Los cuerpos de las mujeres en una sociedad patriarcal discriminatoria siguen limitados por las normas morales y la herencia patriarcal que se les impone de manera particular. Este estado de impostura somete a intervención la forma de los cuerpos de las mujeres y afecta sus expresiones y representaciones propias.
La imposición de mandamientos sobre el cuerpo de las mujeres: el principio
Según numerosos estudios y referencias de la literatura marxista (la más importante quizá sea El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Friedrich Engels), el surgimiento de la propiedad privada de la tierra y la transición de una sociedad de subsistencia a una sociedad de clases se vincularon a un intento de imponer mandamientos sobre el cuerpo de las mujeres. Ello limitó su libertad y limitó sus roles sociales a trabajos considerados secundarios.
Históricamente, la imposición del control sobre el cuerpo de las mujeres se desarrolló desde el surgimiento de los primeros indicios de propiedad privada de la tierra y el establecimiento de una sociedad patriarcal. En consecuencia, surgió a partir de la necesidad de quienes heredarían esas tierras. El linaje de los hijos, que antes se atribuía a la madre, tenía que desintegrarse, imponiéndose la castidad sólo a las mujeres, mientras que los hombres podían elegir a sus esposas y novias a gusto, siempre que ello no perjudicara la posesión de la tierra.
Esta opresión es el resultado de una sociedad de clases que establece discriminaciones sobre la base de la jerarquía y la diferenciación. Está sujeta a análisis, genealogía, deconstrucción y cambio, porque se desarrolla en el interior la base material sobre la que se establece y desaparece con su extinción. Por tanto, no expresa una naturaleza intrínseca y eterna. No resulta de ella, ni de una supuesta esencia de la mujer.
Cuanto mayor es la opresión de las mujeres, mayor es el cerco a su vida privada
Las mujeres son antiguas deidades que el hombre primitivo desea y teme a la vez. En el pasado, su estatus se elevó y su palabra fue suprema, gracias a su importante papel económico y productivo. De Ishtar a Inanna, pasando por Al-lat, Uzza y la sacerdotisa amazigue, los hombres poco a poco pasaron a controlar el cielo y la tierra, y empezaron a esclavizar a las mujeres, a violar sus derechos y a restringir su libertad.
En un intento de garantizar la herencia a los hijos, se impuso un cerco sobre el cuerpo de las mujeres. Y cuanto más inferior era la posición de la mujer en la sociedad, más aumentaba el bloqueo, hasta convertirse en un cerco contra su libertad en la intimidad de la vida privada. Tal cerco se extendió hasta hacerse evidente en la imposición de mandamientos sobre nuestra vestimenta y nuestro comportamiento como mujeres, una de las formas de autoexpresión que se convirtió, para los religiosos y moralistas, en un punto de discusión, de injerencia explícita, de mayor producción de violencia, de interferencia en nuestra libertad y de falta de respeto a lo que somos, a nuestro cuerpo y a nuestra propia forma de representarlo.
El cuerpo y la libertad
Por temor al cuerpo de las mujeres, se intenta suprimir la expresión del cuerpo y a través del cuerpo. Un posible ejemplo de ello es lo que vivieron las mujeres de Túnez durante el periodo de la ocupación francesa en términos de violaciones por parte de diversos grupos que se pusieron de acuerdo para someter a las mujeres y controlar su libertad personal. El pensador tunecino Tahar Haddad fue objeto de enérgicas críticas por parte de la sociedad tunecina y los islamistas a causa de su libro Nuestra mujer en la ley islámica y la sociedad, en el que abogaba por la liberación de las mujeres de la autoridad de costumbres obsoletas y lecturas equivocadas de la sharia1.
Más tarde se publicó el libro En duelo por la mujer de Haddad, en el que Muhammad Salih bin Murad respondía a Tahar Haddad de un modo que refleja el dominio del pensamiento obscuro durante esa época, en la que no existían los elementos mínimos para la libertad y la dignidad de la mujer.
Durante el periodo colonial, las mujeres tunecinas se enfrentaron al peso de la ignorancia, la invalidación, el control de las costumbres y tradiciones, la poligamia y el abuso en el divorcio. Los hombres tienen libertad para mantener o divorciarse de las mujeres sin pasar por el poder judicial, mientras que las mujeres no tienen derecho a elegir pareja, ni a mantener o no una relación matrimonial.
Tras la independencia, el presidente Habib Bourguiba le arrancó el pañuelo a una mujer tunecina delante de una multitud. La medida desató el rechazo de la sociedad del país, desencadenó una gran polémica que se extendió a los países árabes y dio lugar a acusaciones de antiislamismo por parte del presidente.
Puede que durante la Década Negra de Argelia2, existiera un contexto similar y más sangriento en cuanto a la violencia contra las mujeres y el bloqueo contra su libertad de disponer de sus ropas y sus cuerpos, de salir a los espacios públicos y expresarse. Fue un periodo de tutela absoluta sobre el cuerpo de las mujeres y de violencia persistente en contra de ellas.
A pesar de la ausencia de documentos sobre la violencia contra las mujeres en el periodo comprendido entre 1992 y 2002, circularon testimonios de mujeres víctimas de violación y violencia sexual. Algunas organizaciones de la sociedad civil hablan de cifras de entre 5.000 y 10.000 mujeres y niñas víctimas de violencia sexual entre 1993 y 1997. Las víctimas eran, en su mayoría, mujeres trabajadoras y que ejercían su derecho a la libertad de expresión en el espacio público.
La batalla por la libertad es la batalla por la existencia y permanencia de las mujeres. El conjunto de derechos y privilegios civiles conquistados por las mujeres tunecinas tras la independencia fue acompañado de nuevas luchas por la educación, el trabajo y la participación en la vida pública, a pesar de las deficiencias del Código del Estatuto Personal3.
A pesar de los diferentes contextos en los sucesivos periodos históricos, el cuerpo de las mujeres y su libertad de expresión siguen en el centro del conflicto entre el pensamiento conservador y el pensamiento progresista y feminista que aspira a la emancipación. Incluso después de las relativas conquistas alcanzadas por las mujeres tunecinas tras la independencia, sus derechos siguen siendo objeto de controversia y debate. Y que no olvidemos las cuestiones imaginarias, promovidas por los islamistas a través de los intentos del Movimiento Ennahda [partido político] de desmantelar todo lo que hemos conquistado, y mientras intentaban aprobar sus proyectos de ley retrógrados, se escuchaba el eco de las feministas y las mujeres tunecinas, que se niegan a retroceder. Este rechazo llevó al movimiento Ennahda a retroceder en la redacción del artículo 28 de la Constitución de 2014, que establecía que las mujeres son complementarias de los hombres. Sin embargo, volvieron a tratar los temas de la imposición religiosa del velo y la poligamia en los medios de comunicación en general, en un intento de normalizar las ideas reaccionarias que abogan por la opresión de las mujeres y la imposición de la tutela sobre ellas.
En consecuencia, todas las cuestiones mencionadas anteriormente apuntan a la necesidad de una mayor unidad y solidaridad entre las mujeres, en defensa de sus derechos y de su existencia humana, derivada de los valores de igualdad, libertad y justicia social. Especialmente después de la nueva ley electoral que excluyó a las mujeres de la real participación política, dando lugar a la constitución de un parlamento dominado por los hombres, incumpliendo así el principio de paridad.
Cuanto más se violan los derechos de las mujeres, más vemos cómo se intenta llevarlas de vuelta a los llamados roles naturales. Y cuanto mayor es el miedo a la liberación y la autoafirmación de las mujeres en los espacios de toma de decisiones, mayor es el cerco contra nuestros cuerpos como sujetos que anhelamos expresar nuestra existencia bajo el disfraz de la igualdad y la libertad.
La deriva detrás de los guardianes de los valores
En una sociedad inmersa en la propaganda de una cultura negativa dominante practicada por el sistema de castas a través de herramientas ideológicas utilizadas para subyugar y controlar aún más a las mujeres, se frena todo intento de emancipación, se moldean las prácticas y opiniones y se suprime la liberación de las mujeres, que viven atemorizadas por la estigmatización social y la implacable exigencia de reconocimiento y aprobación por parte del grupo. Es un contexto en el que el discurso patriarcal obtiene su legitimidad de la autoridad de la religión, las costumbres y las tradiciones, que desempeñan un papel fundamental en la presión social sobre las mujeres. Esto provoca una disminución de nuestra autoestima, bajo el peso del violento discurso del poder y como resultado de la incapacidad de desviarnos fácilmente de las actitudes públicas que temen al cuerpo de las mujeres.
Definir los rasgos de nuestra autoimagen y conformar los sentimientos sobre nosotras mismas pasa por valorar nuestra esencia, nuestra apariencia, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras características personales y las formas de expresarnos como queremos y como nos vemos, sin la tutela de nadie ni sobre nadie. Y esto es un determinante fundamental del grado de nuestra autosatisfacción y de nuestro no compromiso con una retórica violenta y las restricciones a nuestra libertad. Como afirma Régis Debray en su libro Diario de un pequeño burgués entre dos fuegos y cuatro muros: “Tu orgullosa independencia me permite mi orgullosa independencia. Entrégala y se te dará” [en traducción libre].
Fatma Benmefteh forma parte de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas (ATFD por sus siglas en francés).
- La sharia es la ley islámica, basada en el Corán y los hadices, textos complementarios de esa fe. Se adopta en varios países de mayoría musulmana. [↩]
- Hace referencia a la Guerra Civil de Argelia entre 1991 y 2002. [↩]
- Se promulgó el Código Tunecino de Estatuto Personal en 1956, menos de cinco meses después de la proclamación de independencia ante el poder colonial francés. Instituyó una serie de leyes progresistas para promover la igualdad entre mujeres y hombres en ámbitos como el matrimonio, divorcio, la custodia y herencia, y representó un cambio importante en el derecho de familia y la situación legal de las mujeres en Túnez. [↩]