Palestina vive actualmente una crisis sin precedentes, marcada por la brutalidad de la guerra, el genocidio y la limpieza étnica que promueve Israel. Estas atrocidades se producen bajo el velo del imperialismo y la arrogancia israelí, poniendo de manifiesto las graves violaciones de los derechos humanos contra la población palestina.
Esta guerra genocida es la más letal y violenta de la historia del pueblo palestino desde 1948. Ha transcurrido más de un año desde el inicio del conflicto, durante el cual han perdido la vida un gran número de mártires, personas heridas y damnificadas entre ellas mujeres, niños y ancianos. Este año, el número de mártires ascendió a 43.374, entre ellos 11.815 mujeres y 17.889 niños. Además, unas 10.000 personas están desaparecidas bajo los escombros, entre ellas 4.700 mujeres y niños.
Las mujeres y los niños se encuentran, por tanto, entre los grupos más afectados por esta guerra, que está destruyendo el futuro de las próximas generaciones y que se dirige sistemáticamente contra las mujeres palestinas por considerar que son las responsables de la preservación y continuidad de las generaciones futuras.
Las mujeres palestinas están sometidas a la opresión y la violencia en todas sus formas, incluidos el asesinato, el desplazamiento forzado y la privación del acceso a la salud, la educación y el derecho a vivir con dignidad. Este escenario se ve exacerbado por el encarcelamiento y los abusos que sufren las mujeres palestinas detenidas. Desde el momento de su detención, se las somete a formas extremas de acoso y violencia física y psicológica, como intimidación, interrogatorios severos, registros al desnudo y degradación de su dignidad.
En su reciente guerra contra Gaza, Israel arremetió deliberadamente contra el sector de la salud, con ataques contra hospitales, médicos, ambulancias e incluso paramédicos. En la Franja de Gaza, la destrucción fue tan amplia que no se salvaron ni las vidas humanas ni las estructuras de los alrededores. El número de heridos por los bombardeos israelíes superó los 85.653, la mayoría mujeres y niños a los que se amputó uno o más miembros.
Además del inmenso sufrimiento que padecen las mujeres y los niños, también se enfrentan a graves crisis psicológicas, condiciones de salud precarias, propagación de enfermedades y epidemias, contaminación del agua, desnutrición y escasez de artículos de primera necesidad, como toallas higiénicas. Las mujeres embarazadas, en particular, sufren la ausencia de condiciones de salud adecuadas, y a menudo dan a luz en la calle o en parques públicos, sin ningún tipo de atención médica o respeto a su privacidad.
Como consecuencia, muchas otras mujeres se ven obligadas a recurrir a métodos anticonceptivos, y en algunos casos incluso a métodos para suprimir sus ciclos menstruales, con el fin de evitar las mismas circunstancias. Por otra parte, Israel, en su implacable guerra contra la Franja de Gaza, atacó sistemáticamente el sistema educativo, lo que provocó la suspensión de las clases en Gaza durante más de un año. Escuelas, universidades e infraestructuras quedaron completamente destruidas, y las pocas escuelas restantes se convirtieron en refugios para familias desalojadas a la fuerza de sus hogares. El Estado sionista también atacó deliberadamente a niños y mujeres al lanzar bombas e incendiar los refugios mientras el mundo observaba.
Respecto a la vida diaria en la sitiada Franja de Gaza, la situación de las mujeres es extremadamente difícil. Con el bloqueo de agua, alimentos, medicinas y combustible, se han destruido todas las condiciones mínimas de vida. Las mujeres se ven obligadas a cocinar con leña y no pueden satisfacer sus necesidades básicas, ni las de sus hijos. Además, los ataques israelíes destruyeron edificios, calles y toda la infraestructura palestina, tanto en Gaza como en ciudades de Cisjordania como Yenín y Tulkarem, lo que produjo una situación de superpoblación en tiendas de campaña y falta de servicios médicos y atención a la salud. Todo ello hace que incluso las tareas más sencillas, como ir al baño, se conviertan en un calvario. Las mujeres tienen que esperar en largas colas junto a los hombres durante horas, sin que se respete su privacidad.
La guerra ha afectado gravemente la agricultura, el sector más crítico en Palestina. Las y los agricultores viven en condiciones extremadamente difíciles, sin poder acceder a sus tierras ni realizar sus cosechas debido a los constantes bombardeos. Asimismo, los gases tóxicos utilizados durante la guerra contaminan el suelo, destruyendo las plantaciones e impidiendo el consumo de alimentos. En Cisjordania, los puestos militares han desalojado aún más personas de sus tierras.
Esas tierras han sido objeto de amplias violaciones, como la tala de árboles, confiscación y apropiación de fuentes de agua. Esta situación ha imposibilitado el riego, lo que ha provocado la destrucción de las cosechas. Además, la ocupación robó y confiscó una parte importante de la cosecha de aceitunas. El desplazamiento forzoso de mujeres, niños y residentes locales de las zonas agrícolas se convirtió en práctica habitual, junto con el establecimiento de puestos de avanzada en tierras de cultivo.
Más recientemente, Israel informó a las Naciones Unidas de su decisión de romper con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNRWA) y cancelar el acuerdo entre ambas partes. Con esta acción, se anuncia una gran catástrofe humanitaria en Gaza y Cisjordania.
Con esos actos, Israel viola flagrantemente todas las normas y leyes humanitarias e internacionales, provocando una de las mayores catástrofes humanitarias de nuestro tiempo.
Samah Abu Nima vive en Palestina y forma parte de la Unión de Comités de Trabajo Agrícola (UAWC) y de La Vía Campesina. Este artículo es una versión editada de su intervención en el webinario «Voces feministas contra el imperialismo», celebrado por Capire y la Marcha Mundial de las Mujeres el 7 de noviembre de 2024.