Haití es “objeto de preocupación regional”, hubiera dicho un conocido politólogo nacional. Violencias y masacres, multiplicación de pandillas armadas, crisis económica que colinda la crisis humanitaria… Un caso que amerita un tratamiento internacional. Con tal “ficha señalética” se oculta a la opinión pública lo que está realmente pasando en el país: una movilización ciudadana y popular que desde julio del 2018 se ha vuelto permanente, si bien ha tomado las expresiones más diversas, como marchas, sit-ins, peticiones, demandas legales, y no sólo ocupación y bloqueo de calles. Al aislar y absolutizar sólo las manifestaciones “espectaculares” (como las quemas de llantas y las represiones con gases lacrimógenos), se oculta la sustancia política y se criminaliza todo un movimiento social reivindicativo a nivel nacional.
En efecto, lo que tenemos hoy es un movimiento social multifacético que es el corolario del paulatino desmoronamiento del Estado en Haití. Lo que los movimientos sociales anteriores acarreaban eran demandas sociales a un Estado exclusivo, cerrado, insensible al interés general. Las intervenciones que vivimos en el pasado reciente de Haití han transformado la situación desde el punto de vista tanto de la evolución histórica, como de la evolución de las formas de movilización. Ante la persistencia de las mayorías para ser partícipes de la elección de sus dirigentes y el amparo de desastres naturales y vicisitudes políticas –cuyo desarrollo escapa a este espacio–, están las oligarquías nacionales, apoyadas por las potencias dominantes en Haití, empezando con Estados Unidos.
Esas oligarquías intentan restablecer los resortes tradicionales del poder dictatorial duvalierista que fungió durante casi 30 años en Haití, de 1957 a 1986. Muchos de nosotros así analizamos el partido político PHTK [Parti Haitien Tet Kale – Partido Haitiano Cabeza Calva]1 impuesto por una selección electoral en 2011, apenas un año después del terremoto. Se trata de un intento de restaurar una especie de neo duvalierismo del siglo XXI, es decir, utilizando los aparatos jurídicos, electorales y de comunicación en vez de la mera represión militar. A partir de este momento y durante cerca de ocho años, hay una especie de sobresalto de la sociedad.
Frente a la impotencia de los políticos tradicionales, que no logran enfrentar a ese nuevo poder o que pactan con él, se empieza a construir un movimiento social cuyo objetivo es ahora más radical: cambiar el sistema.
Este sistema ya no puede, no podemos con este sistema. Dicho proceso ha sido largo y tortuoso, porque la sociedad civil haitiana no tiene una tradición organizativa fuerte. Tiene una larga tradición de movilización, de sublevamiento, pero poca práctica organizativa. Las organizaciones políticas son jóvenes y todavía endebles. Asimismo, tenemos hoy un movimiento social potente en su reivindicación, que realmente rechaza cualquier recomposición parcial de un Estado que, por lo demás, ya no existe en ninguna de sus características institucionales.
Desde principios del 2020, el Estado está totalmente destruido en sus instituciones –sin parlamento, sin sistema judicial, sin autoridades municipales y locales– y atacado en sus fundamentos mismos, con una administración pública paralizada. La policía está debilitada, gangrenada por la delincuencia y politizada. Ante este panorama se alza un movimiento social que dice «hay que hacer otra cosa», pero ¿qué? Y ¿cómo?
Las respuestas se tienen que contemplar no desde el punto de vista partidario, sino que desde un análisis realmente de la potencia de un movimiento que sale de la sociedad civil y se suma a las fuerzas políticas progresistas que, hay que reconocerlo, están todavía en construcción. El Frente Patriótico Popular [Front Patriotique Populaire] es un ejemplo de ello, tal vez el más adelantado. El Partido Raíces del Campo Popular [Rasin Kan Pep La] y la Alternativa Socialista [Altenativ Sosyalis]son otras de esas formaciones.
Retos de las movilizaciones
Ese movimiento cívico ha encabezado lo que se ha terminado conformando como un acuerdo nacional con dos objetivos principales (y muchos otros más). Uno es la recuperación la soberanía de este país, porque en la descomposición de ese Estado intervienen en primer lugar las fuerzas imperialistas y lo que se ha llamado la comunidad internacional, que no quiere saber de caminos políticos que se aparten de la dependencia. Así que las primeras reivindicaciones son «alto a la intervención» y «alto a la tutela (que dice o no dice su nombre)». Queremos ahora reconstruir nuestro estado soberanamente.
Estamos hablando de demandas básicas, como educación, salud y sanitación. Son básicas, pero son precisamente la esencia de lo que construye la ciudadanía, y lo que faltó para cimentar la nación. Por sólo mencionar una ilustración de ello, el presupuesto nacional reserva tan sólo un 16% a la educación y … ¡el 4.3% para la salud! La prioridad, hoy, es recomponer una estructura estatal que permita proveer servicios al conjunto de esta sociedad. No estamos hablando sólo de legitimidad: todos sabemos que el poder actual no es legítimo, pero tampoco es capaz de recomponer un mínimo de gestión general de la sociedad, de la economía, de lo básico que nos constituye. Queremos recomponer las instituciones y sentarnos a discutir sobre el tipo de Estado y de sociedad que queremos. Es muy distinto al apuro por reordenar las autoridades de las instituciones formales en una estructura que la sociedad ya ha dicho que no quiere más. Tenemos la capacidad, pero queremos la posibilidad de armar un proyecto que sea, en primer lugar, a favor de las mayorías. Es un proyecto ambicioso para lo que ha sido la trayectoria del movimiento social en Haití.
Somos un actor político importante y diverso, que es pujante porque está al lado de esas reivindicaciones mayoritarias: sindicatos, profesionales, organizaciones de mujeres, organizaciones campesinas.
El segundo objetivo es salir del olvido y del silencio. De vez en cuando, la gran prensa habla de la violencia y de las necesidades humanitarias, pero no se habla de la resistencia ciudadana que ha puesto ese país de pie, aunque aislado económica y políticamente. Lo que necesitamos es una solidaridad activa, que respete los espacios y actores políticos, y que sea capaz de acompañar el pueblo haitiano donde necesite, y no donde digan intereses foráneos que quieren estar en el comando. Se trata, al final, de evitar la tutela. El pueblo haitiano ya no quiere ser más tutelado por ningún poder, por mejor intencionado que sea.
Sabine Manigat es cuadro del Frente Patriótico Popular, socióloga, profesora e investigadora en la Universidad Quisqueya de Haití.
- El nombre Tèt Kale [Parti Haïtien Tèt Kale – PHTK], que significa “cabeza calva” en criollo haitiano, rinde homenaje a Michel Martelly, ex presidente de Haití, conocido por su cabeza calva. Michel fue presidente de 2011 a 2016, cuando se desató una crisis electoral en el país. [↩]