En las periferias brasileñas, los cambios climáticos han afectado nuestras vidas y, por ello, han sido un eje importante en nuestra organización popular con las mujeres de los territorios afectados. Aún durante el período de la pandemia, organizamos, en uno de los territorios de Porto Alegre (capital del estado de Rio Grande do Sul, en la región sur de Brasil), un espacio en la periferia para la organización y la lucha contra la inseguridad alimentaria ante el contexto de crisis sanitaria y ambiental.
En aquel momento, creamos un espacio de solidaridad, de lucha y de autoorganización de mujeres que estaban perdiendo sus empleos y viviendo la incertidumbre de la situación. Con el agravamiento del hambre, ocupamos un terreno abandonado, utilizado como vertedero, para transformar ese espacio, plantar alimentos y organizar a las mujeres del territorio. Desde entonces, en 2020, consolidamos ese espacio de lucha llamado Colectivo Periferia Feminista, articulación de la Marcha Mundial de las Mujeres y Amigas de la Tierra Brasil, que se ha venido fortaleciendo cada vez más.
Llevamos este nombre, Periferia Feminista, que a veces asusta. Muchas mujeres, por tener vínculos con la religión u otros vínculos, se atemorizan al principio, pero después de participar y comprender lo que construimos, ponen la propuesta en el pecho, se reconocen como parte de ese territorio y como mujeres con potencial para vivir una nueva vida basada en la solidaridad y en la organización colectiva.
Nuestra lucha ya estaba atravesada, antes incluso de las inundaciones en Rio Grande do Sul, por las sequías y los calores intensos. Muchas familias del territorio pasaron más de 60 días sin agua en los grifos, dependiendo de camiones cisterna, una realidad común en muchas periferias de Brasil. La inseguridad hídrica también afecta profundamente a nuestras periferias. Ante eso, comenzamos a buscar soluciones como la captación de agua de lluvia, organizando a las mujeres en la lucha, porque depender de los camiones cisterna es difícil, especialmente para mujeres mayores y con problemas de salud.
Todo esto fue atravesando nuestra lucha y nuestra organización. Las mujeres del territorio comenzaron a reconocerse como colectivo, comprendiendo la importancia de estarnos organizadas. Muchas nunca habían participado en este tipo de espacios. Llevamos el movimiento, la Marcha y el feminismo popular para dialogar y reflexionar sobre aquel momento de la coyuntura.
En el último período, atravesamos la peor tragedia ambiental de la historia de Rio Grande do Sul. Las inundaciones ocurridas a mediados de 2024 afectaron a casi 1,5 millones de personas y 424 municipios. Muchas personas perdieron sus casas, sus recuerdos y sus territorios. Vimos la negligencia del Estado, las políticas neoliberales y los territorios marcados por una urbanización excluyente, que invisibiliza a las mujeres. En ese contexto, las acciones de solidaridad, los movimientos sociales y las iniciativas de las mujeres fueron cruciales para crear redes de cuidado y solidaridad a las familias. En Porto Alegre, en particular, muchos barrios fueron afectados por los anegamientos.
Nuestro colectivo actúa en el morro, y existe la ilusión de que en los morros no hay inundaciones ni problemas cuando llueve, pero enfrentamos anegamientos por manantiales y derrumbes. Las familias afectadas comenzaron a subir y a buscar refugio en estos lugares más altos. El paisaje de nuestras periferias cambió profundamente. Fue en ese momento que abrimos nuestro espacio, la cocina del huerto comunitario, donde antes preparábamos alimentos para los encuentros entre mujeres. Empezamos a recibir a personas que llegaban desesperadas, desoladas por haberlo perdido todo, con historias muy conmovedoras de rescate.
Nuestra cocina pasó a acoger a esas personas y a producir alimentos, llegando a distribuir más de mil comidas por día. No teníamos experiencia en cocinas a gran escala, pero el hambre era desesperante y la gente no tenía a quién recurrir. Las políticas públicas de nuestros gobiernos estaban muy centradas en algunos albergues y recaudaciones de dinero, pero no llegaban realmente a la población.
Quienes verdaderamente acogieron a las personas y cuidaron de la inseguridad alimentaria fueron los movimientos sociales, principalmente a través de la acción de las mujeres dentro de los territorios, con las cocinas solidarias y la organización de albergues. También fue necesario lidiar con muchos casos de violencia en los refugios, que eran espacios conducidos principalmente por el voluntariado.
Es necesario, además, debatir sobre el voluntariado y la solidaridad: son fundamentales, pero no pueden sustituir la política pública ni permitir que el Estado transfiera a las mujeres esa responsabilidad. Las políticas estructurales son muy importantes en momentos como este. Las redes de solidaridad fueron esenciales, pero también implicaron la sobrecarga y la invisibilidad del trabajo de las mujeres.
Hoy las cocinas siguen activas, preparando alimentos para su distribución en el territorio. Pero aún necesitamos hablar del trabajo invisible y extenuante de esas mujeres, y de cómo el Estado termina transfiriendo su responsabilidad sin valorar esta labor. La inmensa mayoría de las mujeres dentro de esas cocinas y espacios son mujeres negras, pobres, de la periferia, que no tienen acceso a otros empleos.
Es fundamental que este trabajo sea reconocido a partir de una lógica de sostenibilidad de la vida y de economía feminista y solidaria. Buscamos construir, junto a ellas, espacios de trabajo para la reconstrucción de perspectivas y generación de ingresos, para que las acciones no se vuelvan meramente asistencialistas. Necesitamos confrontar la forma capitalista de organización de la economía basada en la mercantilización de los bienes comunes, de la naturaleza, del tiempo, del trabajo, del agua, de los alimentos e incluso de las relaciones.
Otra cuestión importante es la defensa civil. En Brasil, es predominantemente masculina y militarizada, sin diálogo con el conocimiento popular de las comunidades. Cuando ocurren crisis, las mujeres comienzan a llamarse entre sí, conocen el territorio y a las personas, y así buscan soluciones. Las instituciones oficiales de defensa civil no dialogan con esa acción popular. Es fundamental repensar los planes de contingencia y las formas de prevención y mitigación desde la mirada de las mujeres de los territorios y a partir de una construcción más colectiva.
Son muchas las dimensiones de esta crisis civilizatoria vinculada al cambio climático, que nos exige respuestas radicales. Queremos ser parte de la reconstrucción. Las soluciones presentadas por los gobiernos muchas veces excluyen la participación popular y de las mujeres. Creemos que la reconstrucción no significa “volver a la normalidad”, porque esa normalidad es injusta, insostenible, excluyente, patriarcal y racista. Queremos una reconstrucción desde las perspectivas de las mujeres feministas, contra el neoliberalismo y la política depredadora que destruye el medio ambiente y la vida.
Estamos en la lucha en defensa de nuestros territorios y de nuestras aguas. Esa lucha nos fortalece y estamos felices de expandir el feminismo en la confrontación con el sentido común presente en la sociedad. No es un trabajo fácil, pero seguimos firmes en la resistencia, en la lucha y en la resiliencia, porque queremos el cambio, y ese cambio se construye junto a nuestras mujeres.
