Latinoamérica y el Caribe son un territorio de disputa material y simbólica. Es impresionante la avanzada del poder y de la codicia del imperio, aceleradamente y sin pausa, en las últimas décadas. Es una expansión sin precedentes de la violencia y el despojo. Esto se refleja en los planos institucional, económico y productivo, a través de políticas neoliberales implementadas por las representaciones corporativas del poder concentrado, que llevan a cabo estrategias que descomponen las condiciones de vida de nuestros pueblos.
Esta realidad implica para nosotros la construcción de condiciones de organización popular para disputar todos los terrenos donde se juega la lucha para superar las desigualdades y las asimetrías de nuestras sociedades. Tenemos que emprender una lucha emancipatoria que nos permita definir otro modo de reproducción de la vida en común. En ese sentido, los aportes del feminismo —particularmente de la Marcha Mundial de las Mujeres— y todos los diálogos que hemos tenido en la Jornada Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo han sido muy importantes para nuestra organización.
La experiencia de la conformación de nuestros países demostró que no alcanza con administrar los Estados, porque la matriz colonial y neoliberal ha penetrado muy profundamente en las estructuras, y nos ha limitado para el desarrollo y transformación que necesitan nuestras sociedades. En ese sentido, es central para la clase trabajadora la apelación a la disputa por el poder y a la representación política de los pueblos. Esto tiene que unirnos, no específicamente con un partido político, sino con un proyecto político emancipatorio.
Los feminismos latinoamericanos tienen una virtud: haber creado una identidad política que pudo colocar en el escenario regional la interpelación radical a los sistemas de conocimiento y a los sistemas de organización de la sociedad. Especialmente a partir de los años 1990, se pudo poner en debate la construcción de ciudadanía y la necesidad de una profundización democrática en los países de nuestra región, y poner como eje central la relación de los movimientos con los Estados, así como el desarrollo de estrategias para incidir en esos procesos democráticos. El feminismo popular que se desarrolló en nuestro continente hizo aportes fundamentales para develar estas tensiones.
Hoy, en términos de agenda, se plantea una cuestión central: qué lugar deben ocupar los esfuerzos para institucionalizar la política de derechos en contextos de agudización de las exclusiones y de las desigualdades sociales? Los logros que tuvimos en estos años han sido importantes, pero parecen muy pequeños frente a los desafíos de incorporar el debate democrático desde la igualdad y los derechos. El eje de la construcción democrática debe ser crear una vida que merezca ser vivida. La lucha por los derechos de las mujeres requiere el desarrollo de una visión estratégica de futuro, en la cual las agendas feministas no estén sostenidas en la defensa de lo discursivo y del espacio propio, sino en la articulación de demandas democráticas de la sociedad. Que se garanticen espacios contestatarios y alternativas en el orden del pensamiento, pero también —como bien nos decía Nalu Faria— de la acción.
Que seamos capaces de procesar no sólo lo posible, sino también lo deseable.
Alejandra Angriman
Desde la Confederación Sindical de las Américas (CSA) y desde mi propia organización, la Central de los Trabajadores de Argentina – Autónoma (CTA-Autónoma), tenemos una agenda muy vinculada a la lucha del movimiento feminista popular. Reflexionamos a partir de los debates que se construyen en nuestro continente. No hablamos solamente de un feminismo popular, sino también de los aportes de los feminismos decoloniales en nuestro continente, que nos permiten aproximarnos a distintas aristas de la integración desde otra manera.
El pensamiento decolonial profundiza nuestro feminismo, nuestras perspectivas sobre el conflicto Norte-Sur, la dimensión global y los vínculos con el ámbito local, para denunciar la colonialidad que perdura en nuestros territorios y cuerpos. Nos ha permitido indagar sobre cuestiones que van desde lo geopolítico a la dependencia económica y cultural y a la injusticia social en toda la región. Nos permite buscar respuestas también desde la resistencia, que se vincula con el intento de decolonizar el saber y el poder. Este feminismo decolonial que surgió en la década de 1980 como una revisión crítica a los feminismos hegemónicos tiene que ser recuperado.
El feminismo hegemónico sigue teniendo presencia en nuestra región y establece una mirada única y universal, que se basa en preocupaciones de la mujer blanca, occidental, europea o norteamericana. Es importante volver a hablar de los feminismos negros, que fueron los primeros que se posicionaron frente a estos feminismos occidentales. Debemos retomar la tradición del pensamiento crítico latinoamericano, incluso con la crítica a la cooptación internacional del feminismo. Parte del feminismo surgido en la década de 1990 fue cooptado por las organizaciones no gubernamentales y los organismos financieros internacionales que pretenden marcarnos una agenda vinculada a la defensa de los derechos individuales, negando o poniendo en segundo plano los derechos colectivos.
Tenemos que revalorizar el conocimiento situado y horizontal, sin pretensiones universalistas o de verdades incontrastables, que nos permita respuestas más acertadas y acordes a la problemática de nuestra región. Nuestro feminismo popular, en sus distintas vertientes, ha tenido la capacidad de repensar el concepto de poder y las luchas de poder, poniendo en relieve las diferentes formas de opresión. Desde la promoción de la horizontalidad de las relaciones, debemos seguir aportando a la crítica del orden internacional, desarticulando las relaciones estructuradas en torno a la masculinidad.
Así, podremos seguir reflexionando y haciendo nuevas preguntas: ¿Cuáles son los roles sociales construidos y asignados a hombres y mujeres en los procesos de integración regional? ¿Con qué otras desigualdades se intersectan las desigualdades de género? ¿Cómo se cristalizan esas relaciones en la construcción de la institucionalidad? ¿Cómo los procesos de integración nos impactan en los afectos, las emociones y corporalidades? ¿Cómo y dónde se incluyen espacios vinculados a las mujeres y las diversidades en estos procesos? Todas estas preguntas tienen que ver también con lo que aportamos pero que debemos seguir aportando en términos de construcción de una agenda que contemple la problemática de las mujeres.
Los desafíos no solamente tienen que ver con la visibilización de estas múltiples desigualdades, subalternidades o jerarquías que atraviesan a todos los sujetos y sujetas que estamos en estos espacios políticos. Analizar la integración regional desde una perspectiva feminista popular y decolonial no implica quedarse en una perspectiva de la experiencia, sino también hacer el esfuerzo indispensable de formular nuevos interrogantes que interpelen esos procesos de integración. Es mucho lo que venimos haciendo, pero es muchísimo lo que nos falta. ¿Qué quedó en las márgenes? Tenemos que articular todo el corpus de conocimiento que hemos construido, así como las luchas sociales que han permanecido segmentadas por la lógica patriarcal. Desde el feminismo, podemos generar vasos comunicantes para analizar y pensar estrategias regionales que nos interpelen y que se articulen con la movilización social actual. El feminismo genera puentes y cierra brechas.
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Alejandra Angriman es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres de Argentina, integra la Central de los Trabajadores de Argentina – Autónoma (CTA-Autónoma) y actualmente es presidenta del Comité de Mujeres de la Confederación Sindical de las Américas (CSA). Este texto es una edición de su ponencia en el webinario “Feminismo e integración regional”, realizado por la MMM Américas en 30 de noviembre de 2023.