Ariel Salleh se hizo ecofeminista en las luchas contra la minería del uranio en tierras indígenas en Australia, en la década de 1970. Desde entonces, se convirtió en una referente de la construcción del ecofeminismo materialista, en diálogo con otras luchadoras y teóricas de varias partes del mundo. La relación entre pensamiento y movimiento se hace patente en sus planteamientos y sitúa su postura en los debates teóricos y políticos del ecofeminismo.
La visión teórica sobre el capitalismo colonial-patriarcal, las actuales ofensivas de ese sistema sobre la vida en el planeta, como la financiarización de la naturaleza, las alternativas en construcción; los planteamientos precursores del ecofeminismo hasta los repercusiones contemporáneas de este movimiento, pasando por los disensos y disputas frente a las visiones eurocéntricas que operan dicotomías patriarcales y el academicismo que disocia los conceptos acumulados desde experiencias reales de lucha en defensa de las condiciones de reproducción. Estos fueron algunos de los temas abordados por Ariel Salleh en esta entrevista concedida a Capire. Se puede escuchar el audio de la entrevista en inglés.
Para empezar, ¿cómo ves el ecofeminismo en la actualidad?
Bueno, ya que estás en China, me gustaría empezar diciendo que hay una extraordinaria red de mujeres que colaboran en la Universidad Global para la Sostenibilidad de Hong Kong [Global University for Sustainability] y en la Universidad de Chongqing, en China continental. Trabajan activamente con las mujeres de las aldeas para fomentar la conservación de los métodos agrícolas tradicionales. Estas mujeres producen sus propios alimentos sin pesticidas con una comercialización directa a la población local. Se trata de una economía alternativa no capitalista. En China también hay un creciente interés académico por el feminismo ecológico y las tecnologías tradicionales de las mujeres. El feminismo ecológico es básicamente lo mismo que el “feminismo comunitario”, que es como se lo conoce en Sudamérica, o el término popular más antiguo de “feminismo radical”. Estos feminismos surgen de las luchas cotidianas de las mujeres para satisfacer las necesidades de la vida y proteger “las condiciones de reproducción” –parodiando la frase socialista.
Las escritoras ecofeministas materialistas con las que he colaborado —Maria Mies, Vandana Shiva, Mary Mellor, Ana Isla— han sido transculturales y decoloniales desde el principio. Y esto contrasta con los feminismos académicos, que se alimentan de lo que hay en los libros y dedican mucho tiempo a criticar conceptos filosóficos que tienen poco que ver con la vida cotidiana. El ecofeminismo materialista está tomando cada vez más forma debido a la crisis climática y a las diversas crisis sociales que hoy azotan el mundo. Veo elementos del ecofeminismo, aunque no utilicen tal denominación, entre los jóvenes que participan en el movimiento Rebelión o Extinción [Extinction Rebellion] y, sin duda, en los Viernes por el Futuro [Fridays for Future] en Europa. También en Australia se ha producido una increíble convergencia de energías ecofeministas entre las mujeres, como las de Knitting Nanna, que luchan por salvar la cuenca del río Murray-Darling. En Japón, un grupo de ancianas se levantó contra una nueva base militar, haciendo hincapié en su experiencia como cuidadoras. No podemos olvidar a WoMin en África: una red popular de mujeres de todo el continente que se oponen a las explotaciones mineras y se preocupan por el cambio climático. Han redactado su propio manifiesto ecofeminista.
Todos estos ejemplos se inscriben en situaciones concretas, que tratan de cuestiones económicas, que hacen frente al sistema bajo el cual vivimos, se oponen al modelo de desarrollo y a la militarización, como en el ejemplo de Japón.
Las mujeres japonesas son tremendas. Hace décadas, cuando se produjo la catástrofe nuclear de Fukushima, fueron ellas las que tomaron la delantera, actuando consistentemente como líderes del movimiento antinuclear. De hecho, yo empecé en el ecofeminismo en medio del movimiento antinuclear en Australia en 1976, cuando creamos el Movimiento contra la Minería del Uranio en tierras indígenas.
Haciendo un paréntesis aquí, cuando miramos las cinco décadas de historia del feminismo ecológico, encontramos un periodo en el que las feministas académicas atacaban a las feministas radicales llamándolas “esencialistas”. Pero un razonamiento que considere esencialista la política de las mujeres en torno al cuidado está siguiendo los rótulos del patriarcado, como “feminidad”, etc.
Las ecofeministas materialistas hablan de condiciones de vida económicas-biológicas-biofísicas fundamentales.
Quizá fue el dominio del mundo académico estadounidense lo que generó esos primeros debates ecofeministas, porque allá no se comprende tan bien el socialismo. Cualquier denominador común entre trabajadores, mujeres, indígenas y políticas ecologistas tiene que ser una política materialista.
Participaste en el Encuentro Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil en 2013. Ese fue un momento clave para nuestra elaboración política sobre el fortalecimiento de la ofensiva del capital contra la vida y la naturaleza, contra nuestros cuerpos, y sobre la violencia y la militarización. Diez años después, ¿cómo analiza las actuales estrategias capitalistas y el papel del desarrollo tecnológico en ello?
En los últimos años, el capitalismo ha intensificado su penetración en todos los aspectos de la vida, lo que puede verse, por ejemplo, en el protagonismo de los grandes bancos o en la tendencia a la digitalización. Los bancos están comprando gigantescas extensiones de tierra en todo el mundo para aplicar tecnologías agrícolas experimentales, como las semillas híbridas modificadas genéticamente. Pero la tierra para la producción de alimentos es la base de la subsistencia de los pueblos. Y, claro, si se mira detrás del capitalismo, allá va a estar el patriarcado. En el sistema patriarcal-colonial-capitalista, la forma originaria y más antigua de poder es la dominación ejercida por los hombres sobre las mujeres. Luego viene la colonización que invade la tierra y se apropia de los recursos de otros pueblos. Por último, la forma económica del capitalismo surge de la colonización y es relativamente moderna, con sólo unos cientos de años de vida. Es importante comprender que estos tres sistemas son concomitantes, se entrecruzan y se refuerzan mutuamente. El propio capitalismo no podría funcionar sin las energías patriarcales que lo impulsan. Estas energías son aprehendidas e incorporadas por los hombres y expresadas en prácticas sociales y económicas. Cada uno de estos tres niveles tiene sus diferentes capas: desde el inconsciente hasta las acciones cotidianas, pasando por las estructuras políticas y las ideologías.
Nuestras compañeras indígenas de América Latina organizan la resistencia desde la noción de cuerpo-territorio. Es una forma antipatriarcal, anticapitalista y decolonial de entender y organizar la vida y nuestra interdependencia con la naturaleza. ¿Cuál es su visión acerca de este concepto desde su contexto y su pensamiento?
No conocía este término hasta que me lo dijiste, así que lo busqué y la verdad es que me encantó. Está relacionado con la tesis ecofeminista original de los años 1980, que creía que la ideología del patriarcado ejerce su dominio sobre las mujeres y la naturaleza conjuntamente, insistiendo en que nosotras estamos “más cerca de la naturaleza” que los hombres. Ese rígido dualismo sigue siendo una premisa básica del pensamiento del siglo XXI, que incluso da forma a conceptos jurídicos y económicos. En el mundo académico se ha vuelto convencional separar las Humanidades de las Ciencias. A este dualismo y a otros que lo acompañan los llamo el imaginario 1/0 -Hombre/Mujer, Blanco/Negro, Economía/Ecología, Valor/No Valor –véase el libro Ecofeminismo como política (Ecofeminism as Politics) (1997/2017). Tenemos que educar a nuestras comunidades para dejar atrás esta realidad dividida –la disociación fundamental que puso en marcha el patriarcado eurocéntrico.
Todos los seres humanos, incluidos los hombres, son «naturaleza corporeizada».
La naturaleza atraviesa nuestros cuerpos que, al morir, reinician el ciclo fertilizando la Tierra. Así que, sí, me alegró conocer el sentido relacional de las mujeres latinoamericanas de «cuerpo-territorio».
La economía verde se está normalizando como la solución al cambio climático, a la crisis climática, entre otras cosas. Cuando los instrumentos de la economía verde llegan especialmente a las zonas rurales, donde viven las mujeres indígenas, y en Brasil también las mujeres quilombolas, es muy difícil afrontarlos. Creemos que no hay suficientes críticas a este tipo de mecanismos, ni siquiera desde la izquierda. Sus planteamientos sobre la deuda ecológica pueden ayudarnos a abordar este proceso de financiarización de la naturaleza y los instrumentos de la economía verde.
Cuando nació la idea de la Economía Verde a principios de los años 2000, pensamos que sería una solución, pero muy pronto el capital se encargó de transformar esta idea en una ideología reformista. Y así surgió el Nuevo Pacto Verde (Green New Deal). El problema es que esas propuestas se basan en aspectos económicos, y la economía forma parte de la disociación del sistema de creencias patriarcal, que se basa en dividir la naturaleza en unidades mensurables. La naturaleza no puede reducirse a una métrica, pues opera a través de ciclos de energía entre formas de vida.
En el libro Ecosuficiencia y Justicia Global (Eco-Sufficiency & Global Justice) (2009), cuando utilicé el término “deuda corporeizada”, tenía en mente una noción alternativa de deuda, no estrictamente económica, sino una relacionada al “valor metabólico” de la naturaleza que produce la vida. Es cierto que en el capitalismo global los trabajadores no perciben una remuneración adecuada en dinero por el tiempo trabajado, pero las mujeres no reciben remuneración alguna por las largas horas de trabajo doméstico reproductivo que realizan. Además, sus cuerpos se agotan en el proceso de generar vida y dar a luz, una enorme contribución termodinámica y material a la sociedad. Del mismo modo, los pueblos indígenas colonizados nunca han sido compensados por el robo de sus medios de vida, ni por el “trabajo metaindustrial” que realizan al proveer y proteger a la vez la infraestructura natural de la que depende el capitalismo para funcionar. También hay una deuda generacional, ya que el capitalismo delega la resolución de sus problemas, como el cambio climático, a las generaciones futuras. El “mundo de la vida” de las especies no humanas también se ve perjudicado por el modelo de desarrollo eurocéntrico. A esto llamo “la matriz de las deudas”.
¿Crees que hoy en día hay más gente que reconoce que la producción de capital depende de la reproducción?
No de forma significativa: la “reproducción” es invisible para la mentalidad patriarcal debido a la separación sistemática entre la humanidad y la naturaleza. Incluso a los marxistas y ecosocialistas les cuesta reconocerlo. Durante la pandemia de Covid, el rol esencial del trabajo de cuidados se volvió evidente para todos –quizá haya habido un pequeño cambio de conciencia. Pero en Australia, con el rápido aumento del coste de la vida, enfermeras y profesoras están dejando sus puestos de trabajo en masa debido a los bajos salarios y las condiciones precarias.
Por un lado, tenemos mucho material para el análisis y el diagnóstico de cómo funciona el capitalismo colonial-patriarcal y, por otro, tenemos el reto de impulsar miradas y prácticas alternativas sobre cómo organizar la sociedad. Entonces, ¿cómo podemos avanzar y articular el análisis con un cambio de perspectiva y poner la reproducción social de la vida en el centro de la organización de la sociedad?
El ecofeminismo materialista es una convergencia de la respuesta feminista, decolonial y socialista frente al colapso ecológico del siglo XXI.
Estamos en busca de un Pluriverso o, como dice el movimiento zapatista, un mundo en el que muchas culturas autónomas coexistan en armonía. Ya he mencionado la agricultura comunitaria de las mujeres chinas, y hay movimientos similares que van de Rojava a Ecuador. El Pluriverso esboza una diversidad de modelos de modos de vida sostenibles, y –la contraportada de este libro nos invita a pasar a la acción y unirse al Tapiz Global de Alternativas [Global Tapestry of Alternatives], coordinado por Ashish Kothari y colegas en la India. Están sucediendo cosas buenas, pero el sistema-mundo capitalista-patriarcal-colonial es tan agresivo y ruidoso que ¡no hay tiempo que perder!