Nuestra metodología de educación popular, feminista y decolonial proviene de nuestra visión de la transformación del mundo, de la lucha popular y de lo que entendemos como el rol de las construcciones de sujetos políticos. Está, por lo tanto, vinculada a la organización del movimiento. Esta organización implica siempre en el proceso de formación política, de comunicación, de movilización y de acción. La formación tiene lugar en momentos específicos, como en escuelas, cursos y seminarios, pero también es parte de cómo nos organizamos en el movimiento, de manera más permanente y cotidiana.
Nuestro rol como educadoras es clave para que la formación tenga la capacidad de identificar y desarrollar una visión de los conflictos, que, a menudo, son invisibilizados. La experiencia y la forma como hemos sido socializadas y socializades, educadas y educades, nos lleva a construir habilidades dentro de un paradigma jerárquico. La educación nos lleva a la necesidad de la acción colectiva para la transformación, en un proceso coherente entre el pensamiento crítico y la práctica. El objetivo es de gran envergadura e implica la desconstrucción y reconstrucción permanente en varios niveles. Mirar el mundo en su integralidad implica lidiar con varios elementos al mismo tiempo, como los miedos, las motivaciones, los conflictos, la autoestima, prejuicios, incertidumbres y muchos otros.
La educación popular tiene que formar parte de un proyecto de organización popular que implique la formación política, la comunicación, la movilización y la acción basada en la construcción colectiva del conocimiento. En la educación popular, el trabajo enfocado en el grupo es central para garantizar esa construcción colectiva del conocimiento. El grupo es fundamental para poder salir de la percepción individual de los problemas y entender su construcción social.
El proceso pedagógico tiene ese objetivo de construcción colectiva del conocimiento a partir de una perspectiva crítica y emancipadora, que necesita expresarse en una práctica concreta de construcción política más amplia. Nuestro rol, como educadoras, es organizar y potenciar que el grupo en formación se constituya como colectivo, contribuyendo para una dinámica participativa, de integración, construcción de vínculos afectivos e identidad colectiva que se materializará en la construcción de la práctica de la organización política.
Primeros pasos: pactos y acuerdos
Desarrollar actividades de educación popular con grupos nos permite, en primer lugar, trabajar con experiencias más diversas. La definición de los objetivos de un proceso educativo depende de los puntos de origen, de los diferentes aportes. Siempre definimos las actividades de formación teniendo en cuenta el público con el que iremos trabajar. Un proceso inicial, de base, tiene objetivos diferentes de los grupos de profundización o incluso de capacitación de formadores, etc.
En todo el proceso educativo es importante establecer acuerdos, por ejemplo, sobre la puntualidad, el reparto de tareas, el tiempo y a la participación. Debemos coincidir, por ejemplo, que la palabra tiene que ser socializada. Estos acuerdos nos dan los elementos para pensar todas las cuestiones que necesitan ser desarrolladas en el grupo. En un proceso más largo, estos acuerdos deben ser, además de registrados, recordados.
En un proceso duradero, la dinámica del grupo puede ser más intensa, pueden surgir conflictos y tensiones. Pensar sobre estos acuerdos exige sensibilidad: cuando trabajamos a partir de las experiencias en los grupos sobre feminismo, racismo y vivencias LGBT+, estamos trabajando con temas muy sensibles. Por ello, es siempre muy importante que, entre estos acuerdos, haya un pacto de confidencialidad: lo que las personas cuentan sobre sus experiencias -por ejemplo, si alguien fue víctima de violencia- es un secreto entre las participantes. Lo que podremos socializar y discutir con otras personas es la reflexión adquirida y compartida. Todas las personas necesitan sentirse protegidas para poder hablar, sabiendo que sus asuntos personales no serán señalados o documentados sin su voluntad.
Participación
Nuestro rol, como educadoras y facilitadoras, es garantizar que el grupo sea realmente participativo. Para ello, es muy importante centrarse en la dinámica y en las relaciones. En la labor en educación popular, la preocupación no es solo con desarrollar los contenidos, pero observar cómo el grupo está funcionando, cómo se relacionan las personas del grupo y cómo ese grupo es, de hecho, un grupo, y no una suma de personas.
Esto implica justamente construir confianza, vínculos, una sensación de protección. Por eso es tan importante, al principio de cualquier actividad, tener un momento de presentación: para que las personas se reconozcan, se comprendan y vayan construyendo vínculos y relaciones.
Cuando decimos que partimos de la experiencia y de la realidad, esto significa también conocer no solo lo que saben sobre el contenido, pero cuáles son sus percepciones, los nudos e incluso prejuicios. La educación popular también se hace por la descolonización y por la construcción del pensamiento crítico.
Elaborar reflexiones
Superar la dicotomía entre razón y emoción es central en nuestra visión feminista. Esto se hace evidente cuando introducimos actividades corporales y lúdicas, pero está en todo. La forma cómo discutimos y reflexionamos no está separada de la experiencia y de la subjetividad.
Nuestro rol como educadora es garantizar que se produzca esta reflexión. A menudo, esto parte menos de lo que se presenta y más de lo que el grupo, como colectivo, va construyendo y elaborando.
En este sentido, es importante reflexionar sobre nuestra posición en el grupo. En la educación popular cuestionamos y proponemos romper con las jerarquías. Sin embargo, las educadoras tenemos un rol y una posición diferente en el grupo. Tenemos la responsabilidad de conducir ese grupo, de ser la persona que ayuda a crear vínculos y relaciones de confianza. Por eso, a menudo, las personas suelen preguntar a la educadora.
La construcción del pensamiento crítico no es automática; sino que pasa por varios niveles. Y la reflexión es lo que nos genera la construcción de la conciencia, así como las herramientas para pensar la acción. En general, hay tres preguntas que recurren los debates: ¿cuál es el problema que queremos afrontar? ¿Por qué ocurre esto? ¿Y cómo podemos resolverlo?
Creatividad feminista
Cuando conseguimos garantizar que el grupo en formación realmente funcione como un colectivo, se convierte en un proceso de construcción de la identidad colectiva, la espontaneidad, la creatividad y el pensamiento crítico entre las participantes.
El aprendizaje en la educación popular parte de una visión opuesta a la educación tradicional, que nos ve como recipientes de contenidos. La colonización y la alienación suelen impedirnos ejercer nuestra espontaneidad y creatividad. Por ello, en la educación popular, buscamos trabajar también con otros lenguajes, como el dibujo, el teatro, la música, la danza. Es una manera de que las personas puedan desarrollar otras habilidades, incluso liberar su propia espontaneidad y creatividad. De este modo, como un proceso de desconstrucción y reconstrucción, reforzamos el pensamiento crítico y trabajamos los valores libertarios y la solidaridad.
También hemos trabajado esta dimensión con la mística, en una comprensión amplia, que atraviesa nuestra acción en su conjunto, teniendo diferentes formas de expresión, como nuestros símbolos, nuestras músicas, nuestros lemas.
La formación en tres momentos
A partir de nuestras experiencias, hemos desarrollado una forma de pensar que divide la actividad de formación en tres momentos. El primer momento de la formación, que llamamos de acogida, es el momento de la llegada, que sirve para eliminar el campo tenso. Cada persona llega con sus angustias y ansiedades. La acogida es el momento para hacer a las personas conscientes, traerlas a ese momento.
En una actividad de formación, en general, usamos la acogida para el trabajo y conciencia corporal, que puede suceder de varias maneras, como un masaje o una danza. Es el momento de trabajar dinámicas que refuercen los vínculos en el grupo. Un ejemplo de dinámica que hicimos fue una caja de sorpresas, en la que pedimos para que cada persona escribiera una cualidad de la persona a su derecha y otra de la persona a su izquierda. Después, sorteamos las cualidades y preguntamos al grupo quién tiene esa cualidad o virtud. De este modo, las personas van reconociendo esas cualidades y virtudes en más personas, mas allá de aquellas de la primera etapa de la dinámica.
Tras cada dinámica, preguntamos como las personas se sintieron. Esa pregunta trae a la percepción el momento -si fue bueno, si fue constructivo, genera la dimensión subjetiva y nos da elementos de lo que es necesario trabajar. Hablar de los sentimientos es una forma de trabajar la subjetividad y tener elementos para manejar las relaciones en grupo.
El segundo momento es el del desarrollo del tema. Comenzamos con una dinámica en la que el grupo es dividido en varios minigrupos. Hay varias maneras de proponer que los minigrupos traigan reflexiones iniciales: pueden crear una escena teatral, hacer un collage con recortes de periódicos, crear un programa de radio. Después de la presentación del grupo, es importante tener tiempo para conversar sobre lo que el grupo trajo y cómo se ha sentido al hacer esa tarea. Además de reflexionar sobre el contenido, ellas desarrollan su creatividad y espontaneidad. La educadora puede observar si todas y todes están participando, si hay compromiso, si hay alguien que se queda fuera, si hay dudas. Al final de este momento, se hace la sistematización y la profundización del tema. El desarrollo del tema no está dado de antemano: se transforma y se define según la discusión.
El último momento es la evaluación. Es importante no terminar un proceso de formación sin evaluación, aunque sea con una sola palabra. Esa evaluación mostrará cómo se ha sentido el grupo y qué ha quedado. También es el momento para discutir la metodología utilizada. Es una manera de aprender lo que es metodología y desmitificarla, entendiendo que ella puede ser un asunto de todas.
Ser educadora también es transformarse
Una educadora necesita tener flexibilidad y paciencia. Esto implica un profundo proceso de autoconocimiento que vamos desarrollando. Por ello, es muy importante tenemos un momento también para evaluar nuestras propias prácticas. En el movimiento, en el equipo con que trabajamos, debemos pensar sobre lo que funciona o no, incluso para observar las partes que son difíciles para nosotras. Por ejemplo, a veces, en un grupo, tenemos más paciencia con algunas personas que con otras. Es importante internar comprender en nuestro interior, cómo funciona nuestra paciencia.
Forma parte de este proceso de autoconocimiento, identificar nuestras dificultades y cómo éstas también influyen en la dinámica del grupo. Esto también ocurre en relación con los conflictos en el grupo. No podemos pensar que podemos resolver todos los conflictos del grupo, pero podemos crear espacio para hablar de ellos. La formación debe ser un espacio donde las personas puedan expresar su percepción y, a partir de ella, buscar elementos para solucionarlos colectivamente, aprendiendo del proceso.
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Este texto está basado en una exposición realizada durante la Escuela de Facilitadoras organizada por la Marcha Mundial de las Mujeres, por la Alianza Popular para la Justicia Global [Grassroots Global Justice Alliance], por la Grassroots International y por la Red Ambiental Indígena [Indigenous Environmental Network – IEN]. La Escuela de Facilitadoras fue una etapa posterior a la Escuela Internacional de Organización Feminista (IFOS, sigla en inglés). Pronto publicaremos un artículo centrado en la experiencia de la Escuela de Facilitadoras.
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Nalu Faria forma parte del Comité Internacional de la Marcha Mundial de las Mulheres, representando las Américas.