Las movilizaciones alrededor del mundo el 8 de marzo, Día Internacional de la Lucha de las Mujeres, expresan la fuerza y potencia del feminismo y son una marca contundente de su alcance como proyecto emancipador.
Tal grandeza nos lleva a tener una mirada muy aguda sobre la realidad que vivimos las mujeres. Por un lado, está claro cómo las mujeres sostenemos la vida con un trabajo interminable, marcado por múltiples y simultáneas tareas, precariedad, racismo, controles y un sinfín de imposiciones. Así las mujeres garantizan el cuidado de la vida en el hogar y en la sociedad en general, y también actúan en la resistencia contra los ataques a los territorios y los intentos de destruir los modos de vida. Todo este trabajo tiene una dimensión invisible: están garantizando la conexión entre personas, tiempos, generaciones, conocimientos, afectos.
El 8 de marzo expresamos nuestra historia de denuncia, de resistencia y construcción de respuestas como mujeres. Cada vez más nos repugna la violencia del sistema dominante, que no cabe en una sola palabra – por eso lo nombramos como heteropatriarcal, capitalista, racista, colonialista y LGBTIfóbo.
En Brasil, hicimos crecer la esperanza, y ahora vamos por la transformación del país. Tenemos fuerza para recuperar la democracia, que siempre la vinculamos a la lucha para derrotar al neoliberalismo y construir un proyecto de país popular y soberano. En ese camino, protagonizamos la resistencia contra la ultraderecha y la defensa de un cambio de proyecto, que se expresó en nuestra presencia en las luchas populares y en el voto en las urnas, con la elección de Lula da Silva.
Feminismo antisistémico
Sólo con una mirada sistémica se puede comprender la condición y las dinámicas que viven las mujeres. Nuestros cuerpos amortiguan los impactos de la crisis, experimentando situaciones de estrés, tensión y trastornos mentales, en una dinámica de precarización de la vida en la que se trabaja para vivir y se vive para trabajar. Es una dinámica que impone el mercado a nuestras vidas y a nuestros cuerpos, que genera más violencia, más feminicidios, más control, disciplinamiento, racismo, pobreza y desigualdad. Para tener una vida libre de violencia y persecuciones, necesitamos democracia, poder popular y valores libertarios.
Nosotras de la Marcha Mundial de las Mujeres expresamos esta crítica desde distintas dimensiones, como la medicalización y la mercantilización impulsadas por las transnacionales farmacéuticas, que reducen nuestros cuerpos a la reproducción y quitan nuestra autonomía. Esas luchas no van por separado, siempre se articulan, y debemos radicalizarlas desde el feminismo anticapitalista.
No hay forma de poner fin a la pobreza sin poner fin a la explotación. Es fundamental considerar que la explotación no ocurre de la misma forma debido a la división sexual y racial del trabajo. Tal imbricación lleva a las mujeres negras a concentrarse en trabajos informales, domésticos y de limpieza, sosteniendo una estructura servil de una sociedad en la que una parte de la población se desentiende de las responsabilidades de la vida cotidiana.
Para cambiar este modelo, hay que considerar la interrelación entre la producción y la reproducción de la vida y, por lo tanto, visibilizar y reconocer el trabajo doméstico y de cuidados que realizan las mujeres, que es lo que garantiza la producción. La invisibilización es uno de los principales mecanismos del capitalismo para ocultar el vínculo económico entre estas dos esferas. El feminismo ha puesto de manifiesto la necesidad de reorganizar esta labor de reproducción de la vida. Ello nos lleva a poner en cuestión el modelo de producción para pensarlo en términos de sostenibilidad de la vida y de la naturaleza. Debemos preguntarnos: ¿qué, cómo y para quién producir? El nuevo modelo que queremos construir debe garantizar la sostenibilidad de la vida, en que el buen vivir esté en el centro.
Igualdad feminista y antirracista
Es muy importante que profundicemos en cuál debe ser la estrategia para construir la igualdad. No podemos caer en trampas, en propuestas que se limitan a cambios en el marco del modelo actual, al reconocimiento y representación de las mujeres. Nuestra visión de la igualdad entre hombres y mujeres también tiene en cuenta las dimensiones de raza y clase. Es problemático que los análisis de la desigualdad estén basados en indicadores que refuerzan o naturalizan las actuales dinámicas de opresión y explotación como puntos de partida, sin analizar las interconexiones entre género, raza y clase.
Un ejemplo: ¿cómo pensar la consigna feminista mundialmente reconocida “a trabajo igual, salario igual” en la realidad brasileña? ¿Cómo se organiza la desigualdad salarial en nuestro país? La primera cuestión es la concentración de mujeres y personas negras en trabajos precarios y mal pagados. En las empresas, las personas que realizan el «trabajo igual» son contratadas formalmente para puestos diferentes, y eso dificulta que puedan exigir “salario igual”.
En Brasil, un elemento determinante para la desigualdad salarial es el bajo valor del salario mínimo. Tener una política fuerte de valorización del salario mínimo es fundamental para hacer frente a la desigualdad y como medida redistributiva en nuestro país.
Autonomía de nuestros cuerpos, autodeterminación sobre nuestras vidas
Otro tema emblemático a enfrentar es la autonomía sobre el cuerpo y el derecho a decidir sobre la maternidad. Para ello es fundamental legalizar el aborto como un derecho que debe ser asegurado de forma gratuita en el servicio público. El movimiento feminista históricamente ha reivindicado la legalización del aborto como parte de una política amplia de fortalecimiento de la autonomía de las mujeres, para lo cual se necesita una atención de la salud en todas las etapas de la vida y según sus necesidades.
Ese retroceso político y social reforzó la idea de que la maternidad es lo que define a la mujer. También hubo un incremento de la culpabilización de las mujeres y de las prácticas punitivas, basadas en la misma hipocresía y misoginia vigentes desde hace muchos siglos. Hemos visto incluso la persecución institucional de niñas con embarazos fruto de violaciones, y que tienen derecho legal al aborto.
También cabe hacerse otra pregunta: ¿por qué tantas mujeres se hacen abortos en Brasil? Esto ocurre precisamente porque a las mujeres no se les garantiza la autonomía en el ejercicio de su sexualidad debido a las prácticas patriarcales y a porque no tienen acceso efectivo a métodos anticonceptivos y de control sobre su propio cuerpo. En el uso de anticonceptivos se sigue quitando responsabilidad a los hombres, mientras que para las mujeres se intensifica el uso de métodos hormonales, que pueden provocar serios problemas de salud y refuerzan el control y los beneficios de las transnacionales farmacéuticas. El número de abortos en algunas regiones del Norte global es considerablemente inferior al de las regiones del Sur global. Según datos de 2018, América Latina y el Caribe fue la región con mayor número de abortos en el mundo.
Políticas feministas para desmantelar las estructuras patriarcales
Sin embargo, no podemos hacer reivindicaciones puntuales, de forma aislada. Hay un conjunto de políticas que hoy son necesarias para cambiar la realidad hacia la construcción de la igualdad plena.
En este sentido, hay que implementar políticas de igualdad y diversidad de forma transversal en todas las esferas de la sociedad, para así combatir el racismo estructural, el machismo y la LGTBIfobia. La construcción de la igualdad para las mujeres, en todas sus dimensiones y en su diversidad de clase, raza y sexualidad, implica tener políticas universales combinadas con acciones afirmativas para romper con la división sexual y racial del trabajo; la socialización del trabajo doméstico y de cuidados; acciones para erradicar las causas de la violencia contra las mujeres; y la defensa de la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos y su sexualidad.
Con la intensificación de las políticas neoliberales durante la pandemia, que precarizaron aún más la vida, todas las medidas de emergencia vigentes, como el programa de transferencia de ingresos Bolsa Familia se hacen muy necesarias. Pero es igualmente urgente anular el techo de gasto, valorizar el salario mínimo y garantizar un conjunto de cambios económicos que puedan cambiar la lógica de mercado dominante. Aquí no faltan urgencias: garantizar la vida de los pueblos indígenas, de las personas negras, deforestación cero, reforma agraria, despenalización y legalización del aborto, entre muchas otras. Garantizar la defensa de nuestros cuerpos, territorios y trabajo.
La victoria política contra el neoliberalismo y la extrema derecha es el resultado de un amplio proceso de movilización y de construcción de unidad en un frente amplio de movimientos y partidos. Creemos que sólo un proceso de participación popular arraigados en todos los territorios podrá garantizar la fuerza necesaria para llevar a cabo ese conjunto de cambios. Por ello, apostamos por la construcción de mecanismos de participación efectivos para que el pueblo sea protagonista de este proceso.
Nuestra esperanza crece cuando observamos el rol de Brasil en el escenario internacional. Necesitamos un amplio movimiento internacionalista para avanzar hacia la integración de los pueblos, los procesos de paz y hacer frente a la crisis sistémica mundial, situando especialmente la justicia climática en un lugar central.
El 8 de marzo estaremos en las calles movilizadas por ese proyecto popular, feminista y antirracista que, para concretarse, debe estar permanentemente anclado en las luchas y organizaciones populares. Por ello, ¡seguiremos en marcha!
Nalu Faria es coordinadora de SOF Sempreviva Organização Feminista e integrante del Comité Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres. Este artículo fue originalmente publicado en la columna Sempreviva, en Brasil de Fato.