América Latina y el Caribe han sido duramente golpeados por los impactos de la pandemia, que visibilizó el rostro terrible del capitalismo y su profunda crisis estructural. Hemos vivido de modo condensado un dilema que es intrínseco a las relaciones capitalistas, pero nunca antes fue más claro: la contradicción entre el capital y la vida. Esta es la región más golpeada del mundo por la pandemia del coronavirus: son más de 45 millones de casos de COVID-19 y alrededor de cinco millones de muertes. Por una brecha digital, millones de familias no pudieran acceder a la educación ni a teletrabajo en este tiempo. Creció la desigualdad en la región más desigual del mundo.
El 20% de la población concentra el 83% de la riqueza, las tierras y los medios de comunicación y 86 millones de personas viven en pobreza extrema. Pasamos por cinco años de estancamiento económico antes de la pandemia; la incorporación de 45 millones de nuevos pobres al ejército de reserva del capital; el decrecimiento del 8% del PIB; el cierre de las principales fuentes de empleo para los sectores empobrecidos, una precarización laboral creciente con terribles retrocesos en derechos laborales. Estas son solo algunas expresiones de una crisis, en la que el COVID-19 es un agente catalizador.
Las dimensiones de la crisis
La dimensión económica tiene en su centro procesos productivos de financiarización y de distribución totalmente ajenos a las necesidades y problemas de los pueblos. La hegemonía de los valores capitalistas en beneficio de unos pocos había logrado ocultar la explotación de grandes masas de trabajadores y trabajadoras e invisibilizar los 231 millones de pobres y las 11 millones de familias desocupadas.
Sin embargo, ahora resulta que los propios voceros del capital dicen que el modelo de crecimiento del capitalismo neoliberal está llegando a su fin y hablan de reformar el capitalismo. Tratarán de reciclarlo otra vez, en esta ocasión con el llamado al Estado, que ahora ya no es visto como un mal necesario.
Tres rasgos parecen incrementarse aceleradamente. En primer lugar, el interés en el crecimiento de las ganancias sin compromiso con procesos productivos. Enseguida, la profundización de asimetrías de poder basadas en el acceso, consumo y control de las tecnologías. En tercero, la concentración de las cargas de teletrabajo y las labores de cuidado en la organización silenciosa de nuevos modos de explotación sobre los cuerpos de las mujeres.
La dimensión ambiental es consecuencia de la lógica de producción, saqueo, expropiación y despojo del capitalismo. No solo el cambio climático, también los desastres llamados naturales, que en realidad son sociales, y la propia aparición de virus se deben a este desequilibrio en gran medida.
Es el resultado de un mercado omnipresente, destino de todo lo que existe, la tierra, el agua, la biodiversidad, los bienes comunes. La crisis alimentaria deriva de un modelo de agricultura que no es capaz de eliminar el hambre y disminuye la diversidad y las fuentes de vida. Esta crisis nos interpela a poner en el centro la discusión sobre el derecho a la tierra, la soberanía alimentaria, la producción de alimentos agroecológicos, las semillas nativas y las prácticas de agricultura campesina.
La dimensión social es la expresión de la lógica de apropiarse, acumular y concentrar riquezas, con el gastado discurso de las locomotoras necesarias y los derrames de riquezas que nunca llegan. Es cada vez mayor la desigualdad, discriminaciones, despojo, violencia y migraciones en búsqueda de superar el hambre, la pobreza. Sobre la injusticia social, aparece la narrativa de lo irremediable, o de un mal que nos ha caído encima a todos. El discurso oculta la causa y los responsables.
La dimensión política es claramente sentida ante la erosión del Estado burgués. Es conveniente al capital un Estado de los intereses de los monopolios, que garantice paz y equilibrios mínimos para garantizar ganancias. Un Estado que apele a la aplicación del derecho penal a quienes se le oponen, sin referencia a lo imparcial y público. Un Estado que llega a esta crisis como tendencia, sujetado a monopolios privados, no como ente de nacionalización o creador de empleos y riquezas. Cultiva la imagen de la democracia como estorbo, mientras jueces, medios de comunicación, iglesias y outsiders[1] se apropian de la política y tocan dosis crecientes de represión y criminalización a quienes se enfrentan y denuncian.
Una dimensión ética y de valores es sentida en la vida cotidiana, con el desplazamiento del sentido de lo común y colectivo por la propiedad privada, por el individualismo y el egoísmo, lo que genera incertidumbre, sentimiento de abandono, soledad, orfandad y malestar general en nuestras sociedades. Están en crisis las referencias a una sensibilidad humanista y a la esperanza cuando el futuro se muestra con mucha incertidumbre.
Cómo cambiar el curso de las cosas?
Como parte de los movimientos del capital para reconfigurarse, estamos en un tiempo de transición geopolítica. En tiempos de transición, aumentan las condiciones de posibilidad para el cambio, aunque no podamos definir todavía el signo de ese cambio.
Reconociendo el declive de su autoridad, los Estados Unidos se proponen a reconstruir su dominio sobre la región con una diplomacia activa, un poder sobreviviente sobre los sistemas financieros, y un poder militar basado en el mayor presupuesto del mundo. La administración demócrata, con su discurso “civilizado”, intenta reconstruir la dominación cortés y actúa contra la presencia de China, que ya es el principal socio comercial de varios de nuestros países. La pretensión de las trasnacionales y los nuevos centros de poder es acoplarnos a su sistema de reproducción.
En alianza con ellos, avanzó en los últimos años el proyecto de restauración conservadora y su liderazgo, que en este tiempo enfrenta una crisis de deslegitimidad. El neoliberalismo no demostró una alternativa para convencer a los pueblos. El regreso de las derechas a los gobiernos está siendo más corto de lo pensado por su carencia de proyecto para el bienestar.
Sin embargo, la ideología conservadora avanza en toda la región. Cuenta con el importante sostén de un sector evangélico que ha calado el imaginario conservador liberal, patriarcal, homofóbico y racista en sectores humildes de nuestros pueblos. Las redes sociales tienen un papel significativo en la cultura del odio, la confrontación polarizada, la personalización y fragmentación de las causas, el intento de desmontar el pensamiento crítico y descolonizador. Llaman al libre pensamiento y la libre expresión dentro de la homogenización y el vacío.
Por otra parte, hay que reconocer la emergencia de luchas sociales de masas en casi todos los países, luchas políticas y democráticas que reaccionan a la precarización de las condiciones de vida y se orientan por luchas por empleo, vacunas y por renta básica para todas las personas.
La victoria en Chile por la transformación de la constitución de Pinochet nos deja aprendizajes sobre lo que puede resultar de la combinación entre peleas dentro de la institucionalidad y la movilización en las calles. Lo mismo para las luchas contra el FMI y las medidas neoliberales en Ecuador; la reconstrucción del proyecto de los pueblos originarios desde las bases en Bolivia; el enfrentamiento al neoliberalismo de guerra en Colombia con protagonismo de estudiantes y jóvenes; el triunfo de Pedro Castillo en Perú en medio de muchos desafíos, la resistencia de Cuba y Venezuela a la maquinaria monstruosa de un bloqueo para deslegitimar proyectos revolucionarios y contra hegemónicos, acompañado por una estrategia comunicacional que estigmatiza los procesos de lucha; las multitudinarias movilizaciones en Haití con millones de personas denunciando una crisis causada por el saqueo y la ocupación.
Destaco las luchas históricas contra el patriarcado desde movimientos feministas, con fuerza movilizadora y capacidad de confrontar al sistema en su totalidad. Con una política organizativa y educomunicativa que impulsa análisis transversales e interseccionales, develan la multiplicidad de opresiones y se comprometen con movilizaciones y las prácticas territoriales.
El movimiento ambientalista popular y el movimiento campesino y de los pueblos originarios se colocan como sujetos de derechos y requieren el derecho a la tierra. Al mismo tiempo, defienden la soberanía alimentaria y la justicia ambiental en el centro de reclamos por sociedades justas.
En muchos países, los movimientos estudiantiles, de juventud y urbanos tienen fuerte capacidad de dialogo con el pueblo; se revitaliza una agenda de justicia en el sindicalismo y mundo del trabajo; y se retoman la denuncia contra la deuda y la apuesta por una nueva arquitectura financiera internacional.
Estas agendas se van trenzando en una denuncia sistémica y en prácticas de articulación de diferentes redes y organizaciones. Están en la base de estas luchas el derecho a la tierra y la alimentación, al trabajo digno, a la vivienda, a vivir en paz, a reconstruir la democracia, a tener salud y educación, a la libre circulación, entre otros.
Sin embargo, no podemos desconocer que la mayoría de nuestras organizaciones está dentro de un equilibrio frágil. Las fuerzas de los movimientos en muchos paises todavía no son capaces de cambiar la correlación de fuerzas. Los sentidos y profundidad de los cambios y resultados de las luchas no dependerán de los Estados y sus instituciones, aunque su contribución es fundamental, sino de la correlación de fuerzas y del comportamiento de las clases sociales. Necesitamos nuevas formas de organización y programas políticos que representen a la clase trabajadora.
Tareas para reflexionar
Tenemos la tarea de desarrollar la formación política e ideológica desde la praxis, con referentes situados en la memoria histórica, el clamor popular, la espiritualidad y el pensamiento crítico. Sin dogmas ni manuales, sin institucionalizar la formación, haremos de ella un movimiento político cultural permanente. En la región, hay más de trece escuelas articuladas en una estrategia de unidad que, a su vez, dialogan con escuelas de todo el mundo sobre fuentes teóricas, contenidos y metodologías.
Para disputar los instrumentos comunicacionales, códigos y narrativas, hay que incorporar con más fuerza las tecnologías libres en nuestra estrategia cultural comunicacional. También debemos construir niveles de articulación entre diferentes medios, instrumentos y canales de comunicación para una estrategia integral en la disputa ideológica que vivimos.
Impulsamos procesos de economía popular y feminista. Son experiencias que involucran cerca de un 60% de la clase trabajadora, que sobrevive y desde ahí lucha, con otra noción de mercado, y relaciones sociales fuera de su lógica, sea en las ciudades, sea en la producción de alimentos agroecológicos con soberanía alimentaria. Eso camina al lado de construir una solidaridad que integra las fragmentaciones del sujeto popular como misión fundamental. Cultivar la esperanza es una tarea internacionalista.
Colocar energía en las articulaciones internacionales de carácter antimperialista que apunten a la multipolaridad es una estrategia para consolidar un bloque regional progresista, que acelere la crisis de hegemonía de Estados Unidos. Tenemos que disputar la justicia en la ruta de reconocer una ciudadanía más amplia, con una visión de derechos más cercana a las necesidades populares. Disputar el Estado es algo que hacemos al mismo tiempo que seguimos en la calle y los territorios para construir un bloque histórico: identificar aliados estratégicos y seguir fortaleciendo las relaciones que nos permiten tener mayor fuerza en la disputa.
Con eso, articulamos la fuerza de movilización de sujetos emergentes producidos por el descontento frente al capital, con los sujetos y agendas antisistémicas y antimperialistas. Es nuestro rol, como movimientos, favorecer el puente entre la indignación y las luchas cotidianas por la sobrevivencia con la organización estratégica frente al poder imperial.
[1] Figuras consideradas ajenas o candidatos «subestimados » que ascienden en la escena política, a menudo con un discurso de oposición a la coyuntura en general.
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Llanisca Lugo es integrante del Centro Martin Luther King (CMLK) y de la Marcha Mundial de las Mujeres en Cuba. Esta reflexión es resultado de análisis de procesos colectivos y de construcción de consensos de varios espacios en los que CMLK participa, como ALBA Movimientos, Asamblea Internacional de los Pueblos, Marcha Mundial de las Mujeres, Jubileo Sur, el evento de Paradigmas Emancipatorios y la 3.ª Escuela Latinoamericana del CMLK.