nuestro entorno. Estas tecnologías son productos de grandes empresas transnacionales que obtienen sus ganancias precisamente a partir de la alteración de nuestras rutinas, con la precariedad y el control del trabajo y con la explotación de la naturaleza como materia prima y fuente de datos.
Comprender cómo operan estas empresas en los distintos sectores económicos es una tarea de los movimientos sociales que se organizan para cambiar la lógica de producción, reproducción y consumo en las sociedades. «El reto para quienes se atreven a transformar el mundo es construir un análisis colectivo y objetivo sobre el rol de los datos digitales y de las empresas de tecnología en el capitalismo contemporáneo», afirma el Instituto Tricontinental de Investigación Social en el dossier Los gigantes tecnológicos y los retos actuales para la lucha de clases.
Desmantelar el poder de las empresas transnacionales. Plantar cara al libre mercado y a sus falsas soluciones. Denunciar la lógica de acumulación y explotación que orienta la digitalización capitalista, patriarcal y racista. Defender la soberanía tecnológica y la soberanía alimentaria. Estas son algunas de las estrategias en la lucha por una sociedad que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro.
Durante la pandemia de COVID-19, notamos con más fuerza la problemática de la digitalización en nuestra vida cotidiana y en las grandes cadenas de producción. Lo hemos visto en la necesidad de dispositivos digitales para estudiar y trabajar; en el crecimiento del trabajo precarizado en las plataformas digitales; en los crecientes conflictos y en la vigilancia de la tierra por medio de las tecnologías digitales impulsadas por el agronegocio. Por eso desde Tricontinental se habla de Coronashock, un término que pone de relieve “la incapacidad del Estado burgués de evitar una catástrofe sanitaria y social, en contraste con las experiencias de inspiración socialista que demostraron ser mucho más resilientes”.
Para impulsar la continuidad del debate sobre los datos y las tecnologías en la agenda de las organizaciones populares y feministas, compartimos a continuación el fragmento «Los gigantes tecnológicos contra la naturaleza«, que integra el 46º dossier del Instituto Tricontinental. Se puede leer el dossier completo en inglés, español, portugués y griego, y se propone aportar al “análisis del funcionamiento de estas tecnologías como parte de la dinámica de acumulación del capital”. Lee a continuación:
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Los gigantes tecnológicos contra la naturaleza
Si el coronashock, por un lado, limitó la circulación de personas y mercancías y produjo alteraciones en las cadenas globales de valor, debido a problemas en la importación y exportación de mercancías refrigeradas, por ejemplo, por otro, este escenario aceleró la demanda de digitalización y provocó una profundización de la aplicación de tecnología en la base industrial y en el modo de producción y distribución, tanto en las industrias urbanas como en las industrias de commodities minerales y agrícolas. Además, ha profundizado el proceso de imbricación del tiempo de trabajo y no trabajo, del trabajo productivo y reproductivo, de los espacios de trabajo y descanso.
En el agronegocio es posible percibir un crecimiento de las fusiones, adquisiciones y acuerdos entre las grandes empresas de agricultura, de tecnología y las fintechs. Esta nueva infraestructura conduce a una reorganización de los actores que tiende a los oligopolios. Esta reorganización aumenta la necesidad de captura de datos masivos prácticamente en todas las etapas de la cadena del agronegocio. Además, profundiza la precarización de los servicios públicos, con cada vez menos disponibilidad de información pública y un aumento de la oferta de plataformas privadas e infraestructura privada de los gigantes tecnológicos para este servicio. Esto interfiere claramente en el proceso de toma de decisiones por parte de los gobiernos de los países.
En el ramo de los tractores y la maquinaria, tenemos la hegemonía de las empresas John Deere y Bosch. En la logística y comercialización, tenemos a Cargill, Archer Daniels, Louis Dreyfus y Bunge. Están también las grandes minoristas: Walmart, Alibaba, Amazon, entre otras. En este contexto, se verifica una tendencia de los gigantes tecnológicos a migrar hacia el sector agrícola, en una perspectiva de fusiones verticales, que no se producen entre empresas del mismo sector, sino a lo largo de la cadena de valor. Esto demuestra la capacidad de estas empresas de absorber y reorganizar la cadena verticalmente, desde el campo hasta el consumidor.
Hay tendencias de digitalización tanto de la tierra, en términos de paisaje y recursos naturales, como de la secuenciación genética. Por ejemplo, Microsoft está asociada con centros de germoplasma de todo el mundo para proporcionar la infraestructura digital que permita la digitalización de estos bancos de genes. En 2018, en el encuentro del Foro Económico Mundial de Davos, fue lanzado el proyecto Banco de Códigos de la Amazonía, que pretende catalogar y patentar la información de secuenciación genética de semillas, plántulas, animales y una diversidad de organismos unicelulares de la Tierra. Se trata apenas de la primera etapa del programa Banco de Códigos de la Tierra.
Asistimos a la tendencia de creación de un mercado oligopólico con características coloniales: las empresas transnacionales, domiciliadas principalmente en el Norte Global, siempre han garantizado para sí mismas las patentes y los derechos de propiedad intelectual, siempre invirtieron en ciencia y tecnología a costa de la extracción de materias primas de bajo valor agregado en los países del Sur Global. Además de eso, este salto tecnológico también acarrea una mayor demanda por otras materias primas minerales y energéticas (litio, hierro, cobre y metales de tierras raras, por ejemplo), que conducen a una organización más agresiva de la división internacional del trabajo para garantizar el abastecimiento de esos bienes naturales. El golpe de 2019 en Bolivia está directamente relacionado con la nacionalización de sus reservas de litio, una de las mayores del mundo.
El sector también está reorganizando su infraestructura sobre el terreno. En los últimos cinco años, empresas como Syngenta, Bayer y Basf han desarrollado software agrícola y plataformas digitales que se instalan en los celulares para ayudar a lxs productorxs con recomendaciones agrícolas. Hoy tenemos tractores equipados con sensores e inteligencia artificial (IA), que recogen datos sobre la humedad del suelo, su composición, el mejor lugar para sembrar, la mejor época del año, etc. Lxs agricultorxs, a partir de los celulares, también ingresan su información. La recogida de estos datos en sí misma no es el problema, ya que en otro sistema social estos datos podrían utilizarse para ayudar a lxs agricultorxs en su trabajo, pero en un sistema capitalista los datos son controlados por corporaciones en beneficio de sus propias ganancias. Estas empresas son propietarias del software, pero no del hardware. Este, a su vez, pertenece a otras gigantes, como John Deere y Bosch, que desarrollaron IA y robotización. El resultado se puede observar en tractores robotizados, sensores, drones, etc.
Estas patentes y la información producida por las empresas gigantes del agronegocio requieren ser almacenadas en la infraestructura digital de los gigantes tecnológicos. Microsoft tiene su nube, Azure. Apple desarrolló Apple Watch para la agricultura de precisión, además de haber creado la aplicación Resolution, destinada a agricultorxs. Amazon tiene una herramienta de almacenamiento dirigida específicamente para las zonas rurales en Amazon Web Services. Facebook está creando una aplicación para dar consultoría digital a agricultorxs. Google tiene un servicio institucional de Google Earth con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y así sucesivamente.
En este escenario, los principales consumidores de ese tipo de servicio son los grandes agricultores del mercado de exportación de commodities agrícolas. Con todo, los 500 millones de familias campesinas no tienen condiciones para acceder a este nuevo paquete tecnológico. Lo que sí tienen son sus celulares, que pueden recibir, vía SMS o WhatsApp, recetas agronómicas basadas en la información que lxs agricultorxs proporcionan gratuitamente. Gran parte de estas aplicaciones se ofrecen “gratuitamente” a lxs pequeñxs agricultorxs a cambio de un proceso de captura masiva de datos.
Aquí es donde se plantea la cuestión de la integración entre las fintechs, los gigantes tecnológicos y las grandes empresas de agricultura. En Kenia, la empresa Arifu, propiedad de Vodafone —la gigante europea de la telefonía— ofrece consultoría agrícola vía SMS y WhatsApp. Arifu se ha asociado a Syngenta y DigFarm. De esta forma, por medio de los servicios de Arifu, Syngenta populariza sus semillas, mientras que Digfarm ofrece microcrédito para lxs agricultorxs kenianxs. Es esta estructura de plataformas digitales la que hace posible esta integración. Cobran pequeñas tasas, venden insumos y pueden utilizar monedas digitales.
Pero ¿cómo van a leer la inteligencia artificial y los algoritmos las zonas de pequeñxs agricultorxs con diversidad de semillas nativas, por ejemplo, para ofrecerles un recetario libre de las corporaciones? Este tipo de tecnología aún está orientada a las grandes extensiones de tierra y los monocultivos. En este sentido, la captación de pequeñxs agricultorxs se dará no por la compra del paquete tecnológico, sino por el microcrédito y las monedas digitales que han acompañado esas plataformas, ofrecidas por las fintechs.
Evidentemente, para ello es necesario reducir la regulación estatal de la economía y la agricultura. Entre enero y febrero de 2021, un millón de agricultorxs acamparon en Nueva Delhi, India, exigiendo la derogación de tres leyes que acabarían con el mercado de productos agrícolas regulado por el Estado. Con estas leyes, en vez de que el Estado pague precios justos por la producción campesina, el mercado sería abierto y desregulado, permitiendo que las grandes corporaciones minoristas y de tecnología sustituyan y eliminen al pequeño comercio. En la práctica, serían estas grandes corporaciones las que organizarían la producción y el consumo.