“Primero el feminismo me llevó a la cárcel, y de ahí, la cárcel al abolicionismo, y a juntar feminismo y lucha anticarcelaria”, resume la abogada y activista española Alicia Alonso Merino. Ya participaba desde la juventud en colectivos feministas en su ciudad, Valladolid, cuando, a los 35 años, comenzó a proponer talleres sobre violencia contra las mujeres dentro de prisiones femeninas. “De entrar en la cárcel y trabajar con ellas, empecé a ver todo el abandono que el sistema tiene con las mujeres, las discriminaciones que no son tenidas en cuenta. Y entonces empecé a denunciar las discriminaciones con distintas organizaciones”, cuenta ella.
Alicia también vivió en Argentina y en Chile, y actualmente reside en Italia. Por donde va, se involucra con organizaciones de derechos humanos y colabora para que las personas presas conozcan sus derechos. Según ella, la inutilidad de la prisión para responder a los conflictos sociales es común a todos los países: “la cárcel genera mucho más daño social, personal, individual, y no resuelve ninguno de los problemas por los que las personas están ahí”, concluye.
La siguiente entrevista fue concedida a Capire y a Brasil de Fato cuando Alicia estuvo en São Paulo para presentar la edición brasileña de su libro Feminismo anticarcelario: el cuerpo como resistencia.
¿Cuál es la relación entre las luchas feministas y anticarcelarias? ¿Por qué consideras que el cuerpo es una parte central de la resistencia?
La cárcel te quita toda la autonomía. En la cárcel, está todo regulado. Te infantiliza. No puedes decidir nada, ni la hora que te levantas, ni la hora que puedes llamar por teléfono, ni la hora que puedes tomar baño. Tienes que pedir permiso para todo. Y cuando no tenemos autonomía para nada, lo único que queda es el propio cuerpo. Y es sobre el propio cuerpo que muchas de las mujeres expresan el dolor, con los cortes. Entonces, muchas veces, para acallar un dolor mayor, que es la pérdida de estar lejana de lo que perfilen sus deberes de cuidado, la lejanía de las criaturas, necesitan sentir un dolor físico para acallar ese dolor del alma.
Muchas veces, el único instrumento de lucha política o de llamar la atención es la huelga de hambre. El cuerpo queda como un lugar de resistencia. Entonces, una de las críticas que hacemos a la cárcel es que, como feministas, queremos la autonomía sobre nuestra vida y nuestros cuerpos.
Eso se hace propositivamente, a través de los programas de reeducación, que muchas veces reproducen los roles de género. Son programas de peluquería, de limpieza, de hostelería, para que, una vez fuera, continuemos con nuestros roles. Y se lo hace también con las sanciones disciplinarias, cuando desobedecen las presas. La investigación que yo hice tiene que ver con el sistema sancionatorio. Proporcionalmente, se sanciona más a ellas que a ellos, cuando los perfiles criminológicos son totalmente diferentes. Las mujeres presas en general cometen delitos de pobreza. Raramente tienen violencia, son microtráfico y robos. Tienen que ver con la situación económica. Se diría que fueran mucho más peligrosas porque se las sanciona más, pero lo que pasa es que el sistema también es patriarcal y, entonces, se tolera menos la desobediencia de ellas que la de ellos.
Yo veo al sistema prisional como una correa de transmisión de los sistemas de opresión. Hay una sobrerepresentación de mujeres racializadas, de la diversidad, de población indígena. Eso tiene que ver con la selectividad penal, con el populismo punitivo.
¿Cómo ves las similitudes y diferencias del sistema carcelario en el Norte y en el Sur global?
Yo veo que es lo mismo. Las diferencias son simplemente estéticas, podríamos decir. Son importantes, porque son las condiciones materiales que hacen que haya más hacinamiento, más violencia, más prisiones preventivas. Pero en todas partes del mundo se encarcela la pobreza, hay sobrerepresentación de poblaciones mayoritarias que son tratadas como minorías. Eso es general en todo el mundo. En el Estado español, por ejemplo, hay una sobrerepresentación de mujeres migrantes y mujeres gitanas, que son mujeres racializadas. Venimos a Brasil y hay una sobrerepresentación de mujeres negras.
También son generales casi en todo el mundo el microtráfico y los delitos contra la propiedad. Es general que hay una sobreprotección del derecho de propiedad, lo que tiene que ver también con los orígenes de los códigos penales en Francia de 1800 y que luego se han copiado en el resto del mundo. Era un momento donde la propiedad tenía que ser protegida de forma fuerte y quienes hacían las leyes eran los que tenían el poder para aplicarlas a los otros, nunca para aplicárselas a ellos. De cierta forma, eso no ha cambiado mucho.
Cárcel es cárcel en todos los lados: genera dolor, separa familias y no resuelve los conflictos sociales para nada, sino que reproduce las desigualdades y las opresiones.
Eres de España, estuviste en Italia, Chile, Argentina. ¿Cuáles movimientos te parecen interesantes en la lucha anticarcelaria y que puedes compartir?
Lo que más me interesa y admiro son los movimientos de feministas anticarcelarias en América Latina, que son diferentes grupos por distintos países. Ahora están en una red, hicieron hace poquito un encuentro en Ecuador. Hay mujeres de Chile, de Argentina, de Colombia, de Ecuador, de México. Son mujeres que empezaron trabajando dentro de las prisiones con algún taller desde el feminismo. Lo que hacen es diluir los muros que separan el dentro con el afuera. Las compañeras que salen se integran en las organizaciones. No son las de fuera que trabajan con las de dentro, sino esa unión de diferentes realidades que acaban derivando en la lucha anticarcelaria. Yo creo que es lo más interesante y que más admiro.
Hay pequeñas redes en Italia, como el movimiento “No Prisión”. En el Estado español, ahora estamos intentando construir una pequeña red antipunitivista y hay grupos anticarcelarios que trabajan con la denuncia de las condiciones de las personas presas. Es muy difícil generar una red de estos grupos.
El feminismo anticarcelario son dos palabras muy incómodas para el movimiento feminista institucionalizado y también para el movimiento anticarcelario, a quien también la palabra feminismo le rechina un poco. Es complicado, estas dos palabras juntas generan resistencia, pero, bueno, también es una provocación.
Tu argumento es que, para luchar contra el sistema penal y la cultura del castigo, no basta con abolir las prisiones pero hay que pensar en formas preventivas o transformadoras de justicia. ¿Puedes brindarnos con ejemplos de experiencias que conoces?
Por un lado, se trabaja con reducir al máximo la prisión con propuestas desde la red de desencarceramiento, atajando los cuatro pilares en los que se basa la prisión: el pilar cultural, legal, político y económico. Creo que el pilar cultural es el más complicado, porque es el que se arraiga en esa cultura del castigo que tenemos tan interiorizada y que recurre a la policía al menor problema. Es también la sensación de venganza y de castigo que tenemos bien inculcada.
Hay también las propuestas de la justicia transformadora o transformativa, que tienen que ver con construcción comunitaria. En sociedades muy individualistas, ir a contracorriente es construir comunidades fuertes, que sean responsables de los conflictos. Que no se viva el conflicto como una cosa individual, sino que se responsabilicen del daño que se genera y que se dé una respuesta. Que se genere también la seguridad para que la persona que ha sufrido un daño se sienta segura, con garantías de no repetición.
Desde la justicia comunitaria de los pueblos originarios —sin idealizar, pero se puede rescatar bastante, sobre todo en América Latina—, hay experiencias muy interesantes de autoorganización y respuesta comunitaria. Por otro lado, hay la justicia transformativa, con experiencias sobre todo en Estados Unidos, donde las comunidades que son fuertemente criminalizadas y reprimidas no pueden acudir a la policía, porque les criminaliza. Entonces, han tenido que buscar formas de resolver sus conflictos y el daño social.
¿Cómo ves la movimentación por la privatización de las prisiones en los últimos tiempos? ¿Cuál es la relación entre carcel y neoliberalismo?
Hay quienes son expertos en Estados Unidos que hablan de un complejo industrial militar carcelario y de cómo han hecho un negocio que los lleva a ser el primer país en número de personas presas. Tener a las personas encarceladas es un negocio, lo cual es una aberración.
Pero la relación del capitalismo con la cárcel viene también desde el origen de la historia de las prisiones. Unos autores italianos, Melosi y Pavarini, tienen un libro que es Cárcel y fábrica, que habla precisamente del origen de las prisiones y de cómo tiene que ver con la docilidad de esas masas de vagabundos, de personas que no hacían nada y que, a través de la soledad y el trabajo, se pudo “reformarles” para que fueran “buenos ciudadanos”. En el caso de las mujeres, ese origen está más marcado por la religión. Quienes gestionaban las prisiones de mujeres eran las órdenes religiosas.
Esa redocilización buscaba que aprendieran los oficios de la casa para que pudieran ser fieles y buenas servidoras de las burguesías y de las élites locales. Era lo que se les enseñaba a través de la oración y el trabajo. Desde el origen, eso tiene mucha relación con el capitalismo, como forma de docilizar a las masas trabajadoras, y hoy se ha convertido en un negocio. Mucha gente vive de las prisiones —no solo quienes trabajan directamente, sino los jueces, la abogacía, las empresas que se lucran con el trabajo semiesclavo que se produce en las prisiones.
¿Qué banco gestiona el peculio? El peculio es el dinero que tienen, porque no manejan dinero en metálico, sino un dinero como en una cuenta corriente. Hay un banco que gestiona todo eso. ¿Qué banco es? En el Estado español, es el Banco Santander. Hay también el monopolio de las llamadas de teléfono o del demandadero, de lo que se puede comprar en la cárcel. Hay empresas que se están lucrando de todo eso. No es la idea de complejo industrial militar de los Estados Unidos, pero es un negocio también para mucha gente.
No hay como actualmente hablar de prisiones sin hablar de Palestina y de los ataques brutales de Israel y sus varias formas de prisión, persecución y violaciones de derechos humanos. Nos gustaría que comentaras respecto a eso.
Antes del 7 de octubre del año pasado, ya la situación era tremenda a todos los niveles. Primero, porque los palestinos no tienen garantías judiciales como el resto de personas ciudadanas de Israel, sino que son juzgados, perseguidos, detenidos por militares y tratados en cortes militares, aunque son civiles.
El Grupo de Detenciones Arbitrarias de las Naciones Unidas ha determinado que civiles no pueden ser juzgados por militares. Todas esas detenciones, que además son administrativas y basadas en leyes incluso de la colonia inglesa, son arbitrarias. Hay miles de personas en detenciones arbitrarias en la Palestina histórica y que, además, son trasladadas, sacadas de sus lugares de origen, erradicadas y llevadas a prisiones en lo que hoy se llama el Estado de Israel.
Eso contraviene todos los estándares internacionales que dicen que no se puede desplazar a las personas de su territorio. Eso contraviene además la 4.ª Convención de Ginebra. Israel está permanentemente violando los derechos humanos de las personas a las cuales detiene en Palestina.
A partir del 7 de octubre del año pasado, todo ha empeorado. Está claro que están acabando genocidamente con todo un pueblo sin presión internacional. Israel no deja entrar a la prensa internacional. Por lo poco que está saliendo, vemos que tienen campos de concentración. Se habla de que tienen secuestradas a miles de personas, no sabemos en qué condiciones. Salieron algunas fotos y son una especie de “Guantánamos”, como ya se les está llamando.
Las condiciones de las personas presas, tanto en Gaza o en Cisjordania, han empeorado. Además, están encarcelando de forma indiscriminada. Si antes había una política de desatención médica, ahora eso se ha incrementado. Está muriendo gente porque no se les atiende. O están heridos y encarcelados y se les deja morir impunemente, aparte de todos los maltratos, las agresiones sexuales, el hacinamiento, las condiciones mínimas de vida que no se proporcionan. Antes ya era grave, ya era denunciable, pero ahora la situación ha empeorado de forma alarmante. No queda más que seguir hablando de Palestina, porque ellos quieren borrar Palestina del mapa.
¿Qué respuestas debemos darle desde el feminismo y la lucha anticarcelaria a esta situación?
Somos conscientes de que, para abolir la cárcel, el derecho penal y la cultura del castigo, se supone una abolición del mundo tal como lo conocemos. Construir otro mundo. No nos queda más remedio para seguir hacia adelante que implicarnos en esta denuncia. Es tan aberrante, tan impune lo que está pasando, que no podemos quedarnos calladas. Como feministas anticarcelarias, anticolonialistas, antirracistas, tenemos que implicarnos igualmente en esta lucha contra la colonización y el sionismo.