El sábado 31 de julio, las feministas y las personas queer salieron a las calles de Beirut para protestar contra la situación que nos reprime desde el fin del levantamiento de 2019. La manifestación fue inevitable e irrumpió un discurso radical contra la violencia, la exclusión y el poder del capital que domina la(s) escena(s) feminista/queer en el Líbano. Esto no quiere decir que hayamos “escarmentado al sistema” o que hayamos erradicado la cooptación neoliberal del movimiento feminista, más aún en un país todavía muy colonizado que resulta estar situado justo al norte de Palestina y al oeste de Siria, atravesando un enorme colapso económico. Pero la manifestación -la forma como estuvo organizada, como nos unimos- nos pareció crucial en la época y, ahora mirando hacia atrás, sigue siendo una experiencia de aprendizaje y que debe mantenerse viva. Fue el comienzo de algo y una prueba de grandes valores feministas y de un enfoque popular e interseccional que se construyeron en la escena.
Panorama del contexto libanés
Como es de esperar, en el sistema libanés -en el sentido social, político y económico- las cuestiones queer y de género son motivos que llevan a la exclusión y a prácticas violentas. Al mismo tiempo, el racismo es estructural y prospera durante la crisis. Algunos incidentes provocaron una reacción particular antes de la manifestación. Desde la guerra civil libanesa (1975-1990), los “movimientos de oposición” se han dividido entre organizaciones/partidos politizados y las ONG. Como los grupos de izquierda no han apoyado la lucha de las mujeres y hasta el día de hoy se niegan a adoptar un enfoque interseccional de facto para los derechos de los trabajadores y trabajadoras, se ha despejado el campo para las ONG y las organizaciones neoliberales. Incluso con los modestos intentos recientes de los partidos de izquierda y movimientos de la juventud para incluir algo de feminismo en el discurso, la población LGBTQ+ fue excluida. El pretexto eran las prioridades. Sin embargo, la homofobia, la transfobia, el conservadurismo patriarcal y quizás el miedo a la reacción de la derecha ante estas demandas estuvieron detrás de la incorporación tardía de este discurso. La deficiencia de nuestra llamada izquierda se hace más evidente cuanto más notamos su inacción ante los derechos de los refugiados e inmigrantes.
Contra la violencia, contra el neoliberalismo
La protesta se produjo después de un largo periodo de recuperación del fallido intento de revolución (2019-2020). Además, habíamos oído hablar de una serie de asesinatos y abusos cometidos contra mujeres, personas desconocidas, amigas y conocidas. Otras fueron víctimas de prácticas permitidas por la ley que les negaron el derecho a la maternidad, entre otros. Posteriormente, los cristianos conservadores extremistas organizaron ataques violentos contra diversos actos en Beirut que debatían o abordaban el tema de la cuestión queer. El Ministerio del Interior consideró que la solución para detener la violencia sería emitir un comunicado en el que se prohibiera cualquier tipo de reunión o acto que “promoviera las aberraciones”, según sus palabras.
Como reacción, algunas conocidas ONG convocaron una protesta en apoyo de la “visibilidad y el orgullo LGBT+” frente al edificio del Ministerio del Interior un domingo, ignorando el contexto inseguro en el que organizaban el acto. Además, el día anterior a esta convocatoria, nos enteramos de que los trabajadores rurales sirios en el Valle de Beca habían sido golpeados y torturados por el terrateniente -o, si se prefiere, su señor- para obligarlos a ser explotados con fines lucrativos. Las mismas ONG que tanto se exasperaron por la agenda LGBT+ no hicieron mención a este incidente de raíces sistémicas.
La revuelta ante estos episodios se conformó con la revuelta ante la forma en que se les trató y el terrible doble rasero que demostraron las ONG, considerando este último como un estándar político. Muchos dirigentes de ONG, especialmente los que residen fuera del país, no conocen las luchas diarias ni saben lo que es temer constantemente por sus propias vidas. Igualmente, las decisiones se toman en función de lo que quieren los financiadores, principalmente el “orgullo”, y no de las necesidades de las personas. Además, incluso algunos de los servicios que ofrecen se ven perjudicados por la falta de continuidad, fiabilidad y decencia básica a la hora de hablar con la gente, como prometer recursos a una persona trans sin hogar y luego no devolverle las llamadas.
Lo que ocurrió con la protesta tan repentina fue que solo personas cis y heterosexuales participarían, porque las demás teníamos miedo al acoso. Nosotras -incluyendo a las personas que pertenecen y trabajan en esas ONG- votamos en contra del acto y pedimos su anulación, para organizar algo que dialogara con nuestra realidad.
Nuestra manifestación: cómo nos unimos y cómo fue
Invitamos a personas de confianza a través de nuestras conexiones: el mensaje inicial se propagó rápidamente de círculo en círculo, ya que el país es pequeño. Era una invitación al mismo tiempo abierta y no pública. Tuvimos reuniones secretas, porque los conservadores estaban al acecho y la policía todavía actuaba basada en aquella declaración. Los dos primeros encuentros se dedicaron únicamente a la discusión del concepto de “seguridad por encima de la visibilidad” en todas sus facetas, estableciéndolo como nuestra prioridad.
A pesar de los desafíos, se realizaron esfuerzos sustanciales para involucrar a la mayor cantidad de personas posible en los diálogos y procesos de toma de decisiones durante el mes de julio, utilizando una variedad de métodos de comunicación (en persona, por Internet, por WhatsApp), realizando nuevas reuniones cuando fuera necesario. Llamamos a las páginas de las redes sociales Taharok Nasawi (movimiento feminista en árabe) y al evento “nos negamos, nos unimos, nos movilizamos”.
Hicimos un esfuerzo para ser lo más horizontal posible. Por ejemplo, hicimos varias votaciones para llegar a la declaración de posicionamiento oficial del movimiento. La definición de roles y responsabilidades a lo largo de estas reuniones se hizo con cuidado y las personas pusieron toda su dedicación en la producción de textos, infografías, coordinación y en garantizar la cobertura en las redes sociales. Y de la forma en que lo debatimos, con respeto, crítica constructiva y amabilidad, casi no se sentía como trabajo. Una compañera que milita desde 2013 dijo que estas reuniones fueron las menos tensas y más productivas a las que ha participado, y este es un aspecto que vale la pena mencionar en un artículo político feminista.
La discusión sobre la seguridad de manifestantes fue seria. Temíamos que la política pudiera arrestar y someter a exámenes toxicológicos a personas sin documentos, refugiadas, inmigrantes y LGBT+.
Creamos un comité de seguridad y elaboramos tácticas: si tienes privilegios y la policía ataca, tírate frente a las compañeras y compañeres con menos privilegios. Esta es la regla. La idea era que las personas que portaban banderas o que estuvieran en riesgo de ser acosadas pudieran estar en el centro de la protesta rodeadas de las que no estuvieran en esta situación, y que hubiera planes de contingencia en caso de que se necesitara atención médica o asistencia jurídica. Hubo serios intentos de descentralizar la protesta, pero no teníamos las herramientas ni la infraestructura social y económica para eso.
Los temas discutidos fueron cuidadosamente definidos y abarcaron mucho más que simplemente una objeción a la declaración emitida por el ministerio. Uno de los temas fue correlacionar economía y género, además de rechazar el discurso de la violencia estatal y afirmar que todas las personas, incluso las refugiadas, queer y trabajadoras, son una prioridad (frente a las voces de derecha que niegan el derecho al alimento para refugiados y refugiadas en la crisis). Destacamos que los actos de violencia son sistémicos, no individuales, y que el tejido social abre ese camino. También afirmamos la inclusión de las demandas queer en la lucha feminista de forma indisociable. Además, tuvimos mucho cuidado de incluir la presencia de personas que no pudieron estar presentes a la protesta debido a los costos de transporte o porque se les fue negada la libertad de movimiento. Una de nuestras consignas era que estábamos protestando por las personas que no podían estar con nosotras.
La manifestación en sí comenzó en el Puente Ring y cruzó el centro de Beirut, reuniendo a un gran número de participantes (más de lo esperado). El acto expresó, en banderas y cánticos, una maravillosa gama de demandas radicales, inclusivas y detalladas, sin dejar de garantizar la seguridad de todas las personas.
Las imágenes y videos de la manifestación garantizaron la seguridad y el anonimato de quienes optaron por no exponerse e incluso lograron enviar un mensaje a quienes han estado sintiendo soledad, exclusión y estigmatización en el último período en el Líbano. Esperamos que esto ayude no solo a construir una coalición entre diferentes grupos marginados, sino también a romper el dominio del discurso hegemónico sobre las vidas de quienes sienten el rechazo y la marginación.
La Marcha Mundial de las Mujeres en la manifestación
Las compañeras de la Marcha Mundial de las Mujeres estuvieron entre las primeras participantes de la organización; éramos parte de los grandes círculos que entendieron el mensaje y lo difundieron. Pusimos todo nuestro empeño en la cobertura en las redes. Además, es importante tener en cuenta que estos movimientos no ocurren de la noche a la mañana -por el contrario, son el resultado de años de esfuerzo y acumulación, y no podemos alegar la responsabilidad exclusiva por eso.
Próximos pasos
Para nosotras era importante asegurar la continuidad de este nuevo movimiento. Discutimos conceptos y mantuvimos los grupos de comunicación y las páginas en las redes. Volvimos a reunirnos para planificar una segunda protesta que sucedió el 2 de octubre, en solidaridad con las mujeres iraníes. Y hay muchos más por venir.