En el marco del 17 de abril, Día Internacional de Lucha Campesina, Capire ha publicado esta entrevista con Pancha Rodríguez, dirigente de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-Vía Campesina) y de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI) de Chile. El relato de Pancha presenta una larga jornada personal y colectiva de lucha por la soberanía alimentaria, el feminismo y el socialismo.
Antes que todo, te pedimos que te presentes, recuperando tu trayectoria de militancia y de vida.
Soy Luz Francisca Rodríguez y todo el mundo me conoce por Pancha, que es el diminutivo que se le dan a los Franciscos y Franciscas en nuestro país. Soy oriunda de un pueblo rural que ahora ya es parte de la ciudad, porque a medida que avanza la ciudad, nos va arrebatando una parte importante del campo y de los sectores que antes alimentaban a los pueblos. Eso me hace estar migrando permanentemente, arrancando de la ciudad. Soy una persona con muy poca escuela, pero con una gran contribución desde el punto de la formación social política, ideológica, cultural dentro del movimiento.
Soy floricultora -esa era mi contradicción, yo producía flores y no alimentos. En la juventud mi trabajo fue dedicado a hacer lo que hoy se podría llamar una trabajadora de temporada. Era una cosechadora, una recolectora. Partíamos por las habas y terminábamos en las viñas en la cota de las uvas.
Muy niña, me tocó hacerme cargo de la casa. Trabajé en varios oficios, combinando la temporada en el campo y, en el tiempo de invierno, muchas y diversas labores. Estuve dos años trabajando en un casino, en correo y telégrafo, y salté al trabajo sindical en el departamento juvenil de la CUT. Desde los doce años, entré a la Juventud Comunista y soy «a la antigua»: soy parte del Partido Comunista, milito en una célula, pago mis cotizaciones, compro el diario, me instruyo, no tengo mayores cargos dentro del partido, sino que estoy dedicada a la organización.
Fui encargada nacional femenina en la Juventud Comunista en su Comité Central, trabajé mucho en el Frente de Mujeres de la Unidad Popular para el gobierno popular, fui una de las compañeras junto a grandes mujeres que constituimos la primera Secretaría de la Mujer en el gobierno de Allende, trabajando en vista al Ministerio de la Mujer. Después, en el trabajo clandestino, estuve trabajando en todo el tema de los derechos humanos, apoyando a las mujeres en la construcción de las agrupaciones con las mujeres de los detenidos y desaparecidos políticos, los presos políticos y los familiares en el exilio.
A partir de 1979, salgo de la clandestinidad y me incorporo al trabajo de la Confederación Campesina El Surco, hoy Ranquil, haciéndome cargo del departamento femenino. En el año 1988, cuando iba a ser el plebiscito del «no», mi compañero fue elegido para ser el secretario de la Unión Internacional de la Agricultura, los Bosques y las Plantaciones, en este tiempo parte de la Federación Sindical Mundial, y yo me fui a hacer cargo de la oficina de Asuntos de la Mujer. Desde ese proceso, salto a la construcción de lo que era la campaña de 500 años de resistencia indígena, campesina, negra y popular; y, de ahí, a la constitución de la CLOC y de La Vía Campesina, desarrollando siempre un trabajo con las mujeres al interior de la organización, junto a compañeras jóvenes que venían emergiendo desde los movimientos y organizaciones feministas.
Llegamos a pedir cuota y garantizar un 30% de participantes mujeres al 2o Congreso de la CLOC. Los compañeros, entre risas y desconciertos, nos dijeron que no había problemas y que, si queríamos, podríamos ser el 50%. Este fue para nosotras un gran reto, que por cierto no logramos, pero llegamos a una participación del 43% de mujeres. Nosotras trabajamos para tener una instancia paritaria dentro de la CLOC en toda su estructura organizativa y lo logramos como acuerdo de Congreso. La participación paritaria también fue asumida a nivel internacional por La Vía Campesina.
En el 3er Congreso, dijimos: «necesitamos una relativa autonomía; no somos una partecita, somos un proceso de las mujeres rurales en marcha». Por lo tanto, dejamos de ser una comisión y nos propusimos a conformar la Articulación de Mujeres del Campo de América Latina y el Caribe. Cada paso que dimos en América Latina nos fue asumiendo también la Vía Campesina, así que hemos levantado una postura dentro del movimiento campesino que tiene un hito importante. Nosotras hubiéramos querido que la Declaración de los Derechos Campesinos fuera «de las campesinas y campesinos», pero no logramos. Asimismo, desde su inicio la declaración reconoce plenamente nuestros derechos, se plantea acabar con la violencia hacia las mujeres en el campo y, por lo demás, me parece ser la única que toma los derechos sexuales y reproductivos, lo que me parece muy significativo.
Tu presentación va desde lo personal al colectivo, al político, al histórico de Chile y de nuestro continente de una forma emocionante. Vamos entrar en una cuestión relativa a la construcción de la soberanía alimentaria. Estamos en una realidad en que el hambre se impone nuevamente. Son 25 años desde cuando La Vía Campesina propuso el principio de la soberanía alimentaria, que es clave para enfrentar el hambre y el modelo capitalista. Queremos saber de ti cuáles son los elementos comunes entre esos períodos y los desafíos de los tiempos actuales.
A veces las cosas se dan en un momento preciso y no nos damos cuenta de la inmensa proyección que tienen en el tiempo y para el conjunto de la sociedad. Cuándo fue la primera Cumbre Mundial de Alimentación, proclamamos la soberanía alimentaria para salir al paso a la intención de los gobiernos y de las empresas de proclamar la seguridad alimentaria como la capacidad general de adquirir alimento, y no de producir los alimentos. Ese encuentro fue previo a un taller de mujeres rurales.
A partir de la campaña de los 500 años, hubo una comisión de mujeres y lanzamos el reto del autodescubrimiento. Emergimos de las raíces de la tierra para auto descubrirnos en nuestra resistencia, nuestros haceres y saberes. Los retos ya venían caminando y nos encontramos con este planteamiento de los campesinos y campesinas para enfrentar los gobiernos y sus intenciones de darle paso a las grandes empresas para la apropiación que constituye el alimento como un gran negocio del capital.
La soberanía alimentaria a nosotras nos devolvió identidad, porque la soberanía era nuestro derecho a producir. Pero, a medida que fuimos hablando de nuestros derechos, ellos se fueron ampliando. No es solamente producir. Es el derecho a reforma agraria, a la tierra, al agua, el derecho a seguir siendo campesino y campesina. Descubrimos que, toda la vida, habíamos hecho soberanía alimentaria. Nos apropiamos de la soberanía alimentaria y dijimos: para nosotras, la soberanía alimentaria no es un discurso, es una práctica cotidiana, es una lucha permanente, es una decisión de cambiar el mundo.
Para cambiar el mundo teníamos que seguir este proceso de autodescubrimiento y mirar para traer la historia del rol que habíamos tenido la mujer desde siempre en la agricultura. ¿En qué minuto nosotras fuimos omitidas, separadas de ese camino, invisibilizadas? Teníamos que hacer visible este rol de las mujeres, y no solamente en la producción. Hoy, damos un paso y una mirada hacia afuera como mujeres del campo para consagrar nuestro espacio dentro del debate político, las tomas de decisiones y las apuestas para el futuro.
En América Latina, caminaba la construcción del movimiento de mujeres rurales en varias organizaciones y se desprendían de las organizaciones mixtas, no para separar el trabajo con nuestros compañeros, sino que para ampliar los horizontes de participación de las mujeres. Uno de los primeros acuerdos de la CLOC en su 1er Congreso era no tenerle miedo al surgimiento de las organizaciones de mujeres. Entendieron que nosotras aportamos enormemente al movimiento, y que también generamos espacios de participación más amplios, abiertos, democráticos, incluso porque traemos hacia el debate la vida de la comunidad, de la tierra y de los conocimientos. Eso significaba ir llenando de contenido la soberanía alimentaria.
La soberanía alimentaria pasa de ser solamente un planteamiento nuestro para ser un planteamiento de todas y de todos. En esa primera Cumbre Mundial de Alimentación, nos quedamos casi solos con nuestro planteamiento, pero cuando estábamos preparando para la evaluación del plan de acción resultados, cinco años desde la primera Cumbre, ya éramos muchas y muchos que estábamos en esta lucha por la soberanía alimentaria.
Junto con proclamar nuestra articulación de mujeres, nos planteamos otra gran interrogante: ¿qué pasaba con nuestras semillas? La pregunta nos hizo mirar a la situación de que los campesinos estábamos perdiendo la fortaleza cada vez que se nos iban eliminando nuestras semillas. Fue decisión de las mujeres un llamado a la CLOC y La Vía Campesina para hacer una campaña internacional por defensa de nuestras semillas.
¿Eso fue ya en los inicios de 2000, cierto?
Claro. Hicimos el Congreso en México y la 2a Asamblea Continental de Mujeres, y el acuerdo nuestro fue precisamente esta campaña de las semillas. Era una contribución y una aportación tremenda a la lucha por la soberanía alimentaria. No hay soberanía alimentaria si no hay semilla. Esa fue nuestra decisión. No hay reforma agraria si no hay semilla, porque la reforma agraria no puede quedar al arbitrio de las empresas transnacionales que quieren manejar el destino de las semillas.
En la 2a Cumbre Mundial de la Alimentación, en Roma, nos correspondió organizar el lanzamiento de la Campaña. La Vía Campesina convocó a las semillas del mundo, hicimos un acto impresionante en el foro previo a la Cumbre. Era un espectáculo maravilloso que no lo podíamos imaginar: un mosaico, un jardín de semillas hermoso que yo cuidaba celosamente. En la tarde la recogía y la guardaba con llave en un tremendo bolso que había, porque la íbamos a compartir pero tenían que estar hasta el lanzamiento oficial de la cumbre. Salimos a la marcha y, cuando volvimos, nos habían robado las semillas. Ahí salió el llamamiento a la declaración por la campaña «las semillas son patrimonio de la humanidad».
Pero Monsanto nos dió otro golpe. En Río+10, en Johannesburgo, Sudáfrica, ellos dicen que están de acuerdo que las semillas sean patrimonio de la humanidad porque así eran de todos, y por lo tanto las empresas también tenían el derecho. Fue un golpe tremendo y nos preguntábamos: ¿Qué hicimos? ¿Pusimos en más peligro aún a nuestras semillas? Fue desconcertante y nos llevó un año discutiendo… Hicimos una reunión en Caaguazú y concluimos: no son un patrimonio de la humanidad. Son nuestro patrimonio, de nosotras las mujeres, sus descubridoras, de los pueblos indígenas y los pueblos campesinos, que a través de la historia la han propagado, mejorado, diversificado. Esa fue la definición: la semilla es patrimonio de los pueblos indígenas y campesinos, y son nuestros pueblos los que históricamente la han puesto al servicio de la humanidad. Así, la campaña se lanzó nuevamente en el 2o Foro Social Mundial, en Porto Alegre, Brasil.
Creo que marcan hitos estas decisiones políticas que hemos tomado. Es como cuando hicimos la acción en Curitiba. Lo de Aracruz fue tremendamente importante, pero nadie habla que en Curitiba fuimos capaces, desde la escuela de mujeres del Cono Sur, de parar que se levantara la moratoria contra las semillas terminator. No es solamente un planteamiento, sino que es una acción de lucha, de resistencia y de rebeldía permanente lo que hemos mantenido las mujeres. Es nuestra capacidad de mirar más allá de lo cotidiano, mirar el futuro.
Yo diría que son momentos muy significativos para nosotras: llegar a hacer una articulación, establecer la paridad de género, imponer dos campañas a nivel internacional impulsada por nosotras (de la semilla y de la violencia contra las mujeres) y asumida por toda La Vía Campesina, aunque nos cueste mucho. Es un proceso bastante fuerte definirnos como feministas dentro de un sector que ha sido siempre consignado como un atrasado, conservador.
Cuando nos planteamos nuestra lucha y el reto de construir este feminismo campesino y popular, fue dentro del proceso de discusión con la CLOC. Es un reto de los campesinos construir una vía alternativa al modelo neoliberal. En ese caminar nosotras estamos junto a La Vía Campesina. Pero en América Latina, nuestro reto político va más allá de construir esa vía alternativa, queremos construir una nueva sociedad. Por eso, definimos que no renunciamos a la lucha por un socialismo que emerge desde nuestras raíces, culturas e identidades.
Tuvimos que iniciar un trabajo de discusión buscando nuestra identidad, causa y razón feminista. Esa fue la gran discusión del 5o Congreso. Fueron discusiones fuertes y nos dimos cuenta de que teníamos un gran desconocimiento de los avances de las mujeres en la lucha feminista desde el siglo pasado, la capacidad que hubo de construir un gran movimiento de mujeres alrededor del mundo y de plantearse un sistema de medición, una estrategia, una política de género.
Pero también analizamos cómo, de los instrumentos y avances que vamos construyendo en la lucha, se va apoderando el sistema. De repente, desde las políticas oficiales, pasamos, de mujeres en desarrollo con recursos claros y definidos, a ser porcentaje. Dimos esas discusiones fuertemente para fundamentar el hacer político de las mujeres del campo y darle un sentido fuerte a la necesidad de un movimiento de mujeres visibilizado y expresado en lucha. Hoy, somos un movimiento de mujeres del campo a nivel de continente y más allá de él. Tenemos una cantidad de organizaciones de mujeres que buscan espacios propios para poder ampliar el horizonte de las mujeres -no para separarnos de la lucha política conjunta, porque a esta sociedad no la cambian las mujeres solas.
Fue realmente lo mejor hacer un balance del momento que nos planteamos el reto del autodescubrimiento. Creo que nos auto descubrimos. Desde esta cultura e identidad de mujeres, hemos avanzado al interior de la CLOC y de La Vía Campesina y potenciado nuestra organización. Las mujeres somos, hoy, la dirección del 50% y somos tal vez mucho más entregadas y aportativas. «Estamos en casa y no en silencio» es un reto planteado desde La Vía Campesina que no emerge por casualidad ante esta grave situación de pandemia. Nos da pie para poder enfrentar estos momentos tan complejos, que exigen de nosotras que estemos al frente de la organización, animando la fuerza de las mujeres, dando paso fuerte para enfrentar la violencia y redoblar nuestra capacidad de producir.
La demanda de alimento que el pueblo necesita para resistir a esta crisis y seguir luchando es mayor. El pueblo está volviendo a las ollas comunes y a los comedores populares, preparando los guisos… Está a comer lo que antes comíamos, pues también es seguro que habemos unas cuantas prisioneras del mercado.
Hay un punto importante de lo que presentas, un aporte de las mujeres de La Vía Campesina para el conjunto del feminismo popular, que es no separar la construcción de los espacios de mujeres de las luchas más radicales que ustedes hacen. Cuando ustedes lanzan la perspectiva de que no hay socialismo sin feminismo, fortalecen más allá de todo el movimiento campesino, fortalece el campo que construimos los movimientos sociales aliados.
Nosotras, diez años atrás, dijimos «sin feminismo, no hay socialismo». Hoy día, ya la consigna no es la misma, porque planteamos una decisión política más grande: «con feminismo construiremos socialismo». Cambió el sentido de nuestra consigna para dar paso a este proceso de construcción que ha remecido a las mujeres del campo. Hemos, incluso, vuelto atrás en la historia para descubrir, desde el surgimiento de la agricultura para acá, cuál ha sido el proceso de las mujeres del campo. ¿Por qué la vida en comunidad va desapareciendo? ¿Cuál es el rol que hemos jugado? Cuan soberanas somos nosotras y nuestras comunidades? Queremos darle un marco más amplio a la soberanía.
En la primera escuela de las mujeres de América Latina que hicimos en Chile, fue Miriam Nobre, para que nos hablara de la concepción feminista de la Marcha Mundial de las Mujeres. Ella nos dijo que nuestro feminismo es político y es de clase. Esa definición de la Marcha fue lo que nos llevó a definir el feminismo que teníamos que construir. Éramos mujeres que participábamos, la mayoría, en la organización mixta. Sentíamos que nuestro feminismo era un feminismo de clase, porque estaba inserto en la lucha del campesinado y, por ende, pueblo. La definición política de la Marcha nos dió luces para poder definir nuestro propio feminismo. Eso es, sin duda, lo que nos hermana.
Hay una misión en la vida, un camino trazado que está cumplido: tenemos un movimiento en América Latina bien asentado. Un movimiento consciente, valiente, con proyecciones de futuro. Un movimiento que ayudará a cambiar el mundo y a garantizar la soberanía alimentaria como un derecho sagrado de vida.